Últimamente pienso que los seres humanos, en especial los adultos, somos algo ridículos. Afanes de poder, malos modales y prepotencia hasta en el conducir. Pero al contrario de muchos, pienso que la constatación de esta tragedia ha de venir por vía de la ironía, del humor, en definitiva. Las grandes comedias, o las comedias sencillamente eficaces, encuentran su mejor destino bajo esta perspectiva, en lugar de por vía de las formidablemente aburridas representaciones existenciales, dialécticas, del absurdo o cómo las quieran denominar, ya más que superadas (el efecto de distanciamiento lo logran conmigo plenamente).
Que el ser humano no tiene remedio lo demuestra el irrisorio afán por el poder que se da en todas las áreas en las que interviene. Es como una enfermedad. Incluso en una reunión de vecinos, o en el patio de un colegio, quien detenta el poder se reviste de cierta superioridad. Sin embargo, para que una labor prospere como está mandado, hay que saber dirigir y ser eficaz, lo que no siempre se cumple. Una cosa es tener la aspiración y otra la capacidad. Y qué decir de los superiores déspotas, todo un ejemplo de inferioridad. Así, los trabajos son una selva de muy distintos caracteres. Pero entretenidos de contemplar a cierta distancia.
En Consolidated, una empresa de exportación e importación, las cosas no son muy distintas. A la nueva empleada Judy Bernly (Jane Fonda) le explica la supervisora y trabajadora experimentada Violeta Newstead (Lily Tomlin) que en la empresa disponen de un Presidente del Consejo, Roger Tinsworthy (el veterano Sterling Hayden), que no honra con su presencia las oficinas desde hace doce años; otro presidente apenas visto, el señor Hinckle (Henry Jones), y al fin, el vicepresidente y jefe de nuestro título, el muy visto señor Franklin Hart Jr. (un estupendo Dabney Coleman).
En su puesto de trabajo, Judy habrá de tratar con otras compañeras de faenas, como Doralee Rhodes (Dolly Parton), la secretaria personal de Hart. Por su parte, la dedicación de Violeta sufre un duro revés cuando se le niegue un merecido ascenso por el disparatado hecho de ser mujer. La frustración de Violeta, que asegura respecto a quien le ha birlado el puesto que fui yo quien le preparó, es legítima.
Se da la circunstancia de que Judy es divorciada, Violeta viuda y Doralee casada, aunque regular vista por el resto de sus colegas. Piensan que la secretaria se beneficia de su posición y que responde a los requiebros y tretas del señor Hart, lo que no es verdad. Se trata de un bulo alimentado por el propio Hart para su vanagloria personal. Lo cierto es que anda tras la secretaria, pero de forma siempre infructuosa. Por supuesto, bajo el prisma del humor (gracias al hacedor aquí no asistimos a graves consignas ideológicas).
Por esta razón, es el de la oficina un ambiente algo viciado del que se aprovecha otro arquetipo estándar, el del pelota, en la figura de la ayudante administrativa Roz (Elizabeth Wilson). No en vano, esta se afana por tomar notas a escondidas, incluso en papel higiénico. Una forma de actuar en secreto que comparte con Perkins (Earl Boen), el adjunto del presidente Tinsworthy (el típico infiltrado de empresa).
En Cómo eliminar a su jefe (9 to 5, Twentieth Century Fox, 1980), espléndida comedia, este esfuerzo diario de las personas se antepone al culto a la personalidad de los mandamases. En un ilustrativo apunte descubrimos a Hart contemplándose en el espejo durante su perorata de bienvenida a Judy. Pero esto no deja de ser circunstancial, el meollo es que Hart abusa de sus prerrogativas. Como le dice Doralee en un arranque de enojo, ¡es usted una mala persona! Precisamente, el de nueve a cinco del título original se corresponde a una jornada laboral que sería llevadera si no fuera por las condiciones de sumisión y servidumbre humana que se dan en la compañía. Dicho título, por cierto, dio origen a una sensacional canción interpretada por la maravillosa Dolly Parton (1946) durante los títulos de crédito iniciales.
Los comienzos de Judy en su nuevo puesto no son fáciles, como suele ocurrir. Se evidencia la dependencia de las máquinas, en este caso, en forma de una pertinaz fotocopiadora o el consabido reloj de control para fichar. A su vez, como ya he señalado, Doralee queda postergada y expuesta a las inclemencias de las habladurías. En este sentido, no se oculta ninguna arista en cuanto al trato entre compañeras. Pero el destino de estas mujeres es converger.
Un accidente involuntario hará que la situación se desboque, con el simpático concurso de la esposa de Hart, Missy (Marian Mercer), que vive en la luna y adora a su marido. No le está mal empleado, habida cuenta de que Hart se ha apropiado de un informe de mejora elaborado por Violeta, haciéndolo pasar por suyo. Luego niega a Violeta el antedicho ascenso, que por antigüedad le corresponde. Una discriminación laboral en toda regla. Así, no es raro que el hijo de Violeta (David Price) le prepare un porro para calmar el estrés. El canuto irá a parar a los labios de las tres sufridas empleadas. Merced al cual, se visualizan en sepia o tecnicolor las tres distintas maneras de eliminar a Hart. Algo totalmente inocuo (en el sueño de Judy, el perseguido se llega a esconder en el lavabo de señoras). Dichas ensoñaciones canuteras cimientan la creciente amistad entre las tres mujeres, y son visualizadas por Colin Higgins (1941-1988) con evidente desparpajo. La de Violeta incorpora la astucia, plasticidad y (sana) malignidad que se agazapa en los dibujos animados. El problema está en que, al día siguiente, parece que al fin el deseo de dar el finiquito a Hart se ha materializado. No por medio de una de las propuestas, pero sí igual de letal. No desvelaremos el modo en atención a quien no haya visto la película.
A partir de aquí se desencadena la puesta en escena de Violeta, Doralee y Judy para dar la impresión de que el jefe aún está en la oficina (¡un periodo de tiempo que se transforma en seis semanas!). Mientras tanto, Hart, que está vivo y coleando, es retenido en su propia casa. Tiempo que las tres eficaces empleadas emplean para acometer algunos cambios en la empresa. Mejoras que llegan a oídos del mismísimo Presidente del Consejo, que tras doce años de letargo presencial decide hacer una inspección in situ.
Al principio, mencionaba el distinto carácter y estado civil de las protagonistas, unidas en una causa común. Esto lo expresa bien el realizador visualmente, por ejemplo, a través de las bebidas que toman las damas en el Charlie’s Bar, mientras se lamentan de su situación. Doralee consume cerveza, Violeta un cóctel y Judy un batido. Lo que se hace extensivo a la vestimenta: Judy muestra un aspecto apocado, casi remilgado; Violeta es más funcional y desenvuelta, y Doralee resulta coqueta, envuelta en los ropajes de la sencillez campestre, candorosa y firme al mismo tiempo.
El éxito de la película fue tal, que dio pie a una serie de televisión que algunos recordamos, ya que se estrenó en España y no estaba del todo mal, De nueve a cinco (9 to 5, IPC-Fox TV, 1982-1988).
Aprovecho ahora para ensalzar la figura del realizador Colin Higgins, por desgracia, fallecido de forma prematura a consecuencia del SIDA. Higgins fue el responsable del guión de la pieza de culto Harold y Maude (Harold and Maude, Hal Ashby, 1971), el cuento de terror para televisión La hija del diablo (The Devil’s Daughter, Jeannot Szwarc, 1973) y la notable El expreso de Chicago (Silver Streak, Arthur Hiller, 1976). Accedió a la realización con Juego peligroso (Foul Play, 1978), completando su filmografía con la presente y La casa más divertida de Texas (The Best Little Whorehouse in Texas, 1982). Las traigo a colación porque, además de ser unas estupendas películas, comparten, en cierta medida, la querencia por unos personajes que desean vivir la realidad sin verse privados de la fantasía, dentro del ámbito de la comedia. De tal guisa, la Gloria (Goldie Hawn) de Juego peligroso gusta de las películas clásicas. Ficción y realidad se entrelazan en la sala de cine a la que acude, mientras su acompañante muere en la butaca de al lado. De igual modo, la prostituta y madame Mona Stangley (Dolly Parton) vive una relación en los márgenes de la ley y la sociedad con el sheriff Earl Dodd (Burt Reynolds), en La casa más divertida de Texas.
Higgins es perfecto ejemplo de cómo quien golpea primero lo hace dos veces. En repetidas ocasiones se ha rehecho el argumento expuesto en Cómo eliminar a su jefe, sin obtener la misma acogida. Por eso, muchos de nuestros clásicos más recientes se hayan enclavados en la próspera franja de los setenta y ochenta.
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