Brokeback Mountain, de Ang Lee

12 octubre, 2020

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Cuando nos falta la libertad, solemos estar condenados a errar una y otra vez en nuestras vidas. No hace falta una distopía de las que hemos podido contemplar en la gran pantalla para mostrar un mundo lleno de miseria y dolor, porque existen en el nuestro también. Es más, no escasea, abunda. Reside en las miradas de quienes nos rodean y, sobre todo, en tantas otras que no vemos o que ignoramos. La historia que Ang Lee (1954) trasladó a la gran pantalla a partir del relato de E. Annie Proulx (1935) se desarrolla en ese páramo desierto de nuestra vida como son los deseos perdidos. Nos referimos a Brokeback Mountain (2005).

Mucho se ha escrito y desarrollado sobre las dificultades para producir una película de estas características cuando el relato que le dio origen apareció publicado en los años noventa. Aunque hubo personas interesadas, las grandes compañías no se arriesgaban a perder en taquilla y el guion fue pasando de mano en mano hasta que Lee junto a la productora Focus lo sacó adelante, con un trabajado guion de Larry McMurthy y Diana Ossana. Las razones eran obvias en un mundo que rechazaba la homosexualidad: la película iba a causar rechazo y no iba a triunfar en la taquilla estadounidense. Sin embargo, proponía romper con un estereotipo, el del vaquero varonil y heterosexual, para permitir una visión de la homosexualidad romántica y, a la vez, desoladora, una queja, un grito, una reivindicación para poder vivir libres cualquier amor.


Nos situamos en Wyoming, en el verano de 1963. Dos jóvenes vaqueros son contratados por Joe Aguirre (Randy Quaid) para cuidar su rebaño de ovejas durante el verano en el entorno de Brokeback Mountain, un lugar ficticio. En ese entorno solitario, irá surgiendo entre ambos jóvenes una relación estrecha y diferente, pese a sus reticencias iniciales. Ennis Del Mar (Heath Ledger) y Jack Twist (Jake Gyllenhaal) vivirán a partir de ese momento un romance entrecortado y cuya semilla es el recuerdo que siempre pesará en el corazón de ambos. Sin embargo, las circunstancias, la sociedad que les rodea, les obliga a alejarse de ese sueño de estar juntos y ser una pareja real. Por una parte, Ennis arrastra el temor que le inculcaron de niño, reprimiendo sus auténticos sentimientos y siendo incapaz de expresarlos, mientras que, por la otra, Jack vive insatisfecho, incapaz de adaptarse a una vida que siente fingida y en la que no encaja, sabiendo, además, que es cuestionado por su hombría por quienes le rodean.



Como sucede en otras obras de narrativa contemporánea, Brokeback Mountain ahonda en las grietas que la sociedad provoca en el interior de las personas. Tanto Ennis como Jack son infelices y crean infelicidad a su alrededor. Un halo de decepción e impotencia que se justifica por no poder amar libremente. Ambos se adaptan a la vida que se esperaba de ellos, a matrimonios heterosexuales y a trabajos anodinos, pero su auténtica libertad la encuentran cuando pueden estar juntos y cuando realmente expresan sus emociones. La película lo remarca bien creando dos espacios bien distintos. 


Para empezar, tenemos las secuencias en que se reflejan sus vidas maritales. Pueden ser opresivas y cerradas, en algunos casos se muestran grisáceas, por ejemplo, en el caso de Ennis, todo se va oscureciendo y ensombreciendo cada vez más, conforme se deteriore su matrimonio con Alma (Michelle Williams). Incluso el espacio físico en que esa vida se desarrolla acaba siendo cada vez más pequeño, una metáfora de esa jaula en que el personaje se va encerrando cada vez más, incluyendo escenas realizadas desde un plan picado. Por otra parte, la vida de Jack junto a Lureen (Anne Hathaway) parece extraída de los estereotipos tejanos, una vida encerrada en una especie de serie de televisión donde todo está ya previsto y prefijado. Además, mientras Ennis tan solo se hunde en su propia soledad y se muestra violento cuando es cuestionado, por ejemplo, con las tensas escenas que protagoniza junto a Alma cuando ella le cuestiona, Jack siempre se siente cuestionado, ya sea por la reprobación de Joe Aguirre, las miradas de los demás vaqueros de rodeos o de su propio suegro.



Y al contrario, cuando ambos están juntos, los espacios se abren. Los personajes viven en un entorno natural con grandes paisajes y la aventura amorosa que viven provocan que los personajes se igualen ante la cámara. Incluso la paleta de colores se enriquece de esos paisajes que siempre recuerdan a todo el primer tramo de la película, aquel en que se desarrolla el núcleo de su relación y a donde ambos protagonistas se sienten anclados. En cierta forma, las montañas Brokeback son la única realidad que vivieron, mientras que el resto ha sido tan solo una fachada que sostener. Además, lo eficaz de la obra es también la forma en que nos muestra que ambos personajes viven su situación de forma distinta.


Ennis se mantiene tajante en las líneas que no se deben cruzar, arrastra un trauma infantil y es incapaz de abrirse a los demás, aunque en el fondo se nos muestra su buen corazón, por ejemplo, en la relación con sus hijas, especialmente la mayor, Alma junior (Kate Mara). Sin embargo, Jack es más impulsivo, no soporta esa represión en que se ve obligado a vivir y trata de liberarse siempre que puede, aunque por ello roce los límites que la sociedad le impone. A diferencia de Ennis, Jack no parece tener ningún vínculo real con la familia que ha formado, para él es solo un espejismo al que se ha visto obligado para evitar el juicio de los demás.



En Brokeback Mountain ningún personaje encuentra la felicidad. La falta de libertad de sus protagonistas arrastra también a todas las personas que le rodean, aunque ninguno de esos personajes lo merezca. Si Ennis y Jack hubieran podido vivir su romance en libertad, nadie hubiera sufrido ningún engaño, y en esa posibilidad es donde radica el auténtico mensaje de la obra. El miedo, para Ennis, el juicio crítico de la sociedad que les rodea, para Jack, y la incapacidad o la represión para expresar sus sentimientos engendra a seres infelices e incapaces de superar su soledad y su dolor. Ennis, un hombre parco en palabras, pues es incapaz de comunicarse, hace hacia el final la pregunta justa, la pregunta necesaria, la que realmente se tendría que haber hecho a sí mismo antes de vivir un matrimonio fingido. Y en el final, todo sigue igual, pero cada vez más desolado por el irremediable paso del tiempo y de esa vida cíclica de la naturaleza humana.


En definitiva, una película sobre la soledad y el dolor de un mundo en el que escasea el amor porque sus personajes no pueden vivirlo de verdad, sino solo ajustarse a lo que la sociedad rige y obliga. Una obra sobre ese paraíso perdido de sus protagonistas, sobre la falta de libertad, sobre el derecho al amor. Rodada con mano diestra por el irregular Ang Lee, es una obra precisa, lenta, cruda, dramática y honda. De las que dejan cierto poso tras su visionado.



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