Más allá de la consideración de que el poder corrompe, podemos referirnos a la idea de que ante un mundo establecido a base de diferencias sociales significativas resulta fácil encontrar historias de abuso y sumisión contra las que no se trata de combatir, sino que se viven, o sobreviven, asumiendo una existencia o una posición en el mundo según tu nacimiento, tus posesiones o, en definitiva, tu poder frente a los demás. Aunque los ejemplos podrían ser muy variados, vamos a referirnos en esta ocasión al abismo social que existía (o puede aún existir) con total naturalidad entre los terratenientes y sus empleados en un ambiente rural donde el sustento de los segundos dependía del poder de los primeros, quienes eran dueños de la tierra, de sus trabajos, de su economía y, por desplazamiento, de sus vidas.
Desde antaño existe un tópico por el que la vida retirada y ociosa del campo es preferible al ambiente urbano, una combinación de ideas como el beatus ille o la alabanza de aldea y el menosprecio de corte que suele encontrar en la naturaleza el lugar propicio para el desarrollo humano. Un pensamiento agradable sobre todo para los ciudadanos más urbanitas acostumbrados a encontrar en las ciudades el lado más artificial del ser humano.
Sin embargo, la visión idealizada siempre esconde aristas oscuras que no suelen ser retratadas: el campo tiene también defectos y la naturaleza no nos acoge con los brazos abiertos como una madre. Tampoco la vida dedicada al ambiente rural carece de esfuerzos y penurias. Quizás por todo ello, un autor como Miguel Delibes (1920-2010), que ya tratado el tema rural desde una perspectiva más utópica y nostálgica, como en El camino (1950), se entregó a retratar también los aspectos más sombríos del ambiente que tan bien conocía, como por ejemplo Las ratas (1962), contrapunto a la obra anteriormente mencionada por ofrecer una visión de mayor miseria.
Los santos inocentes (1981) se incorpora a este segundo tipo de obras, en este caso centrado en la degradación sufrida por una familia rural extremeña cuyos miembros son explotados por los terratenientes de diversas formas. La obra es breve y se desarrolla en seis capítulos, también llamados libros, en los que no encontraremos puntos, sino un único párrafo que compone cada apartado. A pesar de este recurso experimental que nos recuerda a otra obra del autor, Cinco horas con Mario (1966), la lectura no resulta pesada, se insertan las intervenciones dialogísticas con facilidad y salvando el uso del lenguaje rural o de cierto argot de caza, no ofrece grades dificultades. Cada capítulo guarda relación entre sí por los personajes y el ambiente mostrado, sirviendo los tres primeros para presentar a los personajes principales, la familia rural, dedicando atención a ciertas actitudes y circunstancias diseminadas en tiempo y espacio. Los últimos tres libros sirven para presentar al señorito Iván y las diferencias sociales, tejidas finalmente en los últimos dos capítulos a partir de unos acontecimientos concretos donde se observa el dominio cruel y egoísta que ejerce el señorito sobre la familia.
El retrato que Delibes crea en Los santos inocentes permite a los personajes desarrollarse a través de sus acciones; no obstante, aunque sea el lector el que pueda sacar una conclusión en torno a los acontecimientos de la obra, podemos percibir una evidente visión positiva sobre la familia campesina, a pesar de sus defectos, y una visión más crítica con el sector privilegiado. De esta forma, podemos encontrar hasta cuatro tipo de personajes. El primero sería un sector sumiso, representado esencialmente por Paco, el Bajo, y su esposa Régula, que ha aceptado el yugo y las condiciones de su clase considerándose inferiores a los señoritos, obedeciendo y entregándose hasta extremos insospechados. El segundo es un sector más inconformista, compuesto por los hijos de Paco, Quirce, Rogelio y Nieves, que obedece y trabaja bien pero comienza a distanciarse de la gratitud o el compadreo con quienes los tratan como inferiores, cumpliendo su labor sin una entrega desmedida. Ahora bien, no hay un protagonismo esencial de estos personajes y no se busca en esta obra ningún tipo de revolución por su parte, incluso al contrario, también sufren las exigencias paternas en cuanto a mantener un comportamiento adecuado para con los señoritos.
El sector dominante tendrá su perfil más claro en el señorito Iván, el antagonista de la historia, que agrupa todos los defectos posibles de quienes poseen el poder: egoísmo, autoritarismo y vanidad, así como un carácter opresivo e insensible para con sus trabajadores. Incluso cuando aparezca una figura privilegiada, en este caso un francés, que denuncie la situación de analfabetismo rural, el señorito tratará de defender una situación insostenible que incluso ha fomentado él mismo. La mejor representación de la actitud de Iván será la distancia que marque con Paco cuando le impida un tratamiento más cariñoso y cuando a pesar de haber mantenido una relación cercana y casi de camaradería, al final no vea en él más que a un instrumento o un animal inferior, al que poder explotar a su antojo, sirviéndose de la sumisión del otro, y sin atender a las consecuencias.
Por último, el sector inocente, aquel que da nombre a la obra junto a la tristemente célebre y bíblica matanza de los inocentes, representado primordialmente por Azarías, hermano de Régula, cuya vida está afectada por una obligada inocencia a raíz de su discapacidad intelectual y que deambula entre el hogar de su hermana y el cortijo del señorito para el que trabaja. Sus maneras agrias y su falta de pudor acompañan a una obsesión cariñosa para ciertos animales, esencialmente pájaros, a los que suele dedicarse con total entrega; un afecto que también profesará por su sobrina Charito, la "Niña Chica", también discapacitada. En él se reúne el desprecio recibido por los señoritos a raíz no solo de su pertenencia al escalafón inferior, sino también a su situación que le convierten en un ser poco manejable y, sobre todo, en un instrumento poco útil, y la fuerza desgarradora de quien no acepta las acciones de los demás por mera sumisión.
En esencia, Los santos inocentes condena la división jerarquizada de la sociedad en un ambiente rural, donde solo hallamos extremos que nos acercan a actitudes inhumanas. Delibes se mueve en su terreno predilecto, como bien muestra el despliegue lingüístico de términos rurales o de caza, además de usos típicos del habla coloquial que se inserta incluso en la voz narrativa. A ello hay que sumar la creación de personajes bien desarrollados en el caso del triángulo primordial (Paco, Iván y Azarías), dado que en otros casos quizás acaba habiendo ciertas carencias, como sucede con los hijos varones de la familia, con el resto de la familia del señorito Iván, de la que tan solo se mostrará de forma positiva a su hermana, Miriam, o con la trama más telenovelesca que incumbe a Nieves, a don Pedro y doña Purita, la cual queda en el aire por no ser de auténtico interés para el objeto narrativo de la obra, aunque es fácil suponer qué aconteció en esas circunstancias.
En conclusión, la obra se presta a mostrarnos, con una presentación que aúna un estilo experimental con unas formas rurales y coloquiales, una historia de brutalidad en las relaciones desiguales de sus personajes que, en una forma más localista, se asemeja a las narraciones sobre esclavitud afroamericana en Estados Unidos o el dominio sobre los indígenas americanos por parte de los europeos. Aunque podría haber ofrecido más, Los santos inocentes se erige como una breve novela que condensa algunos de los temas usuales de Miguel Delibes y que nos ofrece un buen ejemplo de su capacidad narrativa.
Desde antaño existe un tópico por el que la vida retirada y ociosa del campo es preferible al ambiente urbano, una combinación de ideas como el beatus ille o la alabanza de aldea y el menosprecio de corte que suele encontrar en la naturaleza el lugar propicio para el desarrollo humano. Un pensamiento agradable sobre todo para los ciudadanos más urbanitas acostumbrados a encontrar en las ciudades el lado más artificial del ser humano.
Sin embargo, la visión idealizada siempre esconde aristas oscuras que no suelen ser retratadas: el campo tiene también defectos y la naturaleza no nos acoge con los brazos abiertos como una madre. Tampoco la vida dedicada al ambiente rural carece de esfuerzos y penurias. Quizás por todo ello, un autor como Miguel Delibes (1920-2010), que ya tratado el tema rural desde una perspectiva más utópica y nostálgica, como en El camino (1950), se entregó a retratar también los aspectos más sombríos del ambiente que tan bien conocía, como por ejemplo Las ratas (1962), contrapunto a la obra anteriormente mencionada por ofrecer una visión de mayor miseria.
Los santos inocentes (1981) se incorpora a este segundo tipo de obras, en este caso centrado en la degradación sufrida por una familia rural extremeña cuyos miembros son explotados por los terratenientes de diversas formas. La obra es breve y se desarrolla en seis capítulos, también llamados libros, en los que no encontraremos puntos, sino un único párrafo que compone cada apartado. A pesar de este recurso experimental que nos recuerda a otra obra del autor, Cinco horas con Mario (1966), la lectura no resulta pesada, se insertan las intervenciones dialogísticas con facilidad y salvando el uso del lenguaje rural o de cierto argot de caza, no ofrece grades dificultades. Cada capítulo guarda relación entre sí por los personajes y el ambiente mostrado, sirviendo los tres primeros para presentar a los personajes principales, la familia rural, dedicando atención a ciertas actitudes y circunstancias diseminadas en tiempo y espacio. Los últimos tres libros sirven para presentar al señorito Iván y las diferencias sociales, tejidas finalmente en los últimos dos capítulos a partir de unos acontecimientos concretos donde se observa el dominio cruel y egoísta que ejerce el señorito sobre la familia.
El retrato que Delibes crea en Los santos inocentes permite a los personajes desarrollarse a través de sus acciones; no obstante, aunque sea el lector el que pueda sacar una conclusión en torno a los acontecimientos de la obra, podemos percibir una evidente visión positiva sobre la familia campesina, a pesar de sus defectos, y una visión más crítica con el sector privilegiado. De esta forma, podemos encontrar hasta cuatro tipo de personajes. El primero sería un sector sumiso, representado esencialmente por Paco, el Bajo, y su esposa Régula, que ha aceptado el yugo y las condiciones de su clase considerándose inferiores a los señoritos, obedeciendo y entregándose hasta extremos insospechados. El segundo es un sector más inconformista, compuesto por los hijos de Paco, Quirce, Rogelio y Nieves, que obedece y trabaja bien pero comienza a distanciarse de la gratitud o el compadreo con quienes los tratan como inferiores, cumpliendo su labor sin una entrega desmedida. Ahora bien, no hay un protagonismo esencial de estos personajes y no se busca en esta obra ningún tipo de revolución por su parte, incluso al contrario, también sufren las exigencias paternas en cuanto a mantener un comportamiento adecuado para con los señoritos.
Imagen de la adaptación cinematográfica homónima realizada por Mario Camus (1984) |
Por último, el sector inocente, aquel que da nombre a la obra junto a la tristemente célebre y bíblica matanza de los inocentes, representado primordialmente por Azarías, hermano de Régula, cuya vida está afectada por una obligada inocencia a raíz de su discapacidad intelectual y que deambula entre el hogar de su hermana y el cortijo del señorito para el que trabaja. Sus maneras agrias y su falta de pudor acompañan a una obsesión cariñosa para ciertos animales, esencialmente pájaros, a los que suele dedicarse con total entrega; un afecto que también profesará por su sobrina Charito, la "Niña Chica", también discapacitada. En él se reúne el desprecio recibido por los señoritos a raíz no solo de su pertenencia al escalafón inferior, sino también a su situación que le convierten en un ser poco manejable y, sobre todo, en un instrumento poco útil, y la fuerza desgarradora de quien no acepta las acciones de los demás por mera sumisión.
En esencia, Los santos inocentes condena la división jerarquizada de la sociedad en un ambiente rural, donde solo hallamos extremos que nos acercan a actitudes inhumanas. Delibes se mueve en su terreno predilecto, como bien muestra el despliegue lingüístico de términos rurales o de caza, además de usos típicos del habla coloquial que se inserta incluso en la voz narrativa. A ello hay que sumar la creación de personajes bien desarrollados en el caso del triángulo primordial (Paco, Iván y Azarías), dado que en otros casos quizás acaba habiendo ciertas carencias, como sucede con los hijos varones de la familia, con el resto de la familia del señorito Iván, de la que tan solo se mostrará de forma positiva a su hermana, Miriam, o con la trama más telenovelesca que incumbe a Nieves, a don Pedro y doña Purita, la cual queda en el aire por no ser de auténtico interés para el objeto narrativo de la obra, aunque es fácil suponer qué aconteció en esas circunstancias.
En conclusión, la obra se presta a mostrarnos, con una presentación que aúna un estilo experimental con unas formas rurales y coloquiales, una historia de brutalidad en las relaciones desiguales de sus personajes que, en una forma más localista, se asemeja a las narraciones sobre esclavitud afroamericana en Estados Unidos o el dominio sobre los indígenas americanos por parte de los europeos. Aunque podría haber ofrecido más, Los santos inocentes se erige como una breve novela que condensa algunos de los temas usuales de Miguel Delibes y que nos ofrece un buen ejemplo de su capacidad narrativa.
Escrito por Luis J. del Castillo
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