Otros mundos (X): El retorno de los brujos, de Louis Pauwels y Jacques Bergier

06 marzo, 2015

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Hay una prisa enorme por seguir avanzando. Rara vez tenemos ocasión de echar la vista atrás y reflexionar. Nuestras decisiones están dictadas por lo inmediato o, al menos, por el futuro más inmediato. Se trata de un avance que apenas sí tiene tiempo de consolidar el terreno conquistado y que cree que el conocimiento es la mera acumulación de datos.

Muchos recordarán cómo un libro tan emblemático como El retorno de los brujos (Le matin des magiciens, 1960; edición a cargo de Plaza & Janés para su colección Otros Mundos, en 1969), del periodista Louis Pauwels (1920-1997) y el ingeniero químico Jacques Bergier (1912-1978), supuso un acercamiento inédito, exhaustivo y filosófico –casi metafísico- al mundo de lo paranormal, lo que lo convirtió en todo un fenómeno editorial. Otros vendrían después, pero fue El retorno de los brujos el que hizo meditar a toda una generación acerca de nuestro futuro por medio de nuestro pasado. Y, aunque la historiografía ha avanzado en determinados aspectos –no tanto como se presume-, justo es reconocer la contribución y el valor de quienes fueron los pioneros.

Louis Pauwels y Jacques Bergier
Fue el presente un análisis que se hizo necesario desde el momento en que el ámbito del ser humano quedó divido entre lo “conocido” y lo “desconocido”: “el siglo XIX logró crear una mitología negativa, eliminar todo rastro de lo desconocido en el hombre, reprimir toda sospecha de misterio(pg. 32).

En modo alguno soy de los que niegan los avances aportados por la Razón, una contribución tan necesaria entonces como ahora, entre otras cosas porque mi natural condición siempre me ha impelido a seleccionar todo aquello que de bueno presenta cada corriente artística o filosófica (del mismo modo que mi querencia por el periodo romántico no me obliga a una identificación ciega con los llamados nacionalismos, más allá del ámbito lingüístico o folclórico; aparte de que siempre es imperativo comprender los auténticas razones por las que dichas corrientes fueron formuladas), pero todo ello no es óbice para que tal división de la realidad resultara fatal a la hora de proceder con una mejor comprensión del mundo que nos rodea.

Para Pauwels y Bergier, las ciencias de hoy dialogan con los antiguos magos y alquimistas. En este coloquio, toda filosofía superior en la que no pervivan las realidades del plano que se intenta superar, es una impostura. Lo fantástico -el elemento desgajado- “tiene que ser arrancado de las entrañas de la Tierra, de la realidad(pg. 20), y puede contemplarse como otra manifestación de las leyes naturales, como sucede con la teoría de los universos paralelos al nuestro. Como una suerte de justicia poética, “la ciencia y la técnica hacen saltar los cuadros de la sociología montados en siglo XIX(46).

Se da además la circunstancia de que la Tierra está ligada al universo y esta al ser humano, y que en cuanto a este, conviene establecer una diferencia entre el hecho de la posibilidad empírica de aquello que aún nos es desconocido, del aspecto meramente místico o religioso que cada cual quiera otorgarle. Como recuerdan los autores, muchas expresiones de la física moderna, como el “número cuántico de rareza” (nota, pg. 39), tienen prolongaciones más allá de la física. Roger Boskovich (1711-1787), consejero científico del papado, ya anticipó muchos aspectos de la cosmología actual (la cuántica, la mecánica…) en el siglo XVIII (403). La radioastronomía o los trabajos de física teórica revelan esos contactos con la totalidad del cosmos. Pero además de la coexistencia de varios universos, también se comenzaba a hablar de “antimateria” (194 y 141, respectivamente). Ya no vivíamos en un mundo cerrado.


Todo un material para la auto reflexión, tal vez el más arriesgado literariamente hablando, porque hace un llamamiento la especulación, aún desde parámetros científicos, no impuestos por certidumbre alguna. En cita recogida de Albert Einstein (1879-1955), el físico alemán observaba que “no creo en la educación; tú mismo debes ser tu único modelo(54), determinación que se complementa con el pensamiento aristotélico de “el que quiera instruirse debe, primeramente, saber dudar”, asumido también por Descartes (1596-1650); auténtico reto del hombre moderno –y libre-, y fin cada día más arduo en una sociedad que o bien ordena lo que se ha de pensar y sentir, o bien equipara la certeza con la asunción de determinadas actitudes totalitarias: “esa gente que al hablar del mar, no habla más que del mareo” (Chesterton, 383).

Como advierten Pauwels y Bergier, mientras los hombres alimenten el sueño de obtener algo por nada, como “dinero sin trabajar” (o expropiado a la población, caso de algunas economías populistas que para colmo son populares), así como “conocimientos sin estudio, poder sin conocimientos, o virtud sin ascetismo, florecerán las sociedades presuntamente secretas y de iniciación, con sus jerarquías de imitación y sus fórmulas(59).

Obra de Isamu Noguchi
Pero ciencia y técnica no son lo mismo. La técnica no sigue a la ciencia en muchos casos, sino que la precede, del mismo modo que la tecnología no es, necesariamente, una aplicación práctica o adecuada de la ciencia (72). A veces esto ha sido advertido a tiempo. Ejemplos de avances científico-tecnológicos abortados por resultar “demasiado crueles” (64) se contraponen a los tratados de alquimia que enriquecieron la química (111). Para el misterioso Fulcanelli, fuese quien fuese, la alquimia constituye el lazo con unas civilizaciones desaparecidas hace milenios e ignoradas por los arqueólogos (en el sentido de desconocidas). Y cuánto le debe la astronomía a la “irrisoria” astrología.

Tal vez la excesiva especialización de las disciplinas, consecuencia del fabuloso progreso contemporáneo, nos haya venido ocultando aspectos importantes del pasado. Como recuerdan los autores, lo esencial de una disciplina como la alquimia no sería la transmutación de los metales, sino la del propio experimentador. En este sentido, la norma del alquimista es el secreto, su ambición es de orden espiritual, y si la alquimia contiene un conocimiento de carácter científico, este –la transmutación de los metales- no es más que un medio para tener acceso a otros aspectos de la conciencia.

La alquimia de Carmelo Urso
El asunto es complejo pues aborda la naturaleza del ser humano en relación con lo mistérico, con aquello que se intuye o es percibido solo a ráfagas por nuestros sentidos (o por los sentidos de algunas personas). Ese impulso ha existido siempre y la mayoría de las veces –o las más honestas- de la mano del análisis empírico. Pauwels y Bergier ya entonces comentaban el hallazgo de lentes ópticas en Irak y Australia Central. Un ejemplo es el del ingeniero y arqueólogo alemán Wilhelm König (¿1906-1978?), que identificó unas antiguas pilas eléctricas en el Museo de Bagdad.

Además, algunos textos considerados como puramente folclóricos o mitológicos es probable que descansen sobre hechos reales –unos hechos interpretados de muchas formas-, mezclados con otros totalmente imaginarios. En este bucle de lo arcano, es forzoso preguntarse si en lugares como Marcahuasi, Tiahuanaco o Teotihuacán hubo un pueblo maestro o muchos pueblos autodidactas.

Según Carl Jung (1875-1961), acontecimientos independientes entre sí podían tener relaciones sin causa y ser, no obstante, significativos a escala humana (coincidencias producto de un fenómeno de sincronización) (237). Como ejemplo se cita la tradición que desde Grecia a la Polinesia, México o Escandinavia, refiere que los hombres fueron iniciados por gigantes (283). Para los autores, las citadas ruinas de Tiahuanaco dan testimonio de una civilización milenaria que en nada se asemeja a otras posteriores. Entre sus esculturas, figuraban imágenes del “toxodon”, animal cuya osamenta fue descubierta entre sus ruinas. A más de cuatro mil metros de altura, en los Andes, Tiahuanaco debió ser una de las más sorprendentes ciudades de nuestra civilización marítima.

Imagen del Toxodon por la Enciclopedia Británica
Enfrentándose además al hecho de que el género de la ciencia-ficción fuera tan despreciado por los sociólogos durante mucho tiempo, el texto de Pauwels y Bergier incluye relatos breves o fragmentos de obras de Arthur C. Clarke (1917-2008) y Walter M. Miller (1923-1996), autor del inolvidable Cántico a San Leibowitz (199). En el caso de Arthur Machen (1863-1947) incluso se ofrece una biografía.

Pero no son los únicos autores citados, como faros que alumbran las grietas de lo racional. También encontramos a Bulwer-Lytton (1803-1873), el autor de la espléndida Los últimos días de Pompeya, aquí por medio de su relato La raza que nos suplantará, junto a De la Atlántida a El Dorado, de Sprague de Camp (1907-2000), las contribuciones científicas de Willy Ley (1906-1969), y otros autores como los destacables Fred Hoyle (2015-2001; La nube negra), H. G. Wells (1866-1946; En los tiempos del cometa), H. Rider Haggard (1856-1925; La venganza de Maiwa), Eric Temple Bell, seudónimo de John Taine (1883-1960; El fluir del tiempo) o Hyatt Verrill (1871-1954; The Bridge of Light) (184, 410-411), sin olvidar la profecía literaria del oficial de marina mercante Morgan Robertson (1861-1915) con respecto al hundimiento del Titanic (367).


Mencionábamos anteriormente los, por desgracia, aún no extintos totalitarismos. El nazismo apoyaba una cosmogonía particular (la teoría del Hielo Eterno de Hans Horbiger, 1860-1931; pg. 271). Era contraria a todo análisis empírico y el que no la aceptaba era enemigo de una magia vista como único valor dinámico de los orígenes fabulosos de la raza aria (lo que Pauwels y Bergier denominan el socialismo mágico). Para Immanuel Velikovsky (1895-1979; Mundos en colisión), en sintonía con los fieles del hielo eterno, nuestros actos podían tener, además, resonancia en el cosmos, con lo que los nazis se apresuraron entonces a cambiar los métodos y direcciones de la ciencia, haciéndola reconciliarse, por la fuerza, con la astrología tradicional (296). Distinguían entre una “ciencia nórdica y nacionalsocialista” y una “ciencia judeo-liberal occidental”.

Es la vertiente deformada de lo fenomenológico. La Leyenda de Thule se remontaba a los orígenes del germanismo; se trataba de una isla desaparecida en algún lugar del extremo norte, centro mágico de una civilización extinguida, que a veces ha sido identificada con emplazamientos reales. Pero hubo otros elementos incorporados. Tanto en Europa como en Asia, la Cruz Gamada fue tenida siempre por un signo mágico (327).


Pues bien, al parecer fue el ideólogo Karl Haushofer (1869-1946) el que dio al grupo su verdadero carácter de sociedad secreta (de iniciados, en contacto con lo invisible, 324), proporcionando al nazismo su tergiversado componente esotérico, todo un ejemplo de apropiación ideológica. Son estas cuestiones que en El retorno de los brujos conviven con la referencia a un planeta desaparecido entre Marte y Júpiter (355) u otros ejemplos de sueños reveladores (368).

No en vano, podemos presuponer la existencia de otros mundos habitados y, como Pauwels y Bergier recuerdan, la primera regla de la etología es no perturbar a los animales que se quieren observar. Pero la vida, ¿ha nacido en la Tierra o ha sido depositada en ella? Acaso la inteligencia humana no sea la única que vive y actúa en el universo (incidiremos en este asunto en nuestra siguiente entrada de esta sección). Nos hallamos en un momento en que la complejidad de lo real debería modificar necesariamente lo que pensábamos de la naturaleza del conocimiento humano. “La experimentación parapsicológica parece demostrar que existen, entre el universo y el hombre, relaciones distintas de las habitualmente establecidas por los sentidos(366).

Una de las razones por las cuales una obra como El retorno de los brujos sigue estando vigente, es porque el mundo enunciado en sus páginas se ha desarrollado en estas últimas décadas con terrorífica exactitud. Pero, además, su (re)lectura proporciona el estímulo de la conversación libro-lector, una cadena de pensamiento que parece cada vez más quebrada.

Escrito por Javier C. Aguilera


2 comentarios :

  1. Agradecería información de obras de realismo fantástico como las de Pauwels y Bergier, las he leído todas y me interesan esos temas

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    1. Hola Postiguelli, te remitimos a nuestra sección Otros mundos, donde encontrarás algunos libros similares; por ejemplo, Las brujas y su mundo, de Caro Baroja.

      ¡Un saludo!

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