Un monstruo viene a verme, de Patrick Ness

18 noviembre, 2016

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Cuando se erigió la frontera entre la infancia y el resto de edades, se tomaron decisiones sobre aquello que los niños debían saber y aquello que no. Incluso se planteó que el conocimiento sobre la muerte era uno de los pasos más importantes en la evolución de un niño. Esta sensibilidad en torno a la infancia se ha ido acrecentando con el tiempo, dado que en otras décadas la distancia de la infancia a temas que hoy nos resultan demasiado oscuros para esa etapa era ínfima. 

Por lo tanto, en muchas ocasiones, la forma que los niños y los jóvenes tienen para acercarse a lo que o bien se les oculta o bien no les resulta cercano es el arte. De ahí que suela ahondar en la orfandad de los protagonistas de las historias, en tanto que se muestra a un personaje independiente con los vínculos familiares rotos, unos vínculos que son vitales en esa etapa de la vida. Se muestra así que se puede superar su ausencia, pero sobre todo, que hay que vivir sabiendo que esa pérdida se puede dar. No obstante, esta reflexión suele darse de forma indirecta y también en un entorno de características mágicas. Y la mayor parte de las ocasiones no se ahonda en las vicisitudes psicológicas que atraviesa el personaje en evolución, algo más usual en novelas de calado realista, que tratan de explicar los cambios vitales que se producen en la primera juventud. 

En medio de este panorama, encontramos algunas obras que hablan a sus jóvenes lectores de temas que no siempre resultan sencillos, sobre todo cuando se embarcan en las ambigüedades de la realidad humana, donde no existen realmente polos maniqueos de buenos y malos o donde alguien puede desear dos cosas contradictorias entre sí y tener que asumir la angustia de la insatisfacción. Patrick Ness (1971) asumió la tarea de desarrollar la idea original de Siobhán Down (1960-2007), que ella no pudo escribir por su fallecimiento a raíz del cáncer que sufría, y publicó Un monstruo viene a verme (2011). Formado en la creación de literatura infantil y juvenil, el enfoque de esta obra lo llevaba a aunar realidad y fantasía para ahondar en la evolución de su joven protagonista en un momento crítico de su vida.

Patrick Ness y Siobhán Dowd
Conor, a sus trece años, debe hacer frente a una rutina alterada por la enfermedad de su madre. Rodeado de circunstancias desagradables, desde las responsabilidades acumuladas por la situación de su madre, pasando por la difícil relación con su abuela o con su padre hasta el acoso escolar y la visión indulgente de los demás, algo en su interior bulle y le invade de miedo. En su interior, una pesadilla le persigue. Una de esas noches, un monstruo surgido de un tejo llega a su casa para contarle tres historias a cambio de que Conor le cuente la verdad, su verdad, aquella que le persigue en su pesadilla.

Esta breve historia se bifurca en dos planos entrelazados. Entrelazados porque nos narran el fuero interno de nuestro protagonista. No importa lo que suceda fuera de los acontecimientos que rodean a Conor, pero el fragmento de su vida que nos relata la novela nos posiciona ante dos realidades de distinto calado: su rutina y su relación con un monstruo, cuya existencia se plasma como guía para alcanzar un objetivo. Como se llegará a mencionar en una ocasión, el monstruo viene para sanar, aunque para sanar aquello necesario, no simplemente lo que desearíamos. 

Ilustración de Jim Kay para la novela, que otorgan un carácter más artístico a la novela
Un monstruo viene a verme no se detiene a explicar la fantasía, ni siquiera nos ofrece una explicación en torno a si el monstruo existe realmente o forma parte de la psicología del personaje, porque no importa. Tampoco se centra en cuestiones médicas o en ofrecernos un drama sobre la enfermedad de la madre. Esta narración es la historia de cómo se afronta esta situación en la piel de un muchacho de trece años que recibe la atención de un monstruo, que bien podría haber sido una especie de psicólogo, para entender mejor el mundo que le rodea. La despedida de la infancia y una especie de bienvenida al complejo mundo adulto.

Para ello se recurre a tres cuentos, o más bien a dos y medio, dado que el último no es una narración independiente como los otros, donde se juega al despiste respecto a la expectativa del lector. De esta forma, se produce una ruptura con los cuentos clásicos, con las historias para niños, donde la bondad y la maldad quedan establecidas por patrones evidentes. Incluso Conor, que en las escenas junto al monstruo se muestra más elocuente, no dudará en compartir su malestar al encontrarse con esquemas que ya conocía (Todo esto suena a cuento de hadas), para acabar también descontento por su resolución a pesar de que no se trata de la historia que esperaba (Es una historia horrible) o precisamente porque no es la historia que creía que sería. Esto es primordial, dado que la novela logra un cometido doble: no solo rompe los esquemas de Conor como receptor de estas historias, sino también la de los jóvenes lectores que la lean y que comprenderán la reacción del protagonista. Y aún más, toda la obra nos arroja no una lección de calado moral, como sería lo usual, sino una reflexión sobre la culpabilidad, el dolor y los deseos inconfesables. Al final, nada es lo que parecía.


Cabe mencionar que el efecto de las historias en la realidad es gradualmente más profundo. Si en un principio tan solo parece ser una referencia a la entrada en la historia del personaje de la abuela, en el segundo caso, la reacción ante el final de Conor tendrá repercusión física y directa sobre su entorno, mientras que la última estará fusionada de forma completa. En ambas ocasiones, reflejo de la rabia, la impotencia y la ira contenidas.

Sobre el plano de la realidad, desfilan por el libro distintos personajes con una sucinta caracterización. Ahí tenemos a la abuela recta, antítesis del protagonista en un principio, al padre que trata de ser colega, pero sin llegar a interesarse por el auténtico interior del personaje, a una madre dulce que trata de proteger en todo momento a su hijo y otorgarle una comprensión infinita. En el ámbito escolar, los profesores, representados sobre todo por la señorita Kwan, se muestran indulgentes con él por su situación. Tampoco encontramos el apoyo de amigos, a excepción de Lily, personaje secundario al que Conor culpa de su situación pública y no es capaz de perdonar. En este sentido, se abre aquí una subtrama relacionada con la sensación de invisibilidad, de inexistencia, del muchacho, que en una retorcida historia de acoso, parece haberse sometido a Harry y aceptar sus golpes como un castigo que nadie más es capaz de otorgarle.


No obstante, en esta emotiva historia de superación y autocomprensión, con una curva desde la insatisfacción hacia la aceptación, encontramos una construcción narrativa simple. Al permanecer lo narrado supeditado a un tiempo concreto y breve, elidido en gran medida, el lector es el que acaba añadiendo emotividad al recrearse en sus propias relaciones personales, dado que en el libro no se elaboran demasiado.

Por ejemplo, la importancia del lazo materno-filial se consigue porque podemos proyectar nuestros propios sentimientos y podemos añadirle relevancia en tanto que comprendemos que Conor se ha criado con su madre tras la marcha de su padre a Estados Unidos, pero nada más. De esta forma, trata de conseguir un nexo de unión con un público (joven o no, no importa) que se sienta vinculado a las emociones del protagonista, sin asentar una construcción narrativa profunda.

Imagen de la adaptación cinematográfica
Como su protagonista, Un monstruo viene a verme es una obra bisagra entre dos tipos de obras asociadas a la infancia y a la adolescencia: los usuales cuentos de hadas de la infancia y las típicas novelas adolescentes que pretenden reflejar la realidad cotidiana de sus protagonistas, generalmente desde el punto de vista de un personaje concreto. Pero en este caso, sobrevuela la sencillez del cuento de hadas con los trazos psicológicos de la novela juvenil.

Por ejemplo, a pesar de que podemos elaborar en nuestra mente la personalidad del protagonista por su forma de actuar o de interactuar con otros personajes, apenas sabemos qué le gusta a Conor, cuáles son sus intereses o sus sueños. Tan solo existe una preocupación temática: el conflicto entre la realidad y el interior del personaje, pero de un personaje que solo existe en relación a ese conflicto.

En este sentido, la adaptación realizada por Juan Antonio Bayona le otorga un paso más, al concederle ciertos intereses artísticos, por ejemplo, que particularizan y hacen más creíble el retrato del personaje. 

Si bien la mezcla entre (supuesta) fantasía y realidad surge con naturalidad, como en el caso de otros autores de género, podemos recordar El océano al final del camino (Neil Gaiman, 2013), y la evolución del personaje principal se convierte en la piedra angular de la novela, no encontramos en la novela más que apreciaciones en su contenido. La narración de Un monstruo viene a verme es simple y no exige, sino que sitúa las frases clave y de mayor valor en los momentos precisos, por lo que acaba siendo una obra accesible y fácil para cualquier lector, especialmente aquí en atención a los jóvenes, su público objetivo. Por una parte, esto es un aliciente dada su buena combinación con los temas que trata, pero por otra quizás le resta en valor literario y en profundidad. Como decíamos antes, se convierte en una novela bisagra.

Debemos tener en cuenta que aunque una obra esté dirigida o pensada para cierto público, eso no la debe revestir de una pulcritud y sencillez narrativa que no exija ningún esfuerzo y que esté falto de cierta belleza. Con todo, hay que alabar ciertos fragmentos, la construcción de las historias del monstruo, que reelaboran y ofrecen un giro de tuerca a los típicos relatos infantiles y la decisión de crear un conflicto final que se resuelve de forma madura, todo encuadrado en una apertura y un cierre abruptos.


En definitiva, Un monstruo viene a verme tiene la gran valía de ser una obra valiente para romper con ciertas expectativas y acercarse a cuestiones que nos cuesta afrontar incluso como adultos, creando una realidad literaria poco idealizada. Sin embargo, ante un análisis meditado, nos puede dejar la sensación de cierto vacío en la construcción de la realidad que trata de sostener. Una propuesta muy interesante que se queda en una medida muy justa y que se erige como una enorme metáfora sobre nuestras contradicciones. Lo cual, cabe decir, no es poco.




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