Nos apasiona el futuro porque nos inquieta aquello que no conocemos. Soñar con nuestro futuro personal nos lleva a idear metas personales y profesionales, meditar el futuro social nos lleva a manifestarnos y a opinar sobre los problemas que se plantean en nuestro entorno, en nuestro país o incluso en el mundo, y, finalmente, trazar las consecuencias del mundo que observamos nos llevan a imaginar el futuro posible, probable o improbable, con el que se llenan cientos de páginas o metros de celuloide. Y no hace falta un apocalipsis ni una catástrofe, aún cuando cuando esas historias también nos conquisten por mostrarnos contra las cuerdas y en nuestra más pura e irracional esencia, para ver un futuro que temer, porque ese futuro quizás no es más que un paso más de aquello que tememos en nuestro presente.
Sobre las relaciones humanas y su sentido se orienta Her (2013), el cuarto largometraje de Spike Jonze (1969) tras adentrarse en la fantasía de la infancia con Donde viven los monstruos (2009) y la comedia con su dúo Cómo ser John Malkovich (1999) y Adaptation (2002), además de tener una larga trayectoria como director de vídeos musicales y cortometrajes. Por esta trayectoria, no debe resultarnos extraño encontrar en Her una mezcolanza de géneros, al no situarse ni en el drama ni en la comedia, ni en la ciencia ficción ni en el romanticismo, sino que abarca todos esos planos con naturalidad.
Su argumento nos lleva a la vida de Theodore Twombly (Joaquin Phoenix), un escritor de cartas manuscritas por encargo. Tras una larga relación, está a punto de divorciarse, aunque no tiene el valor suficiente ni para encarar esa situación ni para afrontar ninguna exigencia social. Aislado y melancólico, Theo se interesa por un nuevo sistema operativo inteligente, OS, capaz de interaccionar con humanos adaptándose a las necesidades y la personalidad de cada uno. Así comenzará su relación con Samantha (Scarlet Johansson), la encantadora voz que representa a su OS personal y con la que, poco a poco, entablará una relación que irá más allá de lo esperado.
La forma de afrontar esta película bien podría decantarse por el terror hacia una situación que se antoja cada vez más próxima: la extinción de las relaciones personales honestas y, sobre todo, físicas. Pero la narración no se decanta por ese perfil, aunque se deja entrever siempre la soledad en la que vive sumergido el protagonista como representante de la misma soledad en la que se encuentra el resto de personas. Siguen existiendo vínculos, pero la mayoría remiten a un pasado menos tecnológico, y los nuevos que se pueden crear parecen destinados al fracaso, o a la falta de entendimiento mutuo.
Theodore vive según los cánones de una sociedad posmoderna entre el nihilismo y el hedonismo: trabaja con desgana, juega a videojuegos, se emborracha, mantiene relaciones sexuales esporádicas y se lamenta por tener una vida insulsa y carente de significado. Siente que ya lo ha vivido todo. Por eso, cuando descubre en Samantha a un ser novedoso para sí mismo y que está descubriendo el mundo con la naturalidad de un humano, no podrá más que sentirse comprendido, atraído y, finalmente, enamorado.
Si bien en un principio podríamos considerar que se intenta abrir el debate sobre si se puede aceptar una relación entre una máquina y un ser humano, este asunto se zanja con rapidez. Aunque Samantha no esté en el mundo físico, lo que Theo siente es real, por lo que no tiene que luchar contra ese sentimiento. Lo cierto es que el desarrollo de este romance no se diferencia de otros que hayamos visto en demás dramas románticos. Hay un proceso inicial en que ambos amantes se tantean, prosigue con el placer de descubrir pequeñas imperfecciones graciosas para culminar también en el sexo, tendrá sus momentos de duda y conflicto entre ambos y también esa sensación de ir cediendo para aceptar al otro, sin olvidar los celos ni las peleas que anteceden a largos silencios. Jonze no inventa el género, tan solo cambia uno de los componentes y propone un falso debate, falso porque todos a su alrededor lo aceptan y parece estar convirtiéndose en una tendencia social. La única voz discordante será la de Catherine (Rooney Mara), su ex, que le demostrará que tan solo ha conseguido aquello que ansiaba, una relación perfecta sin los problemas cotidianos. No obstante, Catherine se equivoca.
Se equivoca dado que Theo no podrá evitar el conflicto con Samantha, ni tampoco que ambos acaben distanciándose. Aunque la intervención de Catherine nos sirve para poner el foco en el auténtico asunto de Her, esto es, el retrato sobre la humanidad. No podemos decir que sea una película de terror, pero la imagen que nos devuelve esta obra nos podría dar miedo. Reside en la pérdida de las emociones reales, del sentimiento que nos hace humanos. Hasta que Theo comienza su relación con Samantha, lo notamos perdido en sí mismo. Pero no es el único. Su trabajo consiste en falsificar relaciones, en simular cartas auténticas (románticas, felicitaciones, familiares...), algo en lo que ha desempeñado varios años de su vida, lo que nos demuestra que la sociedad se asienta cada vez más en la hipocresía. Curiosamente, su trabajo es alabado varias veces a lo largo de la historia, pero este hecho demuestra dos cosas, tanto la incapacidad de los demás para plasmar sus sentimientos y compartirlos con los demás como la carencia del protagonista, que aunque logra el éxito en este mundo, es incapaz de trasladarlo a su vida real.
Su contraposición en la película la encontramos en Paul (Chris Patt), quien admira la escritura de Theodore, pero no comparte su melancolía. Más bien se trata de un buen representante del disfrute sin reflexión. No hay fondo en este personaje, sino que su finalidad es mostrar la simpleza de algunas relaciones y de algunas actitudes. Si Theo es interesante como personaje es por sus contradicciones, porque vemos que es imperfecto aunque no lo admita, porque se siente perdido al reflexionar sobre su propia vida y porque no puede encontrar la felicidad por tratar de encontrar una quimera. En cierta forma, podemos creernos que Sam se enamorase de este hombre, pero podríamos dudar sobre qué siente nuestro protagonista. Si acaso no ve en ella más que una posesión, entendida como una relación realmente tóxica, o si solo es una forma de no sentirse solo. Sobre todo porque tenemos dos casos: la fugaz cita con Amelia (Olivia Wilde), rota precisamente por la indecisión de Theo, y su amistad con Amy (Amy Adams), con quien mantiene una complicidad consolidada por el tiempo que hace que se conocen, pero con la que mantiene, en el fondo, una barrera que les impide acercarse más. Al contrario, ambos encontrarán su refugio en sendos OS tras sus decepciones amorosas.
En definitiva, Her no es simplemente el retrato de un romance, dado que si solo fuera eso, no innovaría más que en la identidad de uno de los amantes, sino que, más bien, bucea en nuestras insatisfacciones, en los problemas de una sociedad cada vez más estandarizada, cada vez menos honesta, cada vez menos humana. El retrato de Theodore es maravilloso y nos regala un personaje que se siente cotidiano y real, un individuo que no se aleja de unos rasgos comunes, pero con una melancolía que lo independiza de los demás. Ahora bien, el otro lado de esta historia, Samantha, queda descompensada, en una propuesta de entidad diferente, pero inexplorada, cuyo final agridulce nos deja tan desconcertados como a los propios personajes.
Su argumento nos lleva a la vida de Theodore Twombly (Joaquin Phoenix), un escritor de cartas manuscritas por encargo. Tras una larga relación, está a punto de divorciarse, aunque no tiene el valor suficiente ni para encarar esa situación ni para afrontar ninguna exigencia social. Aislado y melancólico, Theo se interesa por un nuevo sistema operativo inteligente, OS, capaz de interaccionar con humanos adaptándose a las necesidades y la personalidad de cada uno. Así comenzará su relación con Samantha (Scarlet Johansson), la encantadora voz que representa a su OS personal y con la que, poco a poco, entablará una relación que irá más allá de lo esperado.
La forma de afrontar esta película bien podría decantarse por el terror hacia una situación que se antoja cada vez más próxima: la extinción de las relaciones personales honestas y, sobre todo, físicas. Pero la narración no se decanta por ese perfil, aunque se deja entrever siempre la soledad en la que vive sumergido el protagonista como representante de la misma soledad en la que se encuentra el resto de personas. Siguen existiendo vínculos, pero la mayoría remiten a un pasado menos tecnológico, y los nuevos que se pueden crear parecen destinados al fracaso, o a la falta de entendimiento mutuo.
Theodore vive según los cánones de una sociedad posmoderna entre el nihilismo y el hedonismo: trabaja con desgana, juega a videojuegos, se emborracha, mantiene relaciones sexuales esporádicas y se lamenta por tener una vida insulsa y carente de significado. Siente que ya lo ha vivido todo. Por eso, cuando descubre en Samantha a un ser novedoso para sí mismo y que está descubriendo el mundo con la naturalidad de un humano, no podrá más que sentirse comprendido, atraído y, finalmente, enamorado.
Si bien en un principio podríamos considerar que se intenta abrir el debate sobre si se puede aceptar una relación entre una máquina y un ser humano, este asunto se zanja con rapidez. Aunque Samantha no esté en el mundo físico, lo que Theo siente es real, por lo que no tiene que luchar contra ese sentimiento. Lo cierto es que el desarrollo de este romance no se diferencia de otros que hayamos visto en demás dramas románticos. Hay un proceso inicial en que ambos amantes se tantean, prosigue con el placer de descubrir pequeñas imperfecciones graciosas para culminar también en el sexo, tendrá sus momentos de duda y conflicto entre ambos y también esa sensación de ir cediendo para aceptar al otro, sin olvidar los celos ni las peleas que anteceden a largos silencios. Jonze no inventa el género, tan solo cambia uno de los componentes y propone un falso debate, falso porque todos a su alrededor lo aceptan y parece estar convirtiéndose en una tendencia social. La única voz discordante será la de Catherine (Rooney Mara), su ex, que le demostrará que tan solo ha conseguido aquello que ansiaba, una relación perfecta sin los problemas cotidianos. No obstante, Catherine se equivoca.
Se equivoca dado que Theo no podrá evitar el conflicto con Samantha, ni tampoco que ambos acaben distanciándose. Aunque la intervención de Catherine nos sirve para poner el foco en el auténtico asunto de Her, esto es, el retrato sobre la humanidad. No podemos decir que sea una película de terror, pero la imagen que nos devuelve esta obra nos podría dar miedo. Reside en la pérdida de las emociones reales, del sentimiento que nos hace humanos. Hasta que Theo comienza su relación con Samantha, lo notamos perdido en sí mismo. Pero no es el único. Su trabajo consiste en falsificar relaciones, en simular cartas auténticas (románticas, felicitaciones, familiares...), algo en lo que ha desempeñado varios años de su vida, lo que nos demuestra que la sociedad se asienta cada vez más en la hipocresía. Curiosamente, su trabajo es alabado varias veces a lo largo de la historia, pero este hecho demuestra dos cosas, tanto la incapacidad de los demás para plasmar sus sentimientos y compartirlos con los demás como la carencia del protagonista, que aunque logra el éxito en este mundo, es incapaz de trasladarlo a su vida real.
Su contraposición en la película la encontramos en Paul (Chris Patt), quien admira la escritura de Theodore, pero no comparte su melancolía. Más bien se trata de un buen representante del disfrute sin reflexión. No hay fondo en este personaje, sino que su finalidad es mostrar la simpleza de algunas relaciones y de algunas actitudes. Si Theo es interesante como personaje es por sus contradicciones, porque vemos que es imperfecto aunque no lo admita, porque se siente perdido al reflexionar sobre su propia vida y porque no puede encontrar la felicidad por tratar de encontrar una quimera. En cierta forma, podemos creernos que Sam se enamorase de este hombre, pero podríamos dudar sobre qué siente nuestro protagonista. Si acaso no ve en ella más que una posesión, entendida como una relación realmente tóxica, o si solo es una forma de no sentirse solo. Sobre todo porque tenemos dos casos: la fugaz cita con Amelia (Olivia Wilde), rota precisamente por la indecisión de Theo, y su amistad con Amy (Amy Adams), con quien mantiene una complicidad consolidada por el tiempo que hace que se conocen, pero con la que mantiene, en el fondo, una barrera que les impide acercarse más. Al contrario, ambos encontrarán su refugio en sendos OS tras sus decepciones amorosas.
En definitiva, Her no es simplemente el retrato de un romance, dado que si solo fuera eso, no innovaría más que en la identidad de uno de los amantes, sino que, más bien, bucea en nuestras insatisfacciones, en los problemas de una sociedad cada vez más estandarizada, cada vez menos honesta, cada vez menos humana. El retrato de Theodore es maravilloso y nos regala un personaje que se siente cotidiano y real, un individuo que no se aleja de unos rasgos comunes, pero con una melancolía que lo independiza de los demás. Ahora bien, el otro lado de esta historia, Samantha, queda descompensada, en una propuesta de entidad diferente, pero inexplorada, cuyo final agridulce nos deja tan desconcertados como a los propios personajes.
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