Descenso a Egipto y otros relatos inquietantes, de Algernon Blackwood

22 septiembre, 2023

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Una sugestiva imagen, obra del alemán Karl Werner (1808-1894), de los casi inmortales Colosos de Memnon egipcios, constituye la antesala que anuncia el arcano de la vida en la recopilación de relatos del autor inglés Algernon Blackwood (1869-1951), Descenso a Egipto y otros relatos inquietantes (Valdemar, col.  Gótica, 2023). En traducción de Marta Lila Murillo (1968). Qué tendrán las antiguas piedras esculpidas que bajo su semblante duradero nos reclaman esa capacidad para asombrarnos ante el misterio, mientras nos recuerdan que solo estamos de paso.

El presente volumen, uno más de los dedicados a la labor literaria del siempre estimulante Blackwood, vuelve a concitar aquellos elementos enigmáticos a los que ya me he referido en alguna otra ocasión, donde la psicología se hermana con frecuencia con el terror, en tanto que otras lo acompaña en lontananza, allí donde la intuición puede acabar convertida en certeza, y las impresiones resultan más sentidas que observadas. Algernon Blackwood supo trasladar al lector al lugar donde confluyen realidad y paroxismo.

Hay quien afirma que una conmoción física puede hacer aflorar en determinados individuos unas posibilidades de la mente hasta entonces latentes, cualidades que habían permanecido ignoradas por su portador. También esto puede ocurrir al entrar en contacto con determinados objetos y lugares, por ejemplo, en forma de un legado inesperado. De este modo, en El país del jengibre verde (The Land of Green Ginger), el anciano señor Adam se ha convertido en un flagrante story-teller, tras adquirir con veinte años su herencia perdida, en un marco muy especial para un anticuario.

Así mismo, en Los condenados (The Damned), los hermanos Bill y Frances (Fanny), aceptan una invitación de la señora Mabel Franklyn, amiga de la segunda, para pasar un mes en su casa solariega y campestre, llamada Las Torres. Edificada sobre una colina de Sussex, Inglaterra. Mabel ha estado ausente de la vida social tras la muerte de su marido, Samuel. Un rico banquero evangelista. La viuda ha regresado tras un año de permanencia en el extranjero. La casa cuenta con un ama de llaves, la señora Marsh. A partir de ahí, Bill se convertirá en el atento narrador del autor. Reticente ante estas sensaciones, porque para algunas personas suponen un salto demasiado traumático en la compresión de la realidad; la realidad en toda su extensión. Yo deploraba, detestaba todo el asunto. Sin embargo, ese algo inquietante, llamado a ser leído entre líneas, revoloteaba por mi mente. Como telón de fondo, está el binomio campo-ciudad. Estar fuera de la urbe supone las más de las veces un cambio de escenario anímico más que paisajístico. De manera harto hábil, la alteración del carácter de las personas que habitan la casa, es percibida con anterioridad por Bill en la progresiva desfiguración de la propia vivienda. Ninguno de los dos (se refiere a su hermana), podía definirlo con exactitud. No escribí ni una sola línea en Las Torres. Nada se completaba allí. Abundando en ello, ¡qué pequeña es la humanidad!, ¿por qué no existe una combinación posible y verdadera de todas las perspectivas? En efecto, el protagonista se lamenta de nuestra natural cortedad de miras. La presencia de una pertinaz sombra hace preguntarse a Bill, si no es una casa encantada, ¿qué es?

De él se apodera una terrible tensión. La de la incertidumbre. Cuando sabes que algo verdadero está pasando, pero no lo puedes explicar, ni siquiera concretar. Habría dado cualquier cosa por tener una respuesta verdadera y satisfactoria. En su relación, no ya con la casa y el ambiente que la impregna, sino con los demás habitantes, señala que entendemos en los otros solo lo que tenemos en nosotros mismos.


Las meras intuiciones y vagas sugestiones van cediendo paso a la verosimilitud de una realidad extraña, al margen. Bill apunta el origen no a una, sino a varias influencias. Tal vez poseas una intensificación de ciertos sentidos de los que yo carezco, le dice a Fanny. Lo cual se hace extensivo a la dueña de la casa. Precisamente, la idea motriz y más atractiva del presente relato, es la presencia de una figura humana que actúa como vórtice, puerta de acceso o punto de encuentro hacia otros seres y entidades. El mismo sustrato que se exponía en Poltergeist, fenómenos extraños (Poltergeist, Tobe Hooper, 1982), pero dejando al lado la vistosidad de la fenomenología. Focalizando la apreciación paranormal en uno de los congregados (allí, una niña). De este modo, la narrativa queda envuelta en un velo de misterio y apreciaciones que, no obstante, conducen a un desenlace tanto físico como psíquico. El terror de Mabel ha revivido a los otros. Todos se congregan en dirección a esta pequeña luz, buscando una salida. De alguna manera, muchos de nosotros dejamos huella, en forma de pensamientos y actitudes, impregnaciones positivas o negativas, creencias religiosas, etc.

Este enfrentamiento abrupto con lo desconocido, evidenciado en primer lugar por una distorsión de la psique, es sustrato común en todos estos relatos. Así, un escocés soltero de mediana edad que se siente atraído por la figura de una escurridiza joven en las distintas recepciones sociales a las que asiste, se verá inducido al suicidio de forma casi determinista, en Una soga de tres cuerdas (A Threfold Cord). La experiencia de Malcolm Mc Quitie, tal como la relató, no parecía ninguna farsa, ni obra de su imaginación, ni un espejismo.

A continuación, conocemos a Binonitz, un paciente especial del doctor Plitzinger (de nuevo la mente como antesala de la alteración física), que forma parte de un grupo de viajeros rusos que están de visita curativa en Egipto. Tales son los prolegómenos de Las alas de Horus (The Wings of Horus), narración que forma parte de ese cúmulo de relatos, dentro y fuera de su autor, que podemos considerar desconcertantes por pesadillescos, en los que la aprensión trata de hacerse corporeidad, quedándose siempre en un umbral desvanecido. Cuentos indefinibles, más que indefinidos, y hasta cierto punto extravagantes. Inefables, aunque las palabras no falten o a veces acudan a borbotones. Es poner negro sobre blanco una experiencia difícil de transmitir si no se ha vivido en primera persona. En este caso, el reflejo de un desdoblamiento. Pero, además, en determinada escena, Algernon Blackwood nos invita a contemplar la vida como una fiesta de disfraces, equiparable a un baile de máscaras donde un hombre puede mimetizarse con un pájaro. Porque este tipo de relatos buscan más la representación de una atmósfera y estado de consciencia angustiosos, que la concreción de una narrativa de más cercana identificación para el lector.


Descenso a Egipto (Descent to Egypt) es la narración que da nombre a la compilación. Podemos considerarla una nouvelle, pues se trata de la exposición más larga de las contenidas en este volumen, buen ejemplo de relato de corte psicológico: del narrador que trata de entender a sus apesadumbrados y crípticos amigos, hasta cierto punto cautivos del hechizo de una tierra tan milenaria como la que bañan las aguas del Nilo. George Isley trababa de encontrarse a sí mismo. En estos momentos no tiene un hogar fijo, pero sí un imperioso afán de aventura. Hasta que se siente atraído por un anhelo interior, y no solo exterior (el conocer otras tierras), al constatar la posibilidad de haber dispuesto de otras vidas en el pasado. Una vida anterior que no encontraba alivio ni descanso en las cosas modernas. Es decir, un desubicado buscador. Atento a señales externas y visibles de este viaje interior y espiritual. La andanza es, por lo tanto, doble (externa e interna), pero siempre íntima y reservada. Nunca de un modo contrapuesto, sino complementario. Salvo para las personas que lo perciben desde fuera, los no iniciados. Aun así, es cierto que parece haber espacios más proclives a esta deriva de aventura. El Egipto antiguo yace a la espera (…) aunque esté muerto, sigue sorprendentemente vivo. Por mucho que las fachadas parezcan inertes y remotas, aún palpitan. En aquel desierto había una seducción de potencia inusitada. El desierto es contemplado como un ente vivo. Egipto observaba y escuchaba. Descenso a Egipto es, de esta manera, una narración tan sugestiva en su forma como desasosegante en el fondo. Repleta de frases estupendas, cargadas de significado. Microrelatos en sí mismos. La maquinaria mental de la medida del tiempo sufrió una dislocación. George debatía sobre la posibilidad de que los signos zodiacales fueran alguna clase de inteligencia celestial. La atmósfera de esta tierra majestuosa, hoy tan frívola, ayer tan inmensa, provocaba una elevación del horizonte espiritual, que revelaba posibilidades asombrosas.

Podemos referirnos a tres vértices en este relato dolorosamente iniciático. El primero es la cita a Akenatón (1372-1336 a. C.), y todo lo que le sobrevuela. No es la única. La Era de Acuario se avecina (ya estamos padeciendo su frialdad técnica). Y el Kybalion (The Kybalion, 1908). Lo que es arriba es abajo. Segundo. El aislamiento general de quien accede a este conocimiento particular, estrictamente personal. El narrador, curiosamente sin nombre, y sus amigos George Isley y Moleson, habían revivido un poder que los arrastraba hacia atrás. No es un regreso al terror de lo ancestral, sino a la fascinación del pasado histórico y privativo, hasta sus más exhaustivas consecuencias. Esto es, a nuestras vidas anteriores. La regresión no es entonces una experiencia estrictamente terrorífica, aunque infunda el miedo lógico a lo desconocido, sino algo anhelado. Un escindirse del presente. Pasar a otro lugar involucra a la traslación, no a la extinción. Estos símbolos medio en ruinas están en contacto con aquello que fue. ¿Dónde radica entonces el peligro? En que el alma adopta las cualidades de la deidad que venera. Algo bueno o malo, según se mire, y sea la deidad. Lo más parecido a una distorsionada realidad virtual. Una carcasa física sin deseo espiritual, a eso pueden quedar reducidos Moleson e Isley, una vez han decidido que sus almas vivan en el pasado, en la tierra de los ancestros que fueron ellos mismos. A fin de cuentas, ¿qué son presente y pasado, sino una simultaneidad cuántica?

Ítem más. Los átomos de los que estamos compuestos, ¿pueden reaccionar mal ante los de otra persona, como si sufrieran una aversión, física en este caso? Interesante premisa que articula Química (Chemical). ¿Son la repulsión y la atracción un mero asunto de química corporal? El joven Jim se hace estas mismas preguntas, al tiempo que efectúa una serie de indagaciones en el Museo Británico, en nombre de un escritor para el que busca cierta documentación, mientras se aloja en la pensión de la señora Smith. Con un abordaje novedoso, fundado en la original plasmación de la relación entre el protagonista de los hechos y el narrador de los mismos, amigo del primero, se logra hacer más interesante un planteamiento que ha sido abordado en multitud de ocasiones: la presencia fantasmal que, al parecer, solo uno de los personajes advierte. Y subrayo al parecer, porque a lo mejor los otros se han decantado por el silencio…


Un nuevo espacio que aloja lo inusitado, convirtiéndose en refugio de prácticas ocultistas, lo encontramos en El caso Pikestaffe (The Pikestaffe Case). Helena Speke posee una exclusiva casa de huéspedes. Acoge al profesor de matemáticas –y algo más- John Thorley. En tan reducido contorno se desarrolla la amplitud de conocimiento hermético y cósmico de un universo paralelo, reflejado en un espejo, superficie siempre sugerente. Una dimensión a la cual se ha trasladado Thorley en compañía de su aventajado alumno Gerald Pikestaffe. A los dos se los da por desaparecidos.

Finalmente, Juego de pelota (Playing Catch), es lo más parecido a la descripción de un viaje astral filosófico. No se trataba de una alucinación en la que estas facultades quedan en suspensión. Era un fenómeno honesto y genuino, declara sir Anthony, uno de los intervinientes. La pelota que indica el título es equiparada con la luna.

Para la práctica mentalista, todo es mente. Visible e invisible. Esto ya lo sabía Algernon Blackwood. Uno de esos escasos autores de género esotérico que sabía de lo que estaba hablando.



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