Clásicos Inolvidables (CXVIII): El misterio de la cripta embrujada, de Eduardo Mendoza

12 enero, 2017

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Una de las cualidades del género negro literario se sitúa en su capacidad para atender a la situación social del momento. Ha sido una característica que de alguna forma ha estado vinculado a este tipo de obras aumentando su importancia gradualmente, acrecentado sobre todo desde que el optimismo en el positivismo fue desapareciendo en el siglo XX. La actitud de los personajes, la caracterización del detective o el tipo de casos han dado buena muestra de circunstancias concretas que ejemplificaban la realidad general, como Raymond Chandler (1888-1959) retrataba a la sociedad norteamericana o Agatha Christie (1890-1976) calificaba la forma de ser de sus coetáneos. Por ello, no debe extrañarnos que cuando Eduardo Mendoza (1943) escribió El misterio de la cripta embrujada (1978) tratara de dejar constancia del ambiente que sentía en la España que inauguraba su actual democracia tras el régimen franquista.

Así, nos encontramos ante un caso peculiar: la desaparición de una niña interna en un colegio de monjas situado en Barcelona. El comisario Flores, inspector de la Brigada de Investigación Criminal, decide recurrir a un antiguo y excéntrico criminal que lleva cinco años en tratamiento en un manicomio, a quien ofrecerá la libertad si logra resolver el caso.

La historia, narrada desde el punto de vista de este peculiar personaje, al que podemos conocer como el detective loco o el detective anónimo, dado que su identidad no se delata en la narración, nos muestra los pasos de la investigación mostrándonos los métodos poco ortodoxos del protagonista mientras se enfrenta a los cambios sufridos en la sociedad española durante sus años de internamiento.

Precisamente, el recurso que establece principalmente Mendoza es el del alejamiento irónico, dado que a través de la presentación de personajes de características grotescos, pretende reflejar las peores impresiones sobre España. No obstante, el autor menciona que no pretendía homenajear y no parodiar el género negro, lo cual es cierto dado que la estructura argumental es idéntica a la tópica de la novela negra: contratación del detective por un caso peculiar, indagaciones con efectos algo confusos para el lector, para que no resulte fácil adivinar la resolución del caso, introduciendo distintos personajes y móviles que puedan ser sospechosos, y triunfo final de la lógica deductiva del detective, aunque el resultado no tenga por qué ser el deseado o el más justo.


Ahora bien, aunque el esquema es propio de la novela negra, sus elementos concretos varían hacia la parodia. El protagonista no ofrece un perfil idóneo, aunque comparta características como una brillante y perspicaz capacidad lógica o el usual desapego a la policía con la típica incredulidad de sus capacidades; en este caso, por ser un criminal, aunque desconozcamos su pasado. Sin embargo, sus métodos resultan inadecuados en la forma, empleando la manipulación de testigos, el uso de identidades falsas o un aspecto poco confiable, además de resultar torpe en numerosas ocasiones, lo que ocasionará varias escenas cómicas. De no haber sido así, la novela no hubiera pasado de ser una más del género, su distorsión de lo usual es lo que proyecta su mayor atractivo, aunque estas características no funcionen con todos los lectores.

A lo largo de la novela, Mendoza recorre no solo Barcelona, sino gran parte de las apartados sociales, retratándolos con un humor ácido, donde encontraremos diálogos que no casan con la situación formal o con el nivel social de los personajes. En ocasiones, estos diálogos resultarán tan artificiales que se notan manipulados para crear ese efecto, dado que cuando así lo prefiere el autor, encontramos momentos de mayor naturalidad. Siguiendo con el retrato social, podemos contemplar cómo Mendoza nos ofrece al menos un perfil de distintos sectores. Por una parte, el representante de la policía es un ser bruto y de malos modos, lo que viene a ser un reflejo de la herencia más violenta de la acción policial franquista (debemos recordar que el protagonista ya conocía al inspector de su encierro cinco años atrás). También se ve reflejada la sanidad (y en último extremo, la ciencia) en el director del manicomio, cuya autoridad reside más en su situación laboral que en sus acciones, ridiculizadas por ejemplo con su fijación con un mini-semáforo en la puerta o su ausencia en la explicación del caso al protagonista.


Por otra parte, el sector religioso es representado por las monjas lazaristas que dirigen el centro escolar. Su retrato es más indirecto, pero se deja entrever su afán de lucro, incluyendo los modos corruptos de tratar a su antiguo jardinero, o la intención de ocultar los crímenes para no manchar su reputación. Este carácter corrupto también se observa en empresarios y políticos, no solo mencionados ocasionalmente como algo cotidiano (desde los artículos de Larra [1809-1837] hasta hoy no parece que hayamos cambiado demasiado en este aspecto), sino también siendo parte esencial del caso en el último tramo de la novela. A su vez, Mendoza nos muestra a una clase media conformista con la situación, víctima también de la sociedad de consumo y de los métodos de empresarios criminales. Al final, incluso encontramos la ausencia de una justicia real. En realidad, la novela es circular, retorna al punto de partida y nos lega una historia silenciada donde todos conviven con la impunidad del crimen.

Como mencionábamos antes, hay que tener en cuenta que Eduardo Mendoza se marchó de España hastiado del ambiente que sentía en el país y no retornaría hasta 1982, salvando alguna visita esporádica, como la realizada en 1977 que le sirvió para escribir esta novela. Quizás por este desencanto crítico con el país encontramos la principal carencia del retrato ácido que realiza en la novela: la ausencia de elementos positivos. Todo es cuestionado, burlado o denigrado de alguna forma. Tan solo el personaje de Mercedes puede ser observado como una víctima, pero sus mentiras y su actitud vital sirven también para cuestionarla. De esta forma, aunque la obra esté polarizada en torno a las dominados y a los dominantes, nos arroja la sensación de que no existe nadie bueno o al menos alguien con quien merezca la pena sentirnos vinculados. Así, en el empeño de crear un ambiente denigrado que diera rienda suelta a las bajezas humanas, el autor ha colindado con el esperpento y por tanto, como ocurriera en las obras de Valle-Inclán (1866-1936), ha eliminado u obviado lo bueno que también se puede encontrar.

Fotograma de La cripta (Cayetano del Real, 1981), adaptación cinematográfica de la obra
En definitiva, una entretenida, desenfadada y peculiar novela negra que se presta a dejarnos un retrato ácido de las desventuras de un detective anónimo y pillo, un protagonista poco preocupado de ser como es, lo que hará las delicias de quienes quieran divertirse con él. Seguramente, no sea la mejor obra de su género ni la mejor novela de Mendoza, pero consigue una gran unión entre humor y novela negra, mostrándonos lo bien que cabalga la literatura cuando se la da rienda suelta al divertimento en manos de un autor que sabe manejarla con soltura y seriedad.

Escrito por Luis J. del Castillo



2 comentarios :

  1. hola y feliz año! nos encanta tu blog, o vuestro deberia decie, porque hemos visto otros nombres, en fin , que decir de esta joyita???? NOVELA NEGRA Y MUY BIEN ESCRITA. GRACIAS POR COMPARTIRLA!

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    1. ¡Hola de nuevo! Gracias por vuestro comentario; en efecto, somos varios los que componemos Baúl del Castillo, puedes ver quiénes somos en el apartado "Somos" de la columna de la derecha.

      Me alegra que disfrutaras de esta novela negra y de nuestra reseña.

      ¡Un saludo!
      Luis J. del Castillo

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