Sabemos muy poco de nuestro remoto pasado. Más allá de 6000 años en el tiempo, todo son conjeturas. (Fernando Jiménez del Oso)
Portada de Las huellas de los dioses |
En Las huellas de los dioses, Graham Hancock hacía todo un recorrido personal y geográfico (visitando los lugares por sí mismo), paseándose por entre mapas antiguos como el de Piri Reis (1513), cuya tipología subglacial cartografía detalles que solo pudieron ser determinados ¡antes de la era glacial!, y cuya autenticidad fue verificada en 1949 (si la Antártida no se descubrió hasta 1818, la última fecha en que pudo haber sido cartografiada sin hielo fue sobre el 4000 a.C.); o el de Oronteus Finaeus, de 1531; o el de Mercator (1569).
Graham Hancock |
Mapa de Piri Reis |
Pero el misterio también se relaciona con el entorno de la Tierra, es decir, con el espacio. Y es aquí donde Hancock, con ayuda del ingeniero Robert Bauval, logró dar un paso “más allá”, puesto que su teoría sugería que tales conocimientos plasmados en el más duradero de los materiales, y diseminados por todos los rincones del planeta, forman parte de un tan complejo como “simple” sistema de marcación celeste. Parafraseando al filósofo italoamericano Giorgio de Santillana, entraríamos en confrontación con todo un sistema que disfraza la “terminología técnica” de una avanzada ciencia astronómica… agazapada tras el lenguaje del mito.
En este sentido, cobran importancia datos confirmados por la ciencia como la inclinación de la Tierra (u oblicuidad), el plano de su órbita (eclíptica) y sobre todo, el tambaleo del eje durante la rotación de la Tierra (el movimiento de precesión descubierto por Hiparco). ¿Sería la plasmación de este mecanismo “precesional” un intento de comunicación por parte de una civilización ya desaparecida? De hecho, la facultad de reconocer y fijar estas eras precesionales que la ciencia fija cada veintiséis mil años, implica estar en posesión de una astronomía observacional muy sofisticada y un conocimiento profundo de la mecánica del sistema solar.
Pirámides como las de la meseta de Guiza, huérfanas de jeroglíficos y de toda decoración funeraria en su interior, así parecen atestiguarlo. Además, los avances técnicos benefician una disciplina como la geodesia, encargada de determinar la posición exacta de los puntos geográficos, la forma y el tamaño de la Tierra… y otras correspondencias.
Angkor Wat, Camboya |
Llegados a este punto, una buena relación o resumen de datos es proporcionado por el autor en la página 276 del libro (en su edición en español), puesto que nos encontramos inmersos en un lenguaje que por medio de las creencias y los cultos locales, se centra en números, movimientos, medidas y geometría. El legado de unas culturas tecnológicamente desarrolladas aunque pertenecientes a tiempos casi prehistóricos.
Tal vez ciertos mitos necesiten ser decodificados. La misma ciudad de Teotihuacán podría ser la tarjeta de visita de una civilización perdida, ya que casi nada se conoce acerca de este emplazamiento, que perdura gracias al lenguaje eterno de las matemáticas.
Puertas terrestres con sus correspondientes estelares, monumentos que reflejan una geometría celeste por medio de valores astronómicos, como el referido cambio de precesión de la Tierra, “reflejando” una disposición según los patrones temporales de las constelaciones (como las estrellas del Cinturón de Orión o la constelación del Dragón). De hecho, se ha descubierto que las frecuencias radiofónicas de onda corta ¡sufren una distorsión cuando Saturno, Júpiter y Marte se alinean!
Todas estas huellas forman parte de una sabiduría legada en piedra para Graham Hancock, y para tantos otros que como él, ya meditaron la posibilidad. Una contingencia en confrontación no con los datos, sino con las interpretaciones más ortodoxas de los mismos. En definitiva, un ramillete de conocimientos que no pasó a las generaciones posteriores, ya fuera por desidia o con la ayuda indirecta de las invasiones o conquistas, o de toda suerte de desastres naturales (como sucedió en Acrotiri, la actual Santorini o Thera). Una teoría en suma, que el autor ha ido apuntalando, y con la que formula una especie de espiritualidad universal que recorrió todo el globo, y que hubo de tener una fuente común, como el Big Bang.
Por ello, Graham Hancock ha proporcionado una obra más que estimulante que no ha dejado de fluir, esto es, de suscitar de nuevo interés por nuestro remoto pasado (los libros no traducidos al español conservan su título en inglés): Símbolo y señal (1992) (Planeta, 1993), Las huellas de los dioses (1995) (Ediciones B, 1998), Guardián del Génesis (1997) (Planeta, 1997), El misterio de Marte (1998) (Grijlabo, 1998), El espejo del paraíso (2001) (Grijlabo, 2001), Underworld (2002), Talismán, acerca de los mensajes legados por… la masonería (2004) (Debate, 2004), Supernatural: Meeting with the ancient teachers of mankind (2005) y Entangled: The eater of Souls (2010).
Se esté o no de acuerdo -en parte o al completo- con las teorías expresadas por Hancock (y por Robert Bauval en sus libros conjuntos), lo que el autor reclama desde sus textos y documentales, es un hueco en el que poder ser escuchado sin acritud; la oportunidad de poder expresar sus opiniones, razonablemente argumentadas (seas ciertas o no), sin que por ello tengan que derrumbarse todos los cimientos de la arqueología, una disciplina que tantos investigadores ha dado (muchos por vocación, otros a causa del azar), y que nos ha ayudado a comprender mucho mejor el mundo en que vivimos. Lo que no quiere decir que no se pueda elucubrar frente a tantos enigmas arqueológicos aún no resueltos.
Escrito por Javier C. Aguilera
Tal vez ciertos mitos necesiten ser decodificados. La misma ciudad de Teotihuacán podría ser la tarjeta de visita de una civilización perdida, ya que casi nada se conoce acerca de este emplazamiento, que perdura gracias al lenguaje eterno de las matemáticas.
Puertas terrestres con sus correspondientes estelares, monumentos que reflejan una geometría celeste por medio de valores astronómicos, como el referido cambio de precesión de la Tierra, “reflejando” una disposición según los patrones temporales de las constelaciones (como las estrellas del Cinturón de Orión o la constelación del Dragón). De hecho, se ha descubierto que las frecuencias radiofónicas de onda corta ¡sufren una distorsión cuando Saturno, Júpiter y Marte se alinean!
Principales estrellas de la Constelación de Orión |
Todas estas huellas forman parte de una sabiduría legada en piedra para Graham Hancock, y para tantos otros que como él, ya meditaron la posibilidad. Una contingencia en confrontación no con los datos, sino con las interpretaciones más ortodoxas de los mismos. En definitiva, un ramillete de conocimientos que no pasó a las generaciones posteriores, ya fuera por desidia o con la ayuda indirecta de las invasiones o conquistas, o de toda suerte de desastres naturales (como sucedió en Acrotiri, la actual Santorini o Thera). Una teoría en suma, que el autor ha ido apuntalando, y con la que formula una especie de espiritualidad universal que recorrió todo el globo, y que hubo de tener una fuente común, como el Big Bang.
Por ello, Graham Hancock ha proporcionado una obra más que estimulante que no ha dejado de fluir, esto es, de suscitar de nuevo interés por nuestro remoto pasado (los libros no traducidos al español conservan su título en inglés): Símbolo y señal (1992) (Planeta, 1993), Las huellas de los dioses (1995) (Ediciones B, 1998), Guardián del Génesis (1997) (Planeta, 1997), El misterio de Marte (1998) (Grijlabo, 1998), El espejo del paraíso (2001) (Grijlabo, 2001), Underworld (2002), Talismán, acerca de los mensajes legados por… la masonería (2004) (Debate, 2004), Supernatural: Meeting with the ancient teachers of mankind (2005) y Entangled: The eater of Souls (2010).
Se esté o no de acuerdo -en parte o al completo- con las teorías expresadas por Hancock (y por Robert Bauval en sus libros conjuntos), lo que el autor reclama desde sus textos y documentales, es un hueco en el que poder ser escuchado sin acritud; la oportunidad de poder expresar sus opiniones, razonablemente argumentadas (seas ciertas o no), sin que por ello tengan que derrumbarse todos los cimientos de la arqueología, una disciplina que tantos investigadores ha dado (muchos por vocación, otros a causa del azar), y que nos ha ayudado a comprender mucho mejor el mundo en que vivimos. Lo que no quiere decir que no se pueda elucubrar frente a tantos enigmas arqueológicos aún no resueltos.
Escrito por Javier C. Aguilera
Buena reseña, "La huella de los dioses" es tremendo libro con información muy convincente más allá, como bien decís, sean ciertas o no, no cabe dudas que te dejan un sabor a querer saber que es lo que pasó realmente en el pasado remoto. Saludos y excelente artículo.
ResponderEliminarHola, me gustaría conseguir el libro para leerlo! pero no lo encuentro por ningún lado. Alguien que sepa dónde lo puedo conseguir, aunque sea usado? Gracias.
ResponderEliminarFacebook: Tabaré Citto
El problema con este libro, Tabaré Citto, es que está descatalogado en español, por lo que tan solo podrás encontrarlo de segunda mano o en alguna biblioteca que disponga de él. Quizás en inglés te resulte más accesible. Un saludo.
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