Animando desde Oriente (VII): Los niños lobo (Wolf Children), de Mamoru Hosoda

12 junio, 2016

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El cine de animación japonés ha gozado de prestigio internacional de una forma gradual, llegando primero por el gusto del público y posteriormente por el reconocimiento de la crítica. En este sentido, nos hemos referido a la importante labor de Ghibli, estudio de prestigio que nos ha dejado piezas históricas para la animación mundial. Pero restringir todo el mercado cinematográfico de anime japonés a un solo estudio supondría ignorar a toda una serie de cineastas que nos han legado o siguen legándonos obras a tener en cuenta. En efecto, hay vida más allá de Hayao Miyazaki.

Pero la sombra del estudio es muy alargada y es fácil notar su influencia en otros directores que no pertenecen al mismo. No en vano Los niños lobo (Ōkami Kodomo no Ame to Yuki, 2012), conocido habitualmente como Wolf Children, la tercera película independiente de franquicias de Mamoru Hosoda, guarda ciertas semejanzas con la obra de Ghibli, como comentaremos en nuestra reseña. 

Ahora bien, antes de adentrarnos en nuestro análisis, queremos ahondar en una característica común del anime con corrientes artísticas occidentales. Por una parte, el naturalismo del siglo XIX trataba de analizar al ser humano insertado en determinadas circunstancias con la finalidad de avalar la ideología positivista y determinista que estaba en auge en su época. Por otra parte, el realismo mágico del siglo XX, de origen hispanoamericano, introducía un factor de cierta fantasía, de ciertos hechos sobrenaturales, que se comprendían como corrientes en el mundo que le rodeaba. A la par, determinados géneros como la ciencia ficción plantean cuestiones similares: probar o analizar al ser humano en circunstancias anómalas para reflejarlo en toda su condición. El anime permite precisamente acercarnos a este estilo de análisis humano incluyendo un argumento con elementos mágicos, fantásticos o relativos a la ciencia ficción que resultan verosímiles gracias al dibujo, que hace posible incluirlos con gran facilidad y que no chirríen al espectador como puede suceder con determinados efectos especiales.

Debemos constatar que esta correlación que hemos establecido no se corresponde con el anime en toda su extensión, dado que estamos ante todo un universo que tiene sus propios géneros y convenciones. Sin embargo, sí nos sirve para el análisis de obras como la que hoy traemos, que a partir de un supuesto que en nuestro mundo resultaría fantástico, se permite ahondar en cuestiones que son muy reales, auténticamente humanas. La obra de Mamoru Hosoda hasta ahora ha tratado de reflejar aspectos de la vida humana.


Hosoda había trabajado en franquicias reconocidas internacionalmente, como Digimon o One Piece, cuando planteó su primer largometraje independiente dentro del estudio Madhouse: La chica que saltaba a través del tiempo (Toki wo kakeru shōjo, 2006), con un argumento similar en su premisa a El efecto mariposa (Eric Bress y J. Mackye Gruber, 2004), a la que seguiría Summer Wars (2009), que nos recuerda a la serie y a la película animada Digimon, aunque ahondando también en un retrato humorístico y costumbrista en torno a una familia japonesa. Ambas obras fueron reconocidas por la crítica y tuvieron el favor del público, comenzando así la trayectoria de Hosoda como auténtico cineasta a tener en cuenta en el mundo del anime. Hoy reseñamos su tercer largometraje, Los niños lobo, que estuvo presente en el Festival de Sitges donde se alzaría con el premio de Mejor película de animación. Antes de empezar, debemos mencionar también su última obra estrenada, de forma más reciente, El niño y la bestia (Bakemono no Ko, 2015).

Los niños lobo es la historia de Hana, como nos revela la voz en off cuando se inicia la película. Pero, ¿quién es Hana? Una joven corriente, que trabaja de forma parcial para pagar sus estudios, que se siente atraída por un peculiar compañero. Comenzará con él una bella historia de amor con la que llegarán a forjar una familia con dos hijos: la primogénita Yuki (nieve) y el pequeño Ame (lluvia). Sin embargo, el padre de ambos no es un hombre normal, sino que, como le reveló a Hana, es un hombre lobo, último descendiente de los lobos japoneses. Eso marcará la vida de esta familia, especialmente para Hana, que cuando finalmente se encuentra sola con sus hijos lobo, debe afrontar la difícil tarea de criarlos y educarlos sin que el resto de la sociedad descubra su auténtica naturaleza y permitiendo, a la vez, que ellos alcancen la libertad y la felicidad que su padre deseaba para ambos.


La historia parte de esta peculiar circunstancia, con dos niños pequeños que cuando se enfadan o están alterados se convierten en lobos, para hablar de las dificultades que surgen con la maternidad y con la formación de la familia. Tiene mucho que ver con la educación de los hijos, los sacrificios de los padres y esa constante búsqueda del bienestar familiar. Para ello, Hosoda, que es también el guionista de la obra junto a Satoko Okudera, habitual colaboradora del director, crea una historia de matices y pinceladas sutiles que se distribuyen en torno a tres tramos narrativos con un prólogo, que usaremos para realizar nuestros comentarios.

El prólogo de esta historia es, sin duda, la parte más sutil de la película. Con apenas diálogos, somos testigos del romance entre Hana y el hombre lobo, mostrando el avance del tiempo en esa relación que incluirá dos embarazos, varias comidas y algunas peculiares costumbres como lobo cazador. Se trata de un amor corriente, cotidiano, con elementos sueltos en los que todos podemos reconocernos, que avanza con lentitud, con cierto miedo y reticencia por parte de él al principio, una lógica reserva, y finalmente una felicidad común en un hogar mutuo. Nos recuerda, salvando las distancias, al inicio de Up (Pete Docter, 2009), dado que se narra una historia de amor con cierto tono de tragedia que sirve como precedente a la situación del argumento central. En la obra de Pixar, la relación entre un anciano y un niño en un viaje de autodescubrimiento como llamada a disfrutar de la vida, mientras que en la película de Hosoda se nos invita a reflexionar sobre las relaciones entre madres e hijos, sobre el sacrificio y la libertad, también en un camino que sirve para descubrirse y aceptarse a uno mismo.


Centrándonos ahora en los dos siguientes tramos, podríamos unirlos en uno solo que sirve para mostrar dos visiones opuestas de la forma de vivir de esta familia, siguiendo casi el tópico de menosprecio de corte y alabanza de aldea. En efecto, en un principio Hana se queda en la misma ciudad junto a sus hijos, apenas bebés. Pero pronto comenzarán los problemas de vivir en una fría ciudad sin ayuda y con un hecho tan peculiar como tener a hijos lobo. Acosada por los problemas, tomará la decisión de viajar al campo y empezar una nueva vida, comenzando el segundo tramo, de superación de problemas y encuentro con la felicidad.

En este sentido, encontramos un evidente paralelismo con Recuerdos del ayer (Isao Takahata, 1991), donde también se produce ese encuentro con la felicidad en la agricultura y en la vida retirada. Pero Hosoda no lo muestra como un camino fácil: Hana trata de cosechar mediante el estudio, pero finalmente necesitará la ayuda desinteresada de otros campesinos de la zona, encontrándose acogida frente al rechazo de la ciudad. Este choque entre el campo y la ciudad se ve incluso en el dibujo: la ciudad es un lugar frío, solitario, cruel, de tonos grisáceos y lluvia, frente a los agradables colores del campo, de una paleta más viva.

Hasta este momento, el móvil principal del argumento ha sido el sacrificio maternal y los problemas que ocasionan los pequeños lobos, debido a su incapacidad para controlarse o por el miedo a ser descubiertos. Sin embargo, el último tramo ahonda en el reconocimiento de la identidad de cada uno de los personajes: Yuki y Ame comienzan a tomar caminos separados buscando su hueco en el mundo, ya sea como personas o como lobos, distantes incluso de lo que se podría esperar de su comportamiento como niños. Esto se debe a que su identidad definitiva se forma en la adolescencia, cuando llega el momento de tomar decisiones personales y aceptarse como lo que son. Ambos cambiarán de su forma de ser primigenia por distintos motivos, ya sea por la convivencia con los demás humanos, incluyendo el rechazo de compañeros de clase, en lo que la psicología ha denominado socialización secundaria, o por un hecho que se podría considerar traumático.


Los niños lobo trata sobre dos temas fundamentales que están entrelazados de forma inevitable en esta obra: aceptar nuestra identidad y agradecer el sacrificio de nuestros padres. Como decíamos, ambos temas se cruzan en la película de una forma natural, dado que esa aceptación no se produce de forma exclusiva por parte de los niños, sino también por parte de la madre, de Hana, que a pesar de sus propios miedos, de su necesidad de proteger y querer a sus hijos, debe aceptar lo que son. Esta idea es importante, dado que es primordial en esta obra frente a otras que también tratan el tema de la aceptación, como sucede en la franquicia de X-Men, especialmente en X-Men 2 (Bryan Singer, 2003).

En el fondo, todos tenemos una parte de nosotros que compartimos con muy pocas personas. Y esta película nos hace apreciar cómo se forma lo que somos y cómo, por otra parte, debemos aceptarlo. El trío de protagonistas conforma una familia que, como todas, en ocasiones no se entiende, pero que guarda esos momentos en que un gesto o una acción desvelan más sobre los personajes, sobre nosotros mismos si lo trasladamos, de lo que habríamos compartido con los demás en toda una vida. Hosoda emplea esos gestos de forma continua, prefiriendo esta sutileza frente al diálogo. Ahí podemos observar la bellísima escena de la cortina, con una confesión que supone el paso definitivo de Yuki para aceptarse a sí misma, o las dos escenas clave en el último acto entre Ame y su madre, una que Hosoda nos elide parcialmente al no mostrarnos qué ve Ame (aunque podamos suponerlo como hijos que hemos sido) y otra que queda constituida en como Hana recibe una respuesta rotunda pero sin palabras a su dedicación maternal y que supone, además, la comprensión de Ame de cómo es realmente su madre.


Hosoda, en Los niños lobo, nos invita a reflexionar sobre el papel de la madre mostrándonos acciones cotidianas de los niños pequeños que suponen continuos problemas y sobresaltos para Hana, pero sobre todo ese sentimiento de nido vacío cuando debe aceptar y comprender que el camino que han tomado sus hijos es lo mejor para ellos. El miedo a fallar, a no haber dado lo mejor de sí misma para sus hijos, aparece de forma explícita y eso nos invita también a plantearnos nuestro papel como hijos y como padres, comprendiendo los primeros todo lo que suponemos para los segundos y los segundos que a veces las decisiones importantes de la vida de los primeros depende de ellos mismos, que nuestra principal labor es darles la opción de descubrirse a sí mismos en libertad y que encuentren la felicidad.

Con todo ello, también se reivindica el papel de la naturaleza en la educación de los hijos, con un estilo de vida más cercano al campo y a la agricultura, compartiendo vidas cercanas con los vecinos y creando una comunidad que se presta ayuda mutua y que sigue los ciclos de la naturaleza que les rodea. Este mensaje a favor del medio ambiente nos recuerda a la defensa que también realiza Ghibli en sus producciones. Aquí tenemos otra influencia evidente del estudio en la obra de Hosoda.


En otro orden de elementos, debemos destacar la animación, con un dibujo dispar: por una parte tenemos a personajes de facciones suaves, muy agradables y sin demasiados detalles, pero bien caracterizados y expresivos; por otra parte, tenemos paisajes y fondos muy trabajados, incluyendo bellísimos parajes naturales, especialmente en el último tramo. Todo ello con un ritmo que en ocasiones puede parecer lento, pero que siempre nos cuenta algo. Es decir, encontramos un ritmo ajustado a la pretensión narrativa: acción dinámica para momentos de intensidad emocional o una mayor pausa para intimidad u ocasiones dramáticas. Se apoya además en una banda sonora agradable que, no obstante, no ocupa un papel protagónico.

En conclusión, Hosoda nos brinda una película cuidada, con un argumento que nos habla de forma directa y que nos invita a la reflexión con un reflejo muy humano a partir de un hecho tan peculiar como ser un niño lobo.

Escrito por Luis J. del Castillo


5 comentarios :

  1. Hola! Hace un tiempo vi esta película y me gustó mucho, tengo que admitir que el arte no me encantó tanto como el de otras películas de anime pero la historia me pareció hermosa. Muy completa reseña!
    Saludos!

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    Respuestas
    1. ¡Hola, Gaby!

      En primer lugar, gracias por comentar :)

      En segundo lugar, debo coincidir contigo en que es cierto que el apartado artístico de la película en comparación a otras películas de anime puede parecer más pobre a rasgos generales. No obstante, te invito a contemplar las escenas del bosque durante el tramo final, por ejemplo, que son las más trabajadas. Si el nivel hubiera sido ese en toda la obra, sin duda hubiera sido de una gran calidad artística. Por lo demás, se trata de un dibujo muy agradable, como comentaba en mi reseña. Y, además, lo que más destaca es, como decías, su hermosa historia, que es lo principal que hemos analizado aquí.

      Muchas gracias de nuevo por pasarte por nuestro blog ;)

      ¡Un saludo!
      Luis J. del Castillo

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  2. La verdad es que su trama, dibujo, personajes y estilo de interpretar cada situación en cada una de las escenas me pareció más que entretenido, divertido e increíble. Me fascinó el romance que se creó entre Hana y el hombre lobo (aunque no recuerdo el nombre del padre), la relación estrecha que existio en los hermanitos y desafíos que tuvo que recorrer nuestra protagonista. Más que me conquistó, es y será una gran información tu reseña para una tarea. Una de mis películas favoritas y hermosas🖤

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  3. Hola!
    Yo tengo una pregunta...
    ¿Como era la convivencia en la ciudad y en el campo según la pelicula?

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    Respuestas
    1. ¡Hola, comentarista desconocido!

      Como comento en la reseña, durante el primer tramo de la película los protagonistas viven en la ciudad y cuando la madre tiene dificultades con sus hijos no encuentra más que rechazo, puertas que se cierran o miradas acusatorias. Además, los colores de la animación representan una ciudad fría y gris, algo potenciado con la lluvia. Por el contrario, cuando la familia se traslada al campo, los colores son más vivos y se encuentran con vecinos que les ayudan, que les facilita la vida o que les enseñan a aprovechar sus cultivos. Como puedes ver, se nota bastante la diferencia entre el trato que se le da a la ciudad y el que se le da al campo.

      Un saludo y gracias por tu comentario.

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