Interstellar, de Christopher Nolan

05 junio, 2020

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Uno de los directores que ha polarizado a crítica y público en los últimos años ha sido Christopher Nolan (1970). Aunque suele gozar del favor del público, es frecuente que surjan críticas a sus obras por diversos motivos. Apasionado de la espectacularidad con argumentos de cierta raigambre polémica a nivel social (El caballero oscuro [2008]), histórico (Dunkerque [2017]) o de ciencia ficción (Origen [2010], Interstellar [2014]), lo cierto es que debemos admitir que ha sido uno de los directores que ha gozado de un éxito considerable en los últimos años, aunque también ello le haya valido críticas bien por considerar que no hacía obras tan redondas como aparentaba, bien porque estaba por debajo de obras similares de mayor calado o bien por su tendencia a sobreexplicar sus películas o escenas tratando al espectador como un ingenuo.

De entre las obras que ha dirigido en los últimos años, Insterstellar ocupa uno de los lugares cumbres en la consideración de su carrera. Sin embargo, no podemos considerar que esté exenta de esa doble cara que ofrece la mayor parte de sus películas, es decir, con respecto al hecho de haber polarizado a los espectadores entre quienes aman la película y quienes la aborrecen. En mi consideración, creo que gran parte del público se sitúa en un término medio, entretenidos y emocionados sin más, siendo en este caso las redes sociales las que alientan dos posturas extremas, como en tantas otras ocasiones.


La historia nos lleva a un futuro postapocalíptico en el que el planeta se ha convertido en un entorno hostil para el ser humano eliminando todas sus conexiones, destruyendo la tecnología que hoy nos sustenta. Al final, la humanidad se ha visto obligada a sostenerse con una agricultura azotada por plagas recurrentes que van eliminando los distintos productos agrícolas que se pueden cultivar, siendo el maíz uno de los pocos reductos que quedan. En estas circunstancias nos encontramos al protagonista, Cooper (Matthew McConaughey), un granjero que antes de la catástrofe era piloto para el ejército estadounidense. Es un personaje arisco y díscolo con la nueva política gubernamental que intenta obviar el pasado heroico y tecnológico a fin de acabar con lo que consideran que son falsas ilusiones y esperanzas de la población. Así se demuestra cuando Cooper se enfrenta al sistema educativo por intentar negar la llegada del ser humano a la Luna, recurriendo en esta ocasión a una de las teorías de conspiración más conocidas como relato oficial.

En cierto momento de esta situación, Cooper empieza a descubrir que están sucediendo hechos anómalos gracias a su hija. Incapaz de contener su curiosidad, se encuentra con un secreto gubernamental: la NASA sigue existiendo y está intentando acceder a un agujero de gusano descubierto en el sistema solar para llegar a un planeta habitable que se convierta en el nuevo hogar de la humanidad. Para ello se han elaborado dos planes: el primero consistiría en localizar el planeta habitable y mandar en una nave gigante a toda la humanidad de la Tierra y el segundo, en caso de ser imposible crear esa nave, enviar las células necesarias para crear nueva vida humana en ese nuevo planeta. Este es el punto de partida para la gran aventura que Nolan propone.


Se trata de una misión arriesgada para la que Cooper está capacitado, pero que supondría la destrucción de su vida familiar. Un sacrificio seguro si tenemos en cuenta que quizás no pueda regresar nunca o que cuando lo haga han podido transcurrir demasiados años en la Tierra debida a la relatividad del tiempo en los viajes espaciales, algo que bien nos recuerda al final de una célebre película de ciencia ficción. De esta forma el tiempo se postula como una de los principales ejes temáticos de la obra. A partir de este planteamiento, se dan dos grandes escenarios.

El primero, y el que más interesará a los aficionados a la ciencia ficción, es el espacial. Es una ciencia ficción bastante rigurosa dado que Nolan contó con el apoyo de un asesor científico, el físico teórico Kip Thorne (1940), quien ya en el pasado había colaborado con Carl Sagan (1934-1996) para su novela Contacto (Contact, 1985). De esa forma, tenemos detalles como la ausencia de sonido en el espacio, que suponen una de las principales características de las secuencias en las que el protagonismo recae en la nave espacial y que se aleja de los sonidos habituales que el imaginario cinematográfico nos había legado. O la concepción del agujero de gusano y su funcionamiento, la visión de un agujero negro o el concepto de la relatividad del tiempo y su funcionamiento en el espacio exterior por la influencia de los cuerpos celestes.

Sin duda, la aventura está clara: recabar información de los tres planetas candidatos, visitar a los tres aventureros anteriores e intentar desperdiciar el menor tiempo y el menor combustible posible. Precisamente, esta cuestión pesa al protagonista, Cooper, que sabe que arriesgarse a visitar un planeta en el que el tiempo pase más lento provocará que se pierda años en la vida de sus hijos. Y ahí es donde entra el otro gran escenario: el factor humano. El escenario de la familia, de la duda, de la emoción. Interstellar se reviste de ciencia para realmente ahondar en lo que se pierde, en lo que se gana, en las relaciones humanas o en el significado del sacrificio individual en pos del bien común.


Sin embargo, conforme transcurre la película, debemos considerar que llega cierto punto en que no se encuentra una respuesta satisfactoria a ninguno de los dos escenarios. No quiere decir que la película no tenga una buena calidad técnica o que no resulte espectacular en su desarrollo de la ciencia ficción. Sin duda, tiene giros dramáticos bastante cautivadores y convincentes, efectivos para emocionar al espectador, pero al final lo que podía haber sido una obra mucho más coherente, acaba perdiéndose en un deus ex machina con el fin de lograr el efecto deseado para su conclusión. Si bien resulta interesante el hecho de que el tiempo se convierte en una dimensión física más, el cómo se ha llegado a este punto parece ser fruto del azar o, en todo caso, de algún tipo de destino, y al final parece que era una clave obligatoria para regalarnos el giro dramático más efectivo y el final feliz necesario. Por poner un ejemplo de una obra semejante, Encuentros en la Tercera Fase (Steven Spielberg, 1977) resultaba menos efectista y rendía mejor en un desarrollo coherente en el que su final no se sentía postizo.

La película acaba por intentar sobreexplicarse, porque ni siquiera el protagonista entiende qué le ha pasado. Ni la aventura espacial ha resultado productiva, ya que ha estado bastante vacía de contenido, perdiendo a personajes que no nos interesaban y con escenas que eran más resultonas por su espectacularidad que por lo que sucedía, entremezclando tonos genéricos que oscilan entre las películas de catástrofes, el thriller o el terror más claustrofóbico, pero sin que los hechos parezcan calar en los personajes, siendo todo bastante plano y gris. Y no cabe duda de que el espectador puede desear que nuestros viajeros especiales lleguen a un planeta nuevo, porque sin duda el diseño de estos mundos resulta variado y visualmente atractivo de la película. Pero no sucede así con aquello que nos intenta narrar.


Quizás uno de los puntos más interesantes es el conflicto entre lo emocional y lo razonable que se da, pero el espectador que ya esté habituado a estas cuestiones, sabrá ver las trampas que la película sitúa para funcionar. Y no acaba por resultar satisfactorio: la resolución de la aventura espacial queda cortada, la resolución de la parte emocional y familiar acaba por ser intensa, pero ofrecer una respuesta definitiva que provoca que consideremos que todo lo vivido ha sido una excusa, un mcguffin para llegar a cierto punto en el que reflexionar sobre los lazos que creamos y para que el tono final de la película sea el de un romance en suspense. Incluso los coletazos sociales del primer tramo se pierden por completo y el desarrollo de la aventura espacial se siente superfluo por carecer de un significado propio. Y al final acaba por ser una película demasiado tópica: gobiernos que engañan, muertes de personajes insignificantes, el egoísmo y el amor enfrentados y una resolución dramática que trata de satisfacer a todos y hacernos sentir bien con nosotros mismos, siendo una obra autocomplaciente con la idea de dar una nueva oportunidad a su protagonista... sin que antes se nos diera la ocasión de que el protagonista lo necesitase.

Es decir, Interstellar es un viaje hermoso, pero vacío. Fantástica en su forma de visitar el espacio, de crear planetas originales y diferentes, de recurrir a teorías científicas como un recurso narrativo que pueda emocionar. Pero es menos profunda de lo que aparenta ser y manipula demasiado su forma de dar un cierre a la aventura. Al final, todo se queda en un espectáculo que no lleva a ninguna parte, un viaje en el que disfrutaremos del paisaje, nos emocionaremos donde toca y saldremos pensando si algo de lo visto ha tenido sentido, sobre todo si lo hemos comprendido bien y hemos contemplando las costuras de la película de Nolan.


Lo cual es nefasto, porque echa por tierra las secuencias mejor recreadas de la obra. Si la buena labor musical de Hans Zimmer (1957-) y la excelente factura técnica del espacio le unimos unas actuaciones bien llevadas, especialmente en las escenas más emotivas, es un lastre que todo se diluya por una narrativa excesiva y retorcida. Por ejemplo, había sido capaz de mostrarnos una gran emotividad con la sencillez de unos astronautas que ven retransmisiones de sus familiares contándoles todo lo que se han perdido o supo plantear las tensiones entre obedecer a la razón o a la emoción. Porque se sentía bastante cercano, como toda la subtrama en la que el egoísmo y el temor por la propia supervivencia envilece a un astronauta. O incluso cuando muestra la situación en la Tierra enfrentando dos formas de pensar sobre el futuro, representadas por sendos hermanos, a pesar de que esta trama quede cortada y no lleve a ninguna parte. Y, sin embargo, a pesar de todo lo logrado, no llega a culminar con la brillantez deseada.

En definitiva, Interstellar es una película con una ciencia bien desarrollada y con una gran emotividad, pero que, por ciertos factores, no llega a tener una narrativa bien cerrada y coherente, siendo capaz de traicionarse a sí misma. Incluso existen ciertas secuencias en los que la emoción o la búsqueda de la lágrima en el espectador es bastante manipuladora y es evidente. Al final, por querer ser una combinación, que no iba por mal camino, acaba por no ser resolutiva en ninguno de los dos grandes escenarios que plantea y eso es obvio que puede causar insatisfacción en el espectador que se pare a reflexionar sobre lo que ha visto. Se queda por detrás de, por ejemplo, La llegada (Denis Villeneuve, 2016), que no jugando el factor del realismo espacial de Interstellar, logra ser una historia más redonda y emotiva, más íntima incluso, sin llegar a ser incoherente con lo que ha creado en su desarrollo y donde todo cobra sentido sin que por ello se pierda el efectismo de un giro dramático final, pero aplicado con lógica. Insterstellar, por contra, acaba siendo una Odisea cuya travesía es deslumbrante, pero en la que el fondo se diluye hasta conseguir que el regreso a Ítaca se sienta impostado.


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