Si llegamos a este momento de la historia, fue por el sacrificio de muchos que nos antecedieron. La guerra ha sido intrínseca al devenir humano, a las ansias de poder, a la defensa de unos valores. Y a ser una muestra de la brutalidad del ser humano, capaz de centrar todos sus esfuerzos en encontrar la manera de acabar con los demás para acabar imponiéndose. Al iniciar la contienda en Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998), comienza la barbarie. Cadáveres que se amontonan en el agua o en la arena, lo que antes fueron personas con una vida, con un pasado, con alguien que les quiso, ahora tan solo vísceras y sangre, ¿para qué vinimos aquí? La duda huye cuando la única certeza es la lucha por las supervivencia.
Los primeros minutos que nos muestra Spielberg no ensalzan la guerra, la detestan, apuntando de lleno al precio tan elevado y cruento de las mismas, por necesarias que puedan parecer. No era la primera ocasión en que se acercaba al tema de la Segunda Guerra Mundial, algo que había hecho desde perspectivas tan distintas como entramos en la comedia 1941 (1979), el viaje retratado en El imperio del sol (1987) o el duro drama de La lista de Schindler (1993). En esta ocasión, se sumerge en un terreno más bélico, algo que evidencian sus primeros veinte minutos de metraje, dedicados al desembarco del ejército estadounidense en la playa de Omaha dentro de la operación de invasión de Normandía. La película se desarrolla en tres actos, dentro de los cuales observamos sus propios arcos de introducción, nudo y desenlace, lo cual da una buena muestra de su capacidad narrativa. Todo ello enmarcado en un gran flashback al que volveremos al final para comprender quién es el anciano (Harrison Young) del principio y a qué se debe su reacción y actitud ante el cementerio de los caídos en combate.
Los primeros minutos que nos muestra Spielberg no ensalzan la guerra, la detestan, apuntando de lleno al precio tan elevado y cruento de las mismas, por necesarias que puedan parecer. No era la primera ocasión en que se acercaba al tema de la Segunda Guerra Mundial, algo que había hecho desde perspectivas tan distintas como entramos en la comedia 1941 (1979), el viaje retratado en El imperio del sol (1987) o el duro drama de La lista de Schindler (1993). En esta ocasión, se sumerge en un terreno más bélico, algo que evidencian sus primeros veinte minutos de metraje, dedicados al desembarco del ejército estadounidense en la playa de Omaha dentro de la operación de invasión de Normandía. La película se desarrolla en tres actos, dentro de los cuales observamos sus propios arcos de introducción, nudo y desenlace, lo cual da una buena muestra de su capacidad narrativa. Todo ello enmarcado en un gran flashback al que volveremos al final para comprender quién es el anciano (Harrison Young) del principio y a qué se debe su reacción y actitud ante el cementerio de los caídos en combate.
En primer lugar, encontramos el ya mencionado inicio con el desembarco. Se trata de una larga secuencia que entremezcla la dureza de las muertes de los frágiles soldados estadounidenses ante las metralletas enemigas con la perspectiva desde el lado enemigo, en un plano-contraplano que da buena muestra de cómo se desarrolla la acción. En esa deriva de sangre, vísceras, gritos, disparos y bombas, seguimos a un capitán, que luego conocemos como John H. Miller (Tom Hanks), junto a otros soldados que logran sobrevivir y atacar el fuerte nazi, desmantelándolo y tomando la posición junto a otros supervivientes. En estos minutos de confusión intencionada, Spielberg aprovecha la ocasión para retratar con escenas significativas a los personajes que después acompañaremos, empleando un evento general para detallar comportamientos concretos que llegarán a ser decisivos posteriormente. Finalmente, el cierre de la secuencia es abrupto y nos lleva a un despacho en Estados Unidos, cuando el general George Marshall (Harve Presnell) toma la decisión de solicitar el rescate y el envío a casa del soldado James Francis Ryan (Matt Damon), con la intención de evitar que una familia completa quede destrozada por la guerra, al ser el último hermano superviviente de los cuatro que eran. Se trata de un cambio abrupto de tono que nos empuja hacia el segundo acto, más concreto y alejado de la acción histórica.
En segundo lugar, tendremos el periplo de los hombres que compondrán el equipo de rescate, liderado por John H. Miller y compuesto por hombres de su compañía y un traductor de otra división. Este tramo será el más largo y donde se concrete más en los protagonista de esta historia. Como sucediera en El imperio del sol, atenderemos al viaje de estos soldados por un medio hostil mientras contemplamos sus lazos de camaradería y el desarrollo de sus personalidades, algunas de las cuales están definidas desde la secuencia del desembarco.
Así tendremos a Michael Horvath (Tom Sizemore) como segundo del capitán, un hombre responsable que seguirá las órdenes de Miller con total obediencia, siendo el más disciplinado de los soldados, a Richard Reiben (Edward Burns), un miembro más díscolo, que no comprende el sentido de la misión de rescate, pero que respeta al capitán y acaba por convertirse en una figura relevante, con un cambio en su forma de ser a lo largo de la película, al médico de guerra Irwin Wade (Giovanni Ribisi), un hombre delicado y frágil, siempre tratando de salvar la vida de sus camaradas, al frío y preciso francotirador Daniel Jackson (Barry Pepper), un hombre de fuertes convicciones religiosas con un carácter distante y sanguinario, o los más bromistas e imprudentes Stanley Mellish (Adam Goldberg) y Caparzo (Vin Diesel, en su primer papel relevante, aunque menor, dentro de la industria). A ellos se unirá Timothy E. Upham (Jeremy Davies), el mencionado traductor, un hombre temeroso de la guerra, de moral inquebrantable e idealista, demasiado bondadoso para la batalla y que será uno de los personajes cuya perspectiva y evolución más sigamos, junto a la del propio capitán. No en vano, seremos testigos de su integración en la dinámica de un grupo en el que ya existían lazos de fraternidad anteriores.
Durante su recorrido encontraremos distintos puntos de inflexión para el grupo, que incluyen desde discusiones entre ellos hasta algunas muertes. Todo el viaje queda estructurado en pequeños tramos con conflictos de distinto carácter: una ciudad que está siendo tomada por las fuerzas estadounidenses enfrentándose a los soldados nazis restantes, un francotirador al que hacer frente, un puesto de metralletas enemigo, la discusión por decidir si dejan vivo o matan a un alemán capturado o hasta el encuentro con un campamento aliado en el que los personajes interpretarán una cruel escena jugando con las chapas de los caídos frente a otros heridos, siendo reprendidos por Upham. En este sentido, encontramos ocasionalmente lgunas secuencias tan poéticas como demoledores, como el momento en que la madre de los hermanos Ryan recibe la noticia o el monólogo de Wade recordando a su propia madre. Spielberg combina a la perfección y de forma equilibrada los momentos de acción virulenta o tensa con momentos relajados, en los que los personajes ríen, bromean o reflexionan sobre su vida, llegando incluso a virar repentinamente de uno a otro para mostrarnos que no están a salvo, que estos soldados se juegan la vida a cada momento porque están en territorio hostil y en plena guerra. De esa forma, la cercanía y empatía del espectador con los personajes aumenta y lamentamos con más fuerza la caída de uno de ellos, sobre todo cuando sobreviene repentina e injusta.
En tercer y último lugar, tendremos un tercer arco dedicado a la defensa de un puente primordial para el ejército estadounidense y muy relacionado con la misión de rescate de nuestros protagonistas. Dentro del equilibrio de Salvar al soldado Ryan, estas últimas secuencias son más virulentas, como lo fue el inicio, y notamos de nueva una desigualdad de fuerzas y una brutalidad como la que encontramos en el desembarco. No obstante, son la inversa de aquellas iniciales, dado que mientras que la tensión y la violencia golpeaban al primer tramo desde su comienzo para después pasar a unas secuencias más relajadas y preparativas del segundo arco argumental, aquí encontramos los preparativos defensivos previos unidos a algunas importantes escenas relajadas y amenas. Se suceden las conversaciones finales entre los personajes, donde contemplamos a Upham como uno más de la división, o donde Miller nos volverá a mostrar su lado más humano y alejado del rol que le ha tocado vivir en esta guerra, recordando su hogar, a su mujer y la vida a la que espera regresar.
Conforme la batalla avance, y dentro del juego catártico, encontraremos un anticlímax donde todo parecerá perdido para nuestros héroes, representado finalmente por la figura del capitán Miller haciendo frente a los alemanes disparando las últimas balas de su pistola. En estas escenas finales, contemplaremos cómo han cambiado los personajes: Reiben acabará por convertirse en el defensor de esta misión y Upham obtendrá una venganza que iba contra su moral inicial. Spielberg resuelve con contundencia esta aventura bélica y trágica, que se cierra de la misma forma en que empezó.
En definitiva, el director nos muestra una gran película bélica, en el que imagen y sonido cobran importancia paralela y donde viajamos por varios terrenos propios del ser humano. Nos acerca a las personas detrás de los personajes, nos encierra en sus miedos gracias a sus planos y nos muestra la barbarie de la guerra sin dejar que le tiemble el pulso ante la realidad cruel y espantosa de la muerte violenta, algo que deja claro desde la declaración de intenciones que supone el primer tramo de esta obra. El final de Salvar al soldado Ryan, que no desvelaré, es una invitación a reflexionar también para el espectador, dejando una pregunta retórica en el aire que nos señala también a nosotros: ¿somos dignos de los sacrificios del pasado?
Escrito por Luis J. del Castillo
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