Animando desde Oriente (XIX): El recuerdo de Marnie, de Hiromasa Yonebayashi

03 enero, 2021

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La vida se compone de altibajos que, con el paso del tiempo, comenzamos a comprender y a adaptarnos a ellos. Sin embargo, cuando somos jóvenes, necesitamos atravesar ciertos aprendizajes vitales para ir más allá de los modelos que nos han dado. Esa confusión emocional también se traslada a nuestra salud física, porque somatizamos lo que sentimos y empezamos a enfermar. Ante esas situaciones, debemos analizar y afrontar lo que nos pasa, serenarnos para encontrar qué es lo que realmente nos está dañando y, a veces, tomar perspectiva desde la distancia. El recuerdo de Marnie (Omoide no Mānī, Hiromasa Yonebayashi, 2014), película producida dentro del célebre Studio Ghibli, es una muestra de estas circunstancias.

La joven Anna Sasaki tiene asma, motivo por el cual su pediatra recomienda enviarla a un ambiente más beneficioso. Sin embargo, como bien retrata la película, no es solo esta enfermedad la que aqueja a la protagonista, también está desanimada y parece incapaz de crear lazos íntimos con los demás. No solo es una circunstancia pasiva, en la que ella rehúye a los demás, sino que también adopta una actitud agresiva e incluso hiriente cuando se siente agobiada, incapaz de regular lo que siente. Pero todo empezará a cambiar cuando conozca a la enigmática Marnie.

Sin embargo, esta relación con Marnie será bastante frágil y extraña. A través de ella, Anna irá, en realidad, encerrándose más en sí misma y en su conexión con su nueva amiga, sin entender muy bien qué le sucede detrás de su aparente felicidad. Incluso el ambiente tan idóneo y protegido en el que vivía se va volviendo más hostil hacia el final de la trama, mostrándonos a la vez el tormento de la vida de Marnie de manera paralela a la recuperación de Anna.


Como es habitual dentro del estudio nipón, existe en El recuerdo de Marnie dos características básicas. Para empezar, hay cierto realismo mágico, aunque en esta ocasión es más escaso que en otras de sus producciones, siendo más cercano al tipo de obra que realizaba Isao Takahata (1935-2018) frente a la fantasía más habitual de Hayao Miyazaki (1941-). Por ejemplo, recuerda bastante al estilo de Recuerdos del ayer (Omohide Poro Poro, Isao Takahata, 1991), por su carácter más realista y actual, pero también por el segundo aspecto que íbamos a comentar y que comparten: el tópico del desprecio de corte y alabanza de aldea, bastante habitual en todas las producciones del estudio, pero remarcadas en ambas por cómo el ambiente rural ayudan a ambas protagonistas a mejorar. Es decir, los protagonistas suelen alejarse de las grandes ciudades para adentrarse en un paisaje más rural donde se desarrolla su historia y también su sanación gracias a su cercanía con la naturaleza y con una vida más natural. Así, esta película se añade bastante bien al sello tan identificativo del estudio.

No obstante, pese al eficaz trabajo de animación y dibujo, a un nivel bastante bueno, y un planteamiento bien expuesto, el nudo de la película peca de ser atropellado en su ritmo y confuso en su desarrollo. La amistad entre Anna y Marnie, que es lo que sostiene la historia, surge de golpe y crece en cercanía de forma abrupta, sobre todo teniendo en cuenta que Anna se distanciaba de todos a su alrededor, incluso llegando a ser violenta con quienes le ofrecían atención. Es más, podemos considerar que llegan a tener tal nivel de complicidad que lo vivido entre ambas nos parece insuficiente para que sea una relación creíble. Por tanto, no es lógico cómo se desarrolla esa cercanía con Marnie, no hay ninguna escena que permita entender cómo nuestra protagonista acepta de buen grado a esta nueva amiga que actúa extrovertida y tomándose demasiada confianza, cuando secuencias antes rechazaba con vehemencia esas actitudes y temía acercarse a otras personas de esa manera. 


Es cierto que esta relación tiene un importante cariz fantástico y que, al conocer cada vez más a Marnie, Anna empezará a cambiar, realizando acciones cada vez más atrevidas e interactuando incluso con otros personajes sin comportarse como antes. Incluso poniéndose en peligro, pero regresando sin remedio a la compañía de Marnie, a pesar de todo el dolor que le pueda causar después. Sin embargo, ambas tienen su propia trama personal en la que, en realidad, no acaban de ayudarse mutuamente, sino que más bien se oculta una única historia de autodescubrimiento y superación. Pero no contaremos más para no desvelarlo.

No podemos negar que el desenlace tiene un tono bastante emotivo, incluso melodramático, pero poco cinematográfico. Se abusa de una revelación final que da sentido al personaje de Marnie, pero no se han asentado las bases para llegar a ese punto de conexión con los personajes. Todo se siente bastante artificioso, empezando, como ya decíamos, por la amistad entre las protagonistas, por lo que existe demasiada distancia como para llegar a una catarsis adecuada. Además, el resto de personajes quedan tan colocados en segundo plano que apenas son recursos humorísticos o dramáticos según la ocasión, pero sin más.


En definitiva, El recuerdo de Marnie es una ilusión bonita, una película que adopta muy bien su perfil de Ghibli, con una calidad artística de buen nivel y unos paisajes únicos, pero se convierte en una obra menor dentro de sus producciones. Esto se debe a que no tiene la fuerza suficiente como para llegar a más por una narrativa que da poca profundidad a sus personajes y un ritmo poco cuidado. Aún así, se disfruta por su notable calidad y por su bello mensaje. 


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