Adaptaciones (XXXIX): Cuando el destino nos alcance (Soylent Green), de Richard Fleischer

15 abril, 2015

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El mundo en Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, MGM, 1973) es áspero y ocre, las personas sobreviven hacinadas y los alimentos han perdido la cualidad del sabor, al haberse tenido que incrementar la producción a base de aditivos químicos, con el fin de poder abastecer a una estancada pero ingente población.

Como habrán podido suponer si han leído anteriores reseñas, la base de esta adaptación cinematográfica dirigida por Richard Fleischer (1916-2006) la proporciona la novela de Harry Harrison (1925-2012), ¡Hagan sitio, hagan sitio! (Make room, make room!, 1966), adaptada para el cine por el guionista Stanley R. Greenberg (1927-2002).

El detective y agente antidisturbios de la ciudad de Nueva York, que en la novela respondía al nombre de Andy Rusch, pasa ahora a llamarse Thorn (Charlton Heston). La investigación policial que lleva a cabo simplifica el número de personajes involucrados, pero en modo alguno rebaja su trascendencia; de hecho, la sobrepasa. De esta manera, la agresión que sufre el jerarca William R. Simonson (Joseph Cotten) no es una sorpresa inesperada para la víctima, sino una consecuencia asumida, casi contemplada con alivio por esta.

Además, se incide en el hecho de que Mr. Simonson sea uno de los consejeros del monopolio de alimentación Soylent. Para Thorn y quienes le rodean, el potentado será un personaje más importante en la muerte que en vida; abogado y político, es definido por su guardaespaldas, Tab Fielding (Chuck Connors), con el simple calificativo de “rico”.

Esta “simplificación” del caso exige que el referido guardaespaldas se convierta en un personaje distinto al de la novela, más pendenciero e implicado en la trama criminal. Pero el cambio más significativo concierne al fallecimiento de Sol Roth (Edward G. Robinson), el compañero y amigo de Thorn. Si en la obra literaria se atribuye a causas naturales (una pulmonía), en la adaptación cinematográfica alcanza una dignidad y significación superiores; si bien, el interesante debate acerca de la eutanasia es más intenso en el libro, siendo este un aspecto que se traslada al propio Sol en la película: el asunto de la voluntaria muerte asistida ya está “resuelto”, gracias a la incorporación de la institución denominada el “Hogar”.


La película nos sitúa en este escenario alternativo por medio de una brillante secuencia de apertura, que va hilvanando una serie de fotografías que muestran la evolución –o involución- de unas personas, representantes genéricos de buena parte de la población global, que se permiten poder disfrutar del tiempo y el espacio de que disponen, pero que, progresivamente, sucumben ante los llamados avances de lo tecnológico, cuyo legado son el estrés, la contaminación y las enfermedades (elementos que, en esta ficción en particular, vencen a las ventajas o a los aspectos más beneficiosos de dichos adelantos).

La acción pasa a situarse al año 2022, en una Nueva York desconchada y monocolor, poblada por cuarenta millones de habitantes y con una cifra de veinte millones de parados. Hasta las iglesias se encuentran abarrotadas. La base para la subsistencia consiste en unos concentrados de vegetales energéticos elaborados a base plancton o bayas asiáticas, denominados Soylent, cuyos distintos modelos responden a un color específico. Suplen la escasez de alimento y actúan como espónsor de otros productos menos sofisticados, hasta el punto de tener asignado cada uno de ellos un determinado día de la semana; un alimento sazonado con algunos ingredientes de las lúcidas tramas conspirativas de los setenta.

El expolio de las pertenencias ajenas es otro elemento que se acentúa, como sucede con la rapiña a la que es sometido Simonson por parte de los distintos representantes del orden o por sus allegados (como ejemplo, están el [re]descubrimiento del jabón de tocador y el agua corriente por parte del policía).

A ello se suman el “derecho de pernada” de Thorn, que a su vez conlleva la enfatización –con respecto al original literario- del estatus de “mobiliario” de las muchachas que habitan el Edificio Chelsea, propiedad del propio inmueble o de los que logran hacerse con uno de los codiciados apartamentos.

En el caso de Simonson, se trata de la joven Shirl (Leigh Taylor-Young), a la que Thorn aconseja, finalmente, que permanezca con su nuevo “poseedor”, a tenor de su desestabilizador descubrimiento, además de por cierto sentimiento de culpa, al no poder ofrecerle gran cosa de valor (las relaciones lo son en valor de aquello que se posee: en la novela, el “experimento” de la relación sí se intenta, pero aquí el policía se nos muestra más consecuente).

Existen otras diferencias interesantes con respecto al libro que enriquecen la película. Aspectos que Greenberg y Fleischer aportan a su adaptación, como el empleo de maquinaria para dispersar las revueltas de ciudadanos, o la inesperada reacción de Sol, desconocida para el policía, ante los escasos productos naturales que este le muestra y que el anciano hacía años que no veía. En la película se propone una relación más activa entre ambos personajes; en cambio, lo será menos con Shirl.

A diferencia de lo que le ocurre a su alter ego literario, ahora Thorn sí sabe lo que se ha estado perdiendo, y por partida doble. Primero, a través del escuálido banquete de sabores que comparte con Sol, y en segundo lugar, gracias a las imágenes que tiene ocasión de descubrir en el referido “Hogar”. Para el policía, será como contemplar escenas de otro planeta (lo cual es cierto). También destaca el hecho de que haya prisa por cerrar el “caso Simonson” sin una resolución definitiva, asunto que en el libro se insta a que sea resuelto definitivamente cuanto antes.

De igual modo, sobresale en la película un elocuente detalle de producción, concretamente de decoración, una aportación –imagino- del diseñador de producción Edward Carfagno (1907-1996); me refiero a la biblioteca que Sol y Thorn poseen en su apartamento, testigo mudo de otra realidad. En este sentido, es interesante el archivo de libros –y de datos-, al que Sol acude, y en el que solo permanece un personal -o unos usuarios- constituido por gente mayor. Una especie de “consejo de ancianos”.


El descubrimiento de Thorn hunde sus raíces en un proceso industrial que acaba por pervertir el propio ciclo de la vida. Es la última vuelta de tuerca a un entorno donde, como el propio policía comenta, el campo es una zona restringida poblada de granjas que son como fortalezas, en una sociedad en la que no puede permitirse el disponer de más de dos días de baja laboral.

Otros detalles se suman a la estremecedora propuesta, como la desvencijada carpa que protege los últimos y mustios vestigios vegetales que subsisten en Nueva York, el borroso comentario de Shril acerca de la ceremonia fúnebre de que gozó su abuela o la apariencia futurista e inhumana de la “planta de despojos” que Thorn visita. La película sintetiza por medio de esas imágenes el destino trágico de una humanidad que no se ha apercibido a tiempo de este. Una impresión que queda bien ilustrada por la fotografía saturada, polvorienta y plomiza que Richard H. Kline (1926) emplea para los exteriores diurnos.

En Cuando el destino nos alcance, el desolador final de la novela da paso a una de las más hermosas y conmovedoras despedidas -caso de Sol- de la historia del cine. Son todos ellos, aspectos que convierten la película en una excelente paráfrasis del original literario.

Escrito por Javier C. Aguilera


1 comentario :

  1. Hola!!! Yo no conocía ni el libro ni la película pero me ha gustado mucho tu entrada explicándonola.

    He encontrado tu blog en la lista de "Directorio de Blogs de Literatura". Me ha encantado y por supuesto te sigo. Si te apetece pásate por el mío:

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    Un abrazo y nos leemos!!

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