Si ya consideramos que El viaje de Arlo tenía referentes evidentes, Luca parece ser una revisión del cuento de la Sirenita, que ya conocemos sobradamente con la versión que hizo Disney en 1989 o incluso la visión que nos ofreció Hayao Miyazaki con Ponyo en el acantilado (Gake no ue no Ponyo, 2008). Sin embargo, tan solo se trata de una propuesta argumental que después se va distanciando para contarnos un relato de formación, de crecimiento personal y de (auto)descubrimiento.
De esta forma, al empezar la historia seguiremos la andadura del joven Luca, un tritón o monstruo marino, según la película, que lleva una vida anodina junto a su familia, con restricciones y miedos centrados en la superficie y en el ser humano. Como un pastor de peces, parece soñar con una vida diferente hasta que conoce a Alberto, que le abre las puertas a una nueva posibilidad: estar en la superficie terrestre, donde adopta forma humana. Junto a su nuevo amigo, tratará de descubrir cómo funciona el mundo. Sin embargo, su familia tratará de reprimir estos intentos de contacto con los seres humanos, lo que provocará que Luca se atreva a ir más allá y se adentre en un pueblo costero cercano, perteneciente a la Riviera italiana. Allí tratarán de cumplir su sueño, tan inocente como imposible: conseguir una Vespa con la que viajar por todo el mundo.
Para ello, tendrán que acostumbrarse al trato con los seres humanos, disimular su condición de monstruos marinos, evitando el contacto con el agua, y conseguir adaptarse a la vida terrestre. Para ello, contarán con la inesperada ayuda de Giulia, quien los reclutará para participar en un triatlón bastante especial que se realiza en el pueblo: la copa Portorosso. Con el dinero del premio, los dos protagonistas podrán comprar su ansiada Vespa y Giulia derrotaría al cruel y despótico Ercole. Sin embargo, conforme avancen los días, crecerán las tensiones entre los protagonistas, que también deben esconderse de los padres de Luca, que lo buscan por el pueblo.
Sin duda, Luca cuenta con una animación bella y muy fluida, que nos recuerda al estilo de la ya mencionada El viaje de Arlo, pero más pulida. Sus personajes están construidos de forma sencilla, con pocos rasgos, pero muy identificables. Y todo se desarrolla con bastante coherencia. Si bien es cierto que el primer tramo de la película está algo desconectado de la trama principal, que sucede en el pueblo costero, nos sirve para afianzar tanto la relación entre Luca y Alberto, que después será puesta a prueba por las circunstancias posteriores como para mostrar las características de ambos personajes. Sin duda, ambos son niños, pero Alberto actúa con liderazgo y aprovechándose de la inocencia de Luca para contarle cómo funciona un mundo que, en realidad, desconoce. Por su parte, Luca está entusiasmado con todo lo que se abre ante él y aprovecha cada ocasión para seguir aprendiendo, como en las escenas que comparte con Giulia en las que ella le enseña cosas elementales de la escuela, pero que resultan asombrosas para su nuevo amigo. Además, nuestro protagonista tiene una imaginación desbordante, como nos subraya la película en algunas secuencias oníricas, donde se nos dibujan las ilusiones de la mente de Luca.
Posteriormente, cuando ambos se adentren en el pueblo y disimulen ser humanos, todo se centrará en la copa Portorroso, su entrenamiento y su convivencia con Giulia y el resto de pueblerinos mientras se intercalan tanto gags humorísticos, centrados sobre todo en no ser descubiertos, y alguna escena que sirva para profundizar en ambos personajes. Por ejemplo, la ya mencionada ansiedad del protagonista por aprender cosas nuevas o la osadía de Alberto para hacer frente a cualquier reto o a cualquier adversario, especialmente si es para defender a Luca. Por su parte, el resto de personajes son bastante esquemáticos y entran dentro de lo previsto. Precisamente, el carácter de la película en sí es bastante evidente para un adulto, pero no por ello deja de ser plenamente disfrutable. Así, tenemos a Massimo, el padre de Giulia, que se corresponde con el perfil de un gigante bonachón, de aspecto aterrador, pero buen corazón; destaca sobre todo la conexión que tiene con Alberto. De la misma forma que Ercole, seguramente el personaje menos interesante del conjunto a pesar de ser necesario, es un villano arrogante y simplón cuyas acciones, generalmente tramposas, acabarán por ir en su contra, como bien le demuestran al final sus secuaces. Incluso la familia de Luca es prototípica, con una abuela cercana y comprensiva, un padre algo despistado y una madre más autoritaria, pero que se irá abriendo conforme entienda las emociones de su hijo.
Todos estos elementos, aunque simples, están bien conjugados con secuencias humorísticas y algunas escenas de carácter más dramático, centradas en la relación entre Luca y Alberto. Ellos componen el corazón de la película. No es de extrañar que los espectadores hayan elucubrado el carácter metafórico de la película en relación al rechazo que los monstruos marinos causan en el pueblo y el temor de Luca y Alberto a ser descubiertos con respecto a la propia relación que existe entre ambos personajes. Precisamente, cuestiones como la inmigración o la homosexualidad han salido a colación, siendo este último término el que resulta más evidente a lo largo de la película, a pesar de los comentarios contrarios del creador de la misma: la relación entre Luca y Alberto no se aleja en nada de los inicios amorosos que hemos visto en otras películas de animación infantiles, como Ellie y Carl en Up (Pete Docter, 2009). Pero es más, ambos tienen miedo a ser descubiertos, comparten una amistad llena de cariño y necesidad mutua, con sacrificios personales como demostración e incluso momentos de celos, algún enfado, sobre todo de Alberto, e incluso una traición. No es de extrañar que se hayan extraído las conclusiones de un romance entre ambos personajes teniendo en cuenta que incluso aparecen referencias a las nefastas reconversiones, con tío psicólogo siniestro incluido, o a otras parejas similares hacia el final de la trama. Creo que entenderlo así enriquece aún más la película.
Por tanto, aunque se trate de una película menor y de un carácter más infantil que el de sus grandes títulos, Pixar nos regala una obra tierna y dulce, incluso nostálgica para los adultos que rememoren sus veranos de infancia, pero sin dejar de ser fresca para los más pequeños. Su estilo artístico es bastante agradable y cuenta con una gran solidez visual. La música de Dan Romer tiene evidentes ecos italianos y nos recuerda en algunas de sus piezas al minimalismo de Ludovico Einaudi o de Yann Tiersen, incluso hay ciertas semejanzas con la música del eterno compositor de Ghibli, Joe Hisaishi. Y también se nota el cuidado y mimo puesto en la elaboración narrativa y visual, que llega hasta su emotiva conclusión seguido por unos créditos sencillos, pero que sirven para seguir encariñándose de los personajes en un breve epílogo con varias tiras cómicas. En definitiva, una obra para dejarse llevar sin esperar grandes ambiciones.
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