Forrest Carter (1925-1978) no fue un autor prolífico, “solo” cuatro novelas, pero sí muy destacado, dejando al margen los motivos ajenos a los literarios, por los que se le supone un pasado segregacionista. Centrándonos en lo que nos interesan, atestiguan su talento Huido a Texas (Gone to Texas, 1973) y La ruta de venganza de Josey Wales (The vengeance trail of Josey Wales, 1976), recientemente recuperadas por la fundamental serie Frontera de la editorial Valdemar. De la adaptación cinematográfica de la primera de estas novelas nos ocuparemos en nuestro próximo artículo.
Tanto unionistas como confederados organizaron sus guerrillas de irregulares. En la zona nordista destacaron, no precisamente para bien, los llamados polainas rojas, en tanto que en la sudista, los actos de rebeldía también tuvieron sus propios nombres y sus apellidos, como William Clarke Quantrill (1837-1865) o William T. Anderson, apodado El Sanguinario (1839-1864).
Nada ejemplifica mejor esa escisión entre los territorios que el oportunismo del encargado de la barcaza que cruza un río de Misuri (Capítulo VI).
Nada ejemplifica mejor esa escisión entre los territorios que el oportunismo del encargado de la barcaza que cruza un río de Misuri (Capítulo VI).
Es el de Josey Wales un personaje que, como recuerda Alfredo Lara (-) en su presentación, deambula entre la bruma de lo histórico y lo ahistórico, en los márgenes de lo épico y lo novelesco; de lo romántico-legendario, en definitiva. Del mismo modo que la causa de la guerra acaba por difuminarse para dar paso al bandidaje y la crueldad intrínseca de cada cual. Este fuera de la ley lo es por decisión propia, pero también por un vacío existencial. Una carencia que se va compensando de la forma más imprevista y azarosa, a lo largo de toda la novela Huido a Texas.
Forrest Carter |
Recientemente, un veterano comentarista de los que hablan ex cátedra en los medios de difusión -no entremos ahora en detallar acerca de la difusión de qué- aún equiparaba los graves disturbios raciales acaecidos últimamente en EEUU con la “salvaje” Conquista del Oeste, que es lo que siempre se suele traer a colación a falta de argumentos más informados, como si no hubieran mediado el tiempo y las circunstancias. Lo cierto es que hacer daño es relativamente fácil, tanto entonces como ahora. En concreto, la vida de Josey Wales da un vuelco inesperado aquel día de 1858, cuando su familia es asesinada a manos de unos desalmados polainas rojas y, literariamente, esta vida pasa a cubrir un concreto arco temporal que culmina en 1868, con la secuela.
De Wales escribe Carter que era pura montaña (I), ya antes de pasar ocho años cabalgando (verbo eufemísticamente rico) y mascando tabaco.
De Wales escribe Carter que era pura montaña (I), ya antes de pasar ocho años cabalgando (verbo eufemísticamente rico) y mascando tabaco.
In the foothills, de Albert Bierstadt |
En este sentido, Wales establece una relación tan intensa y sincrónica con el indio Wade que las palabras ya no eran necesarias (XIII). El mismo Diez Osos también se hace cargo de los sinsabores y dobleces del lenguaje cuando asegura, con total convicción, que los embaucadores siempre se expresan con dos lenguas, como los políticos. En su memorable encuentro con Josey Wales (XX), ambos se expresan como individuos, y no en representación de ningún gobierno o grupo ideológico.
The Last Council, de Mort Kunstler |
El personaje central queda perfectamente descrito, además, por medio de su habilidad en el manejo de sus colt cuarenta y cuatro, tan ágil que fue imposible distinguir un tiro de otro (XII). Así lo refrendan la entrada y el posterior incidente en territorio texano, o incluso mediante la forma de Wales de disparar su tabaco mascado a objetos, lagartos y perros. Abundando en esta composición, entre uno de sus recuerdos como fuera de la ley, está la precaución de hacer frente a los adversarios procurando tener el sol a la espalda, lo que Wales cumple escrupulosamente.
Razones no le faltan para ello, la sensación de que las poblaciones habitadas son como islas dispersas en un mar arenoso de procelosos forajidos se incrementa por medio de comportamientos agresivos, solo a veces, honestos en su ferocidad frente a los que solo se sirven de estos como un refugio para su sadismo (XVI). Hasta que, poco a poco, Wales recompone parte de esa humanidad escindida, con la incorporación de otros personajes tan vapuleados como él. Tal como lo resume Lone Wade, si alguien le dice a otra persona que es familia, quiere decir que lo entiende (XVI).
Lee and Jackson, de Mort Künstler |
Este será el escenario principal de esta nueva incursión, no menos ingrata para algunos de sus protagonistas, si bien algo más lineal y sin la total fascinación desplegada en la anterior aventura. Acción e introspección se alternan en una novela aún más descarnada si cabe, en la que la frontera entre núcleos urbanos y paisajes se difumina totalmente: aquí el mal anida en todas partes, sin distinción, adornado por el grito de justicia salvaje del vengador, de un gozo inhumano (V).
Sin duda, en ambos relatos, los enemigos de Josey Wales son mucho peor que él. No olvidemos que, en primer lugar, el ex granjero y hombre de montaña es víctima antes que verdugo. Wales es un asocial, pero aún se rige por un código ético bien definido, apartándose, en lo posible, de los males a terceros. Como recuerda otro de sus acompañantes y amigos, el mexicano Chato, piensa lo que hace más que lo que dice (XII).
Twilight, de F. E. Church |
En La ruta de venganza de Josey Wales cabe destacar la ejecución de dos duelos; uno a la manera clásica, entre Josey Wales y el pistolero Pancho Morino (IX), personaje secundario pero bien delineado; y el culminante, entre Wales y el inhumano capitán mexicano Jesús Escobedo y su tropa de irregulares, imagen viva del despotismo y de la adicción al poder. Duelo último en el que no es difícil detectar -desconozco si de forma intencionada o no- un guiño cinéfilo al enfrentamiento final planificado por Henry Hathaway (1898-1985) en su excelente Valor de ley (True Grit, 1969).
Escrito por Javier C. Aguilera
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