El planteamiento de que todo está escrito nos puede poner ciertas vendas creativas en los ojos, puesto que por una parte negamos que existan ideas originales así como podemos impedir ver la riqueza innovadora de un pasado artístico muy rico. En efecto, es difícil resultar original, pero ello no nos debe impedir ni acercarnos al pasado para disfrutarlo ni mirar al futuro para tratar de innovar o de, al menos, traer una nueva opción artística a los escenarios. El retorno a los clásicos grecolatinos está en vigor gracias a la labor de compañías teatrales dedicadas a su recuperación o a su reelaboración, aún cuando estamos en un país que cada vez dedica menos tiempo de estudio al repaso de nuestro pasado occidental más antiguo, base de todo el pensamiento posterior y actual.
Una reelaboración es justo lo que vamos a comentar a partir de la obra teatral El eunuco, recuperada del original de Terencio (s. II a.C.), autor latino de comedias durante el periodo de la República Romana. Sin embargo, no encontramos en la versión realizada por Jordi Sánchez y Pep Anton Gómez fidelidad al texto original o la dramaturgia clásica, sino una actualización en diversos planos, escogiendo gags de Terencio, pero también de otros autores de la época, como Plauto, o incluso anteriores.
Los propios autores de esta versión no dudan en advertir en el programa sobre esta cuestión, considerando que los propios escritores latinos tomaron como herencia (versionando, revisitando o directamente plagiando, aunque sin la consideración negativa actual) muchos elementos del teatro griego. Se suma a esta cuestión la presencia de versiones de esta obra realizadas desde la original hasta la realizada por Sánchez y Gómez, así como a los recursos e ideas que dos milenios de historia les proporcionan.
Jordi Sánchez, Terencio y Pep Anton Gómez |
De esta forma, nos encontramos ante un argumento de tintes y referentes grecolatinos con un tratamiento contemporáneo, más similar al de las sitcom que copan las televisiones actuales que a la dramaturgia clásica. La meretriz Thais (Anabel Alonso), tras los mejores años de su vida, donde había logrado ser amada por ricos y jóvenes pretendientes, se ve despojada de su belleza física, como advierte en el monólogo inicial, y pretendida por dos hombres que no cumplen con los dos requisitos que ella anhela juntos: dinero y belleza. Uno de ellos es el apuesto y joven Fedrias (Antonio Pagudo), inocente y enamorado personaje cuyas penas soporta Parmenón (Jorge Calvo) y cuyo poco dinero se desvanece en regalos para Thais, mientras que el otro es el gordo e impotente, pero rico, militar Fanfa (Pepón Nieto), que está siempre apoyado y engañado por la fervor dedicación de su sirviente Pelotus (Jordi Vidal). Todo era perfecto para Thais, hasta que ambos pretendientes se enteran de la existencia del otro, por lo que no tardan en solicitarle que abandone al contrario.
A base de engaños, Thais pretende recibir un último regalo de Fanfa prometiéndole que ha dejado a Fedrias: este regalo no es otra que la esclava Pánfila (María Ordóñez), una joven bella que no para de hablar, a quien Thais conoce desde hace años y por la que sabe que se ofrece una recompensa para recuperarla, debido a que fue raptada de su familia, de quien solo queda su hermano Cilindro (Eduardo Mayo). Paralelamente a esta acción, tenemos al hermano menor de Fedrias, Lindus (Alejo Sauras), un donjuán que cae rendido ante la belleza de Pánfila y por la que se hará pasar por un eunuco, regalo de su hermano a Thais, para poder estar junto a ella.
Como podemos observar, una comedia de enredos y equívocos que adopta también los recursos del vodevil tanto en su forma (bailes, composiciones corporales y hasta canciones, la mayor parte de corte cómico, sin pretensiones de musical) como en su fondo (los mensajes que nos transfieren no son de gran calado, sino que sirven para sostener un humor ligero, con un contenido sencillo y fácilmente asumible para el espectador). También lo notamos en el variado vestuario, que trata de ofrecer distintas versiones de los personajes y servir de referencias a múltiples contextos. Ahí tenemos a Thais transformada en una prostituta con aspecto perteneciente a los felices años veinte, al general romano Fanfa transfigurado en mariscal de la Primera Guerra Mundial, a Fedrias como un apuesto caballero novecentista, casi de toque romántico, o a Cilindro configurado como un pijo norteamericano. Tan solo Lindus, que en la introducción aparece vestido como civil, ofrecerá un vestuario propio de la época grecolatina, quizás junto a Pánfila, que, no obstante, también mostrará prendas íntimas muy actuales.
La escenografía también es sobria, tan solo un cubo de paneles móviles que los propios actores se encargan de ordenar en la escena para crear diferentes sensaciones: la esquina de una calle, una pared, un pasillo de un prostíbulo o el interior de una casa. En tonos blancos y con espacios internos para hacer de puertas o apoyos, transfiere la sensación de ser un personaje más de la obra, incluso con coreografía en la primera canción, que sirve justamente de ecuador de la representación.
A falta de un intermedio, la realidad es que estamos ante una obra que absorbe al público, incluso traspasando la cuarta pared (sin lugar a dudas, de los momentos más divertidos de la función ante el animal escénico en que se convierte Anabel Alonso como Thais), funcionando además con rapidez y con chistes fáciles, la mayoría de ellos con referencias sexuales o relacionadas con el equívoco de las situaciones que se suceden. Ahí tenemos, por ejemplo, la conversación entre Thais y Fanfa donde la primera trata de convencerlo de que le regale el Eunuco que, realmente, no es suyo.
Peca, por otra parte, de hacerse pesada en la acumulación de números musicales durante la segunda mitad, una concentración que se debe, entre otras cuestiones, a su completa ausencia en la primera parte, lo que otorga mayor sensación de carga a la cantidad de interpretaciones musicales que se suceden en una obra que no se esperaba de este tipo. No obstante, algunas de ellas están muy logradas como canciones humorísticas (ya sea por el absurdo de las letras o por la parodia que se realiza de temáticas como el amor oculto) y la mayoría despliegan un gran trabajo coreográfico, a destacar aquellas donde participa todo el reparto.
No obstante, no nos dejemos engañar por el espectáculo de luces, bailes, música y humor, la obra versionada que nos traen a escena recurre a recursos que enganchan, pero que no profundizan ni dejan huella. Aunque algunas temáticas tratadas, como la cuestión del descubrimiento de la auténtica orientación sexual, el peso que esto tiene en el ejército, el paso del tiempo en la belleza (¿tempus fugit?), el valor del amor frente al dinero, etc., pueden tener cierto valor reflexivo, el tono en que se desarrolla la comedia no lo pretende realmente, basándose finalmente en el claro y efectivo (o efectista) mensaje de que el amor es lo que todo el mundo necesita y de lo importante que es revelarlo así, incluyendo algún giro en la trama que no se sostiene, aunque está claro que tampoco es la pretensión.
En definitiva, lo que esta versión de El eunuco trata de construir es entretenimiento con humor, y eso al menos lo logra con cierto nivel gracias a unas dignas actuaciones, con especial mención a Anabel Alonso, Pepón Nieto, Jorge Calvo, Jordi Vidal y María Ordóñez, una excelente música (obra de Tao Gutiérrez y Asier Etxeandia) y a los chistes y gags que emplea, recurridos o recurrentes, pero siempre efectivos. Será por eso que se ha ganado el favor del público tras su debut en el Festival de Teatro Clásico de Mérida y en cualquier escenario al que se haya acercado su gira.
Escrito por Luis J. del Castillo
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