La atención y las funciones ejecutivas son dos pilares básicos de la inteligencia y del desarrollo de nuestra actividad mental. La atención constituye la vía de entrada para realizar cualquier proceso cognitivo, permitiendo al organismo disponer de un nivel de activación suficiente para desarrollar cualquier actividad mental. Por su parte, las funciones ejecutivas establecen un mecanismo que permite resolver problemas, gracias a su capacidad de realizar programas de actuación para planificar, iniciar, dirigir y supervisar las conductas encaminadas al logro de objetivos.
El desarrollo de las funciones ejecutivas comienza desde que nacemos y se puede extender incluso hasta la edad adulta. Es por ello que se las considera como las que tardan más tiempo en desarrollarse. Durante los primeros años de vida, el niño parece vivir en un tiempo presente con reacciones solamente a estímulos que se encuentran en su alrededor inmediato, y es posteriormente cuando es capaz de reconocer estímulos del pasado, planear el futuro y representar un problema desde distintas perspectivas, lo que le permite escoger entre soluciones apropiadas. Esta capacidad para planear y solucionar problemas constituye posiblemente el inicio de las funciones ejecutivas.
Una investigación llevada a cabo por Diamond (1990) consistió en el diseño de una caja con cuatro de sus cinco lados cubiertos con un acrílico transparente. Encontró que sobre los 9 meses de edad, el bebé logra sacar un juguete de la caja cuando la abertura está hacia arriba, pero que no es hasta que alcanza un año de edad cuando es capaz de coger el juguete cuando la abertura es colocada por un lado.
Coger el juguete supone llevar a cabo una resolución de problemas: cuando la trayectoria de su mano se ve impedida por la pared de la caja, se requiere de una inhibición de conductas anteriores. Es decir, tiene que dejar de ejecutar una conducta inadecuada para cumplir con su objetivo, y, además, elaborar una estrategia para resolver ese conflicto que se le plantea.
Desde el estadio sensoriomotor (etapa delimitada por Piaget desde el nacimiento hasta los 2 años de edad) se evidencia la relación que ejercen las funciones ejecutivas con la inteligencia: en este período, el niño ya desarrolla actividades motoras corporales y experiencias sensoriales que le permiten actuar por imitación y de las que se deduce que existe recuerdo de representaciones simples, una activación gradual de la memoria y la inhibición de algunas conductas como indicábamos en el ejemplo anterior. Todo ello supone un fortalecimiento de sus funciones ejecutivas y el desarrollo de su nivel intelectual.
Los primeros test de inteligencia se crearon a comienzos del siglo XX. Binnet y Simon (1905) elaboraron la primera prueba para evaluar la inteligencia, y en 1916 se comenzó a utilizar el término Cociente Intelectual. Pero no sería hasta 1939 cuando David Wechsler se dio a conocer debido a la creación del test más famoso para medir la inteligencia: la escala Wechsler de Inteligencia para Adultos (WAIS), de las que se derivaron también la escala Wechsler de Inteligencia para Niños (WISC), en 1949, y la Wechsler Preschool and Primary Scale of Intelligence (WPPSI) en 1967.
En términos neuropsicológicos, hablar de funcionamiento ejecutivo equivale a pensar en la actividad funcional del área prefrontal de nuestro cerebro. Sin duda, constituye la esencia de nuestra conducta: es la expresión del alto desarrollo alcanzado por el cerebro humano. Así, podemos transformar nuestros pensamientos en decisiones, planes y acciones, consiguiendo así un mejor grado de adaptación personal y social.
Por otra parte, la inteligencia infantil no podemos reducirla solamente a una capacidad con la que se nace, sino que debemos concebirla como una aptitud que les proporcionará ayuda para adaptarse al ambiente, tanto social o cultural, como también para ponerla en práctica en un entorno más cotidiano, centrado en la adaptación a diversas situaciones y en la resolución de posibles problemas.
La inteligencia se irá desarrollando a medida que el niño crezca. Si le enseñamos a razonar y a solucionar sus problemas mediante una estimulación cognitiva adecuada, favoreceremos el desarrollo intelectual del niño y podremos localizar las posibles dificultades específicas que puedan presentarse en esa etapa tan importante.
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