Para el sábado noche (CI): Juan Nadie, de Frank Capra

01 enero, 2021

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ESPECIAL AÑO NUEVO 2021

Al igual que sucede con la mayoría de autores que provenían de la época muda y establecieron la esencia del arte cinematográfico, el realizador Frank Capra (1897-1991) se muestra tan gráfico como práctico a la hora de comunicar una situación. Con esta agudeza precursora, introduce al comienzo de Juan Nadie (Meet Joe Doe, Warner Bros., 1941) la siguiente imagen: un obrero, martillo neumático en mano, elimina la inscripción en relieve de una publicación denominada El Boletín, para incorporar un nuevo rótulo, también en piedra -y esto puede ser tenido como un detalle ciertamente irónico-, que anuncia el título y rumbo de la fenecida, pero enseguida renacida, publicación: El Nuevo Boletín.

¿En qué consiste esta mudanza? El renovado director, Henry Connell (James Gleason), lo expresa muy bien, cuando le comunica a la periodista Ann Mitchell (Barbara Stanwyck) que su columna ya no nos sirve, es cursi y anticuada, necesitamos periodistas “con gancho” que provoquen polémica. La reportera, que ve cómo se le cierne la sombra alargada del paro, no duda en inventar una historia a modo de represalia. Si quieren sensacionalismo, lo tendrán. Expuesta la idea, los mecanismos de la “innovación creativa” y las fake news se adueñan de la realidad y verosimilitud periodística, en un hábito fértil para las empresas dedicadas a la comunicación. De este modo, queda expuesta una nueva forma de entender la prensa, distinta a la anterior, y un nuevo significado de la objetividad, adaptable a los potenciales destinatarios.

Un extraordinario y atemporal punto de partida, en torno a una historia original de Richard Connell (1893-1949) y Robert Presnell (1894-1969), que toma cuerpo de guión con la escritura de Robert Riskin (1897-1955), habitual de Frank Capra, además de firmante de títulos como Pasaporte a la fama (The Whole Town’s Talking, John Ford, 1935), El Hombre Delgado vuelve a casa (The Thin Man Goes Home, Richard Thorpe, 1944) y Ciudad mágica (Magic Town, William A. Wellman, 1947). En cuanto a su colaboración con el realizador, baste recordar la excelente Horizontes perdidos (Lost Horizon, Frank Capra, 1937). Respecto a Connell -que comparte apellido con uno de sus personajes en Juan Nadie- y Presnell, el primero es el responsable de la espléndida El malvado Zaroff (The Most Dangerous Game, Irving Pichel & Ernest B. Schoedsack, 1932), junto a James Ashmore Creelman (1894-1941), en torno a una pieza original de O. Henry (Íd., 1924), o de la muy entretenida Dos chicas y un marinero (Two Girls and a Sailor, Richard Thorpe. 1944); y el segundo de Hollywood al desnudo (What Price Hollywood, George Cukor, 1932), Matando en la sombra (The Kennel Murder Case, Michael Curtiz, 1933) o La jungla en armas (The Real Glory, Henry Hathaway, 1939). A Juan Nadie se añadieron, además, la música de Dimitri Tiomkin (1894-1979), la edición de Daniel Mandell (1895-1987) y la fotografía de George Barnes (1892-1953). Estupendas colaboraciones.


Quien ha comprado el periódico ha sido el potentado D. B. Norton (el característico Edward Arnold), capitoste que dispone de un cuerpo de seguridad a su exclusivo servicio. Puede parecer extraño o premonitorio, pero es el perfecto ejemplo, ya entonces, del político, o afín al poder político, que adquiere un rotativo. Un periódico para cambiar la política nacional, resumirá a la perfección Ann Mitchell. Norton también posee una emisora de radio.

En estas, la historia ficticia de la señorita Mitchell acaba con la firma de un ciudadano anónimo e indignado: Juan Nadie. En un momento que nos ubica en las postrimerías de la Gran Depresión (1929-1939).

Cuántas veces la indignación se ha valido de estos sujetos. El firmante en cuestión puede responder a muchos nombres y apellidos concretos. Por otro lado, Frank Capra se ocupa de dejar bien retratada la paranoia social e informativa al son que marcan los políticos, y que de estos pasa a los distintos titulares, cual Juego de la Oca. Como la idea “a la desesperada” prospera, los nuevos directivos del diario deciden alimentar el rentable bulo, manteniendo bajo contrato a Ann. La periodista trata así de sobrevivir en una jungla típica pero letal. Como ella misma comenta respecto a su relato, se trata de sacarle todo el jugo durante un par de meses. Tratando de mantener el interés humano únicamente hasta la Nochebuena, fecha en que la gente se supone que pasa a otras cosas. Un día en que, pase lo que pase, [Juan Nadie] desaparecerá. A partir de ahí, se impone el contratar a una persona que ocupe físicamente el puesto de este audaz -periodísticamente hablando- Juan Nadie. Y el seleccionado es el desempleado John Willoughby (el magnífico Gary Cooper). A partir de ahora, él va a personificar, bajo los hilos de sus creadores, la “voz del pueblo”, en representación del típico ciudadano medio. Desesperado por su actual situación, Willoughby acepta el rol que le es propuesto, con la idea de que todo acabará el Día de Navidad (como, en efecto, así será). Pero Willoughby no se encuentra del todo solo. Su “Pepito Grillo” será “El Coronel” (el no menos inimitable Walter Brennan), al que, según comenta John, conoció en un tren de mercancías dos años atrás.


Willoughby está, como quien dice, bajo contrato. Pero cuando este entra en conflicto con su esencia moral, se produce la pugna interna. De cualquier manera, el veintiséis desaparecerá de la escena -precisamente-, pública e impúdica. Con la promesa de “saltar” desde la azotea de un emblemático edificio si no se resuelven algunos problemas, y de que le arreglen una lesión en el brazo, ya que desea volver a dedicarse al béisbol.

Todo esto convierte a John y “El Coronel” en personajes “de usar y tirar”, exactamente igual que ocurre en nuestros días. Por ejemplo, conviene tener mucho cuidado con las fotografías que se toman del personaje, en su actitud y ademanes, pues este ya ha pasado a representar a miles de personas. El Nuevo Boletín es el nuevo Instagram. En este caso, cualquier imagen vale más que mil palabras, aunque palabras -teledirigidas- no faltan en la presente campaña de imagen.

Por su parte, John trata de sobrevivir, del mismo modo que ya hemos señalado que Ann intenta hacer, aunque poco a poco, ella va a comenzar a conocer el producto de su creación y a interesarse por él, en detrimento del -muy interesado- sobrino de Norton, Ted Sheldon (Rod la Rocque). Sin embargo, como nos es mostrado por el realizador, Ann es una persona generosa a nivel familiar. Su principal meta es conseguir cierta estabilidad laboral, e incluso una sana seguridad emocional. Razón por la que comenzará a sentirse paulatinamente atraída por John Willoughby. A la larga, un poso de honestidad que le servirá de salvavidas. En este aspecto, y para estos dos personajes que se desmarcan de la trama plutócrata, más que las “clases sociales”, son los “golpes sociales” de la vida los que van a adquirir auténtica relevancia, en el sentido de saber hacerles frente.


Mientras tanto, Juan Nadie entrena al béisbol. Capra es enormemente avispado introduciendo momentos de desahogo entre tanta tensión social y personal no resuelta. Sobre todo, teniendo en cuenta que la película es de una dureza y franqueza sorprendentes. Lo que es decir que de una gran modernidad, como por otra parte acontece con casi todo el cine que llamamos clásico. El director sabe condensar muy bien todas las situaciones y derivadas en secuencias largas. Su criatura, Juan Nadie, confía en la gente, aunque no es ningún cándido: sabe a lo que está jugando. Pero la gente no siempre es buena. Ahí están la adulación, el interés y la maledicencia que afectan a muchos personajes, junto a las añagazas de la competencia (El Chronicle) que tienen por objeto destapar “el pastel” (tretas muy parecidas a la de los rivales que trataban de desarticular la puesta en escena de Un gánster para un milagro [Pocketful of Miracles, 1961]).

Por supuesto que la publicidad desembolsada se va de las manos. Programa de radio o de televisión, lo mismo da. En estas lides, Willoughby se muestra por vez primera envarado; después, no necesitará que nadie le escriba los discursos, cuando su personaje comience a pensar por sí mismo, desde su propia experiencia, y a hablar con su propia voz. Es en ese momento cuando ya es un líder. Mejor aún, un líder independiente. Estaba tan solo…, recordará Ann con posterioridad.


En un principio, la reportera se enamora del personaje que ha creado. Hasta que poco a poco irá averiguando la verdadera identidad del mismo, eliminadas las capas del exterior. Es cuando la creación toma forma allende la pluma de su autor. Primero, lo hace con las palabras del padre de Ann, que ya ha fallecido, pero que legó unos hermosos escritos que ella traslada a Willoughby. Después, prevalece la auténtica encarnadura del protagonista, navegando siempre entre la credulidad de las personas y su necesidad de creer en algo -sea una religión, o sus actuales sustitutos, las ideologías políticas-, o en alguien -y aquí entramos de lleno en un terreno más particular, de pleno significado-. Entre tanto, Norton se muestra firme, pero con la necesaria sangre fría, que es la que le ha llevado a donde está; es decir, la cumbre mediática, donde su palabra es valor de ley. La presencia física del mencionado Edward Arnold (1890-1956) ayuda enormemente, como lo hace la aportación de la voz al español del recientemente desaparecido Arsenio Corsellas (1933-2019).

De hecho, como en todas sus películas, Frank Capra da voz a la gente, a sus personajes, en espacios donde dicha gente se escucha la una a la otra (la magia del cine). Así, para John Willoughby, su ficción se convierte en una realidad, en un símbolo que propicia la creación de las sociedades filantrópicas Juan Nadie. Una pesada carga, sin duda. Pues los clubs Juan Nadie representan millones de potenciales votos para los políticos, por lo que estos deciden entrar a saco. Los integrantes de dichos grupos son, por el contrario, apolíticos en su adscripción, y lo dejan bien establecido. Por consiguiente, se hace necesario el ideologizarlos; convencerles de que es imprescindible adoptar una posición política, el Partido de Juan Nadie.

Una instrumentalización de los sentimientos en toda regla. De la fe, la esperanza y la caridad. Incluso de los sentidos, al serle negada a estos seguidores una amplitud de miras informativas que les permita la libre elección. El epítome de todo esto es la última aparición en público de Juan Nadie, que por fin se convertirá en John Willoughby.

Llegados a este extremo, las personalidades e idiosincrasias tan solo pueden emerger. A tal efecto, la película no deja de avanzar dramáticamente. Al punto de que se puede cuestionar un gobierno y sus integrantes, pero no una nación, culturalmente hablando. Otra escena resume este parecer, cuando Willoughby y John Connell convergen en la desoladora y, sin embargo, esclarecedora mesa de un local, el Jim’s Bar. El mundo del periodismo está corrompido, atestigua el ya ex director del Nuevo Boletín. Son los prolegómenos de toda una evolución, de un reencontrarse con las raíces para John Willoughby, consciente de que se ha enrolado en una fenomenal mentira de la que, salir indemne, va a resultar muy difícil. Aunque no imposible.

Escrito por Javier Comino Aguilera





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