Sing Street, de John Carney

22 marzo, 2021

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Conforme crecemos creamos la banda sonora de nuestra vida. Pero seguramente la época más crucial para empezar a disfrutar de la misma de una manera personal es la adolescencia, cuando comenzamos a sentirnos interpelados por las letras y cuando empezamos a indagar en nuestra propia música. Una época conflictiva, pero decisiva para formar la personalidad. De entre los directores que más ha ahondado en la relación de la vida con la música encontramos a John Carney (1972), músico en origen que nos ha entregado la que podríamos considerar una trilogía de obras sobre la creación musical, sobre personajes que se sienten ligados irremediablemente a la música y sobre cómo esta evoluciona junto a sus cambios vitales. Estas obras son Once (2011), con la que le llegó la fama, Begin Again (2013), que refleja su paso por Hollywood, y Sing Street (2016), realizada tras regresar a Irlanda y que supone una visión nostálgica de los ochenta junto a un deseo esperanzador y rebelde de futuro.

Nos situamos en una grisácea Dublin a inicios de los ochenta. Conor (Ferdia Walsh-Peelo) es un adolescente que es testigo de cómo su vida se resquebraja. Debido a la crisis económica que azota a Irlanda, en general, y a la familia del protagonista, en particular, Conor se ve obligado a acudir a un nuevo centro escolar donde se sentirá oprimido por sus compañeros y, también, por el propio director. A ello se suma la separación cada vez mayor entre sus padres. Su única vía de escape son las conversaciones con su hermano mayor sobre grupos de música y la llegada a su vida de Raphina (Lucy Boynton), una misteriosa y atractiva chica de la que se sentirá atraído. Sin embargo, para intentar sorprenderla, le hará creer que lidera una banda como vocalista y que van a grabar un videoclip en el que ella puede participar. Este es el punto de partida para el nacimiento del grupo Sing Street.


Sin duda, nos encontramos ante un coming-of-age en el que se nos relata la formación de la personalidad de Conor gracias a la creación de su grupo, conformado por marginados y alumnos excéntricos de su nuevo instituto. Con ellos, logrará crear un proyecto ilusionante, invadido de luz y modernidad, imitando los modelos de moda y variando su estilo con los cambios propios de la adolescencia. Pero, sobre todo, gracias a todo ello, Conor se fortalecerá para hacer frente a las desgracias que asolan su vida. Comparte cierta similitud con Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000), variando la danza por la música, en tanto que logra entroncar la evolución de su protagonista en un ambiente gris y decadente.

Debemos tener en cuenta que el ambiente que refleja la película desprende tristeza y anquilosamiento. El entorno irlandés está alejado de la festividad y el futuro espera más allá del mar, como señala Raphina en su sueño de marcharse a Londres. Los personajes secundarios viven presos de sus vidas: un matrimonio incapaz de separarse definitivamente, pero con fuerzas para discutir diariamente e intentar aparentar normalidad ante sus hijos, un hermano incapaz de seguir sus propios consejos y encerrado en una oportunidad perdida, una chica que confía en la primera mentira de un aprovechado y un abusón que arremete con los demás para justificar su propio sufrimiento. Este ambiente opresivo se refleja a la perfección con la institución a la que acude el protagonista, no hemos añadido "educativa" porque poca relación tiene ese edificio con este adjetivo, como bien se encarga de subrayar la obra. Aunque algo manido, estamos de nuevo ante la figura opresiva del profesor, en este caso director del centro, que, para colmo, es también sacerdote.


La educación religiosa queda reflejada como opresiva y poco alentadora. Desde las escenas iniciales en que Conor se adentra en el instituto se aprecian el desorden y la falta de disciplina entre los alumnos, a pesar de que las normas del centro son estrictas en cuanto a vestuario, por ejemplo, como remarca la apreciación que el director le hace a Conor sobre sus zapatos. En el fondo, el director no cree en la educación, porque cuando alguien es capaz de saber la respuesta, lo desprecia aún más, remarcando las bajas expectativas que tiene sobre la docencia y el aprendizaje de sus pupilos. Sin embargo, no dura en acabar minando a quienes se salgan de sus límites, con un castigo físico que nos retuerce las tripas, llegando a humillar de forma deplorable. Por suerte, nuestro particular héroe y músico se resarce poniendo en evidencia a los villanos, incluso convirtiendo comprendiendo al abusón.

En este sentido, la música no se convierte en una forma de evasión, sino en una vía de conocimiento para el protagonista. Aunque todo surge como una excusa para acercarse a la chica, al final será la forma de expresarse, de comprender el mundo y de crear una identidad. Conor empieza a fortalecerse a través de la música que oye y que crea, haciendo frente a sus problemas, traduciéndolos en canciones con Sing Street y logrando crecer hasta que tome una decisión definitiva al final de la película. El muchacho tímido y algo apocado del principio va así liberándose de sus ataduras hasta convertirlo en un valor incluso temerario al final.


Además, las canciones originales que nos aporta la película se engarzan también con el desarrollo del personaje, que como todo adolescente va cambiando de grupo favorito conforme gasta las canciones que oye. Ya sea por influencia fraterna o por la moda del momento, nuestro protagonista homenajea en sus canciones distintos estilos imitando a grupos exitosos de aquellos años que se mencionan directamente, en una clara referencia del director a la música de su juventud: Duran Duran, Ahá o The Cure son algunos de los mencionados, y sus estilos, tanto musicales como visuales, son homenajeados por los personajes.

En definitiva, Sing Street es una historia de un joven que encuentra su camino gracias a la música. Una historia que parte del cliché del chico conoce a chica para lanzarnos a un homenaje musical a las bandas de los ochenta y también a la manera en que estas se formaban desde la adolescencia y la experimentación, todo ello sin dejar de lado cierta crítica social ni el desarrollo, aunque algo parco, de las distintas subtramas. Incluso con alguna secuencia poética, como los hermanos observando a la madre desde la escalera o el viaje en tren del grupo, y algunos guiños graciosos a un modo de vivir que se ha perdido en el mundo actual. 


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