El autocine (LII): Escándalo en la playa, Diversión en la playa y otras películas de William Asher

15 agosto, 2018

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Ya llegaron las vacaciones, hoy hay fiesta en la playa, cantan los adolescentes aficionados al surf que entretuvieron las pantallas de los autocines a mediados de la década de los sesenta, en un ciclo de varias películas intercambiables. Fueron años de muchas liberaciones, y dichas películas son el reflejo sardónico y la válvula de escape que permitía retozar la imaginación durante hora y media.

Los principales protagonistas de estas aventuras, que hoy podríamos considerar minimalistas en su simpática delgadez, fueron los representantes (más que líderes) de un ameno grupo juvenil, Frankie (Frankie Avalon) y Dolores, o Dee Dee (Annette Funicello). Ambos han alquilado una casita en la playa donde se congrega toda la camarilla de amigos. Les acompañan la edad y las ganas, aunque dentro de un orden, que incluye la cándida separación de la vivienda en zona de chicos y de chicas, por mediación de unas improvisadas cortinas. Tras la borrachera de los estudios, llegó la estación de los amores, los experimentos asociativos, los desengaños, las baladronadas, las canciones del verano y la desenvoltura. De este modo, proclama el alegre Frankie ante Dee Dee en Escándalo en la playa (Beach Party, AIP, 1963), que lo único que estudié este semestre eres tú. Siguiendo este razonamiento, sus compañeros enarbolan a los cuatro vientos su colorista desmelene sobre las ardorosas arenas californianas.

Los avispados productores Samuel Z. Arkoff (1918-2001) y James H. Nicholson (1916-1972), de la irremplazable American International, supieron aprovechar el tirón de estos desprejuiciados y significativos años mozos, ofreciendo un producto divertido y sin pretensiones cultistas (¡si acaso culturistas!). Es como si no existiera más en el mundo, confirma Dolores.


Con frecuencia, el realizador William Asher (1921-2012), retrata a estos jóvenes como si fueran dibujos animados. Poseen su propia forma de comunicación, capaz de volver del revés las funciones del lenguaje de Roman Jakobson (1896-1982), como tendrá ocasión de comprobar el profesor de antropología R. O. Sutwell (Robert Cummings). Este se acerca como un entomólogo a los desinhibidos chavales, esto es, con la misma curiosidad científica que un naturalista.

No en vano, el de la playa es todo un ritual de apareamiento, que el compositor Les Baxter (1922-1996) acentúa irónicamente mediante la inclusión de algunos ritmos tribales. No importa que las imágenes reales de los surfistas se acompañen de la inclusión de transparencias con los primeros planos de los actores protagonistas. Son simpáticos recursos visuales, ya en su día, como el empleo del cerco negro (Iris Shot), que se corresponde con el foco de atención que el profesor Sutwell presta a los jóvenes. Su interés es el estudio de la biología de los seres humanos, con la debida protección (solar), para lo que toma a estos congéneres a modo de grupo experimental, con objeto de observar de cerca la fina línea que separa el amor del ligue (algo que el buen profesor equipara con una determinada ceremonia hindú). Así será, hasta que Sutwell pase de ser un mero espectador a formar parte de este juego de la vida, en compañía de su secretaria Marianne (la entrañable Dorothy Malone).


Pero no todo son rosas, el arduo camino de la playa también está plagado de obstáculos, como demuestra la figura paródica del cabecilla motorizado Eric von Zipper (Harvey Lembeck), remedo del Marlon Brando (1924-2004) de la emblemática Salvaje (The Wild One, Laslo Benedek, 1953), y líder de unos matones de pacotilla apodados Ratas que, en su enfrentamiento con los surfistas, siempre saldrán escaldados.

Son los primeros retoños fílmicos de la liberación sexual, articulada en torno a la irrupción del bikini y una subtrama de celos y seducción, con algunos toques existencialistas burlescos y la apoyatura de Vincent Price (1911-1993), como gurú durmiente que despierta a esta multicolor y existencial experiencia. Abducidos por la mar salada, los aborígenes playeros exhiben sus mejores galas y montan en la tabla al ritmo de retentivas melodías. Al punto de que los colegas recomiendan al jovial Frankie que, entre canción y canción, no se le ocurra decirle a Dee Dee que la ama, porque podría estropearlo todo.

En efecto, en su viaje sobre la superficie del mar, Frankie le tiene un pánico cerval al compromiso, por lo que prefiere vivir el momento. Atarse al trabajo no es una de sus prioridades. No obstante, el mejor momento de Escándalo en la playa es aquel en que Dolores interpreta una canción consigo misma, frente al espejo. Eso y la pelea de tartas final, que pone el brochazo a la diversión.

Pues bien, como en el caso precedente, en Bikini Beach (AIP, 1964), el dueño de una residencia para mayores (Sea-Esta By The Beach), Harvey Huntington (Keenan Wynn), pretende observar de cerca la vacuidad mental de los jóvenes a causa del sexo, para así desalojarlos públicamente y poder ampliar su negocio. Hungtinton tiene por mascota un chimpancé llamado Clyde (Janos Prohaska), que conduce y practica surf (el eslabón perdido, vamos).

A todo esto, una caravana de impetuosos y ardorosos adolescentes desemboca junto al mar. Entre ellos vuelven a estar Dolores y Frankie, que a veces se dirige directamente al espectador. El ahora es para siempre, formula. Pero a las costas también ha llegado un émulo de los Beatles, en forma de afectado vocalista inglés con pelucón, que tiene locas a todas las muchachas. Se hace llamar The Potato Bug (El bicho de patata). La paródica idea es simpática, como el que ambos personajes estén interpretados por el actor y cantante Frankie Avalon (1940). Como curiosidad, en Bikini Beach también hará acto de presencia un jovencito Stevie Wonder (1950), animando el cotarro estival con una estupenda canción.

Una juvenil despreocupación que, sin que sirva de crítica deconstructiva, es muy distinta a la de El gran miércoles (Big Wednesday, John Milius, 1978). Nos zambullimos en líneas argumentales cercanas al cómic, funcionales pero entretenidas. Como la puesta en escena menguada, con la citada inclusión de acrobáticas transparencias. Ello sin olvidar los gamberretes motorizados, capitaneados -o asilvestrados- por von Zipper, figura que, junto al chimpancé Clyde, también nos recuerda al posterior líder patoso de Duro de pelar (Every Which Way But Loose, James Fargo, 1978), y La gran pelea (Any Which Way You Can, Buddy van Horn, 1980), encarnado por John Quade (1938-2009).

Al final, a Harvey Huntington se le enfrenta la profesora Clements (Martha Hyer), que de la noche a la mañana le hará cambiar de parecer. El colofón estelar y sarcástico lo pone, para la ocasión, Boris Karloff (1887-1969), como marchante de arte interesado en unas pinturas que bien podría haber firmado el propio Clyde.

Vino a continuación Locas por Míster Universo o Playa de locuelos (Muscle Beach Party, AIP, 1964), en la que destacan unos títulos de crédito impresionados sobre unas caricaturas pintadas, y la música casi atonal del infatigable Les Baxter. Además de las intervenciones de Buddy Hackett (1924-2003), como empresario bonachón, un cameo del estupendo Peter Lorre (1904-1964), como mafioso que trata de mantenerlo todo bajo control, y haciendo doblete, el jovencito y luminoso Stevie Wonder.

Esta vez, nuestros protagonistas no solo han de bregar con las olas sino con un grupo de fornidos -huelga decirlo- culturistas. En el caso de Frankie la cosa es aún más seria, al haberse quedado prendada de él la joven condesa Julie (recordemos a Luciana Paluzzi). De hecho, respecto al solícito Romeo, Dee Dee le insta a contemplar más altos horizontes de grandeza que esperar la próxima gran ola, aunque Frankie, pese a no tener ninguna maldad, de momento lo que prefiere es pasarse los días mano sobre mano… sobre la atractiva condesa, replicando que la playa es la libertad. Axioma último que, para ser sincero, también terminará por demostrar a Julie, al concluir que este es mi lugar y mi gente. El duelo verbal entre la condesa y Dee Dee, con un Frankie literalmente cogido en medio, es muy divertido. A su vez, la pelea final de la película es, una vez más, lo más parecido a los dibujos animados, incluyendo a una bailarina llamada Candy (Candy Johnson), capaz de aturdir a todos los moscones con un sincopado movimiento de caderas.

Diversión en la playa (Beach Blanket Bingo, AIP, 1965) prosigue en esta espumosa estela. Un humor descarado, que hoy nos resulta sanamente ingenuo, y en lugar de Vincent Price, Buster Keaton (1895-1966), pescando todo lo que por allí se puede o se deja; en suma, persiguiendo a las mozas, aunque para su desgracia estas corren más que él.

Los saltos en paracaídas son la excusa para esta nueva entrega, a la que también se incorpora el personaje de una sirena llamada Lorelei (Marta Kristen), en lo que podemos considerar un anticipo de la posterior 1, 2, 3 Splash (Splash, Ron Howard, 1984).

El retozón Frankie vuelve a poner en funcionamiento el juego de celos con Dee Dee, gracias a Sugar Kane (una rozagante Linda Evans), y como en las anteriores incursiones, se incluyen bonitas y pegadizas tonadas, aparte de un homenaje al referido Buster Keaton, que culmina con una persecución a cámara rápida (un guiño a El pozo y el péndulo no llega siquiera a parpadeo).

Años más tarde, en 1987, una secuela volvió a reunir a los principales protagonistas en Regreso a la playa (Back to the Beach, Paramount), pero se trata de una oportunidad varada, habida cuenta de que ni en su deseo de plasmar de forma argumental la playa como forma de vida, además de diversión, ni en la labor directorial de la australiana Lyndall Hobbs (1952), carente del nervio necesario (por poco que se requiriera), destaca una historieta incapaz de llegar a buen puerto. Desmayada y fláccida, Regreso a la playa no deja de ser un bien intencionado pero sobreactuado fondeadero. La premisa era atractiva, después de todo: Frankie es ahora un entregado hombre de negocios. En concreto, posee un concesionario de automóviles, en tanto que su esposa Dolores, Dee Dee (ambos están encarnados por los mismos actores), es una distraída ama de casa que se ha quedado anclada en los sesenta. No solo mariposea ataviada al modo de dicha época, sino que su conducta y ademanes son equiparables.

Frankie está obsesionado con vender, por lo que su hijo Bobby (Demian Slade) observa que su padre ha olvidado cómo divertirse.

La familia vive ahora en Ohio, y una visita a la otra descendiente, Sandi (Lori Loughlin), mientras esperan escala para ir a Hawaii, les hace reencontrarse con el escenario de sus correrías juveniles, en Los Ángeles. El tiempo no solo no ha pasado, sino que, entonces como ahora, los chicos son connaturales presumidos verbales, y las chicas… más espabiladas. Enarbolando una raquítica trama de celos ya vista (ni mejor ni peor que las anteriores), Regreso a la playa es más una rememoración que una nueva aventura, aunque eso sí, con canciones al estilo de los ochenta y los pendencieros de pega convertidos en una banda de punkis. El mayor lujo de la película fue contar con un director de fotografía como Bruce Surtees (1937-2012), en tanto que lo más llamativo, puede ser contemplar cómo los cameos de rigor corresponden, en esta ocasión, a O. J. Simpson (1947), y al para mí inclasificable Pee-Wee Herman (1952).

Escrito por Javier Comino Aguilera


3 comentarios :

  1. Una propuesta interesante... aunque dejo casi todo el cine para invierno. Ahora que hay más luz casi no toco series ni pelis sino que me decanto por muchos más libros.
    Beoss.

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  2. Haces muy bien, querido amigo, un saludo y feliz lectura.

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