Clásicos Inolvidables (CXXXIV): Olalla, de Robert Louis Stevenson

08 julio, 2017

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Desde el Romanticismo nos han cautivado toda clase de historias alejadas de nuestra realidad inmediata, llegando incluso a fascinarnos el horror fantasioso que muchos autores desplegaron en la narrativa gótica. Al escritor Robert Louis Stevenson (1850-1894) se le ha conocido por dos facetas: sus novelas de aventuras, que suelen agruparse como literatura juvenil, al estilo de La isla del tesoro (1883), y su obra más decantada por el terror, pero un terror más psicológico, siendo su obra maestra El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde (1886). Entre esta última clase de historias podríamos situar su novela corta Olalla (1885).

Situada la acción en España, país que ofrecía una visión exótica al viajero romántico como mostraron diversos autores de la época, seguimos los pasos de un soldado convaleciente al que recomiendan hospedarse en un lugar cercano a la naturaleza para mejorar su estado. Para ello, será acogido por una antigua familia aristócrata venida a menos tanto en riqueza como en genética. La única condición será no entrometerse en sus vidas. Sin embargo, conforme avancen los días entre aquellas paredes, el misterio y la ansiedad llevarán a nuestro protagonista a tratar de descubrir qué sucede en esa familia, lo que le llevará a enamorarse irremediablemente de la hermosa Olalla.

El punto de interés no se encontrará en el protagonista, también narrador de la historia, dado que de él lo desconocemos todo, sino más bien en las impresiones que le causó este episodio de su vida y en su relación y descubrimientos sobre esta familia. Desde un principio, observaremos cómo se sitúa en un plano de superioridad con respecto a sus anfitriones, a quienes conocerá de manera escalonada. En primer lugar, a Felipe, el hijo de actitud salvaje y bruta, tan pueril como para obedecer las órdenes de su huésped, pero demasiado inocente como para aportarle una conversación de cierto interés. En segundo lugar, la madre, una mujer mayor que pasa sus días en la mayor pasividad posible, desconectada y desinteresada de su entorno. Ambos son el ejemplo de una dinastía que ha sufrido una degeneración genética por tratar de mantener la sangre aristócrata.

Por contra, Olalla parecerá ser la única que mantenga la mayor humanidad, quien realmente controle a Felipe y quien se encarga del hogar como una cautiva de su propia historia familiar. Ella será la principal incógnita y motivo de interés del protagonista, aunque será a quien más tarde en conocer, siendo también un proceso que se inicia en los comentarios externos, prosigue con la inspección de sus pertenencias a escondidas, y finalmente con el encuentro casual, pero ansiado, en el que se inicia la obsesión del narrador por conseguir no solo el amor de Olalla, sino también su salvación. Una obsesión que se reflejará desde el inicio en la atracción que sufre el narrador por un retrato de una antepasada familiar.


A pesar de tratarse de una obra breve, casi más un relato que una novela, se trata de un texto sugerente con diversas posibilidades interpretativas. Por ello, me ha resultado curioso observar en varias páginas menciones a la licantropía, cuando no hallo en mi lectura rasgos de este tipo, sino, más bien, de vampirismo, lo que arrojaría a la narración algunos valores añadidos, como observar a Olalla abrazada a una cruz, prefiriendo la extinción antes que perpetuar su decadente estirpe, o la atracción tan inmediata que sufre nuestro protagonista por la inmensa belleza de su anfitriona. Aún así, no se ofrece en ningún caso una explicación sobrenatural a los hechos, sino que se recurre sobre todo a la degeneración de la familia, a la maldición que les persigue por su perpetuación endocéntrica.

Sea cual sea el prisma con el que se observe, considero que el retrato de esta peculiar familia que realiza Stevenson consigue tener una entidad propia y diferente a otros textos con los que, no obstante, comparte espíritu. No en vano, se entremezclan el exotismo, la enfermedad del protagonista, el ambiente natural que incluso se expresa y afecta a los personajes, el enamoramiento febril, la presencia religiosa, la superstición y elementos propios del terror, como el hogar decadente y abandonado de una dinastía en su último estertor.


Sin duda, una novela breve que hubiera podido dar más de sí, con un final abrupto pero comprensible, dado que sitúa como auténtica protagonista del relato a Olalla y no al narrador, que acaba por convertirse en un testigo casual. Un testigo necesario para transmitir desde su visión externa esta historia trágica de tintes oscuros. Todo escrito con el cuidado literario de Stevenson y una ambientación que nos recuerda que el terror no solo se encuentra en la noche ni en las calles nebulosas de Londres.


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