La poesía española tiene en su historia grandes poemas relacionados con la muerte, uno de los temas universales de la literatura mundial que aparece ya en la primera obra literaria de la que tenemos constancia, el Poema de Gilgamesh. Desde la antigüedad hemos encontrado descritos los sentimientos que produce la muerte para el ser humano en la literatura y dentro de la castellana podemos destacar la obra culmen de Jorge Manrique por el que su nombre ha llegado a nuestros días como uno de los principales poetas del siglo XV.
Retrato del autor |
Jorge Manrique forma parte de las primeras generaciones de poetas españoles que firmaban con su nombre las obras, en contraposición a la larga etapa anterior, con obras como el Cantar del Mío Cid, que permanecen anónimas. No fue el primero, pues ya era algo corriente en su siglo, por ejemplo, un familiar suyo, el Marqués de Santillana, que vivió en la primera parte del siglo XV, es uno de los que reconocen sus obras como propias y también el gran poeta de este siglo. Volviendo a Manrique, nuestro poeta siguió la línea de otros escritores de la época que combinaban su afán literario con la figura del guerrero, precisamente fallecerá durante la guerra entre Isabel la Católica y Juana la Beltraneja. La mayor parte de lo que escribió es poema de cancionero, poco relevante en comparación a las coplas que dedicó a la muerte de su padre, Rodrigo Manrique.
Las coplas a la muerte su padre toman como fuente principal el libro bíblico del Eclesiastés, donde se señala que el tiempo de nuestra vida debe dedicarse a hacer cosas gloriosas y no a malgastar nuestro tiempo con asuntos de poco valor, como las riquezas terrenales. Partiendo de esta fuente, Manrique toma distintos tópicos de la literatura, como el Contemptu mundi, una muestra de desprecio al mundo terrenal y a las cosas que en nuestra vida tienen importancia pero que en nuestra muerte son irrelevantes, como las posesiones materiales o el dinero. Otro de los tópicos que emplea es el Memento mori, una llamada de atención al lector en el que advierte que hemos de morir y que debemos recordarlo, también junto al más conocido Tempus fugit, que hace referencia a cómo el tiempo transcurre de forma veloz. Junto a estos tópicos, hay uno más relevante y frecuente en la literatura de la época, el Ubi sunt?, un tópico que servía como pregunta retórica para mostrar lo vana que es la vida a partir de esos grandes personajes de la antigüedad que, pese a todas sus virtudes, habían acabado por morir. Una mezcla de los tópicos anteriores que Jorge Manrique revoluciona al abandonar la mención a personajes clásicos para referirse a figuras relevantes fallecidas en su misma época, personas que habían sido conocidas por los lectores coetáneos.
Dibujo del pintor medieval sueco Albertus Pictor |
Asimismo, el autor nos revela en esta obra el pensamiento que había en la época acerca de la muerte y su función, que había evolucionado en los siglos anteriores desde ser un camino de salvación hasta el terror que producía como final de la vida. En este siglo, se siente como una experiencia que iguala a todos los hombres, sin importar las injusticias que existan en vida, tanto el pobre como el rico morirán.
Aunque esta reflexión daría como resultado las famosas danzas de la muerte, en las que se mantenía una conversación con la muerte personificada, representada, entre otras formas, como un esqueleto, es algo que Manrique rechaza, apareciendo en sus coplas como un ente abstracto que conversa con Rodrigo Manrique, quien asume que ha llegado su hora y se marcha con la muerte. Sobre el carácter macabro de la muerte, podemos acudir como referente cinematográfico a la película El séptimo sello (Ingmar Bergman, 1957), donde un caballero cruzado mantiene una conversación con la muerte mientras juegan a una partida de ajedrez.
Aunque esta reflexión daría como resultado las famosas danzas de la muerte, en las que se mantenía una conversación con la muerte personificada, representada, entre otras formas, como un esqueleto, es algo que Manrique rechaza, apareciendo en sus coplas como un ente abstracto que conversa con Rodrigo Manrique, quien asume que ha llegado su hora y se marcha con la muerte. Sobre el carácter macabro de la muerte, podemos acudir como referente cinematográfico a la película El séptimo sello (Ingmar Bergman, 1957), donde un caballero cruzado mantiene una conversación con la muerte mientras juegan a una partida de ajedrez.
Fotograma de la película El séptimo sello, de Ingmar Bergman |
Sin embargo, pese al tema tan relevante que Manrique está tratando en sus coplas y los tópicos empleados, escribe de forma sencilla con versos de arte menor y sin alegorías complejas como era típico en obras de este carácter. Emplea, además, un tipo de estrofas que han heredado su nombre aunque no fuese el creador, pero sí el autor más reconocido que las haya empleado: las coplas de pie quebrado o coplas manriqueñas.
Métricamente, son seis versos que forman una sexteta de versos octosílabos donde el tercer y sexto verso tienen la mitad de sílabas, cuatro, y en ocasiones, cinco. Estos versos de menor medida que el resto son los denominados pies quebrados. Observemos un ejemplo de una de las imágenes más populares de esta obra y que recoge la idea de Heráclito de la vida como un río, así como la idea igualadora de la muerte, reflejada en el mar, que recoge a todas vidas, reflejadas en los diferentes tipos de ríos:
Fotografía Strenght realizada por MB |
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
Podemos dividir la obra en tres partes, donde encontramos una primera que realiza un planteamiento general sore la muerte, donde recogemos las ocho primeras coplas; después una segunda parte dedicada a darnos ejemplos del efecto de la muerte y del paso del tiempo en quienes han muerto, se reúne aquí el repertorio de figuras relevantes recogido por el tópico Ubi sunt?. La última parte corresponde al elogio que dedica a su padre y que se extiende desde la décimo quinta copla hasta el final. Entre los versos finales comienza el diálogo con la muerte donde se nos muestra la muerte ejemplear de Rodrigo, quien acepta que ha llegado su hora.
Esta muerte nos hace reflexionar sobre los tres tipos de vida que Manrique menciona en boca de la propia muerte: la vida terrenal y vana, que abandonamos tras morir; la vida eterna, a la que estamos destinados tras la muerte; y la vida virtuosa, la vida hecha con la memoria que queda en las personas que nos conocieron y que siguen vivas tras nuestra muerte, es lo que denominamos fama y que nos hace estar vivos aún habiendo abandonado la vida terrenal. Por así decirlo, aunque nos llegue la muerte, nunca moriremos mientras alguien nos recuerde.
Lápida cristiana fotografiada por LJ |
Con esta última idea termino esta entrada sobre esta famosa obra poética del siglo XV que refleja la idea de la muerte de la época y nos traslada al propio dolor de no saber adónde vamos en ese mar donde terminan los ríos. No es la descripción de esa soledad que sentimos ante la muerte, pero sí es el perfecto resumen de lo que debemos tener en cuenta antes de abandonar la vida.
Escrito por Luis J. del Castillo
Hola Debi, soy anna del blog romance, me ha encantado tu comentario acerca de mi blog y bueno queria saludarte y decirte que te sigo ¿vale? a mi me encanta la poesia, de hecho seguiré escribiendo por el blog, te espero por allí.
ResponderEliminarBesos