Como tengo
mucha imaginación, supongamos un país en el que se comienza a desmontar el
sistema constitucional con objeto de instalar, como en los ordenadores, otro régimen
político y social. Convenciendo a la mente de dicho ordenador -los habitantes- de
que le conviene el cambio. Para ello, el Ministerio Fiscal deja de ser un
órgano que tiene por misión promover la acción de la justicia en defensa de la
legalidad, velando por la independencia de los tribunales, para poner al frente
de la Fiscalía General del Estado a quien ha sido reprobado hasta tres veces,
por su mala praxis en un anterior cargo público, solo por ser un afiliado
ideológico (alguien dispuesto a cumplir nuestras directrices, verbigracia, el
traslado de presos como moneda política de cambio).
La pregunta entonces es, ¿qué hacer cuando los políticos manejan el engranaje judicial?
Esto coincide con el suicidio de un miembro del Tribunal Superior de Justicia, el juez Gene Culhane (Sheldon Feldner), que formaba parte de un grupo de nueve regeneracionistas, por decirlo así. Todos pertenecientes al mismo tribunal.
En el aspecto visual, siempre atendido por el guionista y realizador Peter Hyams (1943), destacan los planos sobrios, significativos, en el que los actores se desenvuelven o quedan petrificados por las circunstancias, y la planificación que, respecto a Steven y Ben, los involucra progresivamente, conforme el primero se va comprometiendo con la causa del segundo. En el restaurante chino en el que ambos almuerzan, están separados por el plano-contraplano. Cuando Ben le hace a Steven su propuesta (una propuesta que puede rechazar), ya comparten alguno de esos planos; y cuando el tribunal alternativo se reúne para dictar sentencias, todos los componentes quedan enlazados por sendos deslizamientos con la cámara. Por cierto que el speech que nos brinda Ben en su domicilio es muy parecido al que el mismo actor nos ofrecía en Capricornio Uno (Capricorn One, Peter Hyams, 1977). Un tribunal de último recurso, que el espectador aprueba o reprueba, pero que, aún en la sombra, trata de devolver a la ley su faz más justa y humana. Casos sangrantes, además de sanguinarios. El fallo real está, en que una vez puesta en marcha la maquinaria ejecutiva, no se puede (o quiere) parar. La desconexión entre el ejecutor de tales sentencias (Keith Buckley) y el tribunal paralelo parece absoluta.
Pero si la deriva de Steve se afianza, las investigaciones policiales también prosiguen su curso. Ambas están entrelazadas, como casi todo en la vida. De hecho, la película muestra el punto de vista de los agentes de la ley y de las víctimas, sin ser un relato centralizado en estos colectivos. Los policías también se mueven por intuición, como el resto de seres humanos. Algo que no siempre sabe valorar la legislación. Entre tanto, el resto de mortales asistimos impasibles a la salida y excarcelación de violadores y criminales.
Hyams y su colaborador en el guión, Roderick Taylor (-), estructuran muy bien el relato, cuyo tercer vértice (tras el de Ben y Steven) es la profesionalidad del detective Harry Lowes (Japhet Kotto: todos los actores de soporte son magníficos). En una muestra significativa, Lowes deja de seguirle los pasos a Steven cuando recibe un aviso por radio (aunque sabe a dónde se dirige). Es lo que hace un buen guionista y cineasta, otorgar sentido a los gestos. Otrosí. Steve, como es apodado, descubre que Monk y Cooms no son dos angelitos pese a todo, cuando visita las instalaciones en que estos operan.
Producida por Frank Yablans (1935-2014), responsable de poner en marcha títulos tan estimulantes como El expreso de Chicago (Silver Streak, Arthur Hiller, 1976), El otro lado de la medianoche (The Other Side of Midnight, Charles Jarrott, 1977), La furia (The Fury, Brian de Palma, 1978), Queridísima mamá (Mommie Dearest, Frank Perry, 1981), o Monseñor (Monsignor, Frank Perry, 1982), y la simpática película para niños Kidco (íd., Ron Maxwell, 1984), con Los jueces de la ley se nos lega una de las piezas más emblemáticas y reivindicables, visual y argumentalmente, de la clásica década de los ochenta. Cuenta además con la envolvente y atmosférica música de Michael Small (1939-2003).
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