Las verdes praderas, de José Luis Garci

10 mayo, 2013

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Lo hemos comentado en alguna ocasión, una de las mejores cosas que ofrece el séptimo arte es la de ser reflejo visual, voluntario o no, de los acontecimientos, el ambiente y el contexto, que envuelven la realización de una obra (por eso nunca podré entender la actitud de jóvenes o adultos que se niegan a ver películas con más de veinte o treinta años de antigüedad porque-son-muy-viejas; el problema es de ellos, naturalmente. ¿Se imaginan un estudiante de arquitectura que no sintiera interés por conocer a Fidias o Palladio? ¡Es pregunta retórica!)

La verdes praderas (1979) de José Luis Garci funciona en sentido cinematográfico y también sociológico, deja traslucir una visión menos complaciente de lo que cabría esperar de la llamada etapa de la Transición, aunque aún perviva un resquicio de optimismo en el futuro; algo que, en cualquier caso, los distintos gobernantes se han encargado de dilapidar. O es que tal vez la esperanza se encuentre en una pareja comprensiva o en la charla con unos niños… El reflejo de la época contenido en la película es extraordinario; cinematográficamente también lo transmite la fotografía de Fernando Arribas.

Estamos ante un retrato de familia con casita al fondo. Un retrato generacional, asumible por muchos de los ciudadanos de clase media que vivieron aquella, pese a todo, fascinante época (vivimos en un mundo vulgar, comenta Ricardo -Carlos Larrañaga-). La época del auge de la novelita erótica y la Black & Decker.

José Rebolledo (Alfredo Landa) trabaja para una compañía de seguros, y aunque es consciente de que no desea “heredar” la empresa, pone todo su empeño en hacer su trabajo lo más eficazmente posible, y no sin esfuerzo, en contraposición con ese otro arquetipo laboral que es su compañero Ricardo, al que apodan Doña Perfecta, que siempre parece caer de pie. Tras una semana laboral el único deseo de José, convertido ya en rutina, es llevarse a su familia al campo, donde disfruta de un teórico relax en la imprescindible segunda vivienda, el chalé; lo que le supone toda una estructuración de su tiempo libre.

Además, en esta ocasión, todos los elementos socio familiares parecen aliarse para que nuestro antihéroe no pueda hacer aquello que realmente le apetece. De ese modo se suceden toda una serie de compromisos “de trabajo”, donde priman las apariencias y la hipocresía, y en los que cada vez se encuentra más incómodo. En suma, lo que son las relaciones sociales, sobre todo con respecto a quien ostenta algún tipo de poder, en este caso el jefe de su empresa: la rivalidad borreguil se traslada hasta un partido de futbol entre empleados, una tormenta de cerebros muy nublada.


Para colmo, José no puede evitar la visita de su suegra -impagable retrato proporcionado por Irene Gutiérrez Caba-, junto a la hermana de su mujer Conchi (María Casanova) y su marido; interpretados estos por una joven Cecilia Roth y Pedro Díez del Corral. En efecto, estamos dentro del fascinante y semi oculto mundo de las simpatías y antipatías que se suelen dar en todas las familias.

Ahora bien, con el raciocinio que proporciona la madurez, José y Conchi hallarán al fin un momento de sosiego para poder sincerarse y reafirmar su relación. Es la bella secuencia del pinar, que a la larga culminará en la simbólica (aunque sea real) conclusión de la película. Tal vez, el final de todas las frustraciones.


En Las verdes praderas, la mirada de José es siempre especial, más humana: así lo da a entender ese plano en que el personaje mira sin mirar a través de la ventana de su despacho. Con esa mirada está reclamando su propio lugar.

La película de Garci no deja de ser un anticipo del desencanto que quedará reflejado en el Madrid churretoso de El crack (1981), el mundo de la producción cinematográfica de Sesión continua (1984), y así hasta el entorno caciquil expuesto en la notable Luz de domingo (2007). Ahora bien, en Las verdes praderas, José y Conchi aún tratan de recuperar parte de la felicidad perdida antes de que sea demasiado tarde.


Escrito por Javier C. Aguilera


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