Otros mundos (XXIX): Druidas, el espíritu del mundo celta, de Peter Berresford Ellis

23 abril, 2022

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Rescato hoy de mi biblioteca un nuevo título para la sección Otros Mundos. Ahí llevaba el pobre esperando todos estos años. Ya se sabe que un libro no cobra vida hasta que le llega el momento de que el lector lo abra. Pura magia.

Se trata del atractivo asunto de los Druidas, el espíritu del mundo celta (Druids, 2001; colección Oberón, Grupo Anaya, 2001), obra del historiador y novelista británico Peter Berresford Ellis (1943). Y aunque de historia hablamos, por neblinosa que esta sea, ellos formaron parte de ese otro mundo al que con frecuencia aludimos aquí.

En efecto, junto a la bruma atmosférica existe la bruma del conocimiento, que progresivamente se está haciendo más espesa, debido a leyes educativas cada vez más demenciales, ideológicamente impúdicas y coercitivas de la libertad y el esfuerzo personal. Este velo impuesto a la fuerza con la coartada del bien común, está impidiendo a mucha gente asir con firmeza el hecho histórico, y la debida comprensión y contextualización que este conlleva. Todo ha de ser políticamente (in)dispuesto.

Ambas nieblas, física y mental, tienen que ver con el tema que hoy nos ocupa. Para los historiadores no ha sido fácil enclavar el conocimiento de los druidas sin caer en los estereotipos legados por otras culturas coetáneas (Grecia y Roma). Para Berresford Ellis, la actitud de estos imperios fue, siguiendo dicho razonamiento, hostil hacia el mundo celta. Tal vez lo fuera, el autor procura ejemplos a los que luego me referiré, pero de lo que no debe, o debiera, caber duda, es que tales culturas desfavorables a lo celta eran increíblemente valiosas en muchos otros aspectos.

Tal inquina o desconfianza, en el mejor de los casos, habitual por parte de quien escribe la historia -o también de quien la reescribe, es decir, no necesariamente de quien gana las batallas-, no tuvo por objeto inhibir ritos que eran considerados inhumanos, y de los que el autor se ocupa más adelante, sino que atendía más al complejo intento de erradicación de toda una clase intelectual foránea, formada por filósofos, jueces, educadores, historiadores, doctores, astrónomos, astrólogos… (capítulo I). Pero tampoco se nos debe olvidar el hecho de que los buenos historiadores poseen una personalidad propia y definida, al margen del régimen que los cobija. No por venir de un imperio adverso, los comentarios arrojados son necesariamente falsarios. Conviene la matización. De este modo, la base de la sociedad celta era tribal, sin diferencias con otras organizaciones sociales indoeuropeas primitivas, con una élite atesoradora de un conocimiento que se perpetuaba principalmente por vía oral, siendo el gaélico la forma más temprana de celta hablado. Con la llegada del cristianismo, la proscripción druídica de poner por escrito su historia y filosofía, termina (Introducción).

Peter Berresford Ellis
Situémonos. Los druidas fueron la clase intelectual de los antiguos celtas, y estos son habitualmente percibidos como remedos de místicos religiosos y sacerdotes. Y así es. Toda una ascética y aura intelectual pervive hasta nuestros días. Fueron contemplativos que adoraban la naturaleza, en particular a los árboles, y que se congregaban en los círculos de piedras, legados por culturas anteriores aún más perdidas en la bruma, o edificados exprofeso, para llevar a cabo sus ritos religiosos en el momento del solsticio, con sus ligeras y cómodas vestiduras, y suntuosas barbas blancas.

Aquí advierte el autor de algo importante, ya que también los druidas han sido raptados por el movimiento New Age, y convertidos a sus filosofías (Íd.). Los druidas resultan comercialmente aceptables dentro de la nueva ola de pensamiento esotérico y de las religiones alternativas. Sin embargo, Ellis insiste en que no se debe glorificar de manera tajante la naturaleza. Se empieza así, y se acaba por alabar las malas prácticas brujescas antiguas, aprovechando el tirón cultural que este tema supone, también dentro del negocio con sesgo secesionista de algunas escuelas, amparando de paso la ignorancia de algunas de las brujas modernas. Esto entronca con la prohibición de transmitir conocimientos a través de la escritura, ya que el traspaso se producía de forma directa y vivencial.

Las referencias sobre los druidas más antiguas que se conservan datan del siglo segundo antes de Cristo. Se aborda un posible origen celta en el nacimiento del Danubio (I y II). Al igual que muchas otras religiones del mundo, los celtas desarrollan un concepto de Diosa Madre atribuida a la naturaleza, donde el agua es símbolo femenino (de la parte sensible de cada ser vivo, no necesariamente de “la feminidad”), siendo el roble el correspondiente a lo masculino. Aun así, ningún escritor clásico se refirió a los druidas como sacerdotes, pese a lo llamativo de su reunión anual en Uisneach, Irlanda, en la que, por cierto, participaban tanto hombres como mujeres, pudiéndose casar.

Más tarde, los celtas se convierten al cristianismo y es cuando comienzan a consignar por escrito su historia y filosofía (IV), adornados con relatos y nombres entreverados de la bruma de los tiempos.

Existe oscuridad, maldad, luz y bien. Debidamente personificados en seres humanos y naturaleza, haciendo emerger la adivinación y la poesía. Como llamativa curiosidad, para los celtas, el alma reposaba en la cabeza (VI). Y en muchos objetos exóticos y místicos, que por supuesto convergían en marcados lugares con encanto. Hasta un harpa mágica era portadora del nombre del Padre de los dioses, Dagda (Íd.). Para el druida, todas las cosas están poseídas por un espíritu que las habita.

Representación de asamblea druídica
En el capítulo dedicado a los rituales de los druidas (VII), la iniciación en el agua es concomitante con el bautismo. Y el desagradable asunto de los rituales humanos no es elidido en el libro. Empero, Ellis se pregunta si responde a una realidad o una propaganda denigratoria. Pero nuestra idea es que el autor es una fuente a favor, un adepto. Claramente pro celta, con lo que a veces peca por defecto. Bien documentado, eso sí, con datos y citas por doquier, a veces de forma abrumadora, y contrastadas solo en lo conveniente. Chorreo de continua información merced a las fuentes clásicas romanas. Buena parte de ese esfuerzo se aplica a una puntillosa investigación etimológica para emparentar palabras de distintos ámbitos culturales. Advierto.

De esta guisa quisquillosa en exceso, evidenciamos cierta displicencia hacia Roma y conmiseración hacia (casi) todo lo celta. No exenta, en cualquier caso, de crítica. Para el autor, la intelectualidad celta indígena evoluciona hasta perder su función original.

Por dilucidar quedan preguntas como si el sacerdocio es disciplina hermética o una organización política. O ambos, sustentada por una vasta tradición de aprendizaje cultural, con sus arúspices-vates, augures-videntes y jueces-docentes.

Prevalece, verbigracia, dentro de la casuística ritual, el corte del muérdago del roble sagrado, el caminar sobre brasas ardientes, los pozos curativos, las piedras sagradas, el caldero del renacimiento, o incluso el Hombre de Mimbre, referenciado por César (100-44 a.C.). Lo cual implica, junto con la existencia del alma, todo un corpus religioso y filosófico.

Pienso que lo más valioso, al margen de la etérea confirmación legada por la historia (evidencias irrefutables, pero fácilmente doblegables), es precisamente la forma de encarar este legado tan estrechamente ligado a la naturaleza en la actualidad; sin sentenciar o sentar cátedra histórica a favor o en contra de este y otros pueblos circundantes. Es una posición algo distinta a la de Ellis. Somos nosotros quienes, de forma personal, revestimos dicho legado y lo convertimos en una realidad perpetua y valiosa. Pese a haber sido subrayado en unas culturas más que en otras, lo cierto es que no podemos desgajarnos en exceso del entorno que nos contiene (la Diosa Madre).


Respecto a la sabiduría de los druidas (VIII), en la mitología irlandesa, la invención del alfabeto es atribuida a Ogma. De esta se beneficia hasta el hiperbóreo, habitante de más allá del viento del norte, según la fábula griega respecto a unas tierras septentrionales bastante inaccesibles. Otros temas abordados en el volumen han de ver con la recurrente inmortalidad del alma y la metempsicosis (transmigración) pitagórica (VIII). Por su parte, a Tácito (c. 55-120) debemos acudir para indagar y recoger algunas de las tradiciones históricas más antiguas del mundo de los celtas. Son episodios interesantes y poco conocidos -qué casualidad- como el saqueo de Roma por, precisamente, los celtas, en 390-387 a. C. (Íd.). O los interesantes contactos temáticos con la poesía zen y las posibles semejanzas con el conocido y goloso haiku (no en métrica).

Incluso en la época del cristianismo primitivo, el dios pagano de la medicina era invocado como una autoridad legal (VIII). Versados en las artes de la videncia y la profecía, como en todo pueblo, los habría adelantados o con un don muy particular. Sus formas eran compartidas por las otras culturas europeas (Íd.). Lo que incluye la interpretación de los sueños. Al punto de considerar monumentos anteriores como Stonehenge o Avebury (Reino Unido), parte asimilada de la tradición celta (Íd.). O elaborar su propio calendario (de Coligny). A su vez, también se hallan correspondencias con los magi, la casta sacerdotal de la antigua Persia.

Y al contrario de lo que pudiera pensarse (y lo que se piensa suele ser puesto a menudo en tela de juicio por los datos objetivos), muchos druidas, en su transición al cristianismo, asumieron poderes mágicos (VIII), pues no se entendían contrarios a la nueva religión.


Conmovedor, incluso divertido, es el último apartado titulado Reviviendo a los druidas (IX), que advierte de la facilidad con que algunas mentes cándidas caen en la tergiversación, o en esa buenista sobredimensión con la que abríamos este artículo y Ellis cierra su libro. Fantasía desbordada e incluso abierta obsesión.

La gente sigue queriendo y necesitando tener un punto de anclaje rápido en la espiritualidad, porque en su búsqueda de la verdad y el sentido de la vida, prefiere respuestas simples (Íd.). Pero la espiritualidad hay que trabajarla. Cuando las religiones y las políticas tradicionales llegan a su fin, se abren nuevos horizontes, muy saludables aunque no exentos del peligro innato de una excesiva subordinación.

Escrito por Javier Comino Aguilera


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