El hombre tranquilo, de Maurice Walsh

22 junio, 2016

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Con diecisiete años, el irlandés Shawn Kelvin marchó a EEUU, para regresar con treinta y dos al condado de Kerry, la famosa isla de Innisfree en la versión cinematográfica, y un nombre extraído del poeta Yeats (1865-1939). Y es que, transcurrido algún tiempo, Shawn Kelvin, persona de carne y hueso además de amigo de juventud de Maurice Walsh (1879-1964), acabó convertido en el trasunto del ficticio Paddy Bawn Enright.

La juventud perdida, el lirismo de las tierras de Irlanda, los conflictos, tradiciones y amistades, sobre todo las masculinas, forman el sustrato de vivencias que dieron forma a los relatos interconectados que, a modo de novela, componen El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1933-35), estupenda pieza del referido Maurice Walsh, editada por Reino de Cordelia en 2012, con prólogo de Javier Reverte (1944) y traducción de Susana Carral (-).

Tras un prólogo de resonancias cuasi-legendarias, en el que un traidor a la causa de la emancipación es despachado por sus compañeros rebeldes, en las proximidades de un lago, comienza una primera parte de cinco (cada una de ellas fraccionada en capítulos), titulada Y llegó la hija del capitán.

En ella, una voz narrativa en primera persona, correspondiente a Owen Jordan, médico americano de origen irlandés, va desgranando los concéntricos acontecimientos de dicho prólogo sin perder de vista los componentes oriundo-psicológicos. De este modo, Jordan entra en conexión con los personajes de la Irlanda más trascendente, como Sean Glynn, frío y audaz agente de inteligencia del IRA (aún no se trata del grupo terrorista), que es un joven moreno con educación universitaria, alegre y valiente; y con su pelirroja hermana. También con el citado Paddy Bawn, al que apodan el hombre tranquilo, y que al igual que Shawn Kelvin, ha permanecido quince años en los EEUU. Cabe destacar aquí la ausencia casi total de personajes secundarios de relevancia. El punto de vista queda inteligentemente establecido entre los roles principales, pese a que no siempre se encuentran solos.

Todas estas vertientes que entrecruzan a los personajes con el entorno, convergen en la novela por medio de palabras enérgicas y agazapadas, frases sobrias y adjetivos certeros. Por ejemplo, cuando le es tendida una emboscada en las Tierras Altas a la patrulla de un oficial británico, el capitán Archibald McDonald, que en esos momentos se encuentra acompañado por su hermana Margraid. Una excursión vital que se adereza confraternizando con el enemigo, y que forma parte de un entramado de relaciones tan nutrido que hasta tiene presente a los difuntos.

De la parte segunda sobresale el momento en que Mickeen Oge, otro de los personajes corales, narra una historia de fantasmas (II: IV), en la que su pariente Ellen Oge se ve obligada a escapar de su tío, el pérfido John Red Danaher. Como si se tratara de una “erin”, personificación fabulesca de la propia Irlanda, será guiada en su huida por una sosegada y armónica melodía.

Una imagen que se complementa con el ideal de la escocesa pelirroja que representa Margraid MacDonald, y que anhela otro de los personajes, Hugh Forbes, en busca de una esposa.

Y es que coexiste otro poderoso elemento, el de las fuerzas desatadas de la naturaleza; en este caso, las específicamente humanas, aunque no como sinónimo de un espurio canto a la violencia más viril, sino como manifestación idiosincrática y hasta divertida del irlandés y el escocés medio. Nada hay que no pueda resolverse con los puños, sobre todo si podía haber desembocado en las armas.

No en vano, las diversas muertes por emboscada, es decir, en combate, se suceden en off, en tanto que el “forcejeo amoroso” sí se muestra, y acontece cuando Owen Jordan trata de impedir que la “prisionera” Margraid escape (V: III); incidentes sin importancia en la terrible guerra de independencia irlandesa (V: V).

The Farmer and Dog Cloghane, de Martin Driscoll
La referida segunda parte de la novela lleva por título Al otro lado de la frontera. En ella, cambia la voz narrativa, que se traslada al ahora comandante Archibald McDonald. Él mismo cuenta, a través de un salto temporal, cómo mi única hermana, Margraid, se había casado con el doctor Owen Jordan. El escocés que trabó amistad con los rebeldes irlandeses se dirige en esos momentos a la vivienda de uno de ellos, Sean Glynn, que, a su vez, se ha casado con la viuda Joan Hyland. A su llegada es recibido por el fibroso y activo Paddy Bawn, el hombre tranquilo, administrador de las propiedades de Glynn.

En este caso, el conflicto se va postergando de forma casi misteriosa, entre los meandros de la amistad y camaradería entre varones, con el trasfondo paisajístico de un tiempo que se ha detenido. Finalmente, y sin desvelar en exceso, sabremos que se trata de un asunto tan serio como el del “mal de amores”, o más concretamente, del amor distanciado, aunque nunca perdido, de la resuelta Joan, la cual, en esa doble mixtura de naturaleza campestre y emocional, atiende al propio Archibald cuando este sufre un accidente de caza.

Imagen de Irlanda
Los avatares de El hombre tranquilo componen la tercera parte del libro. En este apartado, la biografía sentimental y el punto de vista pasan a ser los de Paddy Bawn, enamorado de la hermana del impredecible e iracundo Will Red O’Donaher, que, para más inri, se ha apropiado de forma indebida de parte de los terrenos de la familia Bawn. Ahora es solo un hombre despótico con tendencia a sufrir ataques de ira, y con la fuerza de un buey y el corazón del tamaño de una manzana ácida (III: III). Pero el hombre tranquilo está dispuesto a hacer valer sus derechos formalmente, pues esa es la clase de amor que persiste, aunque el camino para alcanzarlo resulte terriblemente incierto, y también haya de hacer frente al hazmerreir de una comarca que nunca era indulgente con quienes se dejan intimidar (III: V).

Prosigue la novela con La joven pelirroja, un relato que ahora pasa a tercera persona y que gira en torno al paradero de Nuala Kierley, la viuda del traidor ajusticiado en el prólogo. Una situación que es asemejada a la leyenda del lago (escenario del crimen) y a su espectral visitante, uno de los rostros que pueblan los sueños (IV: III).

De este modo, Mickeen Oge recoge en la estación al americano Art O’Connor. Con el telón de fondo del costumbrista escenario de la pesca, el siguiente emparejamiento será, precisamente, el del tal O’Connor con la lugareña Kate O’Brien. Pero será después de que este encuentre un sospechoso bulto oculto en un altozano, entre la maleza que rodea unas antiguas ruinas, cuando trata de perseguir a esa sonrosada y esquiva dama fantasma. Ciertamente, los personajes de Walsh están sometidos a un continuo trasiego emocional y físico.

In the Village, Martin Driscoll
Dublín, ciudad perversa es el último tramo narrativo de la novela, también en tercera persona, cuyo nexo de unión se da entre el comandante McDonald y otra esquiva mujer, cuyo nombre desconocemos pero que completa todo el círculo argumental (de momento, es denominada señorita O’Carroll). En buena parte, la sección se desarrolla en dos nuevos y pintorescos ámbitos, la ciudad de Dublín y su feria del caballo (V: IV).

Así mismo, la segunda pelea del libro no es tan “memorable” como la de O’Danaher y el Hombre Tranquilo, pero sí resulta divertida. El orgullo -irlandés, en este caso- obstaculiza una relación ya suficientemente intrincada por el desastre del amor (V; IV: III), aunque el sol acabe surgiendo de entre tanto nubarrón, y pese a las aprensiones de Miss O’Carroll, que en cuanto a la perspectiva de una vida futura en el campo, comenta que allí todo me influiría, a cada hora, de día o de noche (V: III).

Como tendremos ocasión de comprobar, la película es una sagaz reelaboración de todo este material y ambientes.

Escrito por Javier C. Aguilera



2 comentarios :

  1. hola! me parece genial tu entrada y todo lo que cuentas, algunas cosas se sabian pero otras desconozco, gracias por quitarnos el miho! abrazosbuhos.

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  2. Otro abrazo para ti, Búho. Gracias por tu comentario.

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