La escalera oscura, de Alejandro Melero

08 abril, 2017

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Desde nuestras torres de marfil, resulta muy complicado entender al otro. Después de todo, no siempre somos capaces de explicarnos a nosotros mismos todo aquello que nos pasa. Para suplir esa incapacidad, podemos encontrar el reflejo de nuestro ser en las voces escritas y creadas por otras personas, semejantes que sí encontraron las palabras adecuadas para iluminar incluso los aspectos más ignotos de la vida humana. Y de esa forma, comprender no solo aquello que nos ocurre a nosotros, sino también todo lo que acontece a nuestro alrededor.

En La escalera oscura (2015), Alejandro Melero recopila once relatos que nos hablan de esos fragmentos vitales a los que hacíamos referencia: la existencia a veces opaca de personas anónimas que viven en nuestra sociedad y cuya historia no existe si nadie habla de ellos. Aunque el autor es capaz de otorgar una identidad única a cada relato, todos comparten cierta sensación de soledad, de incomprensión, pero también de refugio y familiaridad. Melero, cuya especialidad es la dramaturgia, donde ha abordado sobre todo temas relativos a la homosexualidad, luce su mejor rasgo en la ambientación de los relatos y en la inclusión de esas aparentemente pequeñas tragedias humanas que golpean al lector por su sincera cotidianidad y por reflejar una cercana y a veces dolorosa actualidad.

Alejandro Melero, fotografía de Roberto Villalón.
Inaugura el libro el relato Habla Miguel, que recurre a múltiples voces narrativas para ofrecernos una historia de manera indirecta, pero sí poliédrica. De esta forma, no seremos testigos a través de la narración del hecho más dramático del relato, que nos recuerda a los dramas rurales de Benavente (1866-1954) o García Lorca (1989-1936), teniendo que suponer lo acontecido por la realidad creada a través de las voces de los habitantes del pueblo. Este estilo nos recuerda a los testimonios que recogía el narrador de Crónica de una muerte anunciada (Gabriel García Márquez, 1981), y lo cierto es que Melero logra dar entidad a cada una de esas voces, otorgándoles también expresiones típicas del ámbito rural o del tipo de personaje, que transita sobre todo en torno a mujeres. Todas esas voces observan con cierta candidez una serie de hechos que para el lector ocultan una realidad más cruda, en un contraste que culmina cuando la última voz nos pone en la piel del policía de este tranquilo pueblo donde nunca pasa nada.

El siguiente relato, que da título a la colección, La escalera oscura, nos adentra en la perspectiva infantil de Javier con el primer acercamiento tímido, con cierta vergüenza e inocencia, al mundo de la sexualidad y de la comprensión de los sentimientos humanos. El relato se encuentra diividido de forma clara en dos escenas: la primera se desarrolla en ese rellano de escalera que le da nombre, con las confesiones que Javier escucha de su prima Maribel y Clara, mientras que la segunda se sitúa posteriormente en una escena familiar en la que el pequeño de la familia confronta cierta presión familiar mientras trata de comprender cuáles son sus sentimientos.

En este relato de narración más tradicional, Melero retrata bastante bien la atmósfera familiar, las presiones inconscientes que ejercen los padres a los hijos con supuestas preguntas inocentes, las actitudes pueriles, incluyendo la rivalidad fraternal, las observaciones maternas en torno al crecimiento de los hijos o la solemnidad de ciertos acontecimientos y conversaciones que, vistos desde la mirada adulta, han perdido su valor, pero que suelen marcar a los niños por suponer su primer acercamiento a un mundo aún enigmático y que se está descubriendo en ese momento. Al final, Javier es una isla solitaria en medio de las risas y las palabras amables de quienes aún no le comprenden.


Ese universo íntimo es constante en los relatos, aunque tengan tonos muy diferentes. En el siguiente, Hostal Amparo, también encontramos esa intimidad reflejada en una habitación de hostal donde se juega al solitario. Expresado casi como un arte, el relato combina las reflexiones en torno a una partida de cartas y los sonidos que se oyen desde la habitación contigua. En esta ocasión, la ambientación ruinosa y el cierto patetismo que suscita el solitario juegan a favor del retrato triste de un drama absoluto que se vive en soledad. Sin duda, uno de los relatos más duros en torno a una historia de culpabilidad, enfermedad y dolor sin atisbo de esperanza.

El siguiente relato, Confesiones de un carnero, nos recuerda a nuestra afirmación reiterada de que las otras dimensiones que nos permite visitar el arte, esos mundos creados de la fantasía o la ciencia ficción, entre otros géneros, nos han servido para alejarnos de nosotros y, desde esa distancia, mirarnos mejor. En esta pieza narrativa, el autor recrea un mundo donde los seres humanos se regeneran y el canibalismo es una rutina y un crimen perseguido; en este panorama, se cede la voz a un miembro de las brigadas de canibalismo de la policía retirado, lo que se conoce en este universo como un carnero, que cose en el relato una mezcolanza de conferencia y confesión. El interés reside en que los carneros dedican su tiempo a perseguir a devoradores y también a vendedores de devorados.

Con paralelismos metafóricos entre nuestra realidad y este universo, donde podemos apreciar cuestiones que van desde la prostitución hasta el contrabando de órganos y las clínicas clandestinas, el carnero traza en su monólogo diferentes ejemplos de crímenes que vivió en su carrera, llegando incluso a sumergirse en ese mundo. Sin duda, se trata del relato más escabroso y grotesco, lo que nos ayuda a distanciarnos más para apreciar la brutalidad a la que llega el ser humano. Como curiosidad, estas confesiones se inician con una reflexión en torno a la realidad como fuente de historias y anécdotas que pudieran convertirse en arte si se plasmaran, pero que lo despreciamos con facilidad por no tener la perspectiva suficiente.

Noctámbulos (1942), de Edward Hopper
La Piedad ahonda en la fabulación en torno al deseo, a la imaginación fantasiosa derivada de una relación por correspondencia, a la contención de la sexualidad y la represión no solo externa, sino también autoimpuesta. Con el panorama del encontronazo entre dos mundos distintos (el pueblo y la ciudad), la narración nos ofrece la perspectiva de José en un capítulo concreto de su vida, centrándose sobre todo en la construcción de su deseo, en sus nervios y finalmente en su caída a la realidad, nunca fiel a sus fantasías. En definitiva, la realidad y el deseo se vuelven a encontrar tal y como encontramos en la poesía de Cernuda (1902-1963). Al final, en un giro irónico de los acontecimientos, la afirmación de José, Nosotros somos diferentes, se volverá en su contra.

Melero retorna al paisaje de la infancia con sus escarceos sexuales en La prueba, donde el reencuentro entre dos hombres adultos, César y Pablo, durante una entrevista de trabajo da origen a un retorno a unos recuerdos bien reprimidos, bien marcados indelebles. Dos figuras en posición desigual y podríamos entender invertida respecto a su pasado, donde la seguridad se enfrenta a la actitud dubitativa, se encuentran con la culpa que se arrastra y con la liberación conseguida por méritos propios.

En el relato encontramos dos cuestiones dignas de mención, aparte del retrato más obvio, aunque necesario, de la represión que sufrieron muchos homosexualidades en su infancia por la falta de comprensión de su entorno. La primera es el hincapié que se hace en los secretos que César conoce de Pablo gracias a los informes que tiene por la entrevista de trabajo, pero sobre todo sus menciones a la respuestas precocinadas, que bien podemos trasladar a toda una vida prefabricada de antemano, ignorando seguramente su interior. La segunda reside en el ruptura de la imagen del paraíso perdido, es decir, la muestra de que la inocencia de los niños no está exenta del acercamiento a temas que nos resultan tabú, como el sexo, algo que también se vislumbraba en La escalera oscura.


En Espejo de luces tiernas nos encontramos una estructura similar al teatro, dividido en tres actos, aunque se trate de una narración y no de un diálogo. Se trata de una pieza de dos personajes cuya historia se sitúa en torno al fracaso. Se maneja con cierta crudeza y realismo la sospecha de la decadencia, el rubor del fallo y la inseguridad que proporciona. Para ambos personajes no existe al final ningún consuelo, aunque ambos acaben por sentirse confraternizados en su errar. En este caso, el autor maneja bastante bien la escena y el uso del espejo iluminado o el maquillaje del actor, aunque no sea el mejor relato de la recopilación.

Aunque separados por un relato, Las decisiones difíciles y Kokoro son narraciones hermanadas, casi espejo. En el primero, la voz narrativa femenina vive atemporal en el abismo de la muerte, tratando de dejar un último testimonio a su marido con el consuelo de cierto perdón y de cierto amor a pesar de la culpabilidad y la deslealtad. En el segundo, partiendo del bello término japonés, la voz que narra no es la de quien se va, sino la de quien se queda tras haber vivido su historia de amor, pero también de sufrimiento por la enfermedad compartida. Retratos ambos de realidades tan en boga como la eutanasia o la necesidad de despedirse de nuestros seres queridos como del trato que recibieron durante muchos años los enfermos de sida.

Entre ambos se sitúa Los buenos amigos, que trata de conducirnos hacia la hipocresía de cuatro viejos amigos de buena posición social que se reúnen en tertulia cada jueves. El panorama es bien distinto al mostrado hasta el momento: cierto ambiente rancio, con grietas en sus relaciones, con sentimientos encontrados, hasta con secretos que contradicen sus palabras. De fondo, a través de los rumores de los contertulios, vuelve a surgir el drama del sida y de quienes vivieron señalados no solo por la enfermedad, sino también por la orientación sexual.


Al otro lado se encuentra el último relato, Último y penúltimo deseo de la niña Carmela, que se aleja del ambiente más burgués para acercarse a lo que se le ha denominado como bajos fondos. El relato tiene un corte más experimental, al combinar un confuso diálogo ocasional con un largo testimonio escrito sin comas, lo que provoca la aceleración de la lectura, y acumulando oraciones que reiteran lo dicho reformulándolo o acude a expresiones populares. Este estilo nos recuerda a los monólogos de Cartucho en Tiempo de silencio (Luis Martín-Santos, 1962) e, incluso, al propio argumento de esta célebre novela, dado que toda la verborrea del protagonista y narrador nos conduce a un crimen pasional. Aparte, el relato tratará temas como la prostitución, la dependencia emocional o hasta los matrimonios concertados.

En conclusión, aunque Alejandro Melero no crea ninguna senda novedosa, sabe otorgar dignidad a cada pieza narrativa manejando además diferentes estilos y técnicas. La escalera oscura contiene así una serie de relatos conectados por el buen hacer de su autor, sobre todo en la ya mencionada ambientación, y por las temáticas que toca, que se reiteran en el propósito de dar luz a esas aristas más oscuras, no por malas, sino por desconocidas, despreciadas o incomprendidas. 

Escrito por Luis J. del Castillo


1 comentario :

  1. un placer para estas buhas compartirte y leerte, tienes un blog muy especial y muchas lecturas cuyo estilo nos gustan. de todo un poco, y muy bueno. buena semana y saludosbuhos!!!!!!

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