En 1997 llegaba a las librerías el inicio de las aventuras de un joven mago, prácticamente un niño de leyenda en un mundo mágico: comenzaba la saga de Harry Potter. Literatura que evolucionó desde la aventura de corte más infantil hasta cierta madurez juvenil, pasando por la rebeldía adolescente, en el total de siete libros que componen la obra que permitió a J.K. Rowling hacerse un hueco en las letras inglesas.
No obstante, fueron las adaptaciones cinematográficas las que supusieron un incremento de la popularidad del joven mago hasta cotas inesperadas, arrastrando consigo una gran subida en ventas de los libros y la creación de toda una legión de seguidores que aún hoy, después de cuatro años del estreno de la última película, sigue activa. Son muchos los que han celebrado que esta saga literaria contenga una calidad considerable y haya sabido crear un rico universo paralelo de magia verosímil y que transcurre con sólidos valores y una gran cantidad de personajes bien dibujados, consiguiendo alzarse como una lanza a favor de la literatura juvenil, que desde entonces vivió un boom cuyas consecuencias, tanto buenas como malas, llegan hasta hoy.
Fue el lanzamiento en 2001 de Harry Potter y la piedra filosofal, bajo la dirección de Chris Columbus, la que iniciaría la franquicia cinematográfica y daría pie, junto al éxito de El señor de los anillos: La comunidad del anillo (Peter Jackson, 2001), al interés por adaptar otros éxitos de la literatura juvenil fantástica, como Las crónicas de Narnia, de C.S. Lewis, o nuevos éxitos literarios, como las sagas de Percy Jackson o la iniciada por Crepúsculo, de Stephenie Meyer, esta última condujo a la expansión de novelas de corte romántico con vampiros y demás criaturas mágicas.
También distopías juveniles, con Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, como principal ejemplo. Ejemplos recientes como la película El corredor del laberinto (Wes Ball, 2014) o Divergente (Neil Burguer, 2014) son testigos de esta tendencia que sigue aún vigente. Pero el inicio de esta tendencia la encontramos en el mago inglés. No nos referimos a que desde el lanzamiento de Harry Potter se hayan comenzado a adaptar libros, algo que se lleva haciendo desde los inicios del cine, sino que se ha tendido a unir los éxitos editoriales juveniles con sus adaptaciones a la gran pantalla.
Cuando pensamos en el cine para niños y jóvenes podemos referirnos a dos décadas recientes, pero bien diferenciadas: los años ochenta y los años noventa. En la primera, fuimos testigos de una época de interesantes propuestas de cine de fantasía que se relacionan con la tendencia actual, aunque al contrario que ahora abundaran entonces, afortunadamente, los guiones originales. Algunas de estas películas forman parte de la infancia de toda una generación y surgen desde el éxito de la primera trilogía de Star Wars (George Lucas, 1977-1982), las primeras aventuras de Indiana Jones (1981-1989, época que abarcan las primeras tres películas) o piezas tan exquisitas como E.T., el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982), que ya introducía a un grupo de niños, con especial atención a Elliot, como protagonistas.
Posteriormente, las aventuras de niños y su unión con elementos fantásticos tomaron forma en obras como La historia interminable (The Neverending Story, Wolfgang Petersen, 1984), Los Goonies (The Goonies, Richard Donner, 1985) o Dentro del laberinto (Laberynth, Jim Henson, 1986). Algunas de estas aventuras siguen el espíritu de la saga literaria, que se publicó entre los cuarenta y los sesenta, de Los cinco, de Enid Blyton. Incluso tuvimos una versión cinematográficamente juvenil de Sherlock Holmes en El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes, Barry Levinson, 1985).
Por su parte, los noventa estuvieron marcados por el acentuado éxito de Disney con una serie de películas que mantuvieron a la factoría animada en lo más alto, así como imitaciones de ese género de fantasía aunque de menor calidad. Tendríamos que esperar hasta la adaptación del primer volumen de Harry Potter para volver a vislumbrar algo similar al éxito de este formato que ya existía en los años ochenta, pero basándose en este caso en la fama de la saga literaria.
No nos debería resultar curioso que fuera Chris Columbus quien se encargara de la dirección de las dos primeras películas y productor de la tercera, sobre todo si tenemos en cuenta su labor en películas de corte familiar y su labor como guionista en algunas de las obras mencionadas de los años ochenta. Su elección fue de las más complejas junto a la del intérprete de Harry Potter, habiendo rechazado la dirección un cineasta como Steven Spielberg y declinadas las propuestas de Terry Gilliam, Alan Parker, Wolfgang Petersen, Rob Reiner, Night Shyamalan, Peter Weir o Mike Newell (quien acabaría realizando la cuarta adaptación de la saga), entre otros.
Centrándonos ya en la película en concreto, tenemos ante nosotros la apertura de esta franquicia, que ahondará en una historia que nos presenta la lucha entre el bien y el mal, pero sirviéndose a su vez de la evolución de unos personajes que son completamente humanos y que experimentan el paso desde la infancia de esta primera película hasta la madurez de la última. Partimos así de la ilusión que despliega esta primera obra, donde un huérfano de once años vive pésimamente bajo el techo (y las escaleras) de sus tíos, quienes muestran un gran desprecio por el crío y una gran adoración por su hijo Dudley.
Sin embargo, Harry desconoce que en el mundo mágico él es el gran mago que consiguió derrotar al maligno Lord Voldemort, un malvado hechicero que sembró la oscuridad y el caos, acabando con muchos inocentes, entre los que se encontraban sus padres. El encuentro con esta realidad le hará embarcarse en su primer curso en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, donde afrontará una nueva vida basada en la amistad, el compañerismo y, por supuesto, la magia.
A través de una trama autoconclusiva, que forma parte del éxito de cada pieza de esta saga, se nos presenta una aventura basada en un misterioso objeto, la piedra filosofal, cuyas propiedades lo convierten en objeto de deseo de un tenebroso mago. Las averiguaciones de Harry y sus amigos se desarrollan en la película con la intención de proteger la piedra y desenmascarar al culpable, aunque ello pueda repercutir negativamente para los puntos de su casa, Gryffindor, y para su propia vida, en constante peligro.
Junto a ello, la presentación al espectador de un mundo mágico regido por una serie de normas bien construidas, con la vida cotidiana de un colegio de magia que incluye sus divertidas, así como severas, clases. A todo ello ayuda mucho el gran reparto de la obra, que tiene grandes intérpretes británicos como Maggie Smith, en el papel de la severa, pero agradable profesora McGonagall, Alan Rickman, como el temible profesor Severus Snape, Ian Hart como el tartamudo profesor Quirrell, Robbie Coltrane como el afable y cariñoso Hagrid o Richard Harris como el famoso y sabio director Albus Dumbledore.
También debemos mencionar las participaciones de Warwick Davis como el simpático profesor Flitwich, Julie Walters como la madre de los Weasley, John Hurt como el vendedor de varitas mágicas Ollivander, John Clesse como el fantasma Nick, Richard Griffiths y Fiona Shaw como los estrictos tíos Dursley.
Su actitud al afrontar las actuaciones dentro de un mundo de magia como este son admirables, dada su seriedad y sobriedad al ocupar sus roles. Seguramente no sean personajes excesivamente desarrollados en la película, simplemente a través de pinceladas sutiles, pero necesarias para marcar claramente su personalidad. El desarrollo de alguno de ellos se reserva para la continuación del resto de la saga, mientras que otros cumplen en esta obra con todo lo que se les podía requerir.
El centro de atención recae en el trío protagonista. Harry Potter, interpretado por Daniel Radcliffe, sirve como reflejo de marginación y exclusión en una primera parte hacia una figura llena de coraje y ganas de vivir, aunque invadido también de una melancolía que se remarca en algunas escenas de manera clara, como en el encuentro con el espejo de Oesed. Pese a haber encontrado su lugar en el mundo, la sensación de pérdida, sobre todo estando tan cerca de lo que se supone fueron sus padres, se mantiene durante la película insuflándole una profundidad mayor al carácter del personaje.
Menos elaborados, pero muy bien perfilados, sus compañeros Ron Weasley, interpretado por Rupert Grint, y Hermione Granger, papel de Emma Watson. El primero destaca por ser perezoso y torpe, aunque también demuestra un gran sentido de la amistad y fidelidad, así como arrojo en los momentos necesarios. La segunda, por su parte, destaca en su capacidad intelectual, algo pedante, pero de un gran corazón; pese a no comenzar bien su relación con Potter o Weasley, una vez que comience su amistad, no se despegará de ambos y será vital para el avance de la aventura.
También podemos tener presentes al despistado e inocente Neville (Matthew Lewis) o al rival de Harry y sus amigos, Draco Malfoy (Tom Felton), arrogante y engreído personaje que hará las veces de matón y de chivato, cuyas participaciones son relevantes para esta historia.
La película se desarrolla con una cinematográfica clásica, sin experimentos innecesarios. Sobran algunos primeros planos, que resultan innecesarios, de la misma forma que hubiera sido interesante ver algo más de tradición en los efectos especiales, prácticamente digitales en su mayoría, que hoy en día han perdido algo de calidad, siendo más visibles sus desperfectos, aunque en su momento fueron sorprendentes.
En este sentido, destaca el tramo final con las pruebas a las que se deben enfrentar los personajes, el cancerbero Fluffy o el pequeño dragón Norberto; más deslucidas han quedado la apertura del Callejón Diagon o el partido de Quidditch. También debemos mencionar la bella fotografía de los paisajes o de alguna de las secuencias, como la elipsis del paso del tiempo a través del vuelo de una lechuza, la llegada a Hogwarts a través del lago o el trayecto del tren.
La música de John Williams resulta imprescindible en el éxito de la película, logrando crear toda una serie de leitmotivs que se reiteran con acierto en el desarrollo de las escenas así como un tema principal inolvidable, reutilizado en el resto de la saga con distintas tonalidades. Su manera de remarcar las escenas melancólicas aumenta la emoción de secuencias sin diálogo alguno, de la misma forma que logra subrayar la magia de esta película y aportar más fuerza a la acción. Se trata de un toque musical muy relacionado con otras películas exitosas donde Williams ha participado, lo que nos demuestra que lo tradicional funciona perfectamente.
No obstante, fueron las adaptaciones cinematográficas las que supusieron un incremento de la popularidad del joven mago hasta cotas inesperadas, arrastrando consigo una gran subida en ventas de los libros y la creación de toda una legión de seguidores que aún hoy, después de cuatro años del estreno de la última película, sigue activa. Son muchos los que han celebrado que esta saga literaria contenga una calidad considerable y haya sabido crear un rico universo paralelo de magia verosímil y que transcurre con sólidos valores y una gran cantidad de personajes bien dibujados, consiguiendo alzarse como una lanza a favor de la literatura juvenil, que desde entonces vivió un boom cuyas consecuencias, tanto buenas como malas, llegan hasta hoy.
J. K. Rowlings |
También distopías juveniles, con Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, como principal ejemplo. Ejemplos recientes como la película El corredor del laberinto (Wes Ball, 2014) o Divergente (Neil Burguer, 2014) son testigos de esta tendencia que sigue aún vigente. Pero el inicio de esta tendencia la encontramos en el mago inglés. No nos referimos a que desde el lanzamiento de Harry Potter se hayan comenzado a adaptar libros, algo que se lleva haciendo desde los inicios del cine, sino que se ha tendido a unir los éxitos editoriales juveniles con sus adaptaciones a la gran pantalla.
Cuando pensamos en el cine para niños y jóvenes podemos referirnos a dos décadas recientes, pero bien diferenciadas: los años ochenta y los años noventa. En la primera, fuimos testigos de una época de interesantes propuestas de cine de fantasía que se relacionan con la tendencia actual, aunque al contrario que ahora abundaran entonces, afortunadamente, los guiones originales. Algunas de estas películas forman parte de la infancia de toda una generación y surgen desde el éxito de la primera trilogía de Star Wars (George Lucas, 1977-1982), las primeras aventuras de Indiana Jones (1981-1989, época que abarcan las primeras tres películas) o piezas tan exquisitas como E.T., el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982), que ya introducía a un grupo de niños, con especial atención a Elliot, como protagonistas.
Posteriormente, las aventuras de niños y su unión con elementos fantásticos tomaron forma en obras como La historia interminable (The Neverending Story, Wolfgang Petersen, 1984), Los Goonies (The Goonies, Richard Donner, 1985) o Dentro del laberinto (Laberynth, Jim Henson, 1986). Algunas de estas aventuras siguen el espíritu de la saga literaria, que se publicó entre los cuarenta y los sesenta, de Los cinco, de Enid Blyton. Incluso tuvimos una versión cinematográficamente juvenil de Sherlock Holmes en El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes, Barry Levinson, 1985).
Por su parte, los noventa estuvieron marcados por el acentuado éxito de Disney con una serie de películas que mantuvieron a la factoría animada en lo más alto, así como imitaciones de ese género de fantasía aunque de menor calidad. Tendríamos que esperar hasta la adaptación del primer volumen de Harry Potter para volver a vislumbrar algo similar al éxito de este formato que ya existía en los años ochenta, pero basándose en este caso en la fama de la saga literaria.
Chris Columbus (derecha) dirigiendo una escena de la obra |
Centrándonos ya en la película en concreto, tenemos ante nosotros la apertura de esta franquicia, que ahondará en una historia que nos presenta la lucha entre el bien y el mal, pero sirviéndose a su vez de la evolución de unos personajes que son completamente humanos y que experimentan el paso desde la infancia de esta primera película hasta la madurez de la última. Partimos así de la ilusión que despliega esta primera obra, donde un huérfano de once años vive pésimamente bajo el techo (y las escaleras) de sus tíos, quienes muestran un gran desprecio por el crío y una gran adoración por su hijo Dudley.
Sin embargo, Harry desconoce que en el mundo mágico él es el gran mago que consiguió derrotar al maligno Lord Voldemort, un malvado hechicero que sembró la oscuridad y el caos, acabando con muchos inocentes, entre los que se encontraban sus padres. El encuentro con esta realidad le hará embarcarse en su primer curso en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, donde afrontará una nueva vida basada en la amistad, el compañerismo y, por supuesto, la magia.
A través de una trama autoconclusiva, que forma parte del éxito de cada pieza de esta saga, se nos presenta una aventura basada en un misterioso objeto, la piedra filosofal, cuyas propiedades lo convierten en objeto de deseo de un tenebroso mago. Las averiguaciones de Harry y sus amigos se desarrollan en la película con la intención de proteger la piedra y desenmascarar al culpable, aunque ello pueda repercutir negativamente para los puntos de su casa, Gryffindor, y para su propia vida, en constante peligro.
Junto a ello, la presentación al espectador de un mundo mágico regido por una serie de normas bien construidas, con la vida cotidiana de un colegio de magia que incluye sus divertidas, así como severas, clases. A todo ello ayuda mucho el gran reparto de la obra, que tiene grandes intérpretes británicos como Maggie Smith, en el papel de la severa, pero agradable profesora McGonagall, Alan Rickman, como el temible profesor Severus Snape, Ian Hart como el tartamudo profesor Quirrell, Robbie Coltrane como el afable y cariñoso Hagrid o Richard Harris como el famoso y sabio director Albus Dumbledore.
También debemos mencionar las participaciones de Warwick Davis como el simpático profesor Flitwich, Julie Walters como la madre de los Weasley, John Hurt como el vendedor de varitas mágicas Ollivander, John Clesse como el fantasma Nick, Richard Griffiths y Fiona Shaw como los estrictos tíos Dursley.
Su actitud al afrontar las actuaciones dentro de un mundo de magia como este son admirables, dada su seriedad y sobriedad al ocupar sus roles. Seguramente no sean personajes excesivamente desarrollados en la película, simplemente a través de pinceladas sutiles, pero necesarias para marcar claramente su personalidad. El desarrollo de alguno de ellos se reserva para la continuación del resto de la saga, mientras que otros cumplen en esta obra con todo lo que se les podía requerir.
El centro de atención recae en el trío protagonista. Harry Potter, interpretado por Daniel Radcliffe, sirve como reflejo de marginación y exclusión en una primera parte hacia una figura llena de coraje y ganas de vivir, aunque invadido también de una melancolía que se remarca en algunas escenas de manera clara, como en el encuentro con el espejo de Oesed. Pese a haber encontrado su lugar en el mundo, la sensación de pérdida, sobre todo estando tan cerca de lo que se supone fueron sus padres, se mantiene durante la película insuflándole una profundidad mayor al carácter del personaje.
Menos elaborados, pero muy bien perfilados, sus compañeros Ron Weasley, interpretado por Rupert Grint, y Hermione Granger, papel de Emma Watson. El primero destaca por ser perezoso y torpe, aunque también demuestra un gran sentido de la amistad y fidelidad, así como arrojo en los momentos necesarios. La segunda, por su parte, destaca en su capacidad intelectual, algo pedante, pero de un gran corazón; pese a no comenzar bien su relación con Potter o Weasley, una vez que comience su amistad, no se despegará de ambos y será vital para el avance de la aventura.
También podemos tener presentes al despistado e inocente Neville (Matthew Lewis) o al rival de Harry y sus amigos, Draco Malfoy (Tom Felton), arrogante y engreído personaje que hará las veces de matón y de chivato, cuyas participaciones son relevantes para esta historia.
La película se desarrolla con una cinematográfica clásica, sin experimentos innecesarios. Sobran algunos primeros planos, que resultan innecesarios, de la misma forma que hubiera sido interesante ver algo más de tradición en los efectos especiales, prácticamente digitales en su mayoría, que hoy en día han perdido algo de calidad, siendo más visibles sus desperfectos, aunque en su momento fueron sorprendentes.
En este sentido, destaca el tramo final con las pruebas a las que se deben enfrentar los personajes, el cancerbero Fluffy o el pequeño dragón Norberto; más deslucidas han quedado la apertura del Callejón Diagon o el partido de Quidditch. También debemos mencionar la bella fotografía de los paisajes o de alguna de las secuencias, como la elipsis del paso del tiempo a través del vuelo de una lechuza, la llegada a Hogwarts a través del lago o el trayecto del tren.
La música de John Williams resulta imprescindible en el éxito de la película, logrando crear toda una serie de leitmotivs que se reiteran con acierto en el desarrollo de las escenas así como un tema principal inolvidable, reutilizado en el resto de la saga con distintas tonalidades. Su manera de remarcar las escenas melancólicas aumenta la emoción de secuencias sin diálogo alguno, de la misma forma que logra subrayar la magia de esta película y aportar más fuerza a la acción. Se trata de un toque musical muy relacionado con otras películas exitosas donde Williams ha participado, lo que nos demuestra que lo tradicional funciona perfectamente.
En definitiva, un buen inicio de la saga que sabe entremezclar las aventuras mágicas, el humor y la ilusión que despiertan esta clase de relatos, que además marca de manera especial el inicio del siglo XXI e influyó en una generación de lectores y espectadores. Además de una adaptación fiel a la obra original, sobre todo a su espíritu, aunque omita, altere o incluya situaciones y hechos. Pero lo importante es que se trata de una buena película desarrollada de una manera tradicional, contando cuestiones con las que todos nos hemos sentido identificados: la soledad, la amistad, la ilusión y el deseo de mejorar. Así inició Harry Potter la historia de una década y así la hemos querido recordar hoy.
Escrito por Luis J. del Castillo
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