Erudito de las tradiciones inglesas y representante de una empresa de cañones, John Meade Falkner (1858-1932) suele ser recordado, cuando se le recuerda, por su novela de aventuras Moonfleet (Ídem, 1898; Anaya Tus Libros, 1991). Hoy la traemos a colación porque, en las fechas que nos ocupan, puede ser una buena ocasión para (re)leerla.
Al igual que sus protagonistas, deseosos de regresar a la villa de Moonfleet tras diez años de cautiverio, parece ser que el propio Falkner decidió retirarse a un lugar apacible, apartado pero conectado, donde poder pasar el resto de sus días en relativa calma, dedicado a la escritura (sobre todo de poesía), y a las donaciones a la Iglesia con fines de restauración. El emplazamiento escogido fue Durham, un condado medieval de Inglaterra.
La historia del retorno al lugar de la infancia o de la pertenencia, atañe entonces, no solo a los protagonistas principales del libro, sino también a su autor. Al fin y al cabo, Falkner no sitúa la acción de la novela en su presente, sino en el pasado. En concreto, hacia 1757.
Los personajes mencionados son el joven John Trenchard, narrador de la historia en primera persona, y el robusto Elzevir Block, de unos cincuenta años, gigante taciturno y canoso (Episodio XI). Aparte de que, como queda dicho, otro tercer personaje literario sería el enclave, tanto si la acción acontece en el mismo, como si solo está presente en el recuerdo de John y Elzevir.
John Meade Falkner |
Entre tanto, Elzevir ejerce de mesonero encubierto de una taberna llamada Why Not (Por qué no). Un lugar que, en realidad, sirve como refugio para las actividades de contrabando (de licor, principalmente). Elzevir proviene de un linaje de fundadores, aunque no de especial abolengo. Todo lo cual será averiguado por el inquieto John Trenchard que, a su vez, será acogido por Elzevir Block como un hijo. De facto, casi en sustitución del vástago al que se ha dado muerte en una refriega con las autoridades (encarnadas de forma omnímoda por el juez de paz Maskew).
Los quince años de John Trenchard, transformados en veintiséis en la última parte de la novela, tras un lapso de diez años que luego señalaré, se reflejan con convicción en la escritura del texto por parte de Falkner. Es decir, que se traducen en una narración madura y honesta por boca del muchacho.
Además, a diferencia de lo que sucede en la posterior adaptación cinematográfica, es interesante subrayar que el joven Trenchard es, desde el primer momento, un habitante del pueblo de Moonfleet, y no un recién llegado, aunque su conocimiento -o madurez- de las cosas (el mundo de los adultos), le llegará como si, en efecto, de un forastero se tratara. Hasta entonces, era yo muy dado a enfrascarme solo en mis pensamientos, comenta el chico (III).
Como he advertido, John es acogido por Elzevir como si fuera su propio hijo. Un vínculo que el autor deja bien claro en la novela (V). No en balde, el descendiente contaba con la misma edad que John en el momento de fallecer.
Poco antes, una grieta bajo una losa del cementerio, tras una fuerte tempestad seguida de una inundación, deja al descubierto parte del secreto (a voces) de Moonfleet: un refugio para contrabandistas (III-IV). Pero es este un descubrimiento que queda tan solo en poder de John Trenchard (aparte de los propios interesados), asimismo, conocedor de la leyenda que se atribuye al célebre Barbanegra (c. 1680-1718), también llamado el coronel John Mohune, y que se refiere a la posesión de un diamante extremadamente valioso. Se da la circunstancia de que el mencionado pirata es, precisamente, uno de los antepasados de Elzevir Block.
Por su parte, Trenchard es huérfano, pero vive con una avinagrada tía llamada Jane (personaje que desaparecerá de la versión cinematográfica). Lo cierto es que John es despojado por su tía, como Elzevir lo será de su cantina, acogiéndose el uno al otro. De igual modo, en la película, el temor hace mella en el muchacho (bastante más aniñado), en tanto que en la novela, esta condición se sobrelleva con audacia por el personaje (más adulto). Falkner recalca esta coyuntura cuando comenta, a través del joven, que tampoco era la primera vez que la muerte se presentaba ante mis ojos (IV).
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El caso es que, tras recuperarlo, no se puede decir que a John y Elzevir les sonría la fortuna. Los dos zarpan para Holanda, tras un primer y corto regreso de John a Moonfleet (bajo la apariencia de un disfraz), y en este país son engañados por un codicioso perista. A este respecto, la adaptación prescinde del episodio más inconsistente de la novela, aquel por el que John y Elzevir renuncian a la piedra de tantos esfuerzos, por considerar la palabra del enrevesado orfebre acerca de su falsedad, pues el malintencionado joyero dictamina que no es auténtica (XVI). Es al tratar de recuperar el diamante por segunda vez, el que ambos personajes habrán de compartir penalidades carcelarias durante toda una década, aunque esta situación penosa es objeto de una elipsis por parte del novelista. Tras estos años de cautiverio, ya prestos a ser deportados a las colonias de Java, el destino les depara a John y Elzevir el naufragar ante las costas de Moonfleet.
A modo de justicia que escapa a los artificiales designios humanos, hay que hacer notar el gracejo de los avatares por los que le es devuelto a John el tan traído y llevado diamante, sorprendentemente, acompañado por el restante legado del antedicho perista, al cabo de los años (XIX). En este sentido, se suele achacar a la adaptación cinematográfica el que el estudio optara por un final conciliador y familiar (en contra de los deseos del realizador, más no en contra de la novela: el desacuerdo estribó en que fueran estas las imágenes que cerraran la película). Es decir, que el final feliz también está presente en la obra literaria. Con ello no digo que fuera el más adecuado para la película, sino que la novela concluye de la misma manera: felizmente para nuestro resuelto protagonista, mucho más baqueteado en el libro.
En cualquier caso, en Los contrabandistas de Moonfleet (Moonfleet, MGM, 1955), el joven John Trenchard pasa a llamarse John Mohune (Jon Whiteley) y el tabernero Elzevir Block queda convertido en el galante y pizpireto contrabandista Jeremy Fox (Stewart Granger). Asimismo, la traición del joyero holandés (que lleva a la cárcel a los protagonistas tras una parodia de juicio), se reserva en la película al personaje del magistrado Matthew Maskew (John Hoyt), y con resuelta gracia, a los lucrativos tejemanejes de lord Ashwood (el insustituible George Sanders) y su esposa, Lady Ashwood (Joan Greenwood).
La adaptación se beneficia mucho del equipo técnico y artístico de Metro Goldwyn Mayer. En este, podemos distinguir las siempre apreciables labores del decorador Cedric Gibbons (1893-1960), aquí acompañado de Hans Peters (1894-1976); la fotografía lúgubre y apastelada, adecuada a la atmósfera del relato, de Robert Planck (1902-1971), y la música portentosa de Miklós Rózsa (1907-1995), igualmente asistido por algunas de las composiciones flamencas del guitarrista Vicente Gómez (1911-2001). Un espontáneo añadido este último, algo extemporáneo cronológicamente hablando, aunque huelga decir que de resultado esplendente y virtuoso. El realizador Fritz Lang (1890-1976) aprovecha estos momentos de circunstancias para describir visualmente la idiosincrasia de algunos de sus personajes de alcurnia, por medio de sus gestos y actitudes.
A ellos se suman un grupo de forajidos apenas entrevisto, pero de grata presencia, encarnados por figuras como Melville Cooper (1896-1973), Ian Wolfe (1896-1992), Dan Seymour (1915-1993) y el inconfundible Jack Elam (1920-2003). Escrita por Jan Lustig (1902-1979) y Margaret Fitts (1923-2011), Los contrabandistas de Moonfleet encarna los valores de amistad y fidelidad personal (el auténtico compromiso), que sostiene toda la narración de Falkner.
Caballeresco, expeditivo y sibarita, Jeremy Fox contempla atónito cómo, tras su triste deceso, la mujer a la que ha amado, le envía, con sus mejores deseos, a su pequeño John Mohune (es decir, al que podría haber sido su hijo), pues es la única persona que le queda para poder hacerse cargo de él. El reciente huérfano vuelve así a la que antaño fue la mansión en la que se crió la madre, sita en el pueblo de Moonfleet. Un caserón que ahora ocupa Jeremy Fox, a efectos no solo prácticos -por sus actividades delictivas- sino emotivos, como bien sabrá advertir su compañera sentimental Ann (Viveca Lindfors), un personaje atractivo y relevante que se incorpora a la adaptación.
De regreso del Gran Mundo, como lo define Fox, el pequeño John Mohune se reencuentra con las únicas raíces que le quedan, aunque a diferencia de la novela, el refinado contrabandista tratará por todos los medios de deshacerse del muchacho: la compenetración será progresiva, aunque igualmente inevitable.
No en vano, en Los contrabandistas de Moonfleet impera el ambiente donde se desenvuelven los protagonistas, ya sea de marcado carácter ancestral y rancia prosapia, como ese entorno fantástico encarnado por el cementerio que circunda la iglesia junto al mar, la antigua mansión señorial de los Mohune, el camino que conduce a Moonfleet, o el pozo que sirve como cofre al tesoro. De este modo, a través de tales decorados, se recrean artísticamente las glorias del pasado a las que se hace referencia en el libro.
Por otra parte, aquí el magistrado Maskew no es el padre, sino el tío de Grace (Donna Corcoran); un parentesco, por tanto, menos directo, si bien, los avatares que conducen a la fuga de Jeremy y John son los mismos (disculpándose los fatigosos años de prisión). El relato se escora así hacia los aspectos más aventureros e infantiles (en un sentido positivo) del relato original.
En un principio, Jeremy contempla en el chico el fracaso de su relación con la madre (y como habrá ocasión de comprobar, con todas las mujeres a las que ha conocido). Y ante la observación de Ann de si desea depravar al muchacho o protegerlo, el intrépido estraperlista responde que lo más probable es que sea el chico quien le destruya a él primero. Tal vez es por eso que Jeremy también ha regresado y se ha establecido en el lugar de donde fue expulsado una vez (por la familia Mohune, al pretender a la madre de John).
En su relación con sus operarios, Jeremy Fox se nos muestra más clasista que en la novela (y estos más torvos y traicioneros). Como pone de manifiesto su estupendo tête à tête con Maskew. Además, como también he señalado, en el pueblo coexiste una anquilosada ralea cortesana. Ello eleva la narración cinematográfica del ámbito aventurero a la contemplación de la podredumbre de una élite parásita, tanto como lo es la clase asalariada. En la película, el dueño de la posada se sigue llamando Elzevir Block (Sean McClory), pero se trata de un personaje secundario y malencarado que no responde a los nobles atributos del asentado contrabandista literario. De hecho, acaba batiéndose con Jeremy (el gigante bonachón de la novela).
Por su parte, lord Ashwood es proclive a sacar provecho de la piratería. Su forma de negociar, incluso a través de los favores de la esposa, son una excelente forma de describir a ambos personajes entre líneas.
Aquí Barbanegra pasa a ser Barbaroja (1475-1546), del que, de forma bastante gráfica, se muestra una efigie en el interior de la iglesia de Moonfleet. De este modo, se resalta el conflicto moral que atañe a todos los habitantes del pueblo, sobre los que se cierne una oscuridad primitiva, en palabras del párroco Glennie (Alan Napier). Son los del templo unos interiores pétreos, sobre los que se proyectan sombras, y en los que el párroco reprende a su congregación. A diferencia de lo que sucedía en el libro, el representante clerical no está integrado en la soterrada confabulación de la comunidad y sus actividades delictivas, al menos, de una forma cómplice.
Al fin y al cabo, los sentimientos humanos son como la marea o la corriente. O ambas cosas, como ilustra la imagen de los toneles que chocan entre sí en el interior del refugio de los contrabandistas, a causa del agua filtrada por una tormenta (junto con la presencia de algunos ataúdes, es esta una escena presente en la novela).
Por todo ello, podríamos decir que la película es una inspirada paráfrasis del original literario. Lo que le proporciona entidad y personalidad. Hasta un elemento tan cinematográfico como la elipsis es empleado por Fritz Lang para proporcionar a Fox un decidido ingenio, al hacerse con un uniforme del ejército británico. El realizador compone, además, otro momento de sutil brillantez cuando, a través del plano-contraplano, muestra el cuchillo que atenaza la espalda del joven Mohune. Igualmente, destaca la escena de la despedida de Jeremy a John, en el escenario de una casita de piedra que muestra, a través de una ventana, la barca que el líder de los contrabandistas y padre adoptivo del muchacho ha de tomar, anunciando un porvenir en el que no se sabe si Jeremy Fox vive o muere, aunque siempre permanecerá vivo en la memoria de John Mohune.
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