Juan Rulfo |
Tras una juventud marcada por la pérdida de los padres, en Juan Rulfo pesó de modo explícito el recuerdo de los lugares de la infancia, ese mundo perdido no por cuanto a la desaparición física de dichos lugares, sino por la desaparición del modo en que fueron. Rulfo escribió para vivir la soledad más que para combatirla, y sus personajes suelen ser también solitarios, pese a estar rodeados de gente. Más que condicionada, se trata de una soledad buscada, biológica.
Fraccionado en setenta fragmentos, Pedro Páramo llama en primer lugar la atención por el nombre escogido para su título. La “voz” principal será la del hijo de Pedro, Juan Preciado, pero es tal el peso del recuerdo, esta vez por vía de la madre (que es quién a su muerte encarga a Juan ir en busca del padre), que la presencia del progenitor impregna todo el relato, del mismo modo que lo hace el lugar, el pueblo de Comala.
Pero pese a este ambiente rural, los personajes acaban siendo icónicos, universales. Es gran mérito de Rulfo como escritor, junto a otros grandes maestros, el haber sabido incardinar un periodo histórico concreto (en este caso una sangrienta etapa de revueltas, aunque aquí se trate de forma menos “directa”), con la “historia” de sus personajes (buenos ejemplos no faltan: Pasternak, Tolstoi, Galdós, Baroja…). De igual modo, el lenguaje que despliega Rulfo es tanto popular como poético.
Fotografía de Juan Rulfo |
En Pedro Páramo el tiempo está suspendido, no se presenta de modo mensurable: “un año, o dos…”; siempre ha pasado “mucho tiempo”. En este sentido, el texto atesora bellas imágenes referidas tanto al tiempo como a la noche, o la tierra… una tierra, la de Comala, que solo es capaz de proporcionar frutos agrios; literalmente, sinsabores. No es difícil rastrear la huella de Joyce (mucho más que la de Faulkner, que Rulfo consideraba como una influencia general, pero menos aplicable a esta obra), como sustrato de esa tierra entre reseca y anegada de Comala; los textos más experimentales del dublinés (en cuanto a la estructura), pero también el celebrado retrato de los muertos (y de los “muertos en vida”) de Dublineses, confluyen en Pedro Páramo, un relato en el que lo que se precipita sobre los que ya fueron no es la nieve, sino la lluvia; Juan Preciado reflexiona ya desde el otro lado.
Fotografía de Juan Rulfo |
La realidad siempre es poliédrica, difícil de aprehender y de (auto) estructurar; depende tanto de factores externos, ajenos, como de nuestras propias circunstancias. En base a este concepto, Pedro Páramo desarrolla una trama de género de lo más moderna -pese al tiempo transcurrido-, que despliega una considerable riqueza semántica y la capacidad metafórica de personajes y lugares. Prueba de que esa “otra realidad” existe será el propio entramado de la novela, formado por recuerdos y reflexiones, como señalábamos, a veces inconexos, a veces inventados, por los que los sueños no realizados y otras vivencias “se materializan” cuando los personajes han alcanzado la otra orilla (o puede que únicamente cuando ya están en ella).
Esta será la tragedia de Pedro Páramo y del resto de habitantes de Comala. La muerte física -y generalmente violenta-, es la muerte de la ilusión; la otra vida –privilegio de lo literario-, el continuo trasiego de los anhelos no alcanzados. ¿Será por eso que en vida los recuerdos se van idealizando inevitablemente? Y en última instancia, ¿podrán volverse también dolorosos dichos recuerdos una vez se ha traspasado el umbral?
Pedro Páramo no anda lejos del relato de terror.
Escrito por Javier C. Aguilera
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