Billy Elliot, de Stephen Daldry

29 diciembre, 2018

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Durante toda nuestra vida tratamos de definir quiénes somos. Es una constante búsqueda que nunca nos ofrecerá un resultado satisfactorio, porque una respuesta simple no nos debería valer nunca. Ahora bien, si hay un período de la vida en que se nos empuja a buscar esa solución o, por lo menos, a iniciar el camino que deberemos atravesar durante toda nuestra vida es la adolescencia. Lo habitual en ese principio del camino es que nos trate de orientar, aconsejar o incluso obligar a ir en alguna dirección. Tener voz propia para tomar nuestras decisiones y romper con las barreras que la sociedad, nuestras personas cercanas o nosotros mismos nos imponemos, es complicado, pero a veces necesario para acabar obteniendo la ansiada solución del desarrollo personal más satisfactorio. Este es el tema principal de la exitosa película Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000).

Nos situamos a mediados de los años ochenta en el condado de Durham (Inglaterra), en un barrio obrero que vive en tensión por la huelga de los mineros. Una de esas familias son los Elliot, marcados por la ausencia de la madre, fallecida, y por la huelga, dado que tanto el padre, Jackie (Gary Lewis), como el hermano mayor, Tony (Jamie Draven), son mineros que se manifiestan y que, por tanto, obligan a la familia a sobrevivir con lo básico, al no disponer del sueldo habitual, a lo que se suma la demencia de la abuela (Jean Heywood). El retrato de esta situación se marcará desde el principio mostrando el interior de una casa pequeña y modesta, donde todo se apila en desorden. En medio de este ambiente gris encontramos a Billy (Jamie Bell), el hermano pequeño de once años que tiene un carácter más sensible y que trata de encontrar su identidad y su propia voz, aunque con cierto miedo y frustración.


Mandado por su padre, Billy acude a clases de boxeo, a pesar de que, como comentará con su mejor amigo, Michael (Stuart Wells), no le agrada. En una de esas sesiones, por pura azar, contemplará una clase de ballet que imparte la profesora Georgia Wilkinson (Julie Walters). Tras quedar fascinado por la danza, se unirá a sus sesiones sustituyendo el boxeo por el ballet a espaldas de su padre. Gracias a su constancia y esfuerzo, mejorará día tras día, pero sin poder impedir debatirse entre el miedo a ser descubierto, las dudas sobre lo que está haciendo, al romper con las estrictas (y tontas) divisiones establecidas por la sociedad, y la frustración por estar atado a unas circunstancias que le impiden ser él mismo, como demostrará cuando se enfrente tanto a su profesora como a su padre o a su hermano. Su esperanza residirá en una prueba para acceder a una prestigiosa escuela de danza de Londres, aunque ello suponga dejar a su familia y romper con unas limitaciones impuestas por los demás.

Todo el recorrido que realiza Billy Elliot es un camino de aceptación. Todos los personajes viven insatisfechos con su situación vital o se sienten perdidos. El protagonista vive rodeado de un entorno que no le permite respirar en libertad, se siente como una decepción para su padre, siente limitado su dolor por la pérdida de su madre, incomprendido y desconectado de su hermano e invertido en su rol con respecto a su abuela, que será quien le necesite en lugar de ser él, como niño, quien sea cuidado; sin embargo, cuando decida adoptar una decisión firme para apostar por la danza, será cuando encuentre la libertad ansiada, una libertad que solo se ve restringida por las opiniones ajenas.


Resulta obvio que uno de las temas primordiales que aborda la película es el estereotipo de género. La primera barrera que debe romper Billy es comprender que la danza no es exclusiva de las niñas, algo que se reafirma rápidamente gracias a la insistencia y la conversación con Debbie (Nicola Blackwell). Curiosamente, tan solo es el propio Billy quien tiende esta primera frontera a superar, porque será acogido y aceptado con facilidad por el resto de alumnas y por la profesora Wilkinson, que lo tratará con la misma dureza que al resto de sus compañeras, pero sin plantear ninguna restricción por su género. A su vez, se confunde esta situación con la sexualidad de Billy, quien se define como heterosexual a pesar de que la familia considerará que el ballet es para maricas o que incluso su mejor amigo, Michael, que demuestra de forma evidente ser homosexual y estar enamorado de Billy, crea que él también es gay por gustarle el ballet. Ambos casos serán superados satisfactoriamente cuando acepten la determinación del protagonista, en el caso de la familia, que acabará por apoyarlo, o cuando consigan mantenger una amistad cercana y cariñosa, pero no romántica, en el caso de Michael. El protagonista no dudará en intentar hacerle cumplir sus ilusiones en una bella escena en el gimnasio, pero manteniendo las oportunas distancias.

Cabe destacar también cómo Billy se enfrenta a todos los demás personajes, incluyendo a su profesora, mostrando un difícil carácter, propio ya de la pubertad (algo que se aborda también en el terreno sexual, con la homosexualidad de Michael ya mencionada o con una escena con Debbie en la que se deja caer el fin de la infancia de ambos cuando perciben un interés más sensual mutuo) y de la sensación de pérdida que tiene. Aunque en los diálogos se trata de ironizar con la muerte de su madre, incluso cuando tras leer su carta de despedida, se medio burla de la misma, lo cierto es que su sombra se proyecta en las decisiones de los personajes. Así Tony comentará que ella le hubiera dejado como argumento para apoyar la decisión de su hermano menor. O la triste escena en que, movidos por la necesidad, el padre destruye el piano que había pertenecido a la madre, mostrando después su arrepentimiento y tristeza. Además, la señora Wilkinson no servirá de sustituta o de figura materna, pero sí como impulsora de un carácter autocrítico por parte de Billy, siendo una profesora estricta, pero cercana y comprensiva, capaz de romper barreras para lograr que su alumno triunfe. Quizás se trata del personaje menos explorado o con menor evolución, dado que, como los demás, se encuentra sumergida en la insatisfacción.


Al otro lado situamos a la familia, cuya trama servirá de fondo social, pero que también tendrá su propia evolución e importancia. El padre y el hermano están en huelga y acuden a las manifestaciones como piquetes. Sin embargo, desde un principio se muestra una diferencia clara entre ambos: Tony, el hermano mayor, es más iracundo y agresivo, mientras que Jackie se encuentra más derrotado y perdido, rendido quizás por su situación personal tras haber perdido a su esposa. Tony incluso acusará a su padre de este hecho casi al inicio de la película, queriendo mostrar casi cómo ha perdido su masculinidad y retirándole la categoría de ser la cabeza de la familia. En este sentido, resulta sorprendente la evolución del padre, que efectivamente comenzará su rendición cuando acepte la determinación de Billy y decida unirse al otro bando, al de los esquiroles, para conseguir un medio para ayudar a su hijo a cumplir su sueño. Todo ello a pesar de que en origen los dos se oponían de manera rotunda a la afición de Billy, incluso de manera violenta. Al final, cuanto más apuesten por su individualidad como familia, más se alejarán de su contexto social, hasta que la felicidad de Jackie en el tramo final contraste con la derrota del sindicato. La secuencia del montacargas es rotunda para mostrar el sacrificio que han asumido Tony y Jackie por lograr un futuro mejor para Billy.

La unión de ambas tramas está bien lograda y se muestra con bastante acierto el contraste entre la felicidad de Billy bailando en medio de un barrio empobrecido y marcado por la huelga, o la conversación con el señor Wilkinson, burgués acomodado en el paro. Además, las coreografías también se dan en la trama social, sobre todo en la espectacular secuencia en que Tony huye del gran despliegue policial de la ciudad, donde se combinan algunos planos secuencias con la visión que tiene Billy de la situación desde las alturas. Se notan las limitaciones técnicas de la película, pero se compensa con la entereza de los actores al interpretar a los personajes y las coreografías bien insertadas, sin llegar a convertir la película en un musical. Con todo, en ocasiones es algo precipitado en su desarrollo, incluso el cambio de Jackie, el padre, aunque bien narrado, puede parecernos algo súbito.


Sin duda, Billy Elliot cuenta entre sus virtudes su capacidad para tocar diferentes temas con una visión moderna, pero también cruda, siendo una película no excesivamente sencilla, pero bastante eficaz para llegar al gran público. Una historia agridulce de superación y sacrificio que sirve de reflejo para muchas situaciones familiares y personales.


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