La renovación de la corriente cultural no suele ser un camino sencillo. Existe una pugna entre mantener la tradición, es decir, las características que ya se asentaron en la cultura anteriormente, y proponer una nueva vía artística. Aunque desde nuestros ojos, revisar esta pugna en el arte más antiguo puede resultar sencillo, dado que tendemos a reducirlo todo a etiquetas, cuando queremos acercarnos al arte contemporáneo, empiezan las dudas. En el terreno volátil de la sociedad occidental de principios del siglo XX es difícil acertar con la tendencia definitiva entre tantos ismos. Ni siquiera los autores eran capaces de mantenerse fieles a ningún movimiento, lo que es de agradecer, porque cada uno progresó en su voz propia, mientras que otros solo quedaron como representantes de un movimiento más general.
En el caso de Federico García Lorca (1898-1936), su desarrollo osciló entre los ecos románticos de su juventud, el neotradicionalismo de su apogeo y el surrealismo de su madurez. Sin embargo, en todas esas etiquetas siempre se hallaban unos mismos deseos, temores y sentimientos. A pesar de las formas, ya fuera teatro o poesía, García Lorca lo impregnaba todo de un mismo deje inconfundible. Y su poemario más célebre homenajea precisamente esa vía alternativa, ese camino entre la tradición y la novedad, capaz de coger un poema tan clásico en la tradición literaria española como el romance y darle un contenido que a través del mundo gitano remitía a unos ecos místicos y misteriosos, como el mundo de la noche, la influencia de los astros o la omnipresencia de la muerte.
Los romances han sido siempre una obra narrativa, capaz de trasladarnos algún episodio de la vida en una forma poética. Pero García Lorca no rechaza su lado más lírico y trata de crear un romancero que combine la narrativa con el conjunto lírico de metáforas y símbolos que le otorgan un carácter más vanguardista y también un espíritu más mítico y misterioso. Se aprovecha de elementos que conocía bien de la mitología del flamenco y de la Andalucía más telúrica, y que ya le habían servido para su Poema del cante jondo (escrito en 1921 y publicado en 1931), pero los desarrolla para alejarse de lo anecdótico y convertirlos en canciones que no pierden ni un ápice de calidad lírica y que se desarrollan a partir de continuas metáforas. Tanto es así que podemos considerar que este Romancero gitano (1928) es uno de los poemarios más musicalizados de la literatura española.
Como en otras de sus creaciones literarias, García Lorca recurre al terreno de los oprimidos, en este caso al mundo de los gitanos, a los que contrapone a la represión de una Guardia Civil autoritaria en estos romances. De la misma forma que en su teatro criticaba la situación de la mujer o en su posterior Poeta en Nueva York (publicado de forma póstuma en 1940), radicalmente más surrealista, se refería a los afroamericanos. Pero la diferencia la encontramos en una naturaleza viva y extrema, a un diálogo continuo entre el deseo y la muerte y a una considerable cantidad de símbolos en un tono que es capaz de crear mitos, alejándose de lo costumbrista y el folclore.
El poemario está compuesto por dieciocho poemas que recurren a elementos populares, al uso del diálogo inserto en el propio poema para representar las situaciones dramática, lo narrativo y real convertido en metáfora o la narración entremezclada, sin un tiempo definido, sino más bien un tiempo suspendido y casi mítico. Estas características están presentes desde el poema que abre el libro: un cuento en que se personifica a la luna como una mujer que, a su vez, es la muerte. Estamos ante el Romance de la luna, luna, en que un niño es mostrado hablando con esta luna personificada antes de ser encontrado por su familia muerto en la fragua. García Lorca impregna el romance de ritmo y de misterio ancestral, por ejemplo, en la forma en que se describe a los gitanos, bronce y sueño. Incluso hay ternura en esa tragedia, en que la naturaleza se muestra favorable: Por el cielo va la luna / con un niño de la mano [...] El aire la vela, vela. / El aire la está velando.
No obstante, se magnifican en uno de los mejores poemas que compone la obra, el más misterioso y trascendental Romance sonámbulo, que que musicalmente ha sido mutilado y suele perder la narración que contiene para quedarse en su parte más lírica. El poema nos habla de una mujer fallecida, pero como un desarrollo propia del suspense, nos presenta a un contrabandista que llega herido a casa de su novia, pero el padre le revela, subiendo hasta el aljibe, que su hija está muerta en el agua. Es bastante particular el marco que crea García Lorca, que nos muestra un mundo en paz, un mundo ordenado (El barco sobre la mar, / y el caballo en la montaña), que sigue impasible su curso pese al drama de los personajes. Son igualmente líricos y reseñables los versos en que el padre muestra su dolor, que se repiten como un estribillo (Pero yo ya no soy yo, / ni mi casa es ya mi casa) o la primera revelación sobre la muchacha, que ya nos muestra su muerte desde el principio al señalar cómo ella es incapaz de mirar a las cosas: Bajo la luna gitana, / las cosas le están mirando / y ella no puede mirarlas.
Centrado en la mujer protagonista también encontramos el Romance de la pena negra, que empieza con una fantástica metáfora del amanecer (Las piquetas de los gallos / cavan buscando la aurora) para mostrarnos un rítmico poema sobre el drama personal de Soledad Montoya, cuyo nombre tan sonoro describe su propia situación. Se muestra una mujer fuerte, capaz de responder irónica mientras muestra su pasión insatisfecha y el dolor que la enloquece y se enquista en el alma. Es cuidada la maestría de García Lorca de transmitirnos a partir de un romance tan rítmico y musical toda una historia dramática y penosa. Por contraposición, otros poemas de temática similar en este mismo libro no alcanzan tal nivel, como el de Monja gitana.
Gitana II, de Fabián Pérez |
Siniestro y macabro es el Romance de la Guardia Civil, que en este poema son reflejados como los antagonistas, que curiosamente parecen detener y destruir aquella ciudad de los gitanos. Al llegar ellos, se suceden las secuencias violentas y lo que se había planteado como un Belén viviente, acaba en carnicería, entre cuerpos, mutilaciones y lágrimas. Como podemos fijarnos, el lirismo que despliega García Lorca no es sensiblero, sino que está lleno de dolor, de tragedia, de sangre, algo que amplificará en Poeta en Nueva York. En esta ocasión, hasta al mencionar al ámbito cristiano es para mostrar sufrimiento, como en el Martirio de Santa Olalla, que reitera algunos símbolos como los senos cortados, el cuerpo muerto de la mujer formando parte de la naturaleza, como en el Romance del sonámbulo, y la violencia del hombre, que aparece como algo tan habitual como macabro, tanto que resulta imposible quedar impasible aunque el tono de los diálogos trate de mitigarlo.
No obstante, también hay poemas menores a lo largo del romancero. Por ejemplo, Preciosa y el aire es un cuento de menor calado, pero que nos deja la sensación de persecución que siente Preciosa, una joven gitana. Bien podría haber reflejado García Lorca el temor de una mujer al sentirse acosada, con una sensación de peligro que no se va incluso entre los gendarmes. De la misma forma que Reyerta muestra casi cierta desafección por las muertes que se suceden tras una pelea (aquí pasó lo de siempre), una representación del peligro en los caminos y de las venganzas, de la situación espinosa y mortífera que acarrean los puñales gitanos. Cabe destacar, por último, La casada infiel, que se trata del poema más sensual del conjunto a partir de un hecho concreto que, por cierto, no se juzga desde la mirada del narrador de este relato. Un romance peculiar que se aleja de la sangría trágica de los más rotundos del conjunto.
Más anecdótico es el díptico de Antoñito el Camborio: Prendimiento y Muerte. Aún así, contiene algunas particularidades, como el hecho de que el personaje dialogue con el propio autor (¡Ay Federico García, / llama a la Guardia Civil!) o cómo se sentencia el final de una época: ¡Se acabaron los gitanos / que iban por el monte solos! / Están los viejos cuchillos / tiritando bajo el polvo. Y aparte quedan del resto de poemas el trío dedicado a los arcángeles y a las ciudades andaluzas de Sevilla, Córdoba y Granada, de tono distinto y alejado del tema de los gitanos. Son poemas que recuerdan a una época anterior y que retratan características de tales ciudades, especialmente en el caso de San Rafael (Córdoba) mientras desgrana a los tres arcángeles con una voz casi infantil, sobre todo en caso de San Gabriel (Granada).
En definitiva, el Romancero gitano es una obra que trasciende sus raíces gracias al buen hacer de García Lorca para aportarle una modernidad basada en un lenguaje propio de metáforas. La narrativa concreta se diluye para universalizarse y aunque se hable de gitanos, guardias civiles o Andalucía, las situaciones se agrandan para dar cabida a las emociones y las situaciones de los lectores. Pero lo que es más, esos gitanos, guardias civiles y esa Andalucía tan telúrica y mítica ganan su hueco en las letras universales gracias a este poemario. Y se une a las metáforas sobre el deseo, la muerte y la naturaleza que han quedado tan ligadas a la figura de Federico García Lorca.
Escrito por Luis J. del Castillo
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