El año 2022
ha sido pródigo en trabajos musicales bien elaborados (también en otras
disciplinas). Confieso que, para mí, aparte de constituir una grata sorpresa,
ha sido algo así como recuperar cierta ilusión por lo talentoso, que no
conservo desde la década de los noventa (es mi sentir, lo siento por quien no
lo comparta, algo que por otra parte me trae sin cuidado). Parece que la
espantosa pandemia ha servido, como ha sucedido otras veces en tiempos de
necesidad, para tomarse un respiro, pensar -más importante- repensar, y seguir
adelante, proponiendo una serie de creaciones más trabajadas e inventivas. Un
alto en el vertiginoso ritmo de la vida y comercialización que, en el aspecto
creativo, se ha traducido en algunas obras mejor proyectadas. Que conectan con
la particular sonoridad de los años ochenta.
Solo en
2022, quedan los nuevos discos de Bruce Springsteen (1949), Andreas Vollenweider (1953), Tears for Fears, Soft
Cell, Simple Minds, a-ha, Marillion,
el incombustible Cliff Richard (1940) o los rescoldos de Led Zeppelin. El año
previo, Jackson Browne (1948), ABBA, Duran
Duran, en colaboración con Giorgio Moroder (1940), o el que pasaremos a
comentar.
Maggie
Reilly (1956) es una cantante escocesa que se hizo muy popular al colaborar en un
buen número de las más destacables (e imperecederas) composiciones vocales de Mike Oldfield (1953; sin disimulo, uno de mis músicos
favoritos). Pero fuera de la esfera de influencia de Mike, Maggie ha realizado
sugestivos trabajos en solitario, entre lo distinguido y lo sublime. Para mí,
los mejores, esto es, los más emotivos, personales y dignos de encomio en lo
tocante a la producción, son los dos primeros, Echoes (EMI, 1992) y Midnight
Sun (EMI, 1993). No siendo nada despreciables los demás, con especial
atención a Elena (EMI, 1996), Starcrossed (EMI, 2000) y Rowan (Red Berry Records, 2006). Lo mejor
que se puede decir de estos dos primeros álbumes de Maggie Reilly, es que
descuellan por su capacidad para trascender fronteras espacio temporales
gracias a la voz. Canciones de instrumentación retentiva, sostenidas por esa articulación
mistérica y cálida, y unas letras envolventes, de marcado acento espiritual.
En primer
lugar, Echoes, presto a armonías
etéreas y dulces presagios. Se inicia con Everytime
We Touch(Risavy / Reilly / MacKillop). Me pasa algo curioso con esta composición.
Siempre la imaginé vinculada a un espacio más que a una persona, pero no deja
de ser una lectura mía, particular, pues la canción funciona en ambos ámbitos,
no excluyentes. Indeleble es la homónima Echoes(MacKillop / Reilly), de un recorrido casi diría que circular, pues las
resonancias a las que se refiere la letra son las de la llamada de un alma
gemela, tal vez, un lazo establecido en una vida anterior. Joya melódica que se completa con Wait(MacKillop / Reilly / Seibold) y I Know That I Need You(Daansen /
Reilly). En una línea instrumental más marchosa,
pero no por ello menos envolvente y enigmática, Only a Fool(Gebauer / Hodgson / Reilly) y Tears in the Rain(Bundschu / Grünwald / Reilly). Como hacemos
muchos, o algunos, no sé, yo he alterado el listado original del CD para
programar las canciones en el orden que a mí más me gusta.
Respecto a Midnight Sun, de la atmósfera tranquila
con la que se inicia el tema Follow the
Midnight Sun(Kemmler / Hodgson / Reilly), se deriva un acicalamiento más dinámico.
Seguido por Every Single Heartbeat(Kemmler / Cretu
/ Hodgson / Reilly) u Once in a While(MacKillop / Hodgson / Reilly). Imprescindibles
son los arreglos de este álbum, puede que más cohesionado que el anterior, pero
con el que forma un especial díptico. Imposible no conmoverse con obras como Oh My Heart(Slavik / Kemmler / Reilly /
MacKillop / Hogdson), I Won’t Turn Away(Steinhauer / Daansen / Hodgson / Reilly), Only
Love(Risvay / Hodgson / Reilly), que incide en los ribetes místicos del
amor, y la dualidad Silver on the Tree
– Angel Tears(Wallerstein / Gebauer
/ Reilly / MacKillop / Hodgson), que yo programo siempre para el final del
disco. Angel tears, falling down across the centuries; I can
feel silver threads still binding you to me. Lágrimas de ángeles
caen a través de los siglos; puedo sentir que hilos de plata te unen a mí.
Tras
algunos años de silencio sonoro, Maggie Reilly volvió a grabar en 2019 el
estupendo Starfields (Telamo -
Red Berry Records), donde trataba de -y lograba- recuperar los aciertos pasados,
en cuanto a composiciones pegadizas y letras sensibles, en una orquestación destinada
a rescatar la vertiente más pop de los años ochenta. Exactamente igual que los
mencionados –y otros muchos- grupos de entonces han querido o necesitado hacer
en la actualidad. Siempre he pensado, e incluyo a los cantautores más
destacados de nuestro país, que la pérdida de sonoridad -e incluso estilo- pop
es una de las mayores desgracias acontecidas a la música en las pasadas
décadas, que explica en parte el adocenamiento y sosería de los postreros trabajos
de nombres muy internacionales. Con pocas excepciones. Por supuesto que cada
formación desea poder evolucionar y no quedarse estancada en lo de siempre, como
es lógico, pero esta falta de efervescencia y comunicación, a veces tratando
géneros que para nada le pegaban al cantante, lo que ha conseguido es precisamente
apartar la posibilidad de dicha evolución, desde mi punto de vista. Por otra
parte, ha hecho de los ochenta una cápsula o burbuja creativa de contornos bien
delimitados, que ahora, como anticipaba, parece que al fin se están ampliando.
Al menos, en determinados casos.
Pero
vayamos con estos nuevos contenidos. Aquellos recuerdos de juventud que, con el
paso del tiempo, cobran más valor, parecen ser los cimientos de un álbum como Starfields. Siendo este basamento
raigambre primordial en toda la obra de Maggie Reilly, implicada y asidua
colaboradora en las letras, junto a su más fiel colaborador, el músico escocés
Rob MacKillop (1959). Lo acreditan temas como Where the River(Reilly / MacKillop), donde una de sus líneas, que
podemos tomar como declaración de intenciones genérica, nos dice que When I’m Lonely, That’s Where I Return. Es
decir, que parte de lo que se nos va a exponer a través del texto, forma parte
de ese refugio emocional al que poder regresar, y que tan bien se articula por
medio de los inspirados arreglos de las canciones. De esa mágica mezcla entre
letra y música. Aunque algunos de tales recuerdos no sean los más gratos.
Pueden ser, pese a todo, imprescindibles.
En ello
también han de ver las experiencias que deben formar parte del pasado, porque
han sido, o están en trance de ser, superadas. Canciones como Don’t
Look Back(íd.), The Dream is Over(íd.) y You Are the One(íd.). En esta línea están también The Locket(Reilly / Giblin) y Wild from the Berries(John Dick). Pero,
así mismo, encontramos en Starfields
composiciones que podemos englobar en los apartados de canciones de
celebración, como la alegre Every Little
Thing(íd.); de plenitud amorosa,
I’m with You Now(Reilly / Hain), o de
comprensiva separación, Sail Away(Reilly
/ MacKillop), que es uno de los sub-temas más caros a la sensibilidad de todo compositor,
intérprete y escuchante. Aspectos por los que nunca pasa el tiempo, porque
siempre están de actualidad, sea en nuestras vidas o en las de quienes nos
rodean.
De igual modo,
destaca una composición que entronca con el siguiente volumen, ya de tema
abiertamente navideño, If I Could Change
Your World(Reilly / MacKillop / Robertson), que además podemos considerar
canción de buenos deseos, y que combina muy bien con la genial Celtic Cowboy (Reilly / Dore / Schogger),
mezcla de instrumentación céltica y country
bajo los auspicios del remarcado pop.
A modo de
colofón para este álbum, podemos señalar la frase You’ll Always Be Part of Me, extraída de la canción Whisper(Reilly / MacKillop). Para los
que hemos seguido con enorme interés la carrera de Maggie Reilly, bien podemos
aplicársela.
Dos años
más tarde aparece el referido álbum navideño de Maggie Reilly, titulado
sencilla y adecuadamente Happy Christmas
(Telamo - Red Berry Records, 2021). Este tipo de trabajos suelen incluir algún
tema nuevo, de “cosecha propia”, que distinga y originalice, digámoslo así, el
preciado volumen. Preciado, porque raro es el intérprete anglosajón que no graba
su propio disco de Navidad. Así pues, el tema incorporado para dar inicio al recorrido
es Do You Hear What I Hear(Noel
[sic] Regney y Gloria Shayne), de arreglos absolutamente pop, en la estela del
previo. Por fin una batería fuera del ámbito del rock, junto con otros
instrumentos acústicos, aparte de los clásicos sintetizadores, en lugar de las
machaconas, despersonalizadas y parece que sempiternas mesas de mezclas, que
han uniformizado hasta la extenuación el sonido desde las más recientes
décadas. Es este un tema pegadizo, con varios compases para la guitarra
eléctrica.
Junto a
estándares habituales, comunes en este tipo de recopilaciones, cada una igual y
distinta en función de la tesitura y personalidad de quien los interpreta,
conviven en feliz armonía otras composiciones que no lo son tanto, o resultan,
como antes decía, inéditas. En este caso, I
Believe in Father Christmas, sintetizada
música de Greg Lake (1947-2016), que toma como estribillo una cita musical de
Sergei Prokofiev (1891-1953), y cuenta con texto, claramente contemporáneo, del
poeta británico Peter John Sinfield (1943). O Merry Chistmas Everybody(Neville Holder / James Lea), de talante -es
decir, arreglos- más tradicional.
Otro estreno
para este álbum es River, con música
y letra de la cantautora canadiense Joni Mitchell (1943), en un acabado que
mezcla el country con el pop (algo
también característico de esta música en los años ochenta). El resto de
composiciones son, por lo tanto, los inevitables y gozosos estándares que
preludiaba, cuya selección depende de las predilecciones del intérprete (suponiendo
que este se limite a grabar un solo álbum de Navidad).
Este
segundo bloque está conformado por piezas como The Christmas Song, tema original en su día, pero ya convertido en todo
un clásico, de la mano y voz de Mel Tormé (1925-1999) y su letrista Robert
Wells (1922-1998), Winter Wonderland,
de Felix Bernard (1897-1944) y Richard Smith (1901-1935), que murieron muy
jovencitos, pero dejaron una obra imperecedera, y de mis favoritas (junto con Joy to the World y We Three Kings). Versión arreglada
para guitarra juguetona y eléctrica. Más otro clásico en sí mismo, Have Yourself a Merry Little Christmas,
extraído de la película Cita en San Luis (Meet Me in St. Louis, Vincente Minnelli,
1944), compuesto por Hugh Martin (1914-2011) y Ralph Blane (1914-1995). Junto a
los tradicionales I Saw Three Ships, O Little Town of Bethlehem, más cercano
en su instrumentación a las raíces celtas (un piano y una gaita, básicamente), el
inmortal de Franz X. Gruber (1787-1863), Silent
Night, a cargo nuevamente de la gaita y el piano; y God Rest Ye Merry Gentlemen, cuyo arreglo es especialmente
creativo, como ensoñador resulta O Come
Emmanuel, el tema con el que se cierra el disco. Otro tradicional,
revestido de arcana sonoridad, gracias a la solitaria intimidad del piano, es
el Coventry Carol. Como cada
año, les he propuesto un álbum navideño, acompañado de otros títulos de esta
excepcional intérprete que es Maggie Reilly. Para mí, la voz del misterio.
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