Robert Wise |
Como muchos aficionados saben, de entre todo el gozoso aluvión de invasiones extraterrestres que padeció nuestro planeta durante los años cincuenta –principalmente-, sobresale la de Ultimátum a la Tierra (The day the Earth stood still, Fox, 1951), dirigida por Robert Wise (1914-2005: otro personaje nacido en el año 14 que deseamos recordar), porque el visitante viene “en son de paz” y es portador de un mensaje que afecta a todos los habitantes de la Tierra, un mundo “siempre en tensión”.
La premisa sigue resultando atractiva y efectiva (¡aunque nada sencilla de cumplir: virtudes del cine!). La proposición, que incluye la detección de las emisiones de radio terrestres, tampoco excluye cierta ironía, ya que solo somos tomados en consideración cuando nos hemos convertido en una amenaza “estelar” grave. Es entonces cuando ellos deciden intervenir. Estaba claro que era solo cuestión de tiempo que se pusieran en contacto directo con la Tierra. Es un aspecto interesante que sobrevuela el argumento: en efecto, ¿y si entre tanto nos tuvieran en continua observación?
La premisa sigue resultando atractiva y efectiva (¡aunque nada sencilla de cumplir: virtudes del cine!). La proposición, que incluye la detección de las emisiones de radio terrestres, tampoco excluye cierta ironía, ya que solo somos tomados en consideración cuando nos hemos convertido en una amenaza “estelar” grave. Es entonces cuando ellos deciden intervenir. Estaba claro que era solo cuestión de tiempo que se pusieran en contacto directo con la Tierra. Es un aspecto interesante que sobrevuela el argumento: en efecto, ¿y si entre tanto nos tuvieran en continua observación?
Además, un elemento común a ambas especies, terrestre y extraterrestre, se entrelaza: el antropocentrismo de los terrestres, frente al antropomorfismo del extraterrestre; es decir, este último, que responde al nombre de Klaatu (Michael Rennie) y cuenta con unas características anatómicas que se corresponden con el “tipo humanoide”, ha de enfrentarse a una cerrazón de “tipo homo sapiens”, esto es, a la dificultad de los terrestres para trascender su propia naturaleza física y ontológica (a creerse los dueños del universo, vamos). No en balde, del discurso final de Klaatu se infiere algo que solemos olvidar, y es que nuestro planeta es tan solo uno más de la galaxia (aunque muy divertido, eso sí).
Esta sugerente y bien llevada línea argumental, por la que les somos a ellos completamente indiferentes, la corrobora el hecho de que Klaatu manifieste que no les interesan demasiado nuestros asuntos. Afirma que no ha hecho este viaje para solventar las “rencillas” típicas de los humanos, por lo que parece claro que es más difícil ponernos a todos de acuerdo -¡incluso estando de acuerdo!-, que acometer un viaje interplanetario de cinco meses.
En sus palabras de despedida -la ansiada reunión de personalidades que solicita-, el mensaje resulta interesante porque asume que “no pretendemos haber logrado la perfección”, pero añade que ellos han aprobado un sistema que garantiza la libre convivencia. Conociendo, como ahora conoce, al ser humano, Klaatu fundamenta sus palabras en hacerse respetar, algo que con los terrestres tal vez sí que funcione. En definitiva, la decisión compete a cada uno de nosotros.
En el audio que acompañó a la edición en DVD, Robert Wise pone de relieve la complicidad del director y ejecutivo de la Fox, Darryl Zanuck (1902-1979), durante la producción de Ultimátum a la Tierra, un hombre al que “si una película le parecía buena, le traían sin cuidado las ideas políticas”, y recuerda con admiración al gran Bernard Herrmann (1911-1975) y a Michael Rennie (1909-1971), “un actor nuevo”, fresco e inesperado (de cara a la interpretación).
También nos proporciona pistas acerca de su magnífico trabajo como realizador, al hablar del uso de storyboards –narraciones del guión en viñetas-, y de pasada, de su natural discreción: “no me gusta que la cámara llame la atención”. Recuerda su experiencia como montador, y más concretamente, la eliminación de una secuencia dentro de la película que nos ocupa, para así favorecer el montaje y el ritmo de la misma, aludiendo además a la importancia de dónde colocar música y dónde no. Todo lo cual, confirma la eficacia y total ausencia de megalomanía de Robert Wise como realizador y como persona.
Podemos añadir la espléndida labor fotográfica de Leo Tover (1902-1964), fundamental en la realización, pues su juego de claroscuros, de luces y sombras, propicia una atmósfera opresiva y realista, de igual modo que la partitura de Bernard Herrmann sostiene la baza de lo oculto y lo insólito, el componente fantástico.
Destacan igualmente en el relato el estupendo montaje paralelo que conlleva la notica del avistamiento, y las consecuencias de la posterior “prueba de fuerza” de Klaatu sobre el planeta Tierra.
Otros elementos irónicos los encontramos en ese encuestador radiofónico que retira el micrófono al extraterrestre cuando este se dispone a hacer un comentario más profundo de lo habitual o el hecho de que la prensa lo moteje como “El hombre de Marte” en sus titulares, mientras que en el medio radiofónico se le compara con un monstruo -¡con posibles tentáculos!-, dándose también por buena la procedencia venusina (una ironía esta más indirecta, puesto que en aquel momento no se disponían de todos los datos necesarios acerca del planeta vecino).
Podemos añadir las sillas dispuestas a modo de anfiteatro frente al autómata “sedente” Gort, una especie de policía, como confirma el propio Klaatu.
En todo el relato también tiene su importancia la visión de un niño (de los niños, en general). “Yo nunca te llamaría embustera”, le dice Bobby Benson (Billy Gray) a su madre, Helen (Patricia Neal), cuando se empecina en no creerle. Y es que la visión del adulto está dispuesta a encontrar soluciones “razonadas”, por muy irrazonables que estas resulten. Claro que peor será la del novio de Helen, Tom (Hugh Marlowe), que no perderá ocasión para sacar beneficio propio (no común).
Se libra de esta visión el científico encarnado por Sam Jaffe, el profesor Barnhardt, un émulo de la conocida figura de Albert Einstein (1879-1955). Consciente de que “el poder existe”, y de que conlleva una gran responsabilidad -algo de lo que carecen los políticos, y hasta los militares, supeditados a las órdenes de los primeros-, confía en que la advertencia del visitante complete una ecuación salvífica a nivel mundial.
Se libra de esta visión el científico encarnado por Sam Jaffe, el profesor Barnhardt, un émulo de la conocida figura de Albert Einstein (1879-1955). Consciente de que “el poder existe”, y de que conlleva una gran responsabilidad -algo de lo que carecen los políticos, y hasta los militares, supeditados a las órdenes de los primeros-, confía en que la advertencia del visitante complete una ecuación salvífica a nivel mundial.
Durante todo este tiempo, la nave del espacio permanece como un monumento de Washington más. Un monumento a la imaginación.
Escrito por Javier C. Aguilera
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