Música Inolvidable (LI): Mecano

25 febrero, 2024

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Ojeando por enésima vez un volumen recopilatorio llamado Discos que han pasado a la historia (Mondadori-Heineken, 2008), aunque el título es lo de menos: Discos que hay que escuchar o Las mejores canciones de no sé qué, me encuentro con una preponderancia de música anglosajona –buena, nadie lo duda-, que es muy definidora, sino del desprecio, sí del desconocimiento hacia el trabajo en otras lenguas, que continúan perpetrando algunos colonizadores de la cultura. Y no me refiero a los artistas latinos que consiguen un Grammy cantando en la lengua de Shakespeare (1564-1616) o de Cervantes (1547-1616), sino a la total y absoluta ausencia de composiciones en español en tales compendios. Fuera de España, quiero decir: sirva como ejemplo patrio el ya descatalogado Los discos esenciales del pop español (Lunwerg, 2010), de Jesús Ordovás (1947).


La cosa es tan chovinista, cuando no escorada políticamente hacia el sonrojo, que hasta perpetran esta “depuración” consigo mismos. En el volumen al que hacía referencia, no aparecen ni por asomo intérpretes tan esenciales y definidores como Frank Sinatra (1915-1998) o Barbra Streisand (1942), al margen de los gustos de cada cual, y sí conjuntos que incluso hacen doblete y acaparan un determinado estilo (el rock) sobre los demás. Pero el sur también existe. Bien sostenido por la lengua española, que cada vez se habla en más lugares. Formando parte de esta cultura, está la música cantada en nuestro idioma. Claro que nosotros mismos preferimos a veces premiar una progrez con evidente fecha de caducidad antes que la trayectoria de un Manuel Alejandro (1932).

En cierta ocasión, un idiota que tenía por compañero de clase, en los tiempos de la EGB, me afeó -o rio- la conducta por andar por ahí con una casete para el walkman, que era un recopilatorio de temas populares del momento (1986). Junto a autores en inglés, incluía canciones de Ana Belén (1951), Patxi Andion (1947-2019), Roberto Carlos (1941) y José Luis Perales (1945). El pobre diablo no entendía que todas las canciones eran buenas. De hecho, resulta que siempre me ha gustado escuchar desde Parálisis permanente hasta María Dolores Pradera (1924-2018), de David Bowie (1947-2016) a Demis Roussos (1946-2015). Y creo que he salido ganando.


A estas alturas no voy a descubrir a Mecano. Ni siquiera a redescubrirlo. Nos basta con comprobar que su música ha quedado. Como casi todo lo de los años ochenta. La primera vez que los escuché, curioso, fue en un recinto militar, el Club de los Mondragones en Granada, donde mis padres tenían por amigo a un teniente coronel jurídico, uno de los tipos más ilustrados para el cine que he conocido, y lo cierto es que aquello estaba bastante bien, había hasta cine al aire libre, y allí descubrí Dune (íd., David Lynch, 1984). Se trataba de la canción Me colé en una fiesta, perteneciente al álbum homónimo de Mecano, que dio origen a todo (CBS, 1982). Qué original y pegadizo sonaba. Un año más tarde le pedí a mi padre que me comprara el segundo disco, Dónde está el país de las hadas (CBS, 1983), que fue el primero que tuve (el inicial lo repesqué en casete).

A estos trabajos siguieron Ya viene el sol (CBS, 1984), irregular en su conjunto, quizá por ser demasiado seguido al anterior (este disco debió haber salido en 1985, con más tiempo de “procesado”), pero que aun así contiene temas tan magníficos como Hawaii-BombayBusco algo barato, Aire o El mapa de tu corazón. También el notable ejercicio electro pop de Japón.

La madurez llega con Entre el cielo y el suelo (Ariola, 1986), línea de una de las canciones, y que sigo considerando el mejor disco de su carrera. Admito que por motivos estrictamente personales, pero todos los motivos lo son. Luego vino el muy exitoso Descanso dominical (Ariola, 1988), donde ya se advierte una evidente indagación en diferentes estilos, aspecto que se transmitiría al último trabajo completo de la formación, Aidalai (Ariola, 1991). Sobresaliente en conjunto, a Descanso dominical solo le sobra la pánfila No hay marcha en Nueva York (nunca he podido con ella). Gracias a Dios lo compensan el resto de composiciones, entre las que destacan por méritos propios El cine, Los amantes, La fuerza del destino, la seminal Mujer contra mujer, que el grupo versionó en francés, Un año más, y las sentidas Eungenio Salvador Dalí y Héroes de la Antártida, con textos de Stefan Zweig (1881-1942).


Años más tarde apareció el recopilatorio Ana-José-Nacho (Sony-BMG, 1998), con algunas canciones nuevas que no estaban mal, y el pasar a la historia, parece que de una forma definitiva. Los enfrentamientos entre los hermanos Cano, José María (1959) y Nacho (1963), son legendarios, aunque no lo supimos hasta tiempo después. Entre medias quedaba la maravillosa voz de Ana Torroja (1959), perpleja ante la aniquilación de tanto talento. Nada volvió a ser lo mismo en los noventa, para casi ninguna banda de aquella época.

Los primeros álbumes se benefician de la frescura de los arreglos. El primero de ellos, con el concurso de Luis Cobos (1948); no olvidemos que fue el autor de la popular tonada para saxo Un paso más allá (1979), además de productor y arreglista de Joaquín Sabina (1949), Miguel Ríos (1944), Olé-Olé, Paloma San Basilio (1950), Pedro Vargas (1906-1989), Ana Belén (1951), Julio Iglesias (1943) o Tino Casal (1950-1991), entre otros. Todos estos trabajos siguen sonando bien. El álbum más tecno de Mecano tal vez siga siendo el de debut, en la onda de Oviformia SCI, La Mode, Soft Cell o Yazoo. Nada que envidiar a los álbumes británico-americanos, en cualquier caso. Me siguen gustando bastante los dos primeros discos, son definidores de una etapa difícil de repetir.

Todo este éxito levantó auténticas ampollas entre algunos de los grupos coetáneos de la segunda década prodigiosa. Aunque tengo muy claro que había lugar para todos ellos, es verdad que el primer dinero guardado era, por lo común, para comprar el disco de Mecano.


Del primer álbum entresaco un tema menos conocido, pero que siempre me ha impresionado, El fin del mundo, junto al instrumental Boda en Londres. Una sana costumbre esta de las composiciones instrumentales, aunque no se trasladara a todos los álbumes de estudio de la banda. Tal vez, el más emotivo de ellos sea el homónimo del disco de 1983. Aquí restallan con singular destreza las canciones Barco a Venus (generacional y conmovedora), Este chico es una joya (la ponía una y otra vez), El amante de fuego (me daba miedo), El ladrón de discos (me encantaba) y Un poco loco (a repescar).

Y como lo mejor es para el final, de Entre el cielo y el suelo, poseen para mí una especial significación Esta es la historia de un amor, No tienes nada que perder y 50 palabras, 60 palabras o 100. No obstante, todo el disco es una obra maestra, en contenido y forma. El más flojo y disperso me sigue pareciendo el último, Aidalai.

En suma. Un gran tesoro está aguardando en forma de canciones en español. Las hay para todos los gustos. Como todo tesoro oculto, permanece invisibilizado a ojos foráneos. Y en efecto, ninguna riqueza existe si no acaba por salir a la luz y resplandecer. La historia no se ha escrito únicamente en inglés.


Barco a Venus (1983)

No tienes nada que perder (1986)

Los amantes (1988)



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