Tenet, de Christopher Nolan

20 septiembre, 2020

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Año a año desfilan por cartelera dos tipos de obras genéricas: las que se decantan por los fuegos artificiales, por fascinar por lo técnico y lo intrépido, y las que desde la sencillez y cierta elegancia juegan a tocarnos el corazón. Entre estos dos extremos, hay un amplio abanico de posibilidades. Con sus premisas y con la forma de explorar los efectos visuales, Christopher Nolan (1970-) suele situarse en el espectáculo, en deslumbrarnos con la forma de resolver en imágenes sus originales premisas, pero se suele dejar algo por el camino.

No cabe duda de que sus propuestas son originales y se disfrutan por completo en la pantalla grande, en la sala de cine. Aún así, suelen carecer de cierta alma que conecte con el espectador más allá. Si bien es cierto que en obras como Interstellar (2014) o incluso en Origen (2010) sus protagonistas se han enfrentado a un sacrificio personal y han padecido en sus relaciones familiares, no parecen ser suficientes para lograr la redondez que muchos esperan de este realizador. Y su reciente Tenet (2020) no es una excepción.

Seguramente podemos considerar que se encuentra emparentada con Origen en género y propuesta, es un thriller que explora nuestra realidad retorciéndola. Si en aquel caso fue a través del mundo de los sueños, en Tenet lo hace jugando con el tiempo. Y adentrándose abiertamente en una trama de alto nivel, a través de diferentes localizaciones internacionales y tramas de espionaje que beben en la misma fuente que la saga de James Bond o la franquicia de Misión Imposible.


Nos encontramos ante un protagonista agente de la CIA (John David Washington) que tras una operación en la ópera de Kiev, empieza a trabajar para un entramado oculto incluso a los servicios de inteligencia denominado Tenet. Descubre entonces que existen objetos capaces de ir hacia atrás en el tiempo y que pende sobre la humanidad la amenaza de una guerra del futuro contra el pasado. A partir de ese momento se despliega toda una aventura por el mundo tratando de encontrar la forma de comprender lo que está sucediendo y quién está detrás de todo.

La obra avanza dejándonos huellas y pistas significativas que se desvelarán conforme los personajes se adentren en el tiempo inverso. De esta forma, Nolan plasma varias secuencias de acción o espionaje que segmentan la película intercalando escenas más suaves y tranquilas, en la que los personajes dialogan y desmenuzan los acontecimientos que hemos contemplado y los que veremos a continuación. Se trata de un ritmo habitual en este género que permite aunar intensidad con serenidad, tensión con sosiego. En general, las secuencias de acción van in crescendo hasta el final, cuando se suele reservar la más espectacular. Sin embargo, en este caso todas las secuencias resultan bastante atrevidas: la secuencia inicial en la ópera se desarrolla confusa por la cantidad de frentes que se abren, pero mantiene al público en tensión, la infiltración en el piso franco de Priya en la India resulta bastante correcto y está dentro de lo habitual del género, las escenas del aeropuerto revelan las mejores cualidades de Nolan para explotar la premisa que propone del tiempo rebobinado y de las tácticas de espionaje, la persecución en coches es trepidante y las secuencias por el mar reflejan una gran tensión. El tramo final entremezcla el carácter bélico con la épica, aunque se entremezcla la confusión de ciertas escenas con la indiferencia que produce gran parte de los personajes, a excepción de la conversación definitiva entre Neil (Robert Pattinson) y el protagonista.


El problema es que a pesar de que toda esta acción está bien resuelta y te mantiene en tensión hasta el final, acaba por ser un entretenimiento vacío, un buenos contra malos muy impersonal. El villano de turno, un traficante de armas llamado Andrei Sator (Kenneth Branagh), es un estereotipo de hombre salido de la nada, dominante y rencoroso, manipulador hasta la médula, pero sin perder la elegancia (algo que se ve beneficiado por la interpretación de Kenneth). Su motivación es bastante floja, por ser demasiado absoluta, casi faraónica, y que se resume en esa tajante y posesiva sentencia que le dedica a su esposa: serás mía o de nadie. 

Aunque John David Washington encarna con contundencia al protagonista, se trata de un personaje impersonal, capaz de hacerlo todo y de tener los recursos y los medios necesarios para hacerlo, pero siempre da la sensación de estar solo, envuelto en un entramado que nada tiene que ver con él e incapaz de sentir algo. Su único interés expreso aparte de conseguir comprender y resolver la situación es Kat (Elizabeth Debicki). Como si se tratase de una chica Bond, encontramos a un personaje femenino que empieza siendo anecdótico, acaba por tener cierta conexión personal con el protagonista y arrastra un drama personal que se erige como única subtrama de la obra. Sin duda, Kat es el personaje que más y mejor evoluciona, llegando a erigirse en una mujer firme, capaz de interpretar el rol de femme fatale en el momento necesario y llevando consigo siempre el arrojo de una madre coraje. Se convierte en la única debilidad emocional del protagonista, ya sea por compasión, como puede parecer en un principio, o por cierta atracción romántica, que no se resuelve. Además de conferirle cierto  asidero moral al protagonista: dispuesto a todo menos a la muerte de una inocente (aunque en el desarrollo de la trama haya siempre víctimas sobre los que no se plantea ninguna piedad). 


La historia de Kat se resume en su intento de recuperar a su hijo de manos de un marido, el villano ya mencionado, al que rechazó y que ahora la chantajea, y conseguir su ansiada libertad. Se trata de una temas maternofilial similar a las que ya ha empleado Nolan en otras obras anteriores, en el que un padre trata de volver a estar con sus hijos de forma desesperada. Así lo vimos en los protagonistas tanto de Origen como de Interstellar. Y esta subtrama tan leve se erige como único conflicto emocional de la película, lo que no es una alabanza, sino un enorme demérito para la película de Nolan.

A fin de cuentas, el resto de personajes desfilan por pantalla siendo estereotipos y clichés o, peor aún, personajes vacíos de toda entidad. Incluso Neil, que está interpretado con gracia y acierto por Pattinson, llega a la vida del protagonista de golpe y se convierte en su mano derecha sin más. Al final trata de remediarse esta situación con una explicación que nos podría servir, al menos para comprender mejor a este personaje, pero que no excusa a todos los demás, prácticamente anónimos, que van y vienen sin pena ni gloria. Por ejemplo, la aparición de prácticamente un comando militar hacia el tramo final resulta algo ridículo, por el tono que hasta el momento había tenido la película, en la que el protagonista parecía contar con pocos apoyos y recursos. Precisamente, la que debía ser la gran secuencia de la obra, en torno al tramo final en esa batalla por salvar el mundo, se siente vacía y fría, hay tensión y muertes, pero ninguna conexión con el espectador. Nos sorprende el efectismo que Nolan plantea gracias al uso del tiempo, que se refleja en la forma de explotar de las bombas o el derrumbe de los edificios, pero nos sentimos desconectados e indiferentes ante lo que sucede.


En definitiva, Tenet es un enorme castillo de fuegos artificiales, una trepidante obra de acción y espionaje que se sirve de una premisa bien llevada y distinta a lo habitual. Pero una obra gélida, de estereotipos y personajes vacíos, de ninguna conexión emocional y sin conflictos que nos afecten como personas. Y este cúmulo de ausencias provoca que tenga difícil dejar huella y, por tanto, que sea fácil de olvidar.


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