El autocine (LXXIX): Los gigantes de la Tesalia, de Riccardo Freda, y Los titanes, de Duccio Tessari

15 noviembre, 2020

| | |

¿Qué sentido tiene en la actualidad la elaboración de algunos remakes? En el caso de El enigma de otro mundo (The Thing from Another World, Howard Hawks & Christian Nyby, 1951) y La cosa (The Thing, John Carpenter, 1982), por citar solo un ejemplo, está claro que se procedía a una reescritura del original, que no invalidaba la anterior, sino que se edificaba sobre la misma. Algo que no es equiparable a otras versiones llegadas o por venir, absolutamente innecesarias, entre otras cosas por el mero hecho de incluir un leve matiz no contemplado hasta la fecha, caso de Rebeca (Rebecca, Ben Weathley, 2020) o West Side Story (Íd., Steven Spielberg, 2020). Máxime si tenemos en cuenta la cantidad de relatos susceptibles de ser llevados al cine con manifiesto interés. Alguien debería explicarle al señor Spielberg que no es necesario que nos regale una nueva versión de cada película que le ha conmovido de niño o adolescente, porque determinadas obras están muy bien cómo están (la actitud realmente comienza a tocarme las narices, aunque es muy americana por otra parte: tan solo vale lo novedoso, lo más actualizado por la tecnología).

Por el contrario, existen producciones que, al margen de sus carencias presupuestarias, se las apañaron para hacer de las necesidades una virtud, y regalar al espectador -de cualquier época- una vistosa amalgama argumental; en esta ocasión, de los mitos grecorromanos. Un batiburrillo textual, si se quiere, pero en sana -y pecuniaria- actitud ecléctica, que entona el mito, mito, gorgorito de forma alegre y gozosa (que en esto los italianos siempre han sabido sacar partido a sus polimorfas “explotaciones”).

Verbigracia, los dos títulos que hoy les presentamos, y que se adscribían al popular género del péplum.

En el mundo clásico los mitos abundan, por lo que no es descabellado echar mano de las aventuras de Jasón, Ulises, Hércules, Perseo o cualquier otro, para confeccionar una trama. Con esto no quiero decir que dichos relatos no puedan volver a ser abordados, sino que las nuevas copias con marbete políticamente correcto, enseguida pasan de moda, por mor de su caducidad (la que consiste en poner por encima de la inspiración artística la ideológica).

Los gigantes de la Tesalia (I giganti della Tessaglia, Filmar, 1961), respondió al subtítulo de Los Argonautas (Gli Argonauti). Fue escrita por Giuseppe Masini (-), Mario Rossetti (-), Ennio de Concini (1923-2008) y el realizador de la película, el solvente Riccardo Freda (1909-1999). En los títulos de créditos distinguimos a un descollante Carlo Rambaldi (1925-2012), en lucha con los muy especiales efectos mecánicos.

La acción a raudales se sitúa en el año de gracieta de 1250 a.C. Jasón (Roland Carey) es el joven rey de Tessalia, pero se haya “de viaje” en estos momentos. Razón por la que ha cedido el trono, de forma provisional, a su primo Adrasto (Alberto Farnese). Sin embargo, provisional no es una palabra que figure en el diccionario de Adrasto, que una vez ha probado las mieles del poder, es capaz de conspirar y perder cualquier atisbo de escrúpulo para atesorarlo; por algo dispone de toda una cohorte de palmeros y “asesores de imagen”, en los Hombres del Consejo.


A cargo de Adrasto han quedado la esposa de Jasón, Creusa (Ziva Rodann), y su hijo pequeño. Descorrido el velo de la insidia hipócrita, la consorte se las ve y se las desea para escapar de las garras del pérfido gobernante.

El caso es que Jasón ha puesto rumbó a Cólquide, en la actual Georgia (Europa), a bordo de su navío Argos, en pos del Vellocino de Oro, tal cual lo narró Apolonio de Rodas (295-215 a. C.). Esta piel asombrosa y refulgente es un don de Zeus, el rey del Olimpo, y su obtención reviste al afortunado de la legitimidad de la condición real, en un apunte de autoafirmación estrictamente ariano. De cualquier manera, aunque no se sabe exactamente qué fortuna depara, se va en su busca porque está ahí.

Riccardo Freda procede conforme a derecho. Primero, la exposición de los hechos; es decir, el drama del pueblo de Yolco, en Tesalia (Península balcánica). Allí, Adrasto se revela como un traidor, considerando enemigos a los rivales, cual si fueran los contendientes de una beligerante región vecina, en lo que también es la clásica doble moral del gobernante y usurpador (haz lo que yo diga pero no lo que yo haga). Así procede con Creusa o con Avante, el impedido constructor del Argos (Massimo Pianforini). En tanto que la esposa aguarda, en situación análoga a la de Ulises y Penélope en La Odisea.

Freda introduce una puesta en escena en cinemascope que completa las carencias del plano por medio del humo, imágenes superpuestas o la disposición de los personajes dentro del encuadre. Y como en un principio siempre fue la palabra, los envites lingüísticos no faltan en una tripulación del Argos que se muestra cansada y descontenta (como los soldados de Alejandro en Asia), además de presta al motín. Sobre todo, después de una dura tormenta. Por descontado que estos avatares pueden ser vistos como una metáfora del propio existir, y de la lucha por la conservación de la libertad individual, aun formando parte de un grupo.


Estamos, en efecto, en el mundo antiguo -y cinematográfico- de las plegarias a los dioses, el aplacamiento de las entrañas de los volcanes y las traiciones amorosas o fraternales. Tiempo de torsos desnudos y exóticas danzas. Una cuestión de principios y justicia para Jasón y su tripulación, compuesta por hombres valerosos aunque falibles, como Orfeo (Massimo Girotti), príncipe de Esparta; Laertes (Paolo Gozlino), Argo (Alfredo Varelli), hijo de Avante, o el enamoradizo Euristeo (Luciano Marin, aquel simpático muchacho de La conquista de la Atlántida [Ercole alla conquista di Atlantide, Vittorio Cottafavi, 1961]), que se ha quedado prendado de la princesa Aglaia (Cathia Caro). La discusión inicial de la tripulación se centra en si existe o no la Cólquide a tales alturas. Pero el destino interviene en forma de un timón que se bloquea y que los conduce hasta una misteriosa isla poblada exclusivamente por mujeres. No cualesquiera mujeres, por descontado.

Aquí intervienen pasajes especialmente logrados, como el de la ciudad en la que los ciudadanos huyen despavoridos, ante la venida anual de un monstruo parecido al Cíclope, o la transformación de unas jóvenes hechiceras en ancianas -nueva alegoría que alterna con la realidad-; y viceversa. Circunstancia que nos recuerda el nudo fundamental, aunque vedado, de la espléndida Los vampiros (I vampiri, 1957). Un conjunto que nos lleva a recalar en la interacción entre el mundo de los vivos y el de los muertos, entre los mitos y la realidad, el bien y el mal, la flaqueza y la lealtad; elementos sumamente atractivos y expuestos en la anterior película de Freda, y en el género fantástico en general.

Cualquier viaje o trayecto está salpicado de dificultades e infortunios, pocos son los que podemos catalogar “de placer”. Por eso mismo, en este bregar, el cumplimiento de un oráculo -un destino- no queda libre de resolución personal. En Los gigantes de la Tesalia subyace la idea de una valerosa búsqueda, de transmisión individual, como ilustran las competentes y conclusivas imágenes de Jasón escalando la estatua del gigante donde reposa el Vellocino.

La segunda película a la que me voy a referir hoy es Los titanes (Arrivano i titani, Cinedis, 1962), nueva amalgama temática, más dicharachera incluso que la anterior. Dirigida por Duccio Tessari (1926-1994), el sincretismo y el desparpajo arriban a unas costas donde el rey de Creta ha sido amonestado por los dioses. En esta ocasión, no les falta razón, pues el monarca se ha conducido como un egocéntrico acaparador. Ante las advertencias de las divinidades -de un orden superior, pero no más avanzado, matizaría yo-, Cadmos (Pedro Armendáriz) reacciona autoproclamándose dios él mismo, y expulsando a todo el Panteón de sus dominios (¡qué poco cambia la naturaleza e historia del ser humano!). Algo así como un pacto con el diablo es lo que perpetra este ambicioso y teocrático soberano, un acto por el cual se le confiere la facultad de la invulnerabilidad, merced a un vapor sagrado. Pero como dice el sacerdote real (un entreverado Fernando Rey), cada uno tiene su talón de Aquiles; esta vez, en la figura de Antiope (Jacqueline Sassard), la hija de este rey de Creta, de dieciocho años de edad y, lo que es más importante, con independencia de pensamiento.


En su día, los Titanes del título también se enfrentaron a los dioses, y yacen encadenados, postrados, en el interior de una cueva anexa al Hades. Pero Júpiter (Zeus) les da la oportunidad de redimirse a través del más joven de todos ellos, el joven Krios (Giuliano Gemma), convertido en hombre, es decir, en un ser vulnerable. Pese a todo, se nos da a entender que, a pesar de ser el más joven, es el más inteligente e ingenioso. Y en efecto, su más preciada defensa será el ingenio. Además, de forma claramente visual, es el único personaje rubio del grupo.

Entre tanto, y como de costumbre, el pueblo aguarda anestesiado o en silencio. En este sentido, es Krios el que viene a remover las conciencias, procurando espantar el conformismo afín al totalitarismo. Por ello, lo primero que hacen las autoridades al servicio del regente, en cuanto Krios pisa suelo cretense, es impedirle hablar y tratar de encarcelarlo. No obstante, en Creta, el titán hace amigos que serán fundamentales. Gente como Aquiles, que es mudo (Gérard Séty), o el fortachón Rator (Serge Nubret), un luchador de color.

Por su parte, Krios resulta ser un saltimbanqui de primera, en la línea aventurera del acrobático -y magnífico actor- Burt Lancaster (1913-1994); con un remedo de Espartaco. No está mal para ser un mortal.


Escrita nuevamente por Ennio de Concini y el realizador, Los Titanes despliega encanto material y buenaventura sobrenatural. Como son los pretéritos literarios del ser humano. Curiosa ocurrencia es la de los vapores que proporcionan el revestimiento sobrenatural en el Hades, como se verá en la batalla final. O los antecedentes del amor cortés. Dada su juventud, Antiope es una lega en las cuestiones del amor (no eran los jóvenes como lo son ahora). De hecho, siempre ha vivido enclaustrada, como recuerda su cuidadora y carcelera (Ingrid Schoeller). Hasta llega a interpretar una “escena de la reja” junto a Krios.

Otro tema subyacente es el de la “caza del hombre”. De Rator, y en la que, por suerte, intercede Krios. Visualmente, es bastante atractivo el momento en el que Krios trata de localizar el portal de la morada de los muertos. En todos los templos de Zeus existe una entrada a los infiernos (…) tengo que decir ‘dos palabras’ a Plutón. Buena idea es, así mismo, que el acceso en cuestión esté sumergido. Es este un inframundo de representaciones clásicas, es decir, literales pero estilosas. Lo que incluye al voluminoso Plutón (-). Allí consigue Krios el casco de la invisibilidad, aunque como es habitual, existe un impedimento: tan solo actúa de noche.

Reseñable es también el hecho de que los decorados interiores no acaparen toda la puesta en escena, ya que esta se airea mediante la inclusión de unos hermosos escenarios naturales. A lo que se añaden personajes como la hechicera Medusa (Monica Berger), que porta unas serpientes vivas enroscadas en su pelo. Una simpática mezcolanza que se resuelve a ritmo acelerado en ocasiones, como ocurre en el antedicho episodio con la Gorgona, o durante el enfrentamiento final entre Cadmos y Krios, in extremis para Antiope. La acción la proporciona la incesante lucha con los soldados de Cadmos, primero en la isla que habita Medusa, estando Krios en estado de invisibilidad, merced al yelmo y sin necesidad de recurrir a sufridos efectos especiales, por precarios que estos fueran, sino simplemente echando mano de la expresión corporal; luego, junto a sus hermanos liberados, por las calles de Creta, cuando el chaval demuestra ser, en efecto, el más listo; y finalmente, en el Hades, nada menos, donde nadie puede (des)fallecer (nadie al que no le haya sido sellado su destino con anterioridad). Una pugna que pone el broche a estos coturnos.


Por otro lado, antes de desaparecer dei ex machina, Cadmos, señor de la Hélade, está igualmente escoltado en su perfidia por una compañera en consonancia, Hermione (Antonella Lualdi). Al creerse un dios, está repleto de retórica y huérfano de miramientos.

Dioses y héroes, tumbas y sabios, coexisten con cierta ingenuidad (las estatuas y monumentos grisáceos o blanquecinos). Lo que no derriba el encanto de estas producciones. Por cierto, que ambas comparten partitura del maestro Carlo Rustichelli (1916-2004), de inspiradas melodías, aunque tonalidades ancladas en una pobretona orquestación. Con todo, no deja de ser festivo el escucharlas (en DigitMovies, CDDM 108, 2008, y DigitMovies CDDM 060, 2006, respectivamente). Una inspiración musical solo al alcance de algunas décadas.

Escrito por Javier Comino Aguilera


0 comentarios :

Publicar un comentario

¡Hola! Si te gusta el tema del que estamos hablando en esta entrada, ¡no dudes en comentar! Estamos abiertos a que compartas tu opinión con nosotros :)

Recuerda ser respetuoso y no realizar spam. Lee nuestras políticas para más información.

Lo más visto esta semana

Aviso Legal

Licencia Creative Commons

Baúl de Castillo por Baúl del Castillo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

Nuestros contenidos son, a excepción de las citas, propiedad de los autores que colaboran en este blog. De esta forma, tanto los textos como el diseño alterado de la plantilla original y las secciones originales creadas por nuestros colaboradores son también propiedad de esta entidad bajo una licencia Creative Commons BY-NC-ND, salvo que en el artículo en cuestión se mencione lo contrario. Así pues, cualquiera de nuestros textos puede ser reproducido en otros medios siempre y cuando cuente con nuestra autorización y se cite a la fuente original (este blog) así como al autor correspondiente, y que su uso no sea comercial.

Dispuesta nuestra licencia de esta forma, recordamos que cualquier vulneración de estas reglas supondrá una infracción en nuestra propiedad intelectual y nos facultará para poder realizar acciones legales.

Por otra parte, nuestras imágenes son, en su mayoría, extraídas de Google y otras plataformas de distribución de imágenes. Entendemos que algunas de ellas puedan estar sujetas a derechos de autor, por lo que rogamos que se pongan en contacto con nosotros en caso de que fuera necesario retirarla. De la misma forma, siempre que sea posible encontrar el nombre del autor original de la imagen, será mencionado como nota a pie de fotografía. En otros casos, se señalará que las fotos pertenecen a nuestro equipo y su uso queda acogido a la licencia anteriormente mencionada.

Safe Creative #1210020061717