Si nuestra historia no fuera capaz de legarnos relatos de acontecimientos emotivos, sorprendentes o de gran calado humano, sería difícil que la ficción hubiera sido capaz de dar origen a esa clase de historias. Por ello, no debe sorprendernos que nuestra realidad siga siendo fuente innegable en la que encontrar argumentos que trasladar al papel o a la pantalla. A partir de ahí, la valoración cambiará desde lo meramente anecdótico al objeto artístico que merezca una atención no ya más adecuada, sino también más crítica.
Cuando Saroo Brierley decidió convertirse en un individuo cuya historia merecía ser contada y conocida, la expuso al análisis de sus lectores, convirtiéndose en un ejemplo concreto de una situación generalizada como es la adopción y, también, la cantidad de huérfanos y niños perdidos en el mundo. Con la escritura de Un largo camino a casa, Saroo nos hace partícipes de su relato personal, una dramática situación en la que un niño indio de cinco años se separa por accidente de su familia y acaba atravesando el país, llegando finalmente a Calcuta, donde será adoptado por una pareja australiana después de vivir diversas experiencias. Años más tarde, el joven decide encontrar a su familia biológica, contando para ello con Google Earth.
Este es el argumento básico del que toma partido Garth Davis en su debut en largometrajes tras haber dirigido episodios en series de televisión y algún cortometraje. Aunque en los adelantos que pudimos disfrutar de Lion (2016) podíamos suponer que habría una mezcla entre presente y pasado, empleando quizás flashbacks intercalados, lo cierto es que la película opta por una narración de carácter cronológico, dividiéndose en dos grandes segmentos desiguales en cuanto a su calidad narrativa. El primero nos arroja a la infancia de Saroo (Sunny Pawar) con su familia en la India, malviviendo en una situación de penuria, pero manteniendo siempre una ilusión infantil y una viveza hogareña. En apenas unos retazos, Davis nos ofrece algunas secuencias que evidencian la gran relación fraternal entre Saroo y Guddu (Abhishek Bharate), siendo la más significativa de la trama.
Cuando Saroo Brierley decidió convertirse en un individuo cuya historia merecía ser contada y conocida, la expuso al análisis de sus lectores, convirtiéndose en un ejemplo concreto de una situación generalizada como es la adopción y, también, la cantidad de huérfanos y niños perdidos en el mundo. Con la escritura de Un largo camino a casa, Saroo nos hace partícipes de su relato personal, una dramática situación en la que un niño indio de cinco años se separa por accidente de su familia y acaba atravesando el país, llegando finalmente a Calcuta, donde será adoptado por una pareja australiana después de vivir diversas experiencias. Años más tarde, el joven decide encontrar a su familia biológica, contando para ello con Google Earth.
Este es el argumento básico del que toma partido Garth Davis en su debut en largometrajes tras haber dirigido episodios en series de televisión y algún cortometraje. Aunque en los adelantos que pudimos disfrutar de Lion (2016) podíamos suponer que habría una mezcla entre presente y pasado, empleando quizás flashbacks intercalados, lo cierto es que la película opta por una narración de carácter cronológico, dividiéndose en dos grandes segmentos desiguales en cuanto a su calidad narrativa. El primero nos arroja a la infancia de Saroo (Sunny Pawar) con su familia en la India, malviviendo en una situación de penuria, pero manteniendo siempre una ilusión infantil y una viveza hogareña. En apenas unos retazos, Davis nos ofrece algunas secuencias que evidencian la gran relación fraternal entre Saroo y Guddu (Abhishek Bharate), siendo la más significativa de la trama.
Después, logra mantener un gran pulso a la hora de filmar el viaje de Saroo por la India y sus desdichas por Calcuta, sin apenas diálogos, mostrando tanto la inmensidad del lugar frente a la pequeñez del protagonista como los peligros a los que se enfrenta por parte de los adultos. Sin duda, se trata de lo mejor de la cinta. Se nos mostrará tanto la indiferencia como la acogida entre iguales, la persecución incomprensible o lo peligrosa que puede llegar a ser la amabilidad de desconocidos, con una perturbadora escena no tanto por lo que muestra por lo que podemos deducir. De esta forma, comprenderemos el crecimiento del niño protagonista a través de sus vivencias en un lugar que resulta tan diferente a su hogar y donde se mezclan sentimientos de pérdida y de arrepentimiento a partes iguales. Curiosamente, junto a esa transmisión de sensaciones también encontramos algunas de las imágenes más bellas de la obra.
De manera intermedia, se introduce su adopción, mostrándonos las reacciones del protagonista que, frente al desconcierto, que no incomprensión, paternal, solo entenderemos los espectadores al encontrarnos el contrapunto a sus vivencias anteriores. Incluso la llegada de un hermano adoptivo, Mantosh, sigue sirviendo de contraste con la relación con Guddu, en tanto que esta nueva fraternidad se resiente por una diferencia de carácter desde sus inicios y seguirá distanciándose en el futuro, como comprobamos con la elipsis temporal que nos arroja hacia la narración en el presente, veinte años más tarde. Comienza entonces la segunda parte, donde nos encontramos a un Saroo (Dev Patel) exitoso y feliz, agradecido a sus padres adoptivos, Sue (Nicole Kidman) y John (David Wenham) Brierley.
Este segundo segmento servirá para mostrarnos el contraste con la vida que tuvo en sus años de deambular por la India como niño, pero también para enseñarnos que ha perdido algunos de los rasgos que tuvo entonces. El ejemplo visual más evidente será gastronómico, cuando ya no se sienta capaz de comer con las manos como hacía de niño en la India. Pronto la película se encamina a exponer al personaje a una obsesión por la búsqueda de su familia que se siente repentina y excesivamente absorbente, en tanto que todos los demás aspectos de su vida comienzan a empeorar y a ser descuidados por el que era, aparentemente, una persona modelo. En este sentido, la trama, que tan bien se había construido en torno a la odisea infantil, comienza a adentrarse con insospechada rapidez en un melodrama sobre el tormento personal del protagonista que sentimos excesivo.
Así, si en el primer tramo encontrábamos acertadas apariciones de personajes en breves pasajes narrativos de la India, en este segundo se inician ciertas subtramas que quedan desaprovechadas e incompletas, contando para ellas con personajes secundarios relevantes en la vida del protagonista. Por ejemplo, resulta interesante la forma en que se inicia su relación con Lucy (Rooney Mara), pero conforme avanza con elipsis temporales la trama, observamos que tiene un desarrollo paupérrimo, con idas y venidas incomprensibles fruto de una obsesión de Saroo desmedida. Incluso seremos testigos de una separación entre ambos a pesar de que el protagonista ha contado siempre con el apoyo de su pareja. A pesar de todo, debemos destacar y reconocer cómo esta obsesión es reflejada visualmente de forma bastante acertada, entremezclando planos del presente con Guddu, como una sombra que refleja el remordimiento del protagonista.
También la presencia de su hermano adoptivo, que en principio servía de contrapunto a su auténtico hermano, va perdiendo valía al ser narrada con una ambigüedad incomprensible. La misma que encontramos en Sue, la madre adoptiva, que nos ofrece uno de los diálogos más contundentes de Lion cuando justifica su decisión de adoptar, pero que hasta entonces había actuado como ajena a la realidad, tratando de mantener las apariencias de familia perfecta, lo que provoca cierto desequilibrio en la construcción del personaje.
En definitiva, podemos considerar que estamos ante una película irregular. En esencia, su contenido hubiera podido pecar de los mismos defectos de cientos de telefilms melodramáticos, en los que llega a caer, pero Garth Davis consigue brillar en la primera mitad mientras que las actuaciones de Dev Patel, mucho más brillante en papeles dramáticos que cómicos, o Nicole Kidman logran dar cierta entidad a una segunda mitad menos acertada. Quizás si se hubiera optado por una narración entremezclada, por elaborar mejor o bien obviar tramas secundarias, Lion hubiera sido más contundente, dado que cuando se lo propone logra conectar con los sentimientos que pretende levantar. Y, a pesar de sus defectos, logra remover ciertas reflexiones empáticas en torno a la familia y a la búsqueda de nuestras raíces con un drama que habla más a nuestro sentir de niños perdidos que a nuestro adulto racional.
Escrito por Luis J. del Castillo
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