En su perspicaz Ensayo sobre las visiones de fantasmas (Versuch über Geitersehn und was damit zusammenhängt, Valdemar, Club Diógenes, 1998), el filósofo Arthur Schopenhauer (1788-1860) destacaba algo que ya hemos señalado en otras ocasiones: el hecho de que el ser humano se encuentra limitado por sus sentidos, lo que conlleva una comprensión forzosamente fragmentada de la realidad, o de otras realidades. Los sentidos nunca proporcionan más que una mera sensación en su órgano (…). La acción mágica (…) pudiera ejercerse también después de la muerte, por lo que tendría lugar una aparición de fantasmas propiamente dicha, mediante una acción directa, es decir, la presencia personal real, en cierto modo, de un ser ya muerto, que permitiría a su vez una reacción sobre este.
De entre todos los escritores que han abordado el género de los fantasmas, unas veces adscrito al ámbito del terror, otras al de suspense, y otras incluso cercano a lo aventurero y lo gratamente infantil, el británico Montague Rhodes James (1862-1936), también firmante como M. R. James, es uno de los más relevantes exponentes. Sirva como valioso testimonio su recopilación de cuentos de fantasmas Corazones perdidos en Valdemar Gótica (Collected Ghost Stories, 1931; edición española, 1997).
Como notorio anticuario y medievalista, James supo transferir a sus relatos fantasmales una atmósfera plausible y cercana, tan real como imaginada, pero siempre inquietante. No en vano, en cuanto comenzamos a leer, las paredes se desvanecen.
De este modo, la lámina de un álbum antiguo bien puede ser el punto de partida de uno de los relatos, El álbum del canónigo Alberico, provocando la aparición de un demonio en un pueblecito de los pirineos; en tanto que otra ilustración puede dar la impresión de cobrar vida (El grabado), de igual modo que unos reveladores mensajes en latín articulan la resolución de Una historia escolar. Junto al tradicional y siempre bienvenido mecanismo narrativo de la abuela que cuenta una historia a su nieto, en esta ocasión, la de las almas en pena de dos supuestos brujos, en Una velada junto al fuego, acontece la venganza de los espíritus de dos niños frente a un experimento a la búsqueda del elixir de la vida, entraña del referencial Corazones perdidos.
Pero, por supuesto, también las apariciones fantasmales afectan y están ligadas a determinados lugares físicos y entornos naturales, como puedan serlo un fresno, un pozo, la capilla perdida en un valle, el sepulcro de una catedral, o el lugar donde fue ahorcado un joven; hasta unos prismáticos capaces de alterar la realidad. En suma, estas visiones quedan asociadas allá donde haya acontecido la tragedia de forma violenta o inesperada, y siempre injusta. Al menos, hasta que los causantes logran seguir su camino energético evolutivo.
Los destinatarios de tales manifestaciones no tienen que dilucidar si estas existen o no, porque las ven. Tal parece que los visitantes vienen cuando ellos quieren y no cuando nosotros deseamos. O bien no les apetece despegarse de este nivel de realidad, o bien tienen asuntos pendientes en él, incluso maquinando venganzas. Viven su realidad virtual tal cual la experimentaban aquí y portan el carácter y manías que los definían en esta vida. A veces, incluso quedan sujetos a un horario. Así, en La habitación número trece, la referida estancia, sita en un hotel danés, es objeto de apariciones y desapariciones entre las doce de la mañana y las dos de la tarde. En tanto que en El pozo de las lamentaciones, un travieso boy scout se ve inmerso en el interior de una misteriosa arboleda, en pleno bosque.
Igual de notable es El tratado de Middoth, en el que un testamento oculto en el libro de una biblioteca lleva al joven bibliotecario a vivir la más estremecedora aventura. Un tema que enlaza con el de El señor Humphreys y su herencia, donde al protagonista del relato le es legada una casa con un laberinto, o también con el sorprendente diario del señor Poynter. Continuando con otros lugares insospechados, sobresale La residencia de Whitminster, en la que el joven Saúl se ve acompañado por seres muy particulares, o Los mojones de una propiedad vecina, lugar donde aún pueden oírse los lamentos de la causante de un grave perjuicio familiar, puesto que no descansa en paz. O en fin, el maleficio de un brujo alquimista en el excelente El maleficio de las runas.
En el referido ensayo, Schopenhauer concluía que el pueblo de todo tiempo y lugar distingue lo natural y lo sobrenatural como dos órdenes de cosas totalmente diferentes y, sin embargo, coexistentes. Añadiendo que Kant (1724-1804) determina el asunto más exacta y acertadamente al señalar que lo natural y lo sobrenatural no son dos clases distintas y separadas de sustancias, sino una y la misma, que considerada en sí misma hay que llamar sobrenatural, porque solo al aparecer, es decir, al ingresar en la percepción de nuestro entendimiento, y por tanto en sus formas, se representa como naturaleza, cuya mera legalidad fenoménica es justamente lo que se entiende por lo natural.
En definitiva, el que los difuntos se aparezcan no está demostrado, pero sí se encuentra dentro de lo posible. Al fin y al cabo, la negación a priori de toda posibilidad de este tipo, y las burlas que a este respecto provoca la afirmación contraria, no pueden tener otra fuente que la convicción de que la muerte es el aniquilamiento absoluto del hombre. Schopenhauer ya advertía de la posibilidad de personas con la suficiente “intuición” a la hora de percibir realidades sujetas a otros planos por medio de la apertura del órgano de los sueños en estado de vigilia; esto es, de una acusada capacidad sensitiva. Y M. R. James le tomó la palabra.
Escrito por Javier C. Aguilera
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