El proyecto Adam, de Shawn Levy

10 agosto, 2022

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Cuando echamos un vistazo a la carrera de determinados actores, es fácil notar cómo hay ciertas personas que acaban ejecutando papeles similares entre sí, como si se hubieran especializado en un determinado rol en el que están cómodos y en el que suelen destacar, algo a lo que también llaman encasillarse. Seguramente acudan a vuestra memoria varios nombres de candidatos a esta descripción. No obstante, no debemos entenderlo como algo negativo, pues eso puede llegar a permitir al actor alcanzar cierta maestría en un género concreto y no todas las personas poseen versatilidad para ejercer distintos papeles con la misma capacidad de dominio. Por supuesto, también se incluyen aquí a esos intérpretes que acaban ostentando un sello personal, aunque este no sea deslumbrante, en el que se embarcan en proyectos muy similares con roles que son hermanos, llegando a parecer que, en realidad, están interpretando al mismo personaje en historias diferentes.

Estas circunstancias son visibles en los últimos años de la carrera de Ryan Reynolds (1976), que ha acabado encajando en el perfil habitual de héroe de acción burlesco, en obras que suelen llegar a parodiar los clichés de las películas de acción y buscan también bromas y chistes zafios o escatológicos. Aunque, a su vez, ha logrado también proporcionar cierta ternura a sus personajes, mostrándolos en ocasiones como personajes inocentones o que tratan de eludir sus responsabilidades con un carácter más infantil. El éxito de este tipo de roles en la carrera de Reynolds comenzó con Deadpool (Id., Tim Miller, 2016). Esta película supuso su reconciliación con el género de los superhéroes tras el fracaso de Linterna verde (Green Lantern, Martin Campbell, 2011), del que se burla gracias al carácter rupturista con la cuarta pared del antihéroe Deadpool. Con ese estilo desenfadado de acción cómica ha continuado, por ejemplo, en El otro guardaespaldas (The Hitman's Bodyguard, Patrick Hughes, 2017), en Deadpool 2 (Id., David Leitch, 2018), en Free Guy (Id., Shawn Levy, 2021), en Alerta roja (Red Notice, Rawson Marshall Thurber, 2021) e incluso dio voz a un cascarrabias Pikachu en la simpática Pokémon: Detective Pikachu (Id., Rob Letterman, 2019).

Esta última tiene un carácter más juvenil, algo que también encontramos en El proyecto Adam (Shawn Levy, 2022), que hoy comentamos. Una película que podemos considerar de carácter familiar, que entremezcla elementos de ciencia ficción fantástica con acción, comedia y drama a partes iguales. El director de la película, Shawn Levy (1968), está acostumbrado a este tipo de cine familiar y cómico, con títulos como Doce en casa (Cheaper by the Dozen, 2003), el remake de La pantera rosa (The Pink Panther, 2006), Noche en el museo (Night at the Museum, 2006) o Noche loca (Date Night, 2010), aunque también me gustaría recordar Acero puro (Real Steel, 2011), donde aborda el tema de la relación paterno-filial con un fondo de ciencia ficción, como sucede en este caso, así como su colaboración como productor y también director de algunos episodios en Stranger Things (2016-).


Nada más comenzar la película seremos testigos de un prólogo en el que el piloto Adam Reed (Ryan Reynolds) viaja en una especie de nave espacial para escapar por un agujero de gusano. Su destino aún es incierto, pero la película nos muestra de forma evidente que está siendo perseguido. Poco después, situándonos ya en 2022, acompañaremos a un joven Adam (Walker Scobell), de 12 años, en su vida diaria, marcada sobre todo por el reciente fallecimiento de su padre, Louis (Mark Ruffalo). El niño muestra un carácter irritante y bocazas, que también le sirve de fachada para evitar hablar de aquellas cuestiones que realmente le importan. Durante una noche en que su madre, Ellie (Jennifer Garner), ha salido para tener una cita, un extraño llega a casa. Nuestro joven protagonista tardará poco en descubrir que se trata de su versión futura, que ha viajado al pasado desde un 2050 distópico, en el que una empresaria, Maya Sorian (Catherine Keener), se ha hecho con el control de los viajes en el tiempo. No obstante, el objetivo principal de Adam no es salvar al mundo, sino encontrar a su esposa, Laura Shane (Zoe Saldana), desaparecida durante un viaje en el pasado.

Así pues, hay dos tramas principales, pero la película ofrece más detenimiento y cariño a una de las dos, que nos ofrece, sin duda, las mejores escenas de la obra. La primera trama es la salvación del mundo gracias al viaje en el tiempo que realiza Adam. Es el apartado de la acción, que reúne naves espaciales, persecuciones terrestres o combates coreografiados tanto con armas a distancia como con armas blancas del futuro, es decir, hechas con láser o campos gravitatorios (incluso se elude directamente a Star Wars y su célebre sable láser). Es su apartado más espectacular, pero también más simple. La trama apenas es complicada en cuanto se detienen a explicar por encima, incluyendo el carácter más fantástico de su ciencia ficción, ya que en ningún momento se explica cómo funcionan los viajes temporales ni tampoco se detienen demasiado en sus consecuencias. Por ejemplo, los enemigos se volatizan en el aire porque no pertenecen a este tiempo. De la misma forma que los cambios realizados en el pasado provocan que los viajeros olviden lo sucedido. O, por ejemplo, las naves están asignadas por ADN, por lo que solo Adam puede pilotar la suya. Son reglas básicas que hasta el protagonista infantil puede comprender, sin mayor profundidad. Por cierto, no faltan las referencias a Regreso al futuro (Back to the Future, Robert Zemeckis, 1985) o a Terminator (The Terminator, James Cameron, 1984), lo que también nos da una pista del tipo de cine que trata de emular.


Por tanto, la trama de acción avanza mediante la persecución y los viajes temporales, que son muy pocos, y suele contener muchas explicaciones o narraciones de personajes que sustituyen a lo que podrían haber mostrado en pantalla. Es decir, dentro de cierto ahorro económico, esta trama es la que menos escenas para profundizar en sus personajes nos ofrece, lo que provoca que un personaje en principio relevante como Laura, la esposa perdida, acabe siendo un personaje desdibujado y prácticamente un Macguffin, mientras que notamos cómo la actriz Chaterine Keener no parece cómoda en un rol tan encorsetado como el de esa villana clásica y maniquea que interpreta, que ni siquiera es capaz de plantear dudas sobre su maldad, aunque lo intente. Es más, incluso el personaje de Louis tiene más importancia por la otra trama que por esta, a pesar de que se supone que es el teórico que inventa los viajes en el tiempo.

Porque la segunda trama es la orfandad. Ambos protagonistas, tanto en versión adulta como en infantil, están marcados por la pérdida de su padre y esto supone un eje vertebrador en la historia para ver cómo se desarrollan los personajes principales, es decir, la familia Reed. Es el tema que más se aborda y sobre el que acaba pendulando toda la obra, observándolo desde varias perspectivas diferentes. De ahí que antes advirtiéramos que la trama de los viajes en el tiempo parece ser casi una excusa para realmente analizar el duelo de los personajes, por ello los personajes relacionados con aquella trama apenas tienen desarrollo, mientras que los pertenecientes a esta segunda trama gozan de mayor profundidad psicológica. Ahí tenemos, por ejemplo, al adulto que trata de disimular que lo ha superado, pero que se sigue sintiendo huérfano, el niño que llama más la atención a su alrededor, pero que es incapaz de expresar su dolor o de percibirlo en los demás, la madre que trata de evitar que su hijo note su propio dolor y siente que todo se escapa de su control y, finalmente, el propio padre, que al ser consciente de su futuro fallecimiento, trata de consolar y aliviar el duelo de sus hijos. Precisamente, las mejores escenas y diálogos de la obra abordan esta trama, como la preciosa secuencia en el bar entre Adam adulto y su madre o la conversación en el motel entre ambas versiones de Adam sobre la diferencia entre el enfado y la tristeza. 


Todo el conjunto está barnizado con un toque humorístico que encaja con el perfil de Reynolds, aunque esté comedido y no llegue a ser cargante. No faltan sus comentarios hacia el enemigo, algunas salidas de tono o la escena de carácter más subido con Zoe Saldana. También encontramos bromas a partir del comportamiento similar de las dos versiones del protagonista, por ejemplo, cómo el niño es apaleado por unos compañeros de clase y la versión adulta se venga. Aunque su principal característica es su locuacidad, presente desde las primeras escenas de su versión infantil.

En conclusión, resulta evidente que lo primordial en la película es su lado emocional, por ello, si logra hacerte conectar con ese aspecto y, además, aprecias los toques de acción y fantasía de ciencia ficción aunque no tengan ninguna profundidad y perdonas (o incluso te gustan) algunas torpezas en el apartado cómico, disfrutarás de esta obra. Aún así, me sorprenden las críticas que se centran en desdeñarla como entretenimiento puntual y familiar, cuando creo que es precisamente lo que buscaba ser esta película. A veces prevalece en la opinión general cierto ansia por quedar deslumbrado ante la pantalla. Es cierto que El proyecto Adam no es innovador, incluso podríamos decir que es un evidente homenaje a una corriente ochentera de hacer películas que no duda en homenajear de forma directa, pero funciona en conjunto y logra sentirse familiar, en ambos sentidos. Acaba siendo una mezcla de sencillez, entretenimiento y emoción que, en algunas ocasiones, es más que suficiente.

Escrito por Luis J. del Castillo



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