Los cuerpos lejanos, de Rodolfo Serrano

24 abril, 2017

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Rodolfo Serrano siempre ha entendido la escritura como forma de vida. Escritor y periodista nacido en Madrid, sintió desde pequeño la pasión por el arte de la palabra y por una serie de inquietudes literarias que lo llevaron a trabajar y a crecer intensamente en el género de la poesía. Dentro de esta labor poética, ha estado presente en la letra de canciones de algunos cantantes. No obstante, para él no es lo mismo un poema que una canción y, por ello, es importante saber diferenciar entre ambos. Al igual que su hijo, Ismael, quien ha interpretado algunos de sus poemas, promueve cómo se necesita de la música para hacerse popular, cómo le da la fuerza que la vuelve mágica y la pone al alcance del gran público.

Aunque lo pueda parecer, sus poemas no cuentan historias tristes. Habla del amor, pero, sobre todo, del recuerdo que nos deja. Y es que, a según qué edad, el amor ya empieza a ser nostalgia. Pero no solo es el amor el tema recurrente que rodea a su obra. Como todo escritor, Serrano mantiene un compromiso poético con el momento histórico que le ha tocado vivir, incluyendo en muchos de sus versos una conciencia claramente social. Por ello, no solo su obra literaria se limita a la poesía, ya que ha publicado también en el ámbito de la prosa de la mano de su otro hijo, Daniel, un ensayo de tinte político como Toda España era una cárcel (2016), en el que dan testimonio a voces represaliadas de la dictadura franquista.


Su trayectoria, a pesar de la influencia de poetas clásicos, como Quevedo o Lope de Vega, y de la Generación del 27, se enmarca dentro de la poesía de la experiencia, una corriente en la que ocupa un lugar destacado la reflexión histórica y moral, partiendo de la propia vivencia del poeta. Jaime Gil de Biedma, Joan Margarit, José María Álvarez o Roger Wolf son algunos de los autores más contemporáneos que le han influido a lo largo de su trayectoria. En su caso, Serrano considera que no solo importa cómo se dice, sino también qué se dice.

En este contexto se enmarca Los cuerpos lejanos (2014), la más aclamada entre sus recientes obras. El amor, el desasosiego tras la pérdida, el paso del tiempo, el dolor o, lo que es peor, esa muerte silenciosa que nos arrebata al niño que una vez fuimos son algunas de las verdades inmutables que conviven alrededor de esta obra. Versos como los que encontramos en Vienen los niños o La vida breve resumen la fugacidad de ese pasado, el mismo que viene a vernos con hambre de futuro. (Estos días de miedos que me quedan valen para vivir cuando en la calle una muchacha, la misma que tú eras, me sonríe radiante).


Al igual que los tópicos que abarca en sus letras de canciones, cabe destacar el mérito que reside en saber transmitir la pureza de lo cotidiano con las palabras precisas, acercando la belleza que esconde lo simple (En la cama vacía te detienes, / acaricias mi fiebre y te recuestas / al costado más triste de mis miedos). Incluso para acercarnos la ferocidad e intimidad de la enfermedad, a través de esa soledad de Hospital o de esos cuerpos cansados en No dispensar sin receta. 

En poemas como Leyendo las páginas económicas (no incluido en este poemario) o Intereses, más dos puntos el Euribor transmite ese sentimiento de desasosiego y descontrol sobre la desafortunada actualidad política y social, todo ello a través de versos que recopilan esos desalmados que hipotecan nuestro sufrimiento. Tras ellos, Inmensa minoría se adentra en las calles y en las historias que han vivido, testigos de muchas manifestaciones que dieron luz a muchas realidades con las que hoy convivimos (No hay futuro que pueda detener las manos levantadas / manos limpias, vacías).

Su obra, en su mayor parte, invita al desasosiego precisamente por no dejar indiferente, por llamar la atención del que lee para despertarlo, para hacerle consciente de lo que ocurre a su alrededor: desde su realidad social hasta su ámbito más emocional. Incluso llegando a caer en el pesimismo con tal de reflejar fielmente la evolución personal de cualquiera de nosotros.

Porque todos los cuerpos siempre tienen recuerdos de otras almas, de otros cuerpos lejanos:

Las calles guardan nombres que ya no son nuestros

Todo lo perdí, salvo tu nombre
lo demás se me ha ido poco a poco:
sudores y palabras, cortas noches,
la copa del encuentro, negros días,
los lunes del pecado, los hoteles
y la esperanza del invierno.

Todo fue como el aire de la vida,
la luna acorralada, el tiempo en blanco,
las caricias de amor y los papeles
con versos y las cartas del pasado.
Las dudas ante el beso, la alegría,
el amor a las tres de la mañana.

En todo estabas tú, aunque no eras:
la atracción de los cuerpos y la sangre
golpeando el rincón de los insomnios.
Las calles para ahondar en tu costado,
la cintura, los lazos de la carne,
el camino hacia dónde y hacia cuándo.

Por allí -y allí mismo- estaba el frío,
las tardes de domingo, el sueño a solas,
las manos como fuego, tiernos labios,
el abrazo del miedo, las llamadas,
teléfonos sonando en la penumbra,
el cielo protector cuando tú estabas.

Y todo lo perdí. Ya no me queda
más que el nombre, tu nombre que es ahora
el recuerdo lejano de un instante.


Escrito por Mariela B. Ortega



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