La resurrección de la saga de Parque Jurásico ha continuado con la segunda entrega de la nueva trilogía iniciada por Jurassic World (Colin Trevorrow, 2016), que a partir de los mismos protagonistas, nos ha ofrecido un retorno a este peculiar mundo alternativo plagado de dinosaurios. No obstante, como sucede en la actualidad, la cuestión más evidente era saber si esta secuela estaría a la altura de la saga u ofrecería un espectáculo más, reciclando ideas como ya sucedió con la trilogía original de los años noventa, donde los retornos al extraordinario archipiélago donde habitaban los dinosaurios fue una constante no siempre bien llevada. Acerquémonos, por tanto, a Jurassic World: El reino caído (Juan Antonio Bayona, 2018).
Ha transcurrido tiempo desde el catastrófico final del parque Jurassic World y en la actualidad los dinosaurios que habitan la isla Nublar se encuentran en grave peligro por la inminente erupción de un volcán, reminiscencia evidente de una de las teorías de su extinción. Este hecho fragmenta a la sociedad en dos: quienes apuestan por el rescate de los dinosaurios, en tanto inocentes criaturas que fueron creadas por el ser humano y aisladas en aquella isla por su propia mano, o quienes consideran que la seguridad del mundo es más relevante, que los dinosaurios deben permanecer y extinguirse en aquella isla. No obstante, nuestra historia tan solo va a esbozar esta idea, sin centrarse demasiado en ella, dado que pronto nos pondrá en la perspectiva de Claire Dearing (Bryce Dallas Howard), quien tras abandonar la gerencia de Jurassic World, ha fundado una asociación para cuidar a los dinosaurios, creando un equipo especializado que pretende lograr el rescate de los habitantes de Nublar.
Pronto le llegará la oportunidad de efectuar tal rescate gracias a la ayuda y colaboración de Benjamin Lockwood (James Cromwell), uno de los científicos que junto a Hammond (el creador del parque en la original, interpretado por el fallecido Richard Attenborough) lograron la clonación de las criaturas prehistóricas. La única condición para llevar a cabo la tarea será reclutar a Owen Grady (Chris Patt), el criador de velociraptores y protagonista de la anterior entrega. A partir de este planteamiento, la obra se divide en dos partes. La primera versa sobre el rescate de los dinosaurios y la erupción del volcán, mientras que la segunda nos expone el negocio turbio en torno a la venta de estos seres a diferentes millonarios con motivaciones poco éticas. Obviamente, nuestros protagonistas se encontrarán en mitad de todos estos problemas y deberán intervenir para evitar males mayores.
La propuesta de Jurassic World: El reino caído a nivel argumental se queda en un nivel superficial de sus ideas, plantea alguna pequeña novedad con respecto a la saga, sobre todo en lo relativo a la familia Lockwood, y apuesta por un tono algo más oscuro, pero sin perder la espectacularidad de la entrega anterior. De nuevo, los protagonistas se convierten en seres todoterreno, hasta cotas muy inverosímiles: sobreviven una y otra vez a situaciones en las que deberían haber muerto con relativa facilidad, tal y como sucede con otros personajes secundarios o con los propios antagonistas. Precisamente, una de las escenas más ridículas en este sentido la protagoniza Owen intentando arrastrarse para salvarse de la lava que se acerca a su cuerpo, una lava que avanza y retrocede según el plano sin mantener una velocidad constante. Por no mencionar las ocasiones en que los dinosaurios deciden ignorarlos, no los aplastan de manera accidental o se salvan en el último instante. Es obvio que forma parte de los tópicos de este tipo de películas de acción, pero en El reino caído se acumulan demasiadas escenas similares en este sentido, llegando a resultar absurdo.
El último tramo de la película agrupa algunas de las mejores secuencias con un ambiente de terror más íntimo gracias al uso de la mansión como escenario principal de la acción frente a la enorme y ya manida isla. Nos recuerda a algunas escenas memorables de la original Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993), sobre todo a la secuencia de la cocina entre los niños y los velociraptores. Ahora bien, ello no impide que encontremos algunas incoherencias, como la repentina subasta pública con tanto público, pero tan poca seguridad, o el momento en que Maisie Lockwood (Isabella Sermon) se refugia en su habitación, mostrando un comportamiento quizás típico de una niña, pero ilógico con la actitud o con la oportunidad que le brindaban todas las demás opciones, incluso la de permanecer en el lugar en el que estaba, inaccesible para su cazador. Por cierto, Maisie se suma a la lista de niños que han desfilado por la franquicia, uno de sus elementos ya prototípicos. Como igual de tópicos y maniqueos son los antagonistas, que siguen la estela ya vista en la saga: militares o empresarios sin escrúpulos, que solo buscan su beneficio personal y que acaban siendo víctimas de tal codicia en forma de violenta muerte entre dentelladas de dinosaurio.
Como aciertos de la película, podemos mencionar algunos chistes que relajan la tensión de la primera parte, sobre todo gracias a la intervención de Franklin Webb (Justice Smith), aunque puede saturar en algunas secuencias y después, de forma repentina, desaparece hasta prácticamente el final de la obra. También, la mezcla entre la monstruosidad que representan los dinosaurios y la sensación de maravilla que sienten algunos personajes al contemplarlos, algo que se pretendía mostrar también en Jurassic World, pero que aquí se logra gracias a la mayor intimidad y cercanía entre los personajes y su encuentro con estos seres. A todo ello debemos sumar la buena mano de Juan Antonio Bayona y su equipo de fotografía para proporcionarnos algunas escenas de una belleza inusual, que rompen con la vorágine de la acción, como sucede, por ejemplo, con la despedida de la isla o con el final de la última batalla. Aunque ya sabemos cuál es el objetivo del director y en ocasiones retuerce demasiado el desarrollo argumental para lograr la secuencia deseada, suelen funcionar bastante bien y elevan la calidad artística de la obra. A nivel argumental, tan solo merecería la pena rescatar la idea en torno al personaje de Maisie Lockwood, que aporta una novedad relevante en la saga y a explorar en el cierre de esta trilogía.
No obstante, y para concluir, Jurassic World: El reino caído sigue la estela de su antecesora en proponernos una aventura entretenida con grandes medios a su disposición, pero en ocasiones resulta excesiva, incoherente o inverosímil, puede llegar a rozar el ridículo y resultar previsible a los espectadores experimentados, incluso en los giros argumentales que pretendían ser más sorprendentes. Presenta algunas secuencias bastante atractivas, logra mantener la tensión e incluso acercarnos a ciertos momentos de terror, pero también está demasiado atada a los tópicos de la saga y aunque intenta abrir las puertas a novedades en la franquicia, no se desarrollan en esta entrega, que queda por debajo de lo que cabría esperar. Es decir, seguramente no sea tan buena como para marcar un precedente, pero está por encima de algunas de las peores entregas de esta misma saga.
Ha transcurrido tiempo desde el catastrófico final del parque Jurassic World y en la actualidad los dinosaurios que habitan la isla Nublar se encuentran en grave peligro por la inminente erupción de un volcán, reminiscencia evidente de una de las teorías de su extinción. Este hecho fragmenta a la sociedad en dos: quienes apuestan por el rescate de los dinosaurios, en tanto inocentes criaturas que fueron creadas por el ser humano y aisladas en aquella isla por su propia mano, o quienes consideran que la seguridad del mundo es más relevante, que los dinosaurios deben permanecer y extinguirse en aquella isla. No obstante, nuestra historia tan solo va a esbozar esta idea, sin centrarse demasiado en ella, dado que pronto nos pondrá en la perspectiva de Claire Dearing (Bryce Dallas Howard), quien tras abandonar la gerencia de Jurassic World, ha fundado una asociación para cuidar a los dinosaurios, creando un equipo especializado que pretende lograr el rescate de los habitantes de Nublar.
Pronto le llegará la oportunidad de efectuar tal rescate gracias a la ayuda y colaboración de Benjamin Lockwood (James Cromwell), uno de los científicos que junto a Hammond (el creador del parque en la original, interpretado por el fallecido Richard Attenborough) lograron la clonación de las criaturas prehistóricas. La única condición para llevar a cabo la tarea será reclutar a Owen Grady (Chris Patt), el criador de velociraptores y protagonista de la anterior entrega. A partir de este planteamiento, la obra se divide en dos partes. La primera versa sobre el rescate de los dinosaurios y la erupción del volcán, mientras que la segunda nos expone el negocio turbio en torno a la venta de estos seres a diferentes millonarios con motivaciones poco éticas. Obviamente, nuestros protagonistas se encontrarán en mitad de todos estos problemas y deberán intervenir para evitar males mayores.
La propuesta de Jurassic World: El reino caído a nivel argumental se queda en un nivel superficial de sus ideas, plantea alguna pequeña novedad con respecto a la saga, sobre todo en lo relativo a la familia Lockwood, y apuesta por un tono algo más oscuro, pero sin perder la espectacularidad de la entrega anterior. De nuevo, los protagonistas se convierten en seres todoterreno, hasta cotas muy inverosímiles: sobreviven una y otra vez a situaciones en las que deberían haber muerto con relativa facilidad, tal y como sucede con otros personajes secundarios o con los propios antagonistas. Precisamente, una de las escenas más ridículas en este sentido la protagoniza Owen intentando arrastrarse para salvarse de la lava que se acerca a su cuerpo, una lava que avanza y retrocede según el plano sin mantener una velocidad constante. Por no mencionar las ocasiones en que los dinosaurios deciden ignorarlos, no los aplastan de manera accidental o se salvan en el último instante. Es obvio que forma parte de los tópicos de este tipo de películas de acción, pero en El reino caído se acumulan demasiadas escenas similares en este sentido, llegando a resultar absurdo.
El último tramo de la película agrupa algunas de las mejores secuencias con un ambiente de terror más íntimo gracias al uso de la mansión como escenario principal de la acción frente a la enorme y ya manida isla. Nos recuerda a algunas escenas memorables de la original Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993), sobre todo a la secuencia de la cocina entre los niños y los velociraptores. Ahora bien, ello no impide que encontremos algunas incoherencias, como la repentina subasta pública con tanto público, pero tan poca seguridad, o el momento en que Maisie Lockwood (Isabella Sermon) se refugia en su habitación, mostrando un comportamiento quizás típico de una niña, pero ilógico con la actitud o con la oportunidad que le brindaban todas las demás opciones, incluso la de permanecer en el lugar en el que estaba, inaccesible para su cazador. Por cierto, Maisie se suma a la lista de niños que han desfilado por la franquicia, uno de sus elementos ya prototípicos. Como igual de tópicos y maniqueos son los antagonistas, que siguen la estela ya vista en la saga: militares o empresarios sin escrúpulos, que solo buscan su beneficio personal y que acaban siendo víctimas de tal codicia en forma de violenta muerte entre dentelladas de dinosaurio.
Como aciertos de la película, podemos mencionar algunos chistes que relajan la tensión de la primera parte, sobre todo gracias a la intervención de Franklin Webb (Justice Smith), aunque puede saturar en algunas secuencias y después, de forma repentina, desaparece hasta prácticamente el final de la obra. También, la mezcla entre la monstruosidad que representan los dinosaurios y la sensación de maravilla que sienten algunos personajes al contemplarlos, algo que se pretendía mostrar también en Jurassic World, pero que aquí se logra gracias a la mayor intimidad y cercanía entre los personajes y su encuentro con estos seres. A todo ello debemos sumar la buena mano de Juan Antonio Bayona y su equipo de fotografía para proporcionarnos algunas escenas de una belleza inusual, que rompen con la vorágine de la acción, como sucede, por ejemplo, con la despedida de la isla o con el final de la última batalla. Aunque ya sabemos cuál es el objetivo del director y en ocasiones retuerce demasiado el desarrollo argumental para lograr la secuencia deseada, suelen funcionar bastante bien y elevan la calidad artística de la obra. A nivel argumental, tan solo merecería la pena rescatar la idea en torno al personaje de Maisie Lockwood, que aporta una novedad relevante en la saga y a explorar en el cierre de esta trilogía.
No obstante, y para concluir, Jurassic World: El reino caído sigue la estela de su antecesora en proponernos una aventura entretenida con grandes medios a su disposición, pero en ocasiones resulta excesiva, incoherente o inverosímil, puede llegar a rozar el ridículo y resultar previsible a los espectadores experimentados, incluso en los giros argumentales que pretendían ser más sorprendentes. Presenta algunas secuencias bastante atractivas, logra mantener la tensión e incluso acercarnos a ciertos momentos de terror, pero también está demasiado atada a los tópicos de la saga y aunque intenta abrir las puertas a novedades en la franquicia, no se desarrollan en esta entrega, que queda por debajo de lo que cabría esperar. Es decir, seguramente no sea tan buena como para marcar un precedente, pero está por encima de algunas de las peores entregas de esta misma saga.
Escrito por Luis J. del Castillo
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