¡A ponerse series! (XXV): Cervantes

10 julio, 2016

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También la vida del hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) ha sido narrada por la televisión en un intento de acercar al espectador la figura del célebre escritor de un modo asequible. Los nueve capítulos que componen la serie Cervantes (RTVE, 1981) fueron desarrollados argumentalmente por Daniel Sueiro (1931-1986), Manuel Matjí (1943), Isaac Montero (1936) y el recomendable Eugenio Martín (1925). Su realizador, Alfonso Ungría (1943), se muestra además lo suficientemente perspicaz como para componer y diseminar algunos elaborados planos secuencia y otros elegantes movimientos de cámara, con el ánimo de insuflar vida a unos decorados algo descascarillados (a excepción del Corral de Comedias de Almagro, en Ciudad Real).

Si acaso peca de algo este Cervantes, interpretado con eficacia y convicción por Julián Mateos (1938-1996), es de resultar grave y meditabundo en exceso, en lugar de distendido, socarrón y jacarandoso, como algunos imaginamos que también hubo de ser, al menos en aquellas ocasiones más alejadas de las adversidades y los infortunios, más allá de los pozos argelinos.

También queda la serie lastrada por una cierta complacencia al lugar común, respecto a una inevitable -y falseada- España maniquea y oscurecida; todo ello muy a pesar de la supervisión de Camilo José Cela (1916-2002) que rezan los títulos de crédito. Pero adentrándonos en lo más conseguido de esta esforzada producción, quedan en ella los suficientes alicientes como para poder disfrutar de su visionado. Por ejemplo, en el aspecto técnico, podemos incluir la lograda composición de Antón García Abril (1933) o la fotografía de Francisco Fraile (1912).


El caso es que, por tierras de Castilla, viaja de Esquivias (Toledo) a Madrid un achacoso Miguel de Cervantes en compañía de otros, hasta que se les une un licenciado de cuyo nombre los guionistas han preferido no acordarse (Chema Muñoz), en idéntica ruta (Episodio I). El joven, sabedor y admirador del talento del literato, decide tomar cartas en los asuntos de la escuálida hacienda del autor de Don Quijote de La Mancha (1605; 1615) y, a su llegada a la capital, promueve la redacción de un memorial de pensiones, cuya recogida de firmas concita una gran adhesión entre los conocidos de Cervantes, pero que finalmente, queda lastrado por las injerencias del Santo Oficio, receloso de la genealogía “impura” del escritor. Un extremo dislocado históricamente por obra y (des)gracia de los licenciados guionistas, que cargan las tintas en este sentido, a veces de forma grotesca (ese capellán que conduce a su rebaño a golpe de látigo; VI), aunque otras razones no faltaran para criticar el piadoso embolado.

En suma, un proceso inquisitorial que, como recalca la voz en off en el último de los capítulos de la serie (completamente prescindible por reiterativo y tergiversador) y pese a la buena actuación de Carlos Lucena (1925-1995) como el inquisidor-astrónomo que mueve los hilos tanto terrenales como celestes, probablemente nunca existió. Por lo tanto, una licencia (in)oportunamente inventada, por aquello de que hay que introducir -ya entonces- la debida ración de corrección política por parte de lo que Javier Cercas (1962) ha dado en llamar la industria de la memoria. De hecho, ya fallecido Cervantes, solo acierta esa voz en off al recordar al autor como un justo servidor de la causa de la libertad (IX).


En cualquier caso, tanto este viaje como la permanencia del escritor en Madrid, donde ha recalado finalmente para bien morir, quedando a cargo de su sobrina Constanza (Carmen Maura), son la excusa para llevar a cabo otras incursiones temporales que nos muestran a grandes rasgos la -solo en parte conocida- vida de Miguel de Cervantes. Episodios como sus pendencias juveniles, en un duelo acontecido en Madrid, hacia 1568, en el que Cervantes hubo de desfacer un agravio relacionado con su presunta impureza de sangre, o su partida hacia Roma en 1570, en la que el joven Miguel ejerció como secretario del cardenal Acquaviva (Imanol Arias), para a continuación pasar a Nápoles, donde conocerá a la napolitana Silena, apodada Mariucha (Isabel Mestres), y alistarse en los tercios (I).

Como sabemos, poco después, el destino le tenía reservado a Cervantes tanto el formar parte de una batalla histórica como el conocer la prisión de Argel, junto a su hermano Rodrigo (José Pedro Carrión); ambos a manos del arráez Dali Mami -y no Alí Pachá, como aparece consignado en algunas partes- (Walter Vidarte) (III). Un lugar en el que también conocerá a don Antonio de Sosa (Antonio Casas) y entablará una relación con la joven Zoraida (Laura Cepeda), tras varios intentos de fuga frustrados (IV). Tras lo cual, su amigo de la infancia Mateo Vázquez (José Mª. Pou), secretario particular del rey, tratará de echarle una mano enviándole a una misión en Orán.

Debemos anotar aquí la imaginativa solución consistente en narrar de forma verbal tanto la referida Batalla de Lepanto (1571) como el abordaje de la galera Sol (1575), al no contarse con el necesario presupuesto para poder mostrar tales acontecimientos de forma visual. Solución imaginativa, en suma, por cómo está planificada la secuencia en el archivo del Consejo de Estado, administrado por don Roque de Aceval (Manuel Guitián) (II).


Poco a poco, se va produciendo el encuentro con las letras y las comedias (cuyo germen se nos presenta durante el periodo de cautiverio en Argel), en tanto que Cervantes comienza una relación con Ana Franca, apodada -esta vez- la mulera (por estar casada con un acemilero; Marisa Paredes), con la que tendrá una hija (Isabel: Enriqueta Carballeira). Una relación que no se romperá del todo tras el enlace matrimonial del escritor con Catalina (Ana Marzoa), oriunda de Esquivias (V).

Con estos acercamientos al teatro, percibe Cervantes los primeros sinsabores tras los estrenos de algunas de sus comedias. No en vano, observa que el gusto del público cambia y yo debería cambiar con él (V). Cervantes es consciente de que necesita reactualizarse a la vez que precisa de la estabilidad monetaria que le proporcionan su casamiento con Catalina y, muy a su pesar, su labor como comisario real de abastos (recaudador de impuestos) para la Armada contra Inglaterra; un desenlace bélico al que sabrá hacer frente con todo su arsenal humorístico y escepticismo vital.

En cualquier caso, el cargo le viene ancho y no faltan quienes le atribuyen una mala praxis recaudatoria en los cobros de la hacienda real; procedimientos discutibles que, ciertos o no, bien purgó en prisión, por hacer de intermediario entre Dios y los seres humanos, pasando por encima de la Iglesia y de otros colegas proveedores de la Real Casa (en suma, de quienes detentan el poder).


Una estancia en prisión que, por otras razones, compartirá con el autor del Guzmán de Alfarache (1599; 1604), Mateo Alemán (1547-1614; interpretado por Paco Rabal) (VI). No será el único escritor de prestigio con el que converja. Tal es el caso de Luis de Góngora (1561-1627; Agustín González) y del pomposo y pagado de sí mismo Lope de Vega (1562-1635; Ricardo Lucía), que impedirá su traslado a Nápoles y con el que mantendrá ineludibles duelos dialécticos (VII). No en vano, Cervantes le dedica una de las mejores frases de la serie al espetarle que vos no creéis que pueda dramatizarse la vida interior. A lo que se añadirá el disgusto por el plagio que supone la aparición del Quijote apócrifo (1614) de Alonso Fernández de Avellaneda (un pseudónimo), que se suma al curioso y agridulce instante en el que Cervantes contempla lo más parecido a una adaptación de su obra magna, desvirtuada y paródica, perpetrada por algunos estudiantes universitarios (VIII).

La ironía en la vida de Cervantes radica en el hecho de que sus comedias fueran tildadas de anticuadas, y su obra más radical y moderna suscitara el comentario de Catalina de que la gente vuelve la espalda a quien no sigue la costumbre (VI). Dos extremos difíciles de conciliar y contentar, al menos en cuanto al público se refiere. Mejor paradas no quedan las leyes de la administración del reino, o mejor expresado, las inquinas de aquellos que la ejercen, así como la mezquindad de algunas buenas gentes. Precisamente, hay una imagen que funciona a modo de alegoría de la incapacidad, o noluntad, por emplear el término unamuniano, de desliar la urdimbre administrativa: cuando el licenciado benefactor y anónimo trata de entrevistarse con el ambiguo obispo primado de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas (1546-1618; José Mª. Caffarell), cuya labor de mecenazgo no queda demasiado clara en la serie, el joven se ve de repente inmerso en todo un laberinto de setos (VII). Como le recordará la abnegada Constanza poco después, se ve que no tenéis el corazón hecho de desengaños.


Dejando al margen la rocambolesca tradición de consignar en los títulos de crédito, de forma harto aleatoria, a algunos de los actores que intervienen en la serie (pero que no aparecen en todos los capítulos), en tanto se deja en la calle a otros en idéntica situación, no podemos sustraernos a la diligencia de citar a algunos de ellos, no consignados hasta este momento, ya que con su solidez, y en muchos casos su veteranía, apuntalan la serie de forma distraída y vivaracha, aunque a veces no se trate más que de simples cameos.

Ellos son, por ejemplo, las hermanas de Cervantes, Magdalena (Yolanda Ríos) y Andrea (Julieta Serrano), sus progenitores, Leonor de Cortinas (Mª. Luisa Ponte) y Rodrigo de Cervantes (por cierto, que hablando hasta por los codos, es decir, que de sordomudo ni hablar; Francisco Sanz); el tío cardenal, Gaspar Cervantes (Manuel Alexandre), el precedente capitán Centellas, literariamente hablando, y amigo de correrías (Manuel Zarzo), un árabe (Eduardo Fajardo), Vicente Espinel (Enric Arredondo), el secretario del duque de Lerma (Tomás Blanco), don Francisco, canónigo y tío de Catalina (Juan José Otegui), los amigos en tiempos de la administración de abastos, Ginés (Paco Algora) y Pedro de Isuza (Jack Taylor), una monja que tercia en las justas poéticas en honor a Santa Teresa de Ávila (Chus Lampreave), varios presos (Blaki, Luis Ciges o Víctor Israel), el médico que atiende a Cervantes (Saturnino García), el bey de Argel, Hassan Bahad (Gérard Tichy), don Juan de Austria (Miguel Ayones), el alférez Luis de Castañeda (Carles Velat), y otros valedores del inmortal escritor, como los poetas y amigos Urbina (José Luis Cervino), Heredia (Mario Gas), Torralba (Francisco Vidal) o Guzmán (Francisco Casares). Sin olvidar a un avieso alborotador (Luis Marín).

Escrito por Javier C. Aguilera 

Próximamente: Tristeza de amor






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