El ansia, de Whitley Strieber

08 noviembre, 2016

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Como es habitual en nuestra sociedad, las modas van y vienen. En los últimos años hemos contemplado cómo regresaban los vampiros con fuerza, pero versionados de forma adolescente y envueltos en historias románticas. No obstante, este fenómeno también sirvió para recuperar novelas anteriores que reflejaron con mayor profundida y madurez el ser vampírico. Como ya vislumbramos en uno de nuestros primeros artículos en el blog, que versaba sobre los vampiros en la prosa, a lo largo del siglo XX se produjo una evolución interesante en torno a este monstruo terrorífico, adentrándose cada vez más en un proceso de humanización. 

Alejados de la visión procedente del miedo a la criatura, se situaba al vampiro como protagonista y se ponía el pulso sobre cómo afectaba el ser vampiro a la psique de los personajes, cómo cambiaba sus vidas, cómo enfocaban su eternidad. En aquel artículo que mencionamos nos deteníamos en la obra de la autora Anne Rice (1941-), entre las más populares, que comenzó su andadura con las Crónicas vampíricas en los años setenta, continuando en los ochenta, una época que fue pródiga en recuperar a estas criaturas.

Fue a inicios de esta década cuando Whitley Strieber (1945-) publicó su segunda novela de terror, El ansia (The hunger, 1981), tras un début en este género con The Wolfen (1978), que continuaría posteriormente con otras similares. No obstante, su carrera ha derivado hacia temas paranormales, con ciertos retornos al terror, incluso con secuelas de El ansia ya en el siglo XXI, con The Last Vampire (2001) y Lilith's Dream: A Tale of the Vampire Life (2003). Cabe destacar que existió una adaptación cinematográfica del primer título de esta trilogía vampírica de manos de Tony Scott en 1983, protagonizada por Catherine Deneuve, David Bowie y Susan Sarandon.

La original propuesta de El ansia se basa en centrarse en las partes más técnicas de la vida del vampiro, con una propuesta sobre su existencia que entremezcla los rasgos más míticos con la desvirtuazación de otras características populares. Con un narrador heterodiegético que va adoptando mayor cercanía con los personajes centrales, introduciéndose en sus pensamientos de forma fragmentaria. Por una parte, tenemos a Miriam Blaylock, vampiresa que podríamos considerar protagonista principal, de la que conocemos su vida a través de capítulos que nos relatan sus profundos sueños, recuerdos revividos de diferentes periodos históricos y de sus distintas relaciones a lo largo del tiempo. Ella es el auténtico ser diferente al ser humano, un personaje posesivo y, hasta cierto punto, dependiente de la necesidad de tener un amante. Junto a ella, John es su último amante, un humano convertido por Miriam en un ser inmortal... hasta que comienza a envejecer de forma brusca. Este proceso, que la protagonista ya prevenía aunque no de forma tan repentina, inicia una serie de cambios en las decisiones de Miriam que acabarán por afectar a personas ajenas a ellos, pero en quienes la vampiresa ya había puesto su atención.

Se trata en este caso de la doctora Sarah Roberts, una joven científica cuyas investigaciones sobre el sueño la han conducido a encontrarse cerca del secreto de la inmortalidad de forma casual. Sin embargo, el fracaso de su experimento, al observar cómo su último espécimen, el mono Matusalén asesina a su compañera y envejece hasta la muerte en apenas un día, provoca que la empresa para la que trabaja proponga el final de la financiación de su proyecto. Tom Haver, un ambicioso administrativo de la compañía y el romance de Sarah, tratará de ayudarla a enderezar la situación mientras trata de eliminar a su competencia directa. Cuando ante ellos se presente la misteriosa y seductora Miriam, sus vidas cambiarán para siempre.


A través de estos cuatro personajes se entrecruzan perspectivas para relatarnos una historia conjunta invadida de matices, de relaciones extrañas y hasta tóxicas y de una recreación del vampiro desde una visión más cercana a la ciencia ficción que a la usual literatura gótica. A partir de la narración en torno a Miriam y John podemos observar el comportamiento de dos vampiros distintos. La primera es retratada como un personaje prudente y solitario, que ansía la compañía de otro ser semejante aunque nunca haya logrado crear un compañero ideal, uno que no sucumba al final del proceso. En cierto sentido, es un personaje que se comprende, pero cuyas acciones, sobre todo en relación a Sarah Jones, acaban por resultarnos ilógicas, imbuidas de una forma de pensar que se aleja de lo que un humano hubiera hecho. En cierta forma, su comportamiento es cruel y dominador, poco empático y muy egocéntrico. Como sucediera con Tediato en Noches lúgubres (José Cadalso, 1789), tan solo comprende y antepone su dolor y, aunque este sea sincero, la hace incapaz de compartir el dolor de los demás, dado que solo le afectan emocionalmente en tanto que tienen alguna influencia directa en su persona. Ahí tenemos el caso de Alice, su joven alumna y futura compañera según sus deseos, cuyo destino la desgarrará, pero en tanto afecta a su soledad y a sus ansias personales.

A su vez, John es la auténtica víctima del ansia del título, en el título original, hunger, más relativo al hambre. El proceso al que se ve sometido supone una quiebra no solo física, sino también psicológica. La seguridad y confianza obtenidas en su convivencia con Miriam es destruída por este hecho y acaba por convertirse en un ser consumido por un ansia sanguinaria y vengativa, despojándose gradualmente de su humanidad. En John, el joven aristócrata y altivo, encontramos un camino autodestructivo similar al que encontraríamos en un drogadicto. En este caso, la sangre viva de los humanos se convierte en su droga, llevándole cada vez a caminos más sórdidos o a incumplir aquellas reglas que tanto había respetado anteriormente. Este paralelismo no es gratuito, dado que dejando aparte la cuestión de los asesinatos que comete, lo cierto es que el consumo de sangre se convierte en la fórmula necesaria para mantenerse joven, para seguir en perfecto estado, en un éxtasis similar al drogadicto que vuelve a consumir su droga predilecta, a pesar de que poco después, y cada vez con más rapidez, les golpea la necesidad de obtener más.


Cabe destacar que en ambas parejas protagonistas existe mayor presencia y relevancia de los personajes femeninos que de los masculinos. En el caso de Sarah Jones y Tom Haver, ambos comparten una relación turbulenta, con visiones distintas sobre la vida y, sobre todo, el ejercicio de su profesión. Ambos nos introducen en el apartado más científico de esta novela, consiguiendo así una explicación en torno al vampirismo, pero sus intereses difieren. Por una parte, Tom vive de su ambición, de su intento de ascender y derribar a los rivales, disfrutando y saboreando sus victorias cual auténtico vampiro. Sarah se desvive por su proyecto y por su profesión. Un personaje fuerte y realizado a sí mismo que no anhela más que completar sus sueños: demostrar al mundo su teoría. Ambos conforman un tándem de vida dedicada al trabajo y un romance envuelto en tórrido sexo, sobre todo en situaciones impropias. Strieber desarrolla en varios puntos de su obra escenas sexuales, quizás de forma gratuita, pero que en algunos casos sirve para definir la relación tan física y tan poco romántica que comparten Sarah y Tom. En otras ocasiones, el erotismo se convierte en un factor imprescindible de la conquista de Miriam sobre otros personajes, aquí incluyendo la manipulación. En cierta medida, El ansia está repleta de relaciones tóxicas, aunque siempre vistas desde los propios involucrados; tan solo algunos alcanzarán, o estarán cerca de alcanzar, cierta redención.

Aunque el título se relacione con el ansia de los vampiros por el consumo de humanos, lo cierto es que existe otro ansia más particular en la novela, y que tiene una íntima relación con la condición humana: la búsqueda del amor, del sentirse amado. Tanto Miriam, en su despótica búsqueda de un acompañante a través del tiempo, como Sarah o Tom, en su relación anómala, anhelan alcanzar esa confluencia con otra persona, la sensación agradable de amar y ser amados. Sin embargo, para la primera existe la condena de la inmortalidad frente a la prolongada mortalidad de sus amantes, una barrera que trata de eliminar a través de los conocimientos de Sarah, y para los segundos, se trata de personas tan orgullosas entre sí y tan alejadas en su forma de actuar, que cuando alcanzan a comprender cuánto se querían, en realidad es el momento en que se está perdiendo el uno al otro.

Los amantes (1928), de René Magritte
Comentábamos anteriormente que nuestra protagonista vampiresa quería encontrar la solución para la inmortalidad de manos de la científica Sarah Jones, pero conforme avanza la novela, este objetivo no solo queda en segundo plano, sino que acaba por diluirse y desvanecerse. Curiosamente, aquello para lo que en origen iba a servir el personaje de Sarah, acaba por ser lo menos importante, a pesar de que podría haber resultado algo interesante. En este sentido, el apartado más científico se constata más por una colección de párrafos marcando diferencias entre el ser que es Miriam y los seres humanos que en la auténtica investigación que llevaba a cabo Sarah con monos de la India. De esta forma, las ideas planteadas en el inicio de la novela son sustituidas por otras situaciones que erigen y conforman el último tramo de la novela, cuya conclusión se siente abrupta, especialmente en lo relativo al personaje de Sarah Jones.

Pese a las apariencias, El ansia esconde dentro de sí una historia de terror representada por unos personajes invadidos de desgracia y tragedia; en última instancia, Miriam se revela como un ser carente de piedad, una víctima de sí misma que no duda en cometer actos abominables, erigiéndose a su vez como un personaje irremediablemente romántico, en el sentido clásico de la palabra, y tóxico para sus compañeros literarios. En definitiva, una curiosa obra sobre vampiros algo irregular en su tramo final que realmente nos habla, tanto directa como metafóricamente, de otras realidades más oscuras y reales de nuestro mundo.

Escrito por Luis J. del Castillo


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