Otros mundos (XXVIII): La tercera ola, de Alvin Toffler

21 julio, 2021

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Hay libros que se convierten en generacionales y se pueden seguir leyendo con placer, porque deparan enseñanzas que no solo se refieren al pasado en que fue escrito, sino a nuestro presente. La tercera ola (The Third Wave, 1980; Plaza&Janés, 1981), de Alvin Toffler (1928-2016), es uno de esos libros. Comienza llamando la atención respecto a la situación de su presente, que sorprendentemente es el nuestro, porque las circunstancias de los setenta son, en buena medida, equiparables a las de 2021, por aquello de que el ser humano podrá adornarse con todos los cachivaches electrónicos que quiera que, en esencia, no cambia. Ya en su introducción, adelanta Toffler que los gobiernos del mundo están quedando reducidos a la parálisis o la imbecilidad.

Parece que este ser humano siempre ha estado en crisis (social). Una sorprendente pauta, pese a todo, potencialmente llena de esperanza (Introducción). Tendencias que parecen inconexas, de pronto se hallan relacionadas entre sí. No son fruto del azar, aunque sí de la necesidad (sobre todo de algunos). Aparte de que, con distintos carices, la historia se va repitiendo. ¿Cómo será la nueva civilización que nos aguarda? Vista en los ochenta y ahora (doble y divertido ejercicio), tras su El shock del futuro (Future Shock, 1970; Plaza&Janés, 1973), Alvin Toffler se afana en explorar ese territorio no tan ignoto de la prospectiva, puesto que teniendo en cuenta las características de las personas con cada nueva generación, no es tan difícil advertir algunos cambios; airear otros, desde luego, ya es de summa cum laude. Lejos del pesimismo autocomplaciente, sin dejar de advertir sobre el fanatismo real o la violencia regional (íd.), el autor se reivindica en las distintas potencialidades de un horizonte luminoso. El futuro ya estaba aquí.

¿Y qué hace un libro de sociología en nuestro apartado Otros Mundos, se preguntarán ustedes? Cierto que no pertenece a tal colección de Plaza y Janés, pero La tercera ola está repleta de sugerencias y hace referencia a un mundo por venir -todavía- y otro que se nos va. Se muestra en sintonía con nuestros anhelos y diatribas, y destaca por su carácter anticipador, aún sin sacar los pies del tiesto terrestre. Elementos suficientes, creo yo, que justifican la inclusión del ejemplar en nuestra ya nutrida sección. De hecho, la tercera ola que vamos a abordar sigue en marcha, y se corresponde con el paso de la Era de Piscis a la de Acuario; lo que no nos evita desbarajustes y sinsabores, se diga lo que se diga. En este y otros sentidos, el contenido de nuestro libro continúa siendo actual.

Alvin Toffler

Entre cambiantes pautas de energía, distinguimos tres olas o periodos socio evolutivos de nuestra historia. Una fase agrícola o primera ola (a partir de aquí las denominaremos con la nomenclatura del autor), una segunda ola, netamente industrial, y la que está empezando ahora (1970-80, en adelante). En feliz imagen metafórica que se afianza sobre unas anteriores bases sólidas establecidas. No obstante, la tercera ola no es una predicción objetiva, y no pretende estar científicamente demostrada. Aunque a las pruebas no remitimos, o no remitiremos (ya tenemos otro punto en común con nuestros Otros Mundos), pese a contar con abundantes y sólidas pruebas.

La introducción de Toffler es reveladora, y da paso al contenido de las tres secciones, distribuidas en veintiocho capítulos. El principio hermético de lo que es arriba es abajo es trasplantado al ámbito de la sociología, a la espera de formas distintas de trabajar, amar y vivir, que no erradican el personal esfuerzo en los quehaceres, la laboriosidad de relacionarnos o las consecuencias arduas del existir en este plano. Esta tercera ola exige gobiernos que sean más sencillos y eficaces si no se quiere entrar en conflicto estado-individuo (íd.). Es altamente tecnológica y anti industrial, en el sentido perjudicial de este último término y con matices muy claros respecto al primero, como veremos. Lo cual depara la confusión lógica de hallarse en plena confluencia. Así como en las placas tectónicas los choques provocan seísmos, la colisión de la segunda y tercera olas viene creando una serie de tensiones sociales, de las que, curiosamente, la cultura no impositiva continua en manos del individuo, si es capaz de zafarse de las consignas y doctrinas socio políticas o religiosas. El peligro existe: ese fanatismo y violencia a las que antes aludía el autor, y que se completa con una permanente tensión entre los que quieren mandar en todo y los que abogan por vivir su vida sin apostolados. Por eso, la aparente incoherencia de la vida política se refleja en la desintegración de la personalidad (Capítulo I). No en vano, una clave importante del texto la hallamos en la adquisición de conocimiento como potenciación de la personalidad, a nivel de individuo, arropado por lo grupal, pues nadie nace sabido, pero de clara sustanciación personal; esto es, un conocimiento no revestido de consignas ideológicas o autoayuda, aunque sin menosprecio de corte para quien, en verdad, necesite de esta última. De hecho, existe un orden oculto (I), lo que no ha de ver con el ocultismo, y sí con la capacidad de ocultación, en cuyo desenmascaramiento todos tenemos un papel que cumplir. Nuestros propios papeles privados en la historia (íd.).

Podemos ampliar el espectro psicohumano. Toffler analiza la interferencia que se da en la estrategia corporativa grupal, y los propósitos de nuestro propio desenvolvimiento personal. Ese sistema compartimentado que está ahí pese a no ser tan evidente (íd.). Algo que tal vez escapa a nuestros designios, con independencia de la herencia cultural recibida y los regímenes políticos heredados. Cambios que alternan la forma de vida de millones de personas (II). Con las debidas excepciones, pues nada es simple en la historia (íd.).


Si se sabe gestionar, cada época depara un aprendizaje, aunque para el ser humano, este se produzca lento -inexorable, si se está abierto-, y cuando llega, nos parezca que ya somos algo mayores. Aparte de que con cada nueva generación hay que volver a empezar. De ahí la tragedia de una especie que, a la fuerza, parece abocada a la dependencia, puesto que cada vez se desprecia más la adquisición del saber en favor de un adoctrinamiento en manada. Nada que atañe al ser humano es blanco ni negro, aunque las personalidades tóxicas existen. De este modo, Toffler no tiene reparo en señalar tanto lo bueno como lo adverso de la, por ejemplo, Revolución Industrial (segunda ola) (III). La diferenciación entre producción y consumo corre paralela a la escisión entre lo natural y lo sobrenatural, aplicada a destajo a partir del siglo XVIII. Como si pretender algo más nos alejara de la práctica de la razón. Una esquizofrenia que ya he manifestado en otros artículos y que, como Toffler confirma, deviene reduccionista. De la autosuficiencia pasamos a la dependencia, y así podemos ampliar el abanico a lo ideológico, y no solo a los bienes y servicios. Ello sin necesidad de caer en los tópicos anti capitalistas, de enorme estulticia. Pues la obsesiva preocupación por el dinero, los bienes y las cosas no es un reflejo del capitalismo o socialismo, sino del industrialismo (III; XX). Los que controlan el mercado ostentan una posición de poder excesiva en todos los ámbitos y regímenes. No solo se compran, venden y cambian productos, sino también trabajo, ideas, arte e incluso almas, en un divorcio entre producción y consumo que no debiera ser tal (III).

Al respecto, la más conocida y constatada amenaza de la segunda ola es la uniformización, y en esas estamos. Luego, la especialización y homogeneidad colectiva, en concentración metropolitana de ideas, articuladas por las más grandes, rígidas y poderosas organizaciones burocráticas que el mundo ha conocido jamás (IV). El poder difuso y sin apenas rostro.

De tal guisa mal hecha, el poder no descansa en la propiedad -razón por la que es tan atacada, sobre todo por los que atesoran propiedades-, sino en el control del proceso integrador: los coordinadores del sistema o anti-sistema. No es la propiedad lo que importa, sino el control. Sobre la materialidad y sus propietarios (V).

La persona no podrá zafarse nunca del prisma ideológico. Nace con él. Pero bien haría en dejar a cada cual el suyo (su servidumbre), sin imponerlo a los demás. Máxime para los que el estado pertenece a la burocracia (íd.). Al mismo tiempo, recelamos del poder, gobierne quien gobierne. Un poder debidamente parcelado en sustitución de la habitual jerarquía (subélites, élites y superélites, íd.).

Subyace un lógico optimismo por el advenimiento de la tercera ola, que en ocasiones puede recordar el exagerado candor e ingenuidad que para algunos depara la arribada de la antes citada Era de Acuario, pero en honor a la verdad, el mismo peculio cuesta ser optimista respecto a nuestras potencialidades que pesimista.


No hay mayor ironía que la de un político que al ser investido pasa a erigirse en un representante de sus votantes (VI), pero es lo que hay. Qué hablar de los países carentes de democracia. Hasta España está siendo advertida ahora por otros gobiernos mejor constituidos de la grave pérdida de libertades que se están fraguando. Las denuncias por atropellos al albedrío, el no sometimiento grupal e ideológico, ha crecido exponencialmente (VI). El engranaje político se combina y manipula de forma distinta en diferentes lugares (íd.). La libertad acaba cediendo terreno a una difusa seguridad político-estatal. Lo que Toffler llama el ritual de seguridad (íd.), al que se suman los movimientos nacionalistas (VII).

El progreso es inevitable. La supeditación a él no. La medida del tiempo, de la concepción clásica de este concepto como elemento cíclico, indohelénico, taoísta y demás, pasa a ser lineal. Con lo que de ruptura con los distintos ciclos pretéritos conlleva. Algo no siempre positivo. Lo mismo respecto al espacio. Pero nuestra vinculación con el tiempo del pasado no puede ser abortada. Alvin Toffler recuerda cómo el poeta romano Lucrecio (99-55 a. C.) expuso su teoría del átomo, inspirado en Demócrito (460-370 a. C.) (VIII), de igual modo que se hace mención al riesgo de los aerosoles en el ozono (IX). Datos objetivos. Algunos jóvenes saben de computadoras más que sus padres, sin embargo, los niveles escolares descienden en picado (XI).

Recuerdo muy bien, porque lo viví, la llegada de los computadores domésticos. El ordenador en las casas será tan habitual como un lavabo (XII). La publicación del libro coincide con este desembarco, y me refiero a la primera vez, no a los sucesivos cambios de formato que hemos venido experimentando desde entonces. Yo hablo de una auténtica parusía que iba a hacer al ser humano mejor (médicamente es incuestionable que así es), y más inteligente y más sabio, en inteligencia no mecánica. Más organizado y menos dependiente. Época de grandes esperanzas y fe en un futuro mejor. Hasta culturalmente se confirmaba dicho cambio. Una tecnosfera completamente nueva (íd.) se conjuntaba con innovadoras aplicaciones a la actividad económica, familiar, laboral, sanitaria… atenciones genéticas. Comunidades electrónicas, es decir, grupos de personas con intereses comunes. Empero, me satisface que en ello Toffler no eluda los peligros de la dependencia tecnológica, bajo el término -que me encanta- de los tecnorebeldes. Personas que no son necesariamente anti tecnológicas u opuestas al crecimiento económico, pero que ven en el incontrolado avance tecnológico una amenaza para ellas mismas y para la supervivencia global (íd.). Son parte vital de la emergente tercera ola. Distintos a un pequeño fleco de extremistas románticos hostiles a todo lo que no sean las más primitivas tecnologías de la primera ola, que parecen favorecer un retorno a las artesanías medievales y al trabajo manual (íd.). Alienados contra estos dos extremos existe en todos los países un creciente número de personas que forman el núcleo de la tecnorebelión, entre los fantaseadores de la primera ola y los defensores a ultranza de la tecnología de la segunda (íd.).


Lo que está claro es que vivimos en un sistema de pantallas, donde parece que ha de haber un intermediario en las relaciones humanas, que es la red, con sus distintos dispositivos. Esenciales en el trabajo, aunque no necesariamente para relacionarse con el que de verdad desea aprender. De ahí que el “estilo directo” siga siendo imbatible. Flaco favor ejercen los equidistantes, aquellos que contemporizan con todo. Tragan con lo que les echen. Son los temerosos de los dioses laicos, los dogmas inatacables de la nueva religión llamada corrección política. Soportes maquinales de la justificación, no tienen una mala palabra, pero tampoco una buena acción. Suelen estar más pendientes de las innovaciones técnicas que de las consecuencias que se nos acumulan. Nada les turba. Que llega otra disparatada ley, se limitan a acatarla, puede que a criticarla, pero siempre con la “boca pequeña”. Por algo allá van leyes do quieren reyes.

Sin embargo, ante situaciones adversas políticas y sociales no deben callarnos la voz. Solo que para alzarla se siguen haciendo necesarios, más que nunca, los conocimientos de causa. Y el conocimiento es el aspecto más dañado en esta etapa histórica de medias verdades y post-verdad. En efecto, aunque se nazca gritando, el grito maduro se ha de encauzar a través del discernimiento para no resultar estéril.

Cada uno de nosotros crea en su cerebro un modelo mental de la realidad (XIII). Sostenida por esos dispositivos a los que hacíamos mención. Alvin Toffler se hace eco de las posibilidades de la televisión por cable, incluida la fibra óptica (íd.) y constata los Video Games (sic), el procesador de textos, el nacimiento de nuevas profesiones y lugares de trabajo (XVI), grabadoras de video casetes y el correo electrónico (sic; XXVIII). Estos cambios revolucionan nuestra imagen del mundo y nuestra capacidad para entenderlo (XIII). Impregnan una nueva clase de cultura con imágenes más fraccionadas y transitorias. Frente a la masificación, se tiende a una mayor individualidad informativa. Al alterar tan profundamente la infoesfera, estamos destinados a transformar también nuestras propias mentes (XIV).

El hogar electrónico es el espacio partícipe de resonancias fantásticas y promesas de futuro por antonomasia. Un retorno a la industria hogareña sobre una nueva base electrónica, como centro de la sociedad familiar. ¡Y hay que ver lo modernas que son esas épocas (setenta y ochenta) en el desarrollo de esas nuevas perspectivas de habitabilidad! Resulta sorprendente lo mucho que debemos a los profesionales de aquel periodo, pues buena parte de lo que somos en la actualidad nació entonces. El trabajo en casa, aunque no se haya materializado a un nivel general, y haya sido más una imposición debida a las actuales necesidades, es una concreción que no deja de tener en cuenta que algunos trabajos requieren mucho contacto directo, o que ese desplazamiento puede ser prolongado y quizá penoso (XVI).

Familias del futuro: cómo no suscribir que lo que estamos presenciando no es la muerte de la familia como tal, sino la quiebra final del sistema familiar de la segunda ola (XVII). Donde tan importantes son las conmociones ambientales como las alteraciones en la información (XVIII). Corporaciones destinadas a objetivos múltiples se diversifican en líneas sociales, políticas y éticas, que habrán de convivir, junto a nuevas formas de medir y valorar las actuaciones, lejos del maniqueísmo correctivo político que nos agobia. Así sea.


Preferente es la relación con el consumidor, los sindicatos (dignos de ese nombre: los sostenidos por el dinero de sus afiliados), el significado de la producción, el horario flexible, las redes sociales (sic; XIX), la armonización enfrentada a la uniformización. No solo participamos en el nacimiento de nuevas formas organizativas, sino en una nueva civilización donde va tomando cuerpo un nuevo código (íd.). Vemos aproximarse un impresionante cambio que transformará incluso la función del mercado mismo en nuestras vidas y en el sistema mundial (XX). En el significado económico, global y personal, tecnológico, cultural, lo que está claro es que todo parte -y buena prueba de ello es este libro- de los mencionados años setenta. Los avances, anécdotas con nombres y apellidos, que Toffler desgrana en su extenso tratado, lo demuestran. Luego, las cosas se han ido desarrollando y mutando los formatos, pero los vientos de este vórtice estaban sembrados. El atrévase a hacerlo usted mismo, participe como sujeto activo y no pasivo de todos estos cambios, en el ámbito que mejor le cuadre. Estamos experimentando una conmoción histórica (íd.).

No estamos menospreciando la ciencia o las creencias religiosas, sino subsumiéndolas en aspectos teóricos muchos más amplios e integradores, lejos de las -a veces útiles- estrecheces de un laboratorio. Es la cultura de la tercera ola. Sin demérito de la libre elección, base de cualquier realidad participativa. Nos estamos moviendo hacia una noción de progreso mucho más amplia (XXI). Nuevos fenómenos astrofísicos nos aguardan y apasionan: el orden surgiendo del caos, todo esto ataca la vieja causalidad. Jung (1875-1961) tenía razón. Mucho de lo que parece anárquico no lo es (XXIII).

Pero cuidado. En el centro de la crisis está el torrente de modas seudo intelectuales (íd.). También el nacionalismo y las presiones secesionistas (XXII). Ejemplos de la quiebra disruptiva y de incultura. La tercera ola aporta nuevos problemas, junto al desarrollo de movimientos espirituales -no siempre limpios-, culturales y étnicos. El nacionalismo se ha quedado anticuado, impera el globalismo, sin merma de la idiosincrasia (porque singularidad tenemos todos). Las ideas nacionalistas son una consecuencia de la segunda ola. Un aspecto a superar. En la tercera ola se rebasan los límites nacionales, en el sentido de una más que nueva, renacida conciencia planetaria, antesala de una conciencia cósmica (íd.). El peligro es que del mismo modo que el nacionalismo pretendía hablar en nombre de una nación entera, el globalismo hace lo propio respecto a la totalidad del mundo (pensamiento único; íd.). La individualidad, que se entrega libremente a los demás sin perder la esencia, sigue siendo primordial para la supervivencia (mundial). Aún a trompicones, caminamos hacia un sistema mundial compuesto por unidades densamente interrelacionadas.

Tal vez sea posible combinar en las próximas décadas elementos del pasado y el futuro en un nuevo y mejor presente (XXIII). Un ciclo ecológico integrado.

Ahora bien, como estamos comprobando, la tercera ola no atañe solo a una revolución -revuelta parece a veces- tecnológica. La nueva civilización restructurará la educación, redefinirá la investigación científica y reorganizará los medios de comunicación (XXIV). Todo ello planteará sorprendentes, aunque no insolubles, problemas políticos y morales, así como una enorme presión sobre los individuos y las instituciones (XXIV). A las que se habrá de enfrentar el individeo (sic; íd.), en nueva definición de Alvin Toffler. Porque reestructurar esa educación, pongamos por caso, no es apoderarse de ella, mucho menos con fines políticos.


Drogas y depresión, dependencia tecnológica, pueden seguir formando parte de ese nuevo sentido de pertenencia en el que se acentúa la telecomunidad (XXV). Es decir, internet.

Puesto que la ausencia de estructura engendra derrumbamiento (íd.). Para conseguir que la civilización de la tercera ola sea cuerda y democrática, necesitamos algo más que crear comunidad: necesitamos proporcionar estructura y significado. Una mezcla entre aprendizaje abierto y tradicional. Toffler lo señala acudiendo a otra bonita metáfora, entre la ejecución clásica y la improvisación característica del jazz (XXVI)

No nos desasimos de las malas artes de la política. Más que ira, los ciudadanos están expresando repulsión y desprecio hacia sus dirigentes políticos (XXVII). Y sus correas de transmisión, por supuesto. Surgirán otras dramáticas crisis, para las que nuestra actual colección de dirigentes de la segunda ola -asomados ya a la tercera- se encuentren grotescamente carentes de preparación para resolverlas (íd.). Alvin Toffler alerta sobre la posibilidad de entregarse a un mesías político. La eficacia militar del Tercer Reich es un mito ridículo, como la presunción implícita de que un gobierno que dio resultado en el pasado ha de darlo en el presente o el futuro; cada etapa reclama cualidades de mando diferentes (íd.).

No escatima en advertencias. No puede representarse la voluntad general, por la sencilla razón de que no existe (íd.). Las instituciones existentes son -recalco el verbo en presente- inoperativas (íd.).

El capítulo XXVIII y último, se abre con una carta personal y pública dirigida a los Padres Fundadores de los Estados Unidos de América (por cierto, aprovecho para recomendar a nuestros lectores interesados la edición que de textos clásicos norteamericanos y europeos están llevando a cabo editoriales como Alianza o Página Indómita en español: John Stuart Mill [1806-1873], Thomas Paine [1737-1809], Isaiah Berlin [1909-1997], Karl Popper [1902-1994], Alexis de Tocqueville [1805-1859], Raymond Aron [1905-1983], Hannah Arendt [1906-1975], etc., imprescindibles). En efecto, se piense lo que se piense, cuando se piensa, acerca del futuro, prevalece en Alvin Toffler, como en otros tantos pensadores libres, un respeto hacia el pasado histórico allende las ideologías, de las que, como hemos visto, el autor se precave pese a su inevitabilidad. Es decir, hacia aquello que de bueno han dejado tras de sí nuestros antecesores; el conjunto de logros y disposiciones que están representados por símbolos constitucionales como la bandera de un país. Solo los ignorantes de esta historia son capaces de equiparar tales símbolos a una circunstancia concreta del pasado o una ideología, con desintegradora exclusividad. Esto se puede alcanzar sin necesidad de memorias ideologizadas impuestas al pensamiento de una población. Aunque claro, estamos en una época, 1980, donde aún existen medios para el debate (el debate, no la trifulca), en lugar del afianzamiento del pensamiento -partido- único, que forman parte del pesado y cada vez menos eficaz aparato de gobernantes supuestamente representativos (íd.). Quien lo dude, revise en España espacios como La Clave (RTVE, 1976-1985), y compare. El representante ya no se representa ni a sí mismo, determina Alvin Toffler en proféticas palabras. Bastaba, como basta ahora, con analizar la realidad, por muy acuosa que se nos muestre. Es lo que el autor, incentivando nuevamente el lenguaje, denomina democracia semi directa (íd.). A nuevas instituciones, nuevas ideologías, y no estancamientos en el pasado que incluyen las sempiternas utopías encaminadas a dirigirnos el futuro. Este es el punto de vista de Alvin Toffler que compartimos. Una ciudadanía instruida -no adoctrinada ciudadanamente- puede, por primera vez en la historia, empezar a tomar muchas de las propias decisiones políticas (íd.).


Doble lucha, por tanto, entre los propios partidos y sus componentes diversos (a la vista está), y entre estos y la inminencia de esta tercera ola. Lo que implica un nivel más elevado de conciencia individual y compartida. De este modo, Toffler no confunde el cambio político con el sometimiento a una ideología, máxime cuando esta es coercitiva y totalitaria (escribo estas líneas cuando el pueblo cubano pugna por su libertad, lo que por otra parte viene haciendo desde hace décadas). Esto sería ser barridos por la marea que estamos experimentando. Un fleco de seudo revolucionarios (íd.), donde campan a sus anchas los auténticos extremistas, típicos de la segunda ola, impositivos, anti espirituales (no confundir con lo religioso particular), detentadores de una moral superior, para los que ningún cambio propuesto es lo bastante radical (íd.). Sueños de revolución extraídos de las amarillentas páginas de panfletos políticos del pasado (íd.). Cuantos de los buenistas propósitos no han ido a darse de bruces con la ambición demagógica partidista y la supremacía personal.

Y esto se aprende desde pequeños, progresivamente, con la educación y buenos modales que han de inculcarse desde casa, se constituya como se constituya la familia. Donde hay respeto y cultura habrá libertad. Por eso la tercera ola -¡mucho menos una cuarta!- nada tendrá que ver con ningún movimiento socio-sexual sectario y de terminología excluyente, porque afectará a todos los seres humanos sin distinción de raza y sexualidad. Eso por lo que hemos estado luchando, y en cuyos ámbitos se ha avanzado desde hace cuarenta años (los descubridores de que la Tierra es redonda siempre me parece que llevan lustros de retraso).

Merece la pena defenderse donde no te puedes escolarizar en la lengua oficial del país y hay que atravesar las fronteras autonómicas; algo de película. No hay que extrañarse, respecto a la lengua, se empieza asumiendo el compañeros barra compañeras, anteponiendo la ideología política a la gramática, como bien ha señalado Darío Villanueva (1950), y se termina como casi todos sabemos. A algunos les gusta que se les lleve la marea entre ola y ola.

En resumen, debemos comprender tanto lo nuevo como lo viejo. Sin polarizaciones extremas. Alvin Toffler reclama una visión más integradora, incluso holística. Entonces y ahora. Como algunas personas, hay libros a los que no se le notan los años.

Escrito por Javier Comino Aguilera

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