La trayectoria cinematográfica del realizador estadounidense Michael Mann (1943) ha tenido sus altibajos, pero, en conjunto, resulta estimulante, personal y bien calibrada. Como suele suceder, la que fue la primera de sus películas, Ladrón (Thief, United Artist, 1981), también fue uno de sus mejores cometidos tras las cámaras.
Antes de que tengamos acceso a algunos detalles de la vida personal del protagonista principal, el ladrón Frank -a secas- (James Caan), el director ya lo muestra, como se suele decir, en plena acción, perpetrando un robo.
Pero Frank no lastima a los propietarios, si puede evitarlo, y con respecto a la mercancía, siente preferencia por las joyas, desechando otras futesas, porque las piedras forman parte de un circuito donde puede “colocarlas” sin demasiada complicación.
El problema surge cuando su intermediario para las ventas aparece muerto. Un inconveniente que le pondrá en contacto con un capo-perista de alta gama, Leo (Robert Prosky).
Entre tanto, sí que iremos descubriendo que Frank es un ex convicto, que hizo lo que pudo por sobrevivir en prisión, y que, de ascendencia humilde, se trata de una persona previsora (en casi todos los aspectos), algo espontánea de modales, y resuelta cuando tratan de engañarlo. Aparte de ello, presta su ayuda a un amigo (y en algún sentido maestro), el presidiario Okla (Willie Nelson), con objeto de sacarle de la cárcel, ahora que está muy enfermo. No le gustan los discursos y trata de ser discreto, aunque no siempre lo logre.
Una actitud mental derivada de sus años de encierro y de libertad. Pero también sabremos otras cosas. Por ejemplo, que además de emocionalmente combustible puede ser estrictamente leal, y que le gusta preservar su intimidad e independencia, por encima de todo. De hecho, como el propio Frank asegura, cuando quiera conocer a más gente me inscribiré en un club social… o en una agencia matrimonial, o en un sindicato (irá añadiendo).
En lo posible, prefiere trabajar por su cuenta, pero ello no quiere decir que el solitario y precavido ladrón (¡como han de ser todos los ladrones de buena condición!) sea una persona insociable o un misógino. Por el contrario, está muy interesado en la compañía de la camarera Jessie (Tuesday Weld), trabajadora del local donde suele tomar café todos los días. Aparte de que, siempre opera con un grupo fijo, formado por otros dos colegas con los que mantiene un buen trato y afinidad, Barry (James Belushi) y Joseph (William LaValley).
En resumidas cuentas, el hecho de querer preservar su propia individualidad, no le impide compartir su espacio con otros individuos (como tan afanosamente declaran los amantes del colectivismo moral y político). De este modo, él cuenta con su equipo y con una evidente maestría a la hora de practicar su versión de las bellas artes liberales. La tapadera de su ocupación es un negocio de venta de coches; como pueda serlo una hamburguesería en la que poder cerrar un trato. Lo excepcional se agazapa en el interior de lo convencional.
Es significativo que Michael Mann ilustre la vida pasada y futura de Frank en los márgenes de una postal que, a su vez, forma un collage de su existencia. La relación que entabla con Jessie no estaba concretizada, aunque sí prevista, por lo que no es extraño que Frank le diga a esta que la muchacha anónima que aparece en la fotografía debes de ser tú. Con ella se sincera prácticamente desde un primer momento, aunque de forma tan franca como brusca. Ello responde a que no deja de reconocer en la camarera una trayectoria vital tan intrincada y difícil como la suya, y algo así como un alma gemela; aunque el vínculo entre ambos está, como todo en la vida de los protagonistas, en construcción.
Pero si el pacto con Jessie avanza a buen ritmo, el del nuevo socio y perista se tuerce; de lo que derivará un enfrentamiento final entre el buen ladrón y el mal ladrón. Será tras un golpe milimétricamente organizado y escrupulosamente realizado en un edificio de alta seguridad. En este sentido, al igual que sucede con la personalidad de Frank, los robos son profesionales y precisos, pero rudos (en cuanto al deterioro del material se refiere); sumamente físicos, tal y como los ejemplifica Michael Mann, también autor del libreto (según la novela autobiográfica The Home Invaders [1975], de John Allen Seybold, alias Frank Hohimer [1923-2005]).
Ciertamente, su personaje no deja de caernos bien desde el momento en que las personas que lo rodean, a excepción de Jessie, Barry o Joseph, son comparativamente peores que él. Así sucede con los policías corruptos que reclaman una comisión o con los jueces que se dejan sobornar por medio de una buena suma de dinero (¡expediente bien señalado por el director a través de la expresión corporal!).
De esta manera, en un mundo de estafadores y deshonestos, el moderno bandido Frank sobresale incluso éticamente. No obstante, ante el giro de los acontecimientos, el esforzado ladrón no tendrá reparos, como hombre hecho a sí mismo que es, en romper drásticamente con todo su presente (en tanto que el pasado parece pesar mucho más, o estar más presente en su vida).
De hecho, Leo resulta ser bastante inteligente, y lo que él denomina cuidar de su gente, es un sibilino método para manipular y apropiarse de la vida de sus empleados, o de las personas que, como Frank, mantienen una relación de negocios con él. La viveza nocturnal que Michael Mann imprime a las imágenes queda debidamente impulsada por la vibrante música del grupo Tangerine Dream.
Escrito por Javier C. Aguilera
hola ! interesante entrada que compartimos con agrado, el actor es un genio tambien!! gracias, la anotaremos y dejamos un saludobuho.
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