Belfast, de Kenneth Branagh

18 septiembre, 2023

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Hay una frontera entre el mundo adulto y el mundo infantil que tratamos de mantener como Holden Caulfield, el protagonista de El guardián entre el centeno (The Catcher in the Rye, J.D. Salinger, 1951), trataba de proteger a los niños de caer en el precipicio en su soñado cometido. Las preocupaciones socioeconómicas y políticas, por su complejidad, solemos dejarlas fuera de la vida de los niños. Pero no podemos evitar que les afecten. En realidad, a pesar de nuestros esfuerzos, las preocupaciones que atañen a una familia acaben por filtrarse en los pensamientos de estos mismos niños. Todos somos hijos de nuestra época y vivimos las circunstancias que nos rodean con algún grado de impacto. Y cuando el tiempo transcurre, solemos crear un relato sobre cómo ha sido nuestra vida engarzada en la masa histórica de los grandes nombres y acontecimientos, es decir, vidas anónimas que forman millones de relatos desconocidos, la intrahistoria.

Por eso no nos debe extrañar que surja la necesidad de contar ese relato a los demás. Comentábamos al respecto en Los cuatrocientos golpes (François Truffaut, 1959) que existe esa necesidad de relatar lo que determinó nuestra infancia, en tanto que gran parte de nuestra identidad actual se definió entonces. De manera reciente, ha sido el director irlandés Kenneth Branagh (1960) el que ha echado la vista atrás para homenajear a su familia dentro de la historia convulsa de la Irlanda de los sesenta. Un director y actor que ha desarrollado una carrera a dos aguas, entre los encargos de estudios, como sus trabajos para Marvel y Disney, Thor (2011) y Artemis Fowl (2020), respectivamente, y sus obras más personales, como las adaptaciones de clásicos, siendo especialmente conocido por adaptar a Shakespeare con Enrique V (1989), Mucho ruido y pocas nueces (1993) y Hamlet (1996), y más recientemente por encarnar a Hercules Poirot en sus propias adaptaciones de las novelas de Agatha Christie (1890-1976), empezando por Asesinato en el Orient Express (2017). Sin embargo, a pesar de que es notable el gusto por lo teatral en sus obras, no habíamos percibido en Branagh una voz tan personal como en el caso de Belfast (2021).


Tras una breve introducción de imágenes actuales de la ciudad, la película torna en blanco y negro para llevarnos a 1969, como si hubiéramos viajado a ver una película en los televisores de la época. Un barrio que nos recuerda a los decorados de la época nos da la bienvenida mientras seguimos a Buddy (Jude Hill) jugando en la calle. Pero toda esa tranquilidad se trunca con el ataque de una serie de hombres a varias casas, provocando que cunda el pánico y que ese pequeño paraíso torne en infierno. Es el inicio del fin de la infancia de Buddy. En efecto, los conflictos entre protestantes y católicos en la Irlanda de los sesenta afecta de manera significativa a la vida de Buddy, trasunto del director. Y su familia, de fe protestante, se ve abocada a tomar una decisión, cada vez más presionada por su entorno.

De esa forma, la película avanza de manera paralela entre las pequeñas vivencias de Buddy, como un pequeño hurto en una tienda, su intento por mejorar en clase para sentarse cerca de una chica que le gusta, su afición por las películas, Star Trek o el teatro (únicos elementos con color en la película tras el prólogo), y el debate familiar sobre qué hacer mientras la presión aumenta. Ambas circunstancias, aunque sean paralelas, acaban afectándose mutuamente. No en vano, Buddy tiene que atravesar una barricada que se ha levantado en su calle para proteger las casas de los católicos, debatir sobre qué diferencia a los protestantes y a los católicos o plantearse cuál debería ser su bando o si ocurre algo si la chica que le gusta es católica. Hasta que finalmente llega el temor a tener que abandonar Irlanda del Norte y todo lo que conoce. La realidad comienza a entrar en ese mundo protegido que era el Belfast de su infancia, ese Belfast al que ya no se puede regresar pero que siempre estará con él.


A su alrededor, los adultos debaten sobre las circunstancias. El padre (Jamie Dornan) quiere mantenerse al margen de la situación y lo está al tener que trabajar en Reino Unido apartado de su familia, pero a la vez es tentado a unirse a las revueltas protestantes por Billy Clanton (Colin Morgan), que no deja de presionar a la familia o de intentar usar a los niños a su favor. Este personaje representará todo lo negativo de la violencia que detesta tanto la familia como el protagonista. No en vano, Branagh se toma la revancha contra este tipo de personas en la película con el choque final entre él y el padre de Buddy.

Ahora bien, no es este el retrato de una familia idílica. La madre de Buddy (una sublime Caitriona Balfe) intenta mantener a flote a la familia en medio de toda esa inestabilidad y sin tener claro cuál va a ser su futuro. Además, las deudas de su marido y su presión por salir de Belfast provocarán varias discusiones en la pareja que acaban por repercutir en sus hijos. Evidentemente, Branagh nos da un reflejo de los sinsabores cotidianos junto a los estallidos de felicidad. Así, todos comparten una comida familiar, celebran juntos un baile o salen a la calle a disfrutar junto a los vecinos, pero también mantienen posturas opuestas, discuten, los padres castigan a los hijos y la vida avanza. Un cuadro costumbrista de cotidianidad familiar en medio del caos revolucionario.

Como en muchos casos, la sabiduría la ponen los ancianos. Los abuelos de Buddy, encarnados por Judi Dench y Ciarán Hinds, serán los que mantengan más complicidad con su nieto, transmitiendo además algunas de las escenas más emotivas de la película, siendo remarcable la última conversación en el hospital o el propio cierre de la película. Sin duda, el homenaje más evidente de esta obra.


Era de esperar por parte del director que tendiera a recurrir a las técnicas más propias del teatro. Por eso, lo que suele destacar en Belfast son los diálogos frente a la acción. Su desarrollo esencial transcurre en las interacciones entre los personajes, para lo que Branagh despliega planos elegantes que están potenciados por la decisión de haber adoptado la fotografía en blanco y negro. También la música acompaña idealmente al ambiente, en esa mezcla de jazz, blues y música tradicional irlandesa que propone Van Morrison, también nacido en Belfast. Los solos de saxofón inundan las escenas y le otorgan una personalidad que es difícil encontrar en estos tiempos. 

En definitiva, Belfast es una película sencilla, que concentra su fuerza en el choque entre lo cotidiano y el impacto de la historia, entre la vida construida y los cambios que la transforman de manera irremediable, entre la inocencia de un niño y las decisiones de los adultos. Es un relato personal, pero que podemos sentir cercano, un canto hacia lo que se pierde y lo que permanece. No volveremos a pisar el Belfast que vivió Kenneth Branagh, pero nos lo ha regalado en forma de película.

Escrito por Luis J. del Castillo



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