Clásicos Inolvidables (CLIX): Cuentos fantásticos, de Benito Pérez Galdós

21 marzo, 2020

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El caso de Charles Dickens (1812-1870) y su Cuento de Navidad (A Christmas Carol, 1843) es muy ilustrativo. En el sentido de que no se puede vivir tan solo de realismo. Resulta sintomático que los mejores autores de esta vertiente literaria acabaran ascendiendo al nivel de lo fabuloso e imaginativo, adentrándose en un género cada vez más considerado, el fantástico. Hasta doña Emilia Pardo Bazán (1851-1921) nos ofreció sus abonados pinitos. 

Detrás de un mundo infinito que es la mente del hombre, entre las estrellas que cubren el cielo o en el perfil gastado de las viejas piedras, existen verdades escondidas, otra realidad que apenas vemos. Con esta locución en off daban comienzo los primeros capítulos del ya mítico espacio televisivo Más Allá (1976-1981), presentado y dirigido por Fernando Jiménez del Oso (1941-2005). Podemos trasladar estas nostálgicas palabras a todo lo relacionado con lo oculto y misterioso. Es un hecho constatado que la parte mistérica del ser humano no se puede deslindar de la faceta que llamamos realidad, del suelo que pisamos; ambos aspectos cohabitan y están destinados a entenderse. También Benito Pérez Galdós (1843-1920) abrazó de forma esporádica el embrujo de esa otra sustantividad que palpita entre visillos. 

A mis alumnos les suelo explicar que los movimientos literarios no son compartimentos estancos, y aunque el realismo en general no es mi género favorito, no me sucede así con las novelas de Galdós, siempre orgánicas y vivificantes, en modo alguno anquilosadas o aburridas; ni tampoco con la historia novelada y ensayística, de la que Galdós hizo tan fructífero alarde. En fin, no podemos alimentarnos exclusivamente de lo que nuestros sentidos más externos nos ofrecen, por la sencilla razón de que, además de constituir una evasión, el componente fantástico reivindicado por uno de los mejores afluentes del romanticismo, forma parte de la condición humana. En el cine ambas vertientes también se han dado la mano con más o menos afecto (Otra vuelta de tuerca [The Turn of the Screw, 1898], del binomio Henry James [1843-1916] – Jack Clayton [1921-1995], sería uno de los más excelsos ejemplos).


Los cuentos fantásticos completos de Galdós, en edición del especialista Alan E. Smith (-), han de tener un puesto de honor en cualquier biblioteca galdosiana, aunque no hayan sido tratados en exceso, en parte por la imposibilidad de su localización, y porque aún perviven prejuicios en cuanto al género, por parte de determinados eruditos carentes de imaginación (leídos para los que todo ha de ser tierra a la vista). Algo a lo que viene a poner remedio el volumen de Cátedra, letras hispánicas (1996-2008), que se acompaña de una estupenda introducción del mencionado Smith, certera, concisa y, lo que es mejor, estimulante. Es decir, lejos de los pesados textos de quienes se adornan y sobrepasan –sobrepesan- el centenar de páginas, en contenidos que perfectamente se pueden explicar en la mitad de espacio. Smith sabe lo que quiere decir y cómo contarlo, y deja al lector inadoctrinado, dueño de sus propias conclusiones. Algo que Galdós sin duda agradecería. Además, se nos informa y guía convenientemente a través de este terreno menos conocido de la obra del canario que debió haber recibido un Premio Nobel, cuando aún merecía la pena. En concreto, los presentes relatos se escribieron entre 1865 y 1897.

Siempre atento al peligro de los regeneracionistas que han de venir, y que parecen haberse constituido en una especie autóctona en España (no sé qué pasa que siempre hay que regenerarla), con los temibles resultados que tan altas miras nos depara cada vez que decidimos demoler el edifico después de haberlo salvado in extremis, Galdós se posiciona contra los farsantes de la política carentes de principios que proclaman el bien común. De los fulleros y los que constriñen la libertad se precavía mucho el autor. Por algo pasó años como periodista parlamentario. A veces lo citan en vano, tratando de hacerlo suyo, pero Galdós nunca he pretendido paternidad sobre ninguno de ellos. Fue lo suficientemente sensato y maduro como para darse cuenta de que no todo cambio, allende la retórica, es a mejor. Y que la historia, el ser humano, en definitiva, tiende a repetirse. No es que todo lo que ha de ver con la clase obrera le parezca bien, como se esgrime en la introducción (que como digo, al menos cuenta con la ventaja de la concisión y la virtud de la claridad). Lo que ocurre es que Benito Pérez Galdós no se quedó estancado en las mismas ideas políticas. Hizo algo tan complicadamente simple como evolucionar. Y apartarse de la política, pese a alguna tardía y esperanzada adscripción de presuroso chasco.


La sociedad queda al descubierto, sin llegar a los extremos de sostener lo fantástico como metáfora de las contradicciones del capitalismo, línea exegética tan cara a algunos lingüistas (hay amplia tradición al respecto, acabando con el gurú panfletario Noam Chomsky [1928]). Nos desasimos de esta teoría empobrecedora amén de reduccionista apenas se tenga una cierta andadura con armadura, pues hace ver que toda la clase media es una misma cosa (y además es mala, bajo el sobado marbete de “la burguesía”; por ende, toda clase obrera es buena por naturaleza). Maniqueísmo pseudo-filológico.

Basta leer en serio a Galdós para darse cuenta de que caminaba sobre estas farragosas aguas, aunque el escenario que le tocara vivir estuviera tan polarizado. Si algo demostró nuestro autor a lo largo de su carrera literaria es que estaba por encima de pueriles taxonomías, por mucho que algunos de sus personajes se posicionaran en ellas, precisamente para ponerlas al descubierto. Pero vayamos con los relatos fantásticos, que es a fin de cuentas lo que nos interesa.

El primero de ellos, cronológicamente, es Una industria que vive de la muerte (episodio musical del cólera). Aquí, Galdós nos propone una serie de imágenes visuales y sonoras que anteceden al modernismo, creando un clima de preciosismo esencial y una delicadeza anclada en el tiempo. El escritor nos muestra un escenario “encantador” para describir las sensaciones sublimes derivadas de objetos comunes, como una falda, unos zapatos, el viento… incluso un martillo. Ciertas perspectivas sublimes de la naturaleza elevan el alma hacia Dios (…), el alma vuela a la contemplación del Creador, intercede. Un decorado que se ennegrece al abordar el texto la industria funeraria, en un tiempo terrible como es el de una epidemia. Ocupación más complementaria que divorciada, frente a la que vive de la vida. Cara y cruz de una misma existencia en la que todo lo creado tiene su armonía, la vida y la muerte. Ejemplo de cómo Galdós era una persona más espiritual que confesional.

Esta existencia compleja al entendimiento la constituyen los capítulos breves en que se subdividen las distintas estampas de una realidad que, por obra de la naturaleza, está condenada a ser poliédrica. Es Una industria que vive de la muerte un buen relato para pasar ¡una reflexiva noche de Halloween!

Muerte y vida, de Gustav Klimt, 1915
La conjuración de las palabras es un alarde de fino humor por vía de la adjetivación, en donde las palabras toman la ídem, asumiendo su propia identidad, en cumplida jerarquía. Se trata de una personificación absolutamente genial, no digo más.

En La novela en el tranvía dos amigos se encuentran en dicho medio de transporte. El narrador de los hechos es el protagonista principal, pues Galdós hace uso de la primera persona. Este personaje, conversa con el doctor Cascajares, que pasa a contar la historia de una condesa que ambos amigos conocen. Debidamente sugestionado por este encuentro y por la anécdota, poco más que un chascarrillo, al quedar de nuevo solo, nuestro protagonista proyecta en un pasajero al personaje del drama novelesco, aderezado por lo acabado de leer en el envoltorio de un paquete de libros del que es portador (lo que me hace pensar en una experiencia real). A continuación, se expone la sugestión que de estos acontecimientos folletinescos narrados por el amigo y por la letra impresa, se deriva. La puesta en escena de tal mezcolanza de fuentes narrativas, tan humana e imaginativa, es definitivamente mental. Al final, el narrador de sí mismo se queda medio dormido en los últimos compases de su trayecto, con fatales consecuencias, ¡pues también pone rostro al joven amante de la condesa en otro viajero!

La situación desemboca en abierta comedia, con algunos ribetes últimos de locura y terror, a los que no habría hecho ascos Guy de Maupassant (1850-1893). Un cuento sumamente interesante.

La pluma en el viento o el viaje de la vida nos propone una nueva personificación, no ya de un ser animal, un ave en este caso, sino directamente de la pluma desprendida de un alado, que acarrea el viento. Acompasado una vez más por cierto preciosismo netamente modernista en las descripciones, no solo del escenario, sino de las emociones, Galdós apunta que en nada se admira tanto a Dios como en la naturaleza.

El presente relato es una experiencia igualmente expresionista, de reflejos y reverberaciones, intersticios y fragancias. La pluma, aupada o derribada por el ventoso cauce, va recorriendo distintos escenarios (etapas) de la vida. En saber consiste la felicidad, se dice la péndola, objeto pensante que al final se pregunta si acabará el vagabundear con la muerte de la materia, o por el contrario la vida, en alguna otra forma, continua.

Es La pluma en el viento una tan liviana como profunda alegoría de vivir. 


La mula y el buey fue un cuento que ya abordamos en nuestro comentario de Cuentos españoles de Navidad, de Bécquer a Galdós (Clan, 1998). Baste recordar que, en él, el alma de una niña de tres años que ha fallecido el día de Navidad, afana candorosamente las figuras a las que hace referencia el título, en una visita relámpago al mundo material de la Tierra. Son figuras tomadas de un Nacimiento, ya que antes de morir las echó de menos en el suyo. Tras recibir la ayuda y consejos de su acompañante, el alma de esta niña regresa a la Tierra y, con la debida desenvoltura semi corpórea, devuelve las figuras, puesto que no puede llevárselas consigo.

En La princesa y el granuja, Pacorrito Migajas es un huérfano menesteroso de poco más de siete años que vende periódicos y cerillas por las calles. Enamorado de una muñeca que se exhibe en el escaparate de una tienda, comenta por boca de su narrador que el mundo está lleno de misterios, la ciencia es vana y jamás llegará a lo íntimo de las cosas. El objeto de su “insensato” amor es adquirido por una familia, pero el niño se las compone para recuperarlo. Lo sorprendente del caso es que Galdós se adelanta en varios lustros al episodio The After Hours (1960) de La Dimensión Desconocida (Twilight Zone, 1959-1964), la extraordinaria serie de televisión. Finalmente, Pacorrito es impelido por la princesa de juguete a convertirse en uno de ellos…

A su vez, Theros destaca por ser un nuevo trayecto o recorrido alegórico de la vida. Encarnación futurista de los elementos y la naturaleza; lo que incluye la estación de la muerte. Solo el protagonista y narrador es capaz de ver cómo es realmente una pasajera de tren. Este medio ya ha sido empleado otras veces como dispositivo presto a la metáfora. Incluso asoma el mar como personificación alternativa de dicho recorrido. Todo lo cual no excluye un viaje físico por la geografía de España, en un entramado de conceptos que confluye armónicamente en la desembocadura del relato.


El escenario que visita Tropiquillos, el narrador del cuento homónimo, es el de su niñez y juventud, el espejo que le muestra sus logros y fracasos. Esa zona crepuscular donde se produce el reencuentro con lo que verdaderamente importa. ¿Recuerdan Fresas salvajes? (Smultronstället, Ingmar Bergman, 1957). Aquí lo tienen presagiado. Tropiquillos es una ensoñación, y un canto al otoño como estación. No solo de tránsito.

Por su parte, el narrador de Celín se hace eco de una crónica que describe la muerte del joven capitán Galaor. Y lo que de esta resulta. Una suerte de Romeo y Julieta, pero las líneas de este relato las recorre un fino y casi bendito humor. En realidad, Galaor es solo el punto de partida, una muerte que sirve a otros personajes para renacer, ya que el texto se centra en la deriva emocional de su prometida, Diana, marquesita de Pioz, que trata de quitarse la vida con el “auxilio” del indigente Celín. Paulatinamente, Diana recupera las ganas de vivir. El componente sobrenatural se centra aquí en la figura del indigente. Celín es la encarnación de un Espíritu Santo.

Por otro lado, Galdós se mofa abiertamente del positivismo en el relato corto ¿Dónde está mi cabeza? Más que haber perdido dicha extremidad, el protagonista y nuevo narrador parece actuar como si esta fuera invisible.

El Pórtico de la Gloria es una digresión sobre las figuras que conforman el mencionado friso, logro arquitectónico de la Catedral de Santiago de Compostela (Galicia, España). Un portal de entrada y salida para los “inmortales”. Es decir, una posible explicación (génesis) del citado Pórtico. Como siempre en esta última etapa de Galdós, subyace una tan afinada como refinada reflexión de trasfondo espiritual, que hermana en lugar de disgregar.

Finalmente, si Celín se situaba temporalmente en el periodo de Difuntos (del 31 de octubre al 1 de noviembre), y El buey y la mula podemos adscribirlo al cuento de Navidad, lo mismo sucede con Rompecabezas, una nueva incursión que afecta a las principales figuras de la Natividad. Con esta recreación da Galdós término a sus exploraciones por el otro lado de las cosas.

Pórtico de la Gloria
Como hemos podido constatar, sobresale el recurso de la personificación como figura distintiva de estos relatos fantásticos, se trate de personas u objetos. En la fantasía haya nuestro espíritu más convicción y consuelos más grandes que en la verdad razonada, declaró Galdós en su prólogo a las obras de Francisco María Pinto (1854-1888) (Introducción). Y nosotros le tomamos la palabra.

Escrito por Javier Comino Aguilera


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