Desde los inicios de la literatura, el viaje se ha ofrecido como una vía ideal para la narración de historias. Un periplo hacia lugares ajenos al hogar supone enfrentarnos a retos inesperados y también descubrirnos a nosotros mismos, nuestros límites y nuestras capacidades. En cierta forma, todo viaje es una búsqueda que nos arroja respuestas inesperadas y que nos hace crecer. Por eso, en la Odisea, las aventuras de Ulises en su retorno a casa suponen un viaje en el que no solo nos maravillamos de la magia mitológica que le rodea, sino también de su empeño, fortaleza e ingenio para continuar hasta retornar al hogar. Por eso, las aventuras de don Quijote comienzan cuando decide salir de su hacienda para armarse caballero. Por eso, nos atrevemos a cruzar hasta los más recónditos lugares oscuros de la Tierra Media acompañando a dos hobbits en El señor de los anillos (J.R.R. Tolkien, 1954-5), a la par que un rey afronta su legado y su identidad. Por eso, nos acongojamos de los pasos sin destino de un padre y un hijo en La carretera (Cormac McCarthy, 2006). Por eso existen las road movies donde la historia es el propio viaje en el que los personajes viven experiencias que les marcarán y que revelarán quiénes son realmente. Hay grandes historias ocurridas en la seguridad del hogar o del lugar natal, pero la exploración de un mundo que está más allá de las paredes que nos rodean siempre resultará más fascinante y es la mejor vía para cruzar hacia otros lugares, lugares inexistentes que no podremos visitar de otra forma.
El pistolero (aka La hierba del diablo, 1982) es el inicio de una larga travesía hacia la Torre Oscura. Un viaje que empezó siendo publicada como relatos en la revista The Magazine of Fantasy and Science Fiction por un joven Stephen King entre los años 1978 y 1981 y que concluyó en 2012 con la publicación de la octava novela de la saga, El viento por la cerradura. En conjunto, narran el largo periplo del último pistolero, Roland Deschain, hacia la misteriosa Torre Oscura. En esta primera aventura, conoceremos al personaje cuando ya ha empezado su viaje, pero con un objetivo inicial distinto: alcanzar al malicioso hombre de negro.
A pesar de que este argumento pueda parecer sencillo, estamos ante un intricado juego de perspectivas, tiempos y cruces de historias, referencias y personajes que se desarrolla en las cinco partes en que se divide la novela. No se trata de una obra que ofrezca respuestas fáciles a las dudas más básicas que pueda tener cualquier lector inicial, sino que, más bien, va ofreciendo pequeñas pinceladas a interpretar y cientos de preguntas que hacernos para el futuro de la saga. Así pues, no existe ninguna explicación en torno al mundo en que nos situamos, que cuenta con referencias a hechos y elementos culturales propios de nuestro universo, pero que parece situarse en un estado post-apocalíptico, donde se extiende la muerte, la locura, la escasez y la inseguridad. Stephen King recrea un Viejo Oeste aún más perturbado, donde se han extendido las creencias más sectarias e incluso los restos de la vieja tecnología son casi adorados o permanecen en el más absoluto abandono, como una estación de paso de tren o metro. Además, existen múltiples elementos místicos o mágicos, como el propio villano, el hombre de negro, embaucador y hechicero que va tejiendo sus artes oscuras a su paso, o la importante presencia de los sueños, las profecías y la hipnosis. Por no dejar de mencionar el arte del disparo del pistolero, capaz de liquidar a múltiples enemigos sin errar el tiro.
La primera de las cinco partes que componen la novela nos planta in media res en la persecución por el desierto. Capítulo a capítulo, la narración retrocede para contarnos las últimas vivencias del pistolero antes de llegar al desierto, en el momento en que compartió cobijo con el granjero Brown y su cuervo, Zoltan. Estando allí, contará la prueba o la trampa, según se vea, que el hombre de negro le dejó en el pueblo de Tull, transportándonos entonces a una trama extraída del más puro ambiente del Viejo Oeste entrelazado con una historia de terror, posesión, magia y fanatismo religioso. Con esta catarsis narrada por el pistolero, King nos evidencia la personalidad fría y distante del protagonista, su capacidad para afrontar el peligro y, también, la degradación del mundo en que vive. Además, deja entrever también las terribles capacidades del villano para manipular a las personas y causar el caos y la destrucción a su paso. Por otra parte, se hace mención a la hierba del diablo, una planta que provoca adicción y que sirve al autor para referirse a la drogadicción, aunque sea un tema que queda tan solo reflejado en esta primera parte de la obra. Sin duda, como relato, está bastante logrado y muestra algunas de las características propias del estilo de este autor siempre híbrido entre la mezcla del terror, la magia esotérica y los asuntos sociales.
A partir de la segunda parte se inicia un periplo distinto, más cohesionado, pero también más arduo y tedioso, en el que Roland atraviesa el infinito desierto para encontrarse con una estación de paso, donde conocerá al niño Jake Chambers. En la segunda parte de la novela, conoceremos a este muchacho que parece proceder de un mundo bien distinto al que hemos conocido hasta ahora, un mundo mucho más semejante al nuestro. Una primera pista de cómo en la saga de la Torre Oscura se van a entrecruzar universos dispares. A partir de este momento, el pistolero y el niño avanzarán juntos, actuando con cierta frialdad entre ambos, aunque sin poder escapar de la curiosidad mutua y de cierta dependencia. El pistolero temerá encariñarse del niño, dado que, como se nos explica, ya ha perdido, y olvidado, demasiadas veces a quienes quería. Y, además, presagia, como descubriremos finalmente, que la vida de Jake supondrá la última prueba para lograr su objetivo, una última tentación por parte del hombre de negro y una nueva oportunidad para degradarlo.
La presencia de Jake servirá para que Roland nos muestre a través de sus narraciones o sus sueños, provocados por su convivencia con el niño, su propia historia de infancia. Así conoceremos algo más sobre la procedencia de Roland: la forma brutal en que fue entrenado para ser un pistolero, su primer encuentro con la muerte en una sentencia de la que él mismo fue culpable por descubrir la traición de un hombre en el cual confiaba, y su paso por la prueba para convertirse en un hombre dentro de su tierra, Gilead, un reino extremadamente feudal que estaba destinado a liderar como heredero de su padre y de la larga estirpe de Arthur Eld. Sin embargo, el relato es incompleto y tan solo nos deja entrever algunas de las motivaciones del protagonista. Stephen King traza un confuso relato en el que se dejan entrever situaciones intermedias que aún no han sido narradas, pero que resultan imprescindibles para comprender la auténtica naturaleza y carácter de Roland.
No en vano, hay cierta sensación a lo largo de la novela de encontrarnos ante un protagonista por el que difícilmente podemos sentir empatía. No comprendemos sus motivaciones más allá de la pura venganza y aunque tiene una determinación firme, desconocemos adónde van sus pasos realmente. Sobre todo cuando, llegado el tramo final de la novela, habiendo superado situaciones tan dantescas como el ataque de unos mutantes o la travesía por una cueva en penumbra absoluta, todo quede resuelto en una extensa y ambigua conversación que nos interpela a continuar el periplo en los siguientes libros con pocas certezas, demasiadas profecías y casi ninguna sensación de clímax para el argumento principal de esta novela, aunque sí lo haya para varias de sus tramas (el pueblo de Tull, el destino de Jake o dos capítulos de la infancia de Roland).
En definitiva, El pistolero es una novela de cierta insatisfacción. Por una parte, Stephen King crea una ambientación particular e interesante, con su mitología particular y su sincretismo entre universos, donde llegamos a dudar incluso entre lo real y lo ficticio. Además, nos sitúa a un protagonista moralmente ambiguo y juega con dominios que maneja bastante bien: el tiempo, el miedo, la acción y lo esotérico. Sin embargo, por otra parte, no asienta los pilares más básicos que nos permitan entender mejor el inicio de este viaje o de este mundo. No consigue alcanzar ninguna clase de clímax relevante para el ansiado final y la acción acaba decayendo desde el poderoso inicio en Tull, con la salvedad de la presencia de los mutantes. Hay, sin duda, un importante aspecto simbólico en la conversación con la que finaliza la obra, pero que carece de valor hasta que nos sumerjamos en las restantes novelas de La Torre Oscura, en tanto que no ofrece apenas ninguna respuesta a las preguntas que se plantean en esta novela, y sí que nos deja con mayores dudas a resolver en otro momento. Habrá que continuar la senda, esperando que el camino mejore tras la aridez de esta primera novela.
Escrito por Luis J. del Castillo
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